Capítulo Cuatro

A Henry no le gustó el modo en el que el otro hombre estaba mirando a Astrid. No era el modo en el que debía mirarla un antiguo jefe. A lo largo de aquel día, Henry había empezado a pensar en ella como de su propiedad. No de un modo sexual... Bueno, al menos no completamente. La gélida expresión del rostro de Astrid le decía muy claramente que aquel hombre no era amigo suyo.

–Henry Devonshire –dijo él extendiendo la mano.

–Daniel Martin.

De repente, Henry comprendió muchas cosas. El antiguo jefe de Astrid era mucho más que su jefe. No era de extrañar que ella se hubiera mostrado reacia a hablar de él.

–He oído hablar mucho sobre usted.

–También sobre usted. Steph Cordo ha sido una suerte para usted. Muchos productores sienten envidia de no haber podido contratarla.

Henry sonrió afablemente. Sabía muy bien que debía ocultar lo que realmente sentía sobre los demás. No le gustaba Daniel Martin.

–Henry tiene buen ojo para ver el talento.

–Esperemos que también lo tenga para distinguir a los que no lo tienen –le espetó Daniel.

Astrid se quedó pálida y se abrazó con fuerza a su bolso como para protegerse.

–Siempre he sabido cómo construir un equipo ganador. Ahí está nuestro coche. Buenas noches, Daniel.

Daniel asintió y Henry condujo a Astrid al lugar donde su coche estaba esperando. Ella estaba sumida en un silencio absoluto para ser tan habladora y descarada. ¿Era la chica que había conocido hasta entonces tan sólo una fachada y era aquella introspectiva mujer la verdadera Astrid?

–Daniel fue la razón por la que abandonaste tu antiguo trabajo –dijo Henry–. ¿Cuánto tiempo estuvisteis juntos?

–¿Y qué te hace pensar que lo estuvimos?

Henry la miró de reojo.

–Los ex amantes no reaccionan de la misma manera que los ex jefes. ¿Cuánto tiempo estuvisteis juntos? –insistió.

–Demasiado. Yo... Normalmente no soy así. De verdad pensé que Daniel era un hombre muy diferente.

–¿Quieres hablar de ello? –preguntó Henry.

Astrid negó con la cabeza y apretó las manos con fuerza sobre el regazo. Henry decidió guardar silencio. Se limitó a seguir conduciendo. No sabía dónde vivía Astrid y no quería interrumpirla dado que parecía que iba a empezar a hablar de un momento a otro.

–Yo siempre pensé... Bueno, eso ya no importa. ¿Adónde vamos ahora?

–A casa, pero necesito que me digas tu dirección.

–Puedes dejarme en la parada de metro más cercana.

–No, no puedo. A esta hora ya han dejado de funcionar.

Astrid miró el reloj y asintió.

–Tienes razón. Vivo en Woking.

Henry introdujo la dirección en su GPS y siguió las indicaciones que éste le iba dando.

–¿Te gusta el rugby? –le preguntó él para iniciar una conversación.

–Un poco –admitió ella, sonrojándose ligeramente. Henry vio el rubor que le cubría las mejillas porque se habían detenido en un semáforo–. Solía seguirlo cuando era joven.

–¿Qué equipos?

–Inglaterra, por supuesto, en el Seis Naciones.

–¿Has estado en algún partido?

–Unos pocos. Me gustaba mucho ir a los partidos en el Madejski Stadium para ver cómo jugaban los London Irish.

–¿Y por qué dejaste de hacerlo?

–Mi padre empezó a estar enfermo. Y eso era algo que siempre hacía con él.

–Tu familia debe de estar muy unida.

–¿Por qué dices eso?

–Has almorzado con tu hermana, ibas a ver los partidos de rugby con tu padre...

Astrid se encogió de hombros, algo que solía hacer cuando evadía responder una pregunta.

–Supongo que sí. ¿Y tú? Tu madre es Tiffany Malone. Eso tuvo que ser muy emocionante.

–Es mi madre –replicó él–. Estamos muy unidos, en realidad. A ella le encantar ser madre y nos agobia un poco a todos con tantas atenciones.

Astrid volvió a sonreír.

–¿Eres un niño de mamá?

–¿Qué te parece a ti?

Astrid lo miró atentamente durante unos minutos. Se sentía más contenta. Poco a poco, Henry sintió que iba volviendo la Astrid que había conocido hasta entonces, no la desconocida que Daniel Martin había evocado.

–Yo creo que eres un hombre que sabe muy bien lo que quiere y que probablemente no necesita que nadie le dé su aprobación.

Henry asintió.

–Tienes razón. Ahora, ¿cuál es el tuyo?

Ella señaló un moderno bloque de pisos y Henry entró en el aparcamiento. En cuanto apagó el motor del coche, Astrid se dispuso a abrir la puerta, pero salió y se reunió a su lado justo cuando ella abandonaba el coche. Había empezado a lloviznar y la humedad hacía que se rizara aún más el cabello de Astrid.

Lo miró durante un instante mientras se mordía el labio inferior.

–Gracias por traerme a casa. Y por... bueno, por portarte tan bien con todo. Has conseguido que el hecho de volver a ver a Daniel sea casi soportable para mí.

–De nada –replicó Henry. Entonces, le agarró el codo y la condujo a la entrada del edificio.

–Bien, en ese caso, buenas noches.

–Buenas noches, Astrid –respondió él. Sin embargo, en vez de dejarla entrar en el edificio sin más, le tocó el rostro y bajó la cabeza para besarla.

Astrid se puso de puntillas para recibir el beso de Henry. Él no la abrazó. Se limitó a dejarle una mano en el rostro. Sus labios eran muy suaves y provocaban una lenta combustión en ella.

Sintió una oleada de sensaciones por todo el cuerpo, lo que la obligó a abrir la boca para suspirar. Saboreó el fresco aroma a menta de su boca antes de que la lengua acariciara la de ella. Se olvidó de todo.

La mano del rostro pasó a deslizarse hacia la nuca. Así, la sujetó firmemente y se hizo con el control completo del beso.

Astrid no pudo pensar. No quería hacerlo. Llevaba todo el día observando a Henry, preguntándose cómo sería estar entre sus brazos y, por fin, lo sabía. Intenso.

Su aroma era terrenal, masculino. La colonia que llevaba era cara y varonil, seguramente mezclada exclusivamente para él. Cerró los ojos para poder experimentar mejor las sensaciones.

Henry dio un paso atrás. Ella abrió los ojos y lo vio mirándola. Él no dijo nada. Simplemente le recorrió el labio inferior con el pulgar. Entonces, se alejó de ella.

–Buenas noches –dijo.

Astrid vio cómo regresaba a su coche, sin moverse. Entonces, abrió el portal y entró sin mirar atrás.

Existía un verdadero peligro de que pudiera enamorarse de Henry Devonshire, un hombre que no la miraría de un modo en absoluto diferente a como lo había hecho Daniel. ¿Cómo podía hacerlo? Su madre era una estrella del pop, su padre un empresario multimillonario. Ella, por su parte, era la hija de una maestra de escuela y de un taxista.

¿Cuándo iba a aprender? ¿Por qué sentía debilidad por los hombres que no eran...?

–Adecuados –dijo en voz alta.

Entró en su piso y se quitó los zapatos de una patada. Tardó quince minutos en prepararse para ir a la cama, pero cuando estuvo acostada no pudo conciliar el sueño. No hacía más que revivir no el encuentro con Daniel, tal y como había esperado, sino el beso de Henry.

Nunca antes la habían besado de aquel modo. Había sido demasiado intenso. El juramento que se había hecho a sí misma de no implicarse emocionalmente con hombres con los que trabajara pareció esfumarse en el aire.

Se quedó dormida. A la mañana siguiente se despertó muy temprano. Se vistió con un traje muy profesional que se había puesto para la entrevista que tuvo con Edmond, el asistente personal de Malcolm Devonshire. Aquel traje era su armadura cuando necesitaba ser profesional. Bethann la llamó, pero dejó que saltara el contestador porque su hermana siempre se daba cuenta de cuándo ocurría algo en la vida de Astrid. Su hermana mayor había sabido que su aventura con Daniel había salido mal sólo por el modo en el que ella la había saludado.

El metro iba muy lleno, lo normal para aquella hora de la mañana. Trató de centrarse en las tareas que la esperaban, pero no hacía más que pensar en lo que ocurriría cuando viera a Henry.

¿Cómo iba él a comportarse cuando la viera?

Su teléfono móvil volvió a sonar. Ella apretó el botón de silencio porque no quería hablar en público. Un minuto más tarde, recibió un mensaje instantáneo en su Smartphone. Como las dos hermanas tenían una Blackberry, podían utilizar el Messenger.

Bethann: Deja de ignorar mis llamadas.

Astrid: Voy en el Metro, Bethann. No puedo hablar en estos momentos.

Bethann: ¿Dónde estabas anoche?

Astrid: Trabajando.

Bethann: Anoche te dejé un mensaje de voz... Estoy preocupada por ti. Creo que deberías haber aceptado un trabajo en mi bufete.

Astrid ni siquiera había considerado seriamente trabajar con su hermana en el bufete en el que Bethann ejercía la abogacía. Adoraba a su hermana, pero ella era mandona y exigente. Si trabajaban juntas, seguramente Astrid perdería la paciencia y terminaría diciendo algo que hiriera los sentimientos de su hermana.

Astrid: Me gusta trabajar en la industria discográfica. Mi parada es la siguiente. Daniel se puso en contacto conmigo y me amenazó con decirle a Henry cosas horribles sobre mí.

Bethann: Voy a ponerme en contacto con su despacho hoy mismo. Presentamos cargos por despido improcedente.

Astrid: Lo sé, pero el hecho de que yo acepté las condiciones da la apariencia de que había algo entre nosotros.

Bethann: Y así era.

Astrid: Deja de portarte tan mal conmigo. Sólo necesito que me digas que todo va a salir bien y que el único error que cometí enamorándome de ese hombre no va a arruinar el resto de mi vida.

Bethann: Cariño, no digas cosas así. Ahora estás mucho mejor. Siento haber sido tan mandona.

Astrid: No pasa nada. Siento haberme puesto tan sensiblera.

Bethann: Que tengas un buen día, hermanita.

Astrid: Y tú también. Hablamos luego.

Cuando entró en su despacho, encontró tres correos electrónicos de Henry. En el último, le decía que iba a llegar al despacho algo más tarde.

Guardó su bolso y se puso a trabajar. Mientras lo hacía, decidió que había cometido errores con Daniel. Al principio, su relación había sido como la que tenía con Henry, por lo que Astrid tenía miedo de volver a repetir los mismos errores. Se negaba a que algo así volviera a ocurrir.

Sólo porque se pasaran ocho horas en la oficina y luego la mayoría de las noches juntos, no significaba que estuvieran haciéndose más íntimos. Tenía que recordar que la noche anterior Henry se había puesto muy contento porque ella lo había ayudado a convencer a Steph para que firmara con Everest Records.

Daniel también había estado contento con ella. Entonces, Astrid comenzó a enamorarse de él, o, más bien, dejó que él la sedujera. No podía volver a cometer el mismo error. Henry era su jefe y, a menos que quisiera regresar a Farnham con el rabo entre las piernas, necesitaba conseguir que aquel trabajo le saliera bien.

No iba a disfrutar de un final de cuento de hadas con Henry a pesar de que él fuera diferente de Daniel. Tenía que recordar que ella no era como las demás mujeres. Ya no. No tenía la opción de ser esposa y madre. Para ella, lo único era su profesión. O eso o nada.

Necesitaba mantener lo que se había jurado. Tenía que recordar que, si tenía que abandonar aquel trabajo, su única opción podría ser trabajar para su hermana.

No quería tener que volver a empezar. El único modo en el que podría mantener aquel trabajo era mostrarse firme consigo misma y centrarse lo mejor que pudiera.

Casi creyó que sería capaz de hacerlo. Que podría mantener lo que se había jurado... Hasta que Henry entró en el despacho.

–Buenos días, Astrid. ¿Tienes algún mensaje para mí?

Ella miró los hermosos ojos azules de Henry y se olvidó de lo que él le había pedido. De lo único que se acordaba era del beso de la noche anterior. De la suavidad de los firmes labios y del modo en el que le enredaba los dedos entre los rizos de la parte trasera de la cabeza.

–¿Astrid?

–Sí, Henry.

–¿Algún mensaje?

Ella le entregó los mensajes y se dio cuenta de que lo había vuelto a hacer. Había permitido que su atracción por un hombre interfiriera con su carrera profesional.

Henry miró el traje que Astrid llevaba puesto y se dio cuenta de que el hecho de haberla besado la noche anterior había sido un error. Sabía que tenía que retirarse. Tenía que darle espacio para que ella recuperara la confianza que había tenido el día anterior. Tendría que haberse imaginado que una mujer que había sufrido mucho por un romance de oficina no querría volver a hacer lo mismo con su nuevo jefe.

Sin embargo, la luz de la luna había sido demasiado sugerente... En realidad, la luz de la luna no había tenido nada que ver con que la hubiera besado. Había sido Astrid. Sus labios. Su cuerpo. Su sensual sonrisa. Eso era lo que lo había tentado. Eso y el hecho de que no le gustaba que Daniel Martin la hubiera tocado. Que el otro hombre, en el pasado, hubiera reclamado a Astrid como suya.

Henry era un competidor de primera clase. La necesidad de ganar iba grabada en su ser desde que era muy joven. Su madre a menudo había culpado a Malcolm del hecho de que Henry fuera tan competitivo, pero ella había sido igual de agresiva en lo referente a su carrera.

Alguien llamó a su puerta.

–Adelante.

–Henry, ha venido a verte Davis de contabilidad.

–Cierra la puerta, Astrid –dijo él.

Ella entró y cerró la puerta a sus espaldas.

–¿Sí?

–¿Tiene cita?

–No, pero dice que es urgente. Si quisieras verlo, dispones de diez minutos. Steph Cordo va a llegar dentro de veinte minutos y sé que quieres estar disponible cuando llegue.

Henry sonrió. Astrid era muy eficaz. La mejor asistente que podría haber tenido.

–Gracias. Cuando Steph llegue, acompáñala a la sala de juntas. Llevaremos allí a todas las personas con las que necesita hablar. También vendrá a verla Steven.

–¿Steven?

–Mi hermanastro. Vamos a preparar una actuación para Steph en el Everest Mega Store de Leicester Square.

–Buena idea. ¿Quieres que te avise si Davis no ha salido dentro de diez minutos?

–Eso sería estupendo.

Astrid se dio la vuelta para marcharse. Aunque Henry estaba tratando de pensar sólo en el trabajo, no pudo evitar fijarse en el modo en que la falda se le ceñía a las curvas del trasero.

–¿Henry?

Ella se había detenido en la puerta.

–Después de la cita de Steph, me gustaría disponer de cinco minutos de tu tiempo.

–¿Para qué?

–Ya hablaremos más tarde. No quiero quitarte tiempo ahora.

–Davis puede esperar. Dile que tendré tiempo para hablar con él mañana por la mañana y luego regresa aquí.

–En realidad...

–Me he decidido.

Astrid se marchó sin decir palabra. Por algo él era el jefe. Y le gustaba. Ella regresó al despacho menos de un minuto más tarde y cerró la puerta a sus espaldas. Sin embargo, permaneció junto al umbral.

–Siéntate.

Ella obedeció.

–¿En qué estás pensando?

–En anoche.

–¿Y?

Respiró profundamente y lo miró a los ojos. El respeto que Henry sintió hacia ella subió un poco más.

–Me gustas, Henry, pero este trabajo... Soy consciente de que ésta es probablemente mi última oportunidad para hacerme hueco en la industria de la música. No quiero estropearlo.

–¿Y qué tiene que ver con todo eso lo de anoche? Yo no soy Daniel Martin. Si te beso, no te voy a despedir.

–No me despidieron por mi aventura con Daniel. Él me mantuvo en mi puesto después de que terminara todo. No quiero que tengas una impresión equivocada de Daniel.

A Henry no le gustó el hecho de que ella defendiera al otro hombre.

–Entonces, ¿por qué?

–Me puse enferma. Tuve que estar mucho tiempo de baja. Fue entonces cuando me despidieron.

–¿Te resultó difícil trabajar con él cuando terminó vuestra relación? –preguntó Henry. Sabía que se estaba metiendo en un terreno muy personal. Sin embargo, no podía evitarlo. Quería saber más.

–No. Fue otra cosa. Pero me gustas tú y me gusta este trabajo. No quiero tomar otra decisión basada en la lujuria y los sentimientos y terminar lamentándolo.

–Entonces, ¿sientes lujuria hacia mí?

–Henry, por favor. Estoy tratando de hablar en serio.

–Lo siento, Astrid, pero tú has sacado el tema del sexo y soy un hombre. Eso significa que mi mente se bloquea automáticamente.

Astrid sonrió.

–Eres mucho más que un hombre obsesionado por el sexo. Por eso estoy hablando contigo. Sé que quieres ganar a tus hermanastros y creo que tenemos oportunidad de hacerlo, pero sólo si los dos nos concentramos en el trabajo.

–Es decir, que todo esto va en interés mío –dijo Henry.

–Bueno, para mí tampoco va a estar mal –admitió ella.

El respeto que sentía hacia Astrid se hizo aún mayor. Se dio cuenta de que ella no era la clase de mujer por la que siempre se había sentido atraído. Era directa y no miraba exclusivamente por sí misma. Esto le resultaba más que refrescante a Henry.

–Sólo quiero que los dos tengamos éxito –añadió.

Henry se puso de pie y se dirigió a la parte delantera de su escritorio. Entonces, se reclinó sobre el tablero para mirarla.

–Gracias, Astrid. Haré todo lo posible para controlar mis instintos más básicos, pero no sé si lo conseguiré.

–Y yo voy a seguir vistiéndome con mis trajes ultraprofesionales –comentó ella.

Henry se echó a reír. No era la ropa ni su sensual cuerpo lo que hacía que la deseara aunque, decididamente, representaban una parte fundamental. Se trataba más bien de la mujer que era ella, pero dudaba que decírselo sirviera de algo.

Tres semanas después de que empezara a trabajar para Everest Records, Astrid estaba sentada en su despacho a última hora de la tarde. Había estado hablando por teléfono con una serie de emisoras del Reino Unido y el resto de Europa para asegurarse de que todos habían recibido los paquetes que ella les había enviado sobre Steph.

Henry había estado saliendo él solo en las visitas nocturnas a salas de conciertos y ella estaba sola en su despacho.

–¿Otra vez trabajando hasta muy tarde?

Astrid levantó la mirada y lo vio en el umbral.

–Mi jefe es un verdadero comerciante de esclavos –replicó ella con una sonrisa.

–¿De verdad? Yo pensaba que se estaba relajando un poco. Que te estaba dando espacio y todo eso.

–¿Es eso lo que estás tratando de hacer?

–Creo que sí. Tú dijiste que querías hacer carrera en la industria de la música, por lo que te he estado presentando a todos los departamentos: marketing...

–Ha sido maravilloso.

–¿De verdad?

–Bueno, es diferente a lo que yo hacía con Daniel. Es decir, para él yo sólo era su ayudante, pero tú me estás dando mis propias responsabilidades. Y me gusta.

–Bien. En ese caso, tal vez puedas empezar a relajarte un poco aquí en el despacho.

–Ya lo he hecho –comentó Astrid. Estas palabras la sorprendieron hasta a ella misma. Había mantenido la guardia y había tratado de ver a Henry exclusivamente como a su jefe. Sin embargo, había un buen hombre tras el perfil de persona famosa.

–Bien –respondió él. Entonces, entró en su despacho.

Astrid permaneció allí sentada, tratando de no pensar demasiado en el hecho de que Henry la estaba tratando como a una empleada. Ni siquiera había tratado de besarla ni en una sola ocasión desde aquella noche en su piso. En realidad, eso era lo mejor, dado que Astrid no estaba interesada en él como hombre. Al menos, eso era lo que no dejaba de repetirse.

Astrid tomó prestado el coche de su hermana para aquella tarde. Lo dejó aparcado en la estación de Waterloo para que Henry pudiera dejarla allí si era necesario. No quería correr el riesgo de que él tuviera que llevara a su piso una vez más. Aquella noche, iban a visitar unos locales para ver a más grupos de música. Habían pasado semanas desde que ella habló con él en su despacho. No había vuelto a haber contacto físico entre ellos, pero, en ocasiones, le miraba los labios o la figura.

Astrid había empezado a desear haber mantenido la boca cerrada. Quería sentirse abrazada por Henry. Cada noche, en sueños, revivía aquel breve beso que él le había dado frente a su puerta. No iba a sufrir por él, pero una parte de ella, la parte que en ocasiones pensaba que no iba a tener nunca sentido común, seguía deseando a Henry. Tomó el metro hasta Covent Garden y se dirigió a Bungalow 8. El exclusivo local había negado la entrada incluso a personas famosas, por lo que Astrid se sintió un poco intimidada a la hora de acercarse al portero.

–¿Puedo ayudarla?

–Voy a reunirme con Henry Devonshire –dijo ella–. Mi nombre es Astrid Taylor.

–Por supuesto, señorita Taylor. El señor Devonshire ha pedido que se reúna usted con él en la sala VIP. La relaciones públicas la acompañará cuando esté dentro.

La música electrónica hacía vibrar su cuerpo mientras atravesaba el club en dirección a la zona VIP. Debería estar acostumbrándose a acostarse tarde por las noches, pero no era así. Cuando se acercó a la mesa de Henry, vio que estaba llena de gente. Ella era una de las quince personas que había utilizado el nombre de Henry para entrar aquella noche.

Él levantó la mirada cuando ella se acercó y le dedicó una sonrisa. Entonces, le indicó que se sentara. Astrid tomó asiento al lado de un hombre que había visto en televisión y de Lonnie, de Everest Group. Charló con el hombre hasta que él se marchó con tres mujeres. En ese momento, Henry le indicó que se sentara a su lado.

–¿Has estado escuchando a este grupo?

–Resulta difícil no hacerlo –respondió ella. La música resultaba atronadora, incluso en la zona VIP, lo que hacía que la conversación resultara imposible.

–¿Qué te parece?

Astrid cerró los ojos. Una de las primeras cosas de las que se había dado cuenta sobre la buena música era que tenía el poder de dejar en trance a una persona. Hacer que se olvidara de los problemas de la vida diaria. Ese grupo no despertaba ese sentimiento.

–Está bien.

–Pero no es nada especial.

–Exactamente. Tienen buenos músicos y creo que lo harán bien con un álbum, pero no creo que tengan la clase de sonido que pueda sostener una carrera más duradera.

–Bien. Me gusta tu instinto.

–Gracias.

–El siguiente grupo es que el que Roger me recomendó. Creo que te gustarán.

–¿Por qué? –preguntó. Quería saber lo que Henry pensaba que le gustaría y por qué. ¿De verdad la conocía? Llevaban trabajando juntos tan sólo unas pocas semanas aunque ella ya creía conocerlo bastante bien. Pasaban mucho tiempo juntos.

–Porque tienen un buen sonido con un ritmo pop, pero las letras tienen algo retro. Hablan de sentimientos verdaderos, algo que he notado que te gusta dado que he estado escuchando las maquetas de los grupos que quieres que yo contrate.

–Ya me he dado cuenta de que tú te fijabas en eso.

Efectivamente, durante las últimas semanas Henry había prestado mucha atención al trabajo de Astrid. Le había preguntado su opinión sobre los grupos y le había dado poder de decisión sobre contratar grupos para programas puntuales de radio. Principalmente, la trataba con respeto, con igualdad, y eso era precisamente lo que ella necesitaba.

–Bien. Quería que vieras que yo no soy Daniel.

–¿Por qué?

–Porque voy a volver a besarte, Astrid, y, en esta ocasión, no quiero que salgas corriendo.

Astrid se quedó asombrada por lo que él acababa de decir. No obstante, era humana. Resistirse a la tentación, especialmente a la del tipo que él le ofrecía, resultaba demasiado duro.

–No voy a cometer otro error –replicó ella. No estaba segura de si aquellas palabras iban dirigidas hacia ella o hacia Henry.

–Bien –susurró Henry. Entonces, metió la mano debajo de la mesa y agarró la de Astrid. La enorme mano hizo desaparecer por completo la de ella.

Anunciaron por megafonía al grupo que iba a tocar. XSU. Sonaban como un grupo universitario de los Estados Unidos. Los músicos iban, efectivamente, vestidos como si fueran estudiantes, con vaqueros y camisetas y parecían estar cantando frente a estudiantes universitarios en vez de en un club elitista y exclusivo de la ciudad de Londres.

Presentaron la primera canción y la música era disco, pero muy sensual y sugerente. El ritmo hizo que Astrid sintiera deseos de levantarse y bailar. Estaba golpeando el suelo con los pies y se dio cuenta de que Henry también se estaba moviendo. La pista de baile, que ya estaba a rebosar, tenía la apariencia de una marea en movimiento de cuerpos bailando al son de la música.

Henry tiró de la mano que aún tenía agarrada y la puso de pie. Estuvieron en un instante en medio de todos los que bailaban. El cuerpo de Henry se rozaba contra el de Astrid mientras bailaban. Cada contacto le recordaba que no había tenido mucho éxito a la hora de mantener la distancia entre ellos.

Astrid trató de mostrarse distante, impasible, pero no pudo conseguirlo. Deseaba a Henry. Aquella música le recordaba que había que vivir la vida, no esconderse de ella.

Dejó de pensar que tenía que ser profesional y simplemente se relajó. Se permitió ser ella misma. En ese momento, todo cambió. Miró a los ojos azules de Henry y vio más de lo que había pensado ver.

Supo que, a pesar de lo que pudiera ocurrir entre ellos, jamás se arrepentiría del tiempo que los dos pasaran juntos.