Capítulo Cinco

Cuando XSU empezó a tocar, algo cambió dentro de Astrid. Pareció recobrar la chispa de la vida mientras bailaba en la pista de baile. Henry deseó ser el único que disfrutara de la luz que emanaba de ella.

Mientras bailaban, le colocó una mano en la cadera. El cuerpo de Astrid rozaba el suyo, excitándolo con cada movimiento que hacía. Quería más. Quería que los senos de Astrid se apretaran contra su torso, poder sujetarle ambas caderas con las manos y sentir la boca de ella bajo la suya.

La música dejó de sonar, pero él apenas se dio cuenta. Todos los presentes comenzaron a aplaudir. De repente, Henry comprendió que había encontrado el primer grupo que contratar para Everest Records y que había utilizado un modo muy parecido al que había usado con Steph Cordo. Sin embargo, también había encontrado algo más.

Astrid lo observaba con aquellos enormes ojos castaños. Se inclinó hacia ella para besarla. No quería pensar ni en consecuencias ni en advertencias. No pensó en las ganancias ni en el negocio, sino sólo en aquella mujer, que era la tentación reencarnada. Se sintió cansado de negarse a sí mismo.

Le resultaba difícil separarse de su boca. Las últimas tres semanas habían sido demasiado largas en lo que se refería a su cuerpo. Entonces, ella le colocó las manos sobre los hombros y se puso de puntillas para profundizar el beso.

La gente comenzó a bailar a su alrededor mientras el grupo comenzaba de nuevo a tocar. Sin embargo, Henry se sintió como si Astrid y él estuvieran solos. El sabor de su boca era dulce, un sabor único que sólo le habría podido pertenecer a ella. Cuando levantó la cabeza, Astrid le hundió los dedos en el cabello e hizo que sus bocas volvieran a juntarse.

Mientras lo besaba, ella suspiró.

–Me moría de ganas porque volvieras a besarme.

Henry le agarró la mano y la sacó de la pista de baile.

–¿De verdad?

–Sí. Estoy cansada de fingir que no te deseo, pero eso no significa que crea que está bien. Ya te has dado cuenta de que mi relación con Daniel complicó mi trabajo. No puedo consentir que eso vuelva a ocurrir.

–¿Qué puedo decir para que cambies de opinión?

–No estoy segura... No estoy diciendo que no te desee, sino que no estoy segura de que empezar una relación contigo sea bueno para mí.

–Ya lo resolveremos –replicó Henry–. Ahora, quiero ir a hablar con el grupo. ¿Quieres acompañarme?

Astrid asintió. Henry no le soltó la mano. Ya no sentía que ella fuera simplemente su ayudante. Por fin sabía que ella era suya. Le gustaba. Necesitaba hacerle el amor antes de que sintiera de verdad que ella le pertenecía.

Los miembros del grupo tenían unas cuantas mujeres rodeándolos cuando ellos se acercaron. Henry utilizó su fama para poder acercarse a ellos. Se dirigió al portero que protegía la zona del escenario y que estaba diciendo que se marcharan a un montón de admiradoras algo escasas de ropa.

–Me llamo Henry Devonshire. Me gustaría hablar con XSU.

–Por supuesto, señor –dijo el portero. Lo había reconocido inmediatamente. Se hizo a un lado para franquearles el paso.

–Henry Devonshire –repitió él cuando se acercó al cantante.

–Angus McNeill –replicó el joven al tiempo que estrechaba la mano de Henry.

–Me gusta el sonido de tu grupo.

–Gracias, tío. Llevamos tiempo experimentando con muchas influencias diferentes y no estoy seguro de que hayamos conseguido el sonido que buscamos.

–Me gustaría hablar contigo respecto a eso. En estos momentos, estoy a cargo de Everest Records. ¿Tenéis mánager?

–Sí. B&B Management.

–No he oído hablar de ellos –dijo Henry. Miró a Astrid para ver si a ella le sonaba, pero la joven negó con la cabeza.

–En realidad, se trata de mi hermano mayor y uno de sus colegas –admitió Angus–. Nadie quería hablar con nosotros a menos que tuviéramos mánager, así que Bryan se fue a la biblioteca, sacó unos libros y... No creo que quieras escuchar todo esto, tío.

–Claro que sí, Angus –dijo Astrid dando un paso al frente–. En Everest nos interesa todo lo que tenga que ver con los artistas que contratamos.

–Por eso estamos aquí –añadió Henry–. ¿Tenéis que volver a tocar o podéis venir conmigo a hablar?

Todos los miembros de la banda comenzaron a intercambiar miradas. Henry decidió que debería dejarlos hablar a solas.

–Aquí tenéis mi tarjeta. Voy a estar por aquí una hora más o menos. Si tenéis tiempo para hablar esta noche, bien. Si no, no hay problema. Llamadme mañana y organizaremos algo.

Astrid y él regresaron a la zona VIP. Sin embargo, Henry se sentía inquieto. No quería sentarse a esperar. Pidió una copa para los dos. Entonces, Astrid le puso la mano sobre la suya.

–Puedo oír la electricidad restallando a tu alrededor. ¿En qué estás pensando?

A Henry no le gustaba compartir sus sentimientos más íntimos, por lo que guardó silencio hasta que se dio cuenta de que Astrid podría proporcionarle la distracción que necesitaba.

–Aún no me has contado tus secretos.

–Bueno, eso tendrá que esperar para otra ocasión. Un ruidoso club nocturno no es el lugar adecuado para una conversación íntima.

–No estoy de acuerdo. Éste es el lugar perfecto. Hay cierta sensación de anonimato estando aquí. El sonido de fondo evita que los demás se enteren de lo que estás hablando.

Astrid inclinó la cabeza a un lado y luego hacia delante, de manera que las narices de ambos estuvieron a punto de tocarse.

–No impediría que tú me escucharas.

Henry arqueó una ceja.

–Bien. En ese caso, cuéntame tus secretos, Astrid.

Ella negó con la cabeza.

–No, a menos que tú me cuentes los tuyos y no estoy hablando de las cosas de las que yo me puedo enterar en el Hello!, sino de los verdaderos secretos de Henry. ¿Por qué estás tan inquieto en estos momentos?

Henry no quería compartir eso con ella. No le gustaba que nadie supiera los impulsos que lo habían empujado siempre: la necesidad de inmediatez en todas las áreas de su vida.

Astrid estaba prácticamente embriagada del nuevo sentido que le había dado a su propio ser. Siempre había dejado que los hombres de su vida... bueno, que Daniel marcara el paso en su relación. Sabía que para tener alguna oportunidad de conseguir que una posible relación con Henry funcionara, necesitaba cambiar.

En vez de centrarse en ocultar sus propios secretos, quería conocer los de él. ¿Qué era lo que había convertido a Henry en el hombre que era?

Él le rodeó los hombros con un brazo y la estrechó contra su cuerpo.

–No estoy inquieto. Quiero estar a solas contigo para que podamos terminar lo que empezamos en la pista de baile.

Astrid se echó a temblar al escuchar aquellas palabras. El cálido aliento de Henry le provocaba impulsos eléctricos que iban recorriéndole todo el cuerpo. Ella también lo deseaba.

Esto le daba miedo. Podía enfrentarse a la lujuria, pero le daba la sensación de que aquello era mucho más que lujuria. Le gustaba Henry. Le gustaba el hombre que él era. Y esto le daba miedo. Pensaba que él era diferente, pero no había ninguna garantía de que una posible relación entre ellos pudiera durar más de unos pocos meses.

–¿A qué viene esa mirada? –le preguntó ella.

–Tengo miedo de meterme demasiado hondo –dijo ella.

–Durante mi primer año como profesional, estuve constantemente asustado. Mi padrastro era el entrenador y yo sabía que, si lo fastidiaba, él no me lo perdonaría. Durante los primeros tres partidos, jugué con miedo. Entonces, uno de mis compañeros me dijo que había oído que yo era muy bueno, pero que parecía que sólo había sido una exageración.

–¡Qué amable!

Henry se encogió de hombros.

–Yo me estaba dejando vencer por la presión. Por ello, tomé la decisión de que iba a jugar por mí mismo. Ni por Gordon ni por los espectadores. Sólo por mí mismo.

–¿Y funcionó eso?

–Sí. Mi juego empezó a mejorar y terminaron haciéndome capitán.

–Bien hecho.

–Fuera del terreno de juego, he utilizado la misma teoría. Vivo la vida según mis condiciones.

–Yo estoy tratando de hacer lo mismo, pero siempre está el temor de...

–Deja de preocuparte, Astrid.

Henry miró por encima del hombro de Astrid y vio que había otra persona. Un joven alto, con el cabello tan largo que le llegaba hasta los hombros.

–Mi nombre es Bryan Monroe. Soy el representante de XSU.

–Me alegro de conocerte. Ésta es Astrid, mi ayudante. ¿Te gustaría sentarte y tomarte una copa con nosotros?

–Me encantaría.

Astrid se sentó y se limitó a observar cómo actuaba Henry. Sobre la mesa, siempre tenía un vaso de agua con gas. Nunca bebía durante las largas noches que pasaban en los clubes. Además, tenía una ética de trabajo que dejaba a cualquiera en evidencia.

Daniel, con frecuencia, había utilizado a otras personas para conseguir cosas. Astrid había visto cómo se marchaba en muchas ocasiones de un club con una chica mientras dejaba que los demás se ocuparan de los asuntos. Cada minuto que pasaba con Henry, hacía que él le gustara cada vez más.

Poco a poco, se sintió muy cansada. Tuvo que controlar el bostezo en un par de ocasiones. Al mirar el reloj, se dio cuenta de que eran las dos de la madrugada. Le indicó a Henry que iba a marcharse.

–Espérame –le dijo él.

Treinta minutos más tarde, salieron del club juntos.

–Creo que vamos a conseguir contratar a XSU.

–Estoy segura. Bryan parecía muy interesado. Lo llamaré a primera hora de la mañana.

–Te llevo a casa –comentó Henry.

–No es necesario. Hoy me he traído el coche de Bethann.

–¿Por qué?

–No quería aprovecharme de ti. Te agradezco el hecho de que siempre me estés llevando a casa, pero me parece importante poder tener mi propia manera de regresar a casa.

–¿Por qué?

–Porque siempre tengo deseos de invitarte a mi casa y no es buena idea.

Astrid no lamentó su sinceridad. Los dos sabían que la atracción entre ambos iba creciendo. No había nada que pudieran hacer al respecto.

–Pues a mí me parece que invitarme a subir a tu casa es una excelente idea. ¿Por qué no lo has hecho?

–Porque tú eres mi jefe, Henry. Por cierto, ¿por qué te llamas Henry?

Él se echó a reír.

–Era el nombre del padre de mi madre. ¿Y tú? ¿Por qué te llamas Astrid?

–Mi madre sacó el nombre de un libro. Bethann recibió su nombre de nuestra abuela materna y a mí... a mí me ponen el nombre de un libro.

–¿Qué libro?

Pippi Calzaslargas. La autora se llamaba Astrid Lindgren. Mi madre dijo que quería que tuviera esa pasión por la vida que Pippi siempre tenía.

Astrid miró a Henry y vio que él la estaba observando con una expresión inescrutable. Decidió que estaba hablando demasiado, pero estaba cansada. Físicamente, desde luego, porque su cuerpo aún tenía que ajustarse al horario nocturno. Sin embargo, también estaba cansada de ocultarle partes de su vida a Henry. Quería que él supiera la clase de mujer que era. Quería que él la mirara y viera a la mujer de verdad.

–Me gusta eso. Me parece que tu madre sabía muy bien lo que hacía cuando te puso nombre.

Astrid no estaba muy segura de ello. Una parte de su ser siempre había sentido que tenía que aspirar a más en su vida. Bethann tenía mucho empujo y siempre había tomado las decisiones correctas. Había conseguido cosas muy grandes, al contrario que Astrid, que siempre estaba volviendo a empezar.

–No estoy muy segura, pero sí que me gusta el lugar en el que me encuentro –dijo.

Henry le agarró la mano y entrelazó los dedos con los de ella mientras caminaban hacia el lugar en el que estaba aparcado el coche de él.

–¿Has pensado alguna vez en qué nombre les pondrías a tus hijos?

Astrid sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas al escuchar aquella pregunta. Se apartó de él.

–¿Astrid?

Ella negó con la cabeza.

–Probablemente igual que mis padres. ¿Y tú?

–Siempre he pensado que llamaría a mi hijo Jonny, por Jonny Wilkinson, el gran jugador de rugby.

–Espero que a tu esposa le guste el deporte –dijo ella. Trató de mantener un tono de voz desenfadado, pero sabía que el tema de los niños jamás iba a ser fácil para ella. ¿Cómo era posible que hubieran empezado a hablar de eso?

A Henry no le gustaba hablar de niños. En realidad, jamás había pensado mucho en ellos. Sólo cuando su madre dio a luz a sus dos hermanos pequeños. Sin embargo, algo en el tono de voz de Astrid le dijo que debía seguir hablando del tema. Había algo en el modo en el que ella había respondido a su pregunta.

–¿Cómo se llaman tus padres? –le preguntó.

–Spencer y Mary –contestó ella–. En realidad, no quiero hablar de esto. Ni siquiera sé cómo hemos empezado con este tema.

Abrió la puerta del pasajero de su coche y la ayudó a entrar. Entonces, se dirigió a la del conductor y se sentó tras el volante. Tardó un minuto en arrancarlo.

–Mi madre pensó en llamarme a mí Mick, por Mick Jagger, pero al final dijo que quería ponerme el nombre del hombre que jamás dejaba de quererla.

–¡Qué bonito! ¿Y por qué empezaste a jugar al rugby? ¿No te habría resultado más fácil ser músico? ¿O es que no sabes cantar?

–Claro que sé cantar –replicó Henry–. No lo hago muy bien, pero sé cantar.

–Entonces, ¿por qué no la música?

–Soy muy testarudo –respondió él, arrancando por fin el coche–. No quería que nadie dijera que se me había dado todo. Comencé a jugar al rugby cuando tenía ocho años. Ya había tenido que estar siempre a la sombra de mi madre y de las infames circunstancias de mi matrimonio. Si conseguía ser alguien en la vida, quería que fuera por mí mismo. ¿Dónde has aparcado?

–Cerca de la estación de Waterloo. Mostraste mucha personalidad tomando esa decisión a una edad tan temprana –añadió–. Bethann es así. Es abogado. Siempre supo que quería serlo.

–¿Y tú?

–Bueno, siempre supe que quería vivir en Londres. Me encanta el ambiente de la gran ciudad y el hecho de estar muy cerca de todo.

–¿Por qué no vives más en el centro?

–Bueno, Woking era lo que me podía permitir viviendo sola y ahora todas mis amigas están casadas. Por eso tengo un piso en Woking.

–¿Y cómo te metiste en el mundo de la música? –preguntó Henry mientras entraba en el aparcamiento en el que ella había dejado su coche.

–Mi coche está en el segundo nivel –le indicó ella–. Empecé a trabajar como recepcionista después de terminar la universidad. Fue en la discográfica de Mo Rollins. A partir de ahí, comencé a ascender. Lo más curioso de todo era que, cuanto más tiempo trabajaba allí, más a gusto me sentía. Mi coche es ese Ford verde.

Henry aparcó detrás del coche. Ella recogió sus cosas para salir. Sin embargo, él no estaba dispuesto a despedirse aún de Astrid.

–Y ahora estás trabajando para mí. ¿Sigue gustándote este mundo?

–¿Después de una noche como ésta? Claro que sí. Me ha encantado XSU y, cuando los contrates, será maravilloso ver cómo se transforman en una banda de éxito.

–Estoy de acuerdo. Yo había pensado ser agente deportivo u ojeador.

–¿Y por qué no lo hiciste? Recuerdo un programa de televisión que hiciste hace unos años en el que se hablaba de los niños protegidos del mundo de los deportes.

–¿De verdad? ¿Y lo viste?

–A veces. ¿Cómo empezaste a hacer algo así?

–Mi madre conoce a toda clase de gente en el mundo del espectáculo. Después de mi lesión, empezó a ponerme en contacto con ellos.

–Me parece que tu madre es una mujer de mucha ayuda.

Henry se echó a reír.

–Es una metomentodo. Le dije que iba a vivir de mis inversiones y a pasarme la vida de fiesta en fiesta. Eso la motivó a la hora de utilizar todos los contactos de los que dispone para ponerme en contacto con alguien que me pudiera poner a trabajar.

–Y se salió con la suya, ¿verdad?

–Sí. Hice ese programa. Luego empecé a ayudar a mi agente, pero me pareció un trabajo muy frustrante y no me gustó.

–¿Fue entonces cuando te centraste en el mundo de la música?

–Sí. Tenía también contactos.

–Y eso te da algo en común con tu madre.

–Así es. ¿Quieres venir a mi casa para tomar la última copa?

–¿Cómo?

–No quiero que acabe esta noche. Y creo que tú tampoco lo deseas.

Astrid dudó. Luego suspiró.

–No, no quiero que termine, pero mañana tengo un día muy ajetreado.

–Conozco a tu jefe.

–Sí, eso es precisamente lo que me temo. Resulta difícil equilibrar el hecho de trabajar juntos con una relación persona.

–¿Sí? Everest Group no tiene política alguna contra la confraternización de sus trabajadores. Por lo tanto, tu trabajo no corre peligro.

–¿Seguirá siendo eso cierto si te digo que prefiero irme a mi casa?

–Por supuesto que sí. Creo que me conoces bien para tener dudas al respecto. Y, si no es así, entonces irte a tu casa será lo mejor que puedes hacer.

–Lo siento –susurró ella mordiéndose el labio.

–No pasa nada. Supongo que entonces nos veremos mañana en el trabajo.

–Sí –respondió ella saliendo del coche. Henry observó cómo se dirigía a su vehículo. Al llegar, ella dejó el bolso en el asiento trasero y, antes de entrar, se volvió para mirarlo.

–¿De verdad quieres insistir en tener una relación conmigo?

Henry asintió. No podía sacársela de la cabeza y estaba cansado de intentarlo.

–Voy a ser sincera contigo, Henry. No estoy segura de que acostarme contigo sea lo que más me interese.

–En realidad, si lo pones así, yo tampoco –respondió Henry–. Vente a mi casa de campo este fin de semana –añadió–. Podemos montar a caballo, jugar al rugby y conocernos un poco más.

–No puedo. Ya tengo planes.

–En ese caso, invítame –sugirió. Un hombre tímido jamás conseguía lo que quería.

–Es con mi familia... ¿De verdad quieres venir?

–Claro. ¿De qué se trata?

–Es el cumpleaños de mi hermana. Mi madre va a celebrar una fiesta en su honor.

–Me encantaría.

–Bien. En ese caso, te veo mañana en el trabajo, Henry. Gracias por traerme hasta mi coche.

–De nada. Conduce con cuidado, Astrid.

Ella entró en el coche. Henry dio marcha atrás para dejarla salir delante de él. Astrid no se parecía en nada al resto de las mujeres que había conocido a lo largo de su vida. Estaba empezando a comprender que eso era parte de lo que tanto le atraía de ella.