–Baila conmigo –le dijo Henry. Se puso de pie y la ayudó a levantarse. Entonces, la tomó entre sus brazos.
Astrid le rodeó la cintura con los brazos y descansó su cabeza contra el torso de Henry. Mientras bailaban, Henry tarareaba suavemente la canción. A pesar de lo que había dicho anteriormente sobre el hecho de que no tenía un gran talento musical, Astrid comprobó que no era así.
Inclinó la cabeza para decirle algo, pero la boca de Henry capturó sus palabras. La besó profundamente mientras movían sus cuerpos al ritmo de la música. Le mordió el labio inferior suavemente. Entonces, depositó suaves besos sobre la delicada mandíbula hasta que acarició con la lengua un punto justo debajo de la oreja.
–Esto es lo que quería hacer cuando estábamos en el club el miércoles. Tomarte entre mis brazos y deslizarte las manos por la espalda.
Astrid se echó a temblar, le encantaba el sonido íntimo de las palabras justo al lado de la oreja.
–¿Y por qué no lo hiciste?
–Había demasiadas personas alrededor. No creí que te gustara ver una foto de los dos en una revista del corazón.
–No, no me habría gustado –admitió ella. Había tenido suficientes malas experiencias con los periódicos sensacionalistas como para que le duraran toda una vida.
Las manos de Henry encontraron la parte posterior de la falda y se la levantó por las piernas. Astrid sintió la mano sobre la parte posterior del muslo. Aquella caricia prendió el fuego en ella. Las caderas de Henry se movían al ritmo de la música. Su erección rozaba la parte inferior del vientre de Astrid y la música, combinada con las caricias de Henry, sirvieron para borrar miedos y temores hasta que ella no sintió nada más que necesidad y deseo.
Desabrochó la camisa de Henry para poder deslizarle las manos sobre el torso. Él tenía un ligero vello y a Astrid le gustaba el modo en el que se le deslizaba entre los dedos. Le recorrió los pectorales y luego trazó lentamente una línea hasta su vientre.
La boca de Henry sobre la suya era cálida y real. El picor que le producía el nacimiento de la barba la excitaba. Él por fin encontró la cremallera en el costado del vestido y se la bajó. Antes de que sonara la siguiente canción, Astrid se había quedado sólo en ropa interior. Y Henry tenía sólo los pantalones.
–Deja que te mire –dijo él, dando un paso atrás–. Eres una mujer muy sexy.
Astrid negó con la cabeza.
–No creo que pueda tener comparación con las mujeres con las que tú sueles salir.
–Eso es cierto. Tú eres mucho más sexy porque eres de verdad. ¿Te importaría bailar para mí?
Astrid dudó. Quería excitarlo. Quería que él la deseara tanto que se muriera de ganas de penetrarla.
–Sí...
–Bien. Quédate aquí.
Henry la dejó de pie en medio del salón. Una pequeña lámpara emitía su suave luz. El aroma del café llenaba el aire. Entonces, él empezó a jugar con el mando hasta que la canción cambió y comenzó una nueva.
–Let's Get It On? –preguntó ella, riendo.
–Sí, nena. Demuéstrame que sientes lo mismo que yo.
Ella echó la cabeza hacia atrás y se echó a reír. En aquel momento, se sintió muy viva. Comenzó a mover las caderas al ritmo de la música sin apartar la mirada de Henry. Él se inclinó sobre el sofá para observarla. Astrid sintió que sus inhibiciones desaparecían lentamente hasta que empezó a bailar hacia él.
Colocó las manos sobre el respaldo del sofá y se inclinó suavemente sobre él para cantarle a la oreja mientras movía su cuerpo sobre el de él.
–Tienes una voz muy sexy –susurró él.
–¿De verdad?
–Sí. ¿Por qué no me dijiste que sabías cantar?
Ella se le sentó sobre el regazo.
–Porque no soy buena, como las cantantes que tú te pasas todo el día escuchando.
–Eres mejor porque cantas exclusivamente para mí.
Henry le colocó las manos en la cintura y le acarició la espalda. Ella se incorporó y dio un paso atrás para escaparse de él. Entonces, se dio cuenta de que él le había desabrochado el sujetador. Dejó que se le deslizara por los brazos y que cayera al suelo.
De repente, notó que las manos de él se abrían con fuerza sobre su espalda desnuda, tirando de ella hasta que la tuvo de nuevo entre sus brazos. El cuerpo de él se movía también al ritmo de la música. Las manos le cubrieron los senos. La erección le rozaba el trasero. De repente, Astrid se sintió como si fuera a explotar.
Henry le colocó la boca en la base del cuello y chupó lentamente mientras bailaban con la música. Astrid no podía soportar mucho más. Se sintió vacía y trató de volverse entre los brazos de él. Sin embargo, Henry la sujetó con fuerza con una enorme mano sobre la cintura.
La música volvió a cambiar. En aquella ocasión, era Sexual Healing. Astrid no pudo evitar echarse a temblar al sentir que él le deslizaba las manos hasta que los dedos alcanzaron la tela de las braguitas y comenzaron a deslizarse entre éstas y su piel. Trató de darse la vuelta de nuevo y, en aquella ocasión, Henry se lo permitió. Astrid lo besó con pasión, devorándole la boca. Lo deseaba. Lo necesitaba. Inmediatamente.
Los condujo a ambos hacia el sofá. Henry se dejó llevar. Astrid trató de agarrarle el cinturón de los pantalones, pero él se lo impidió.
–Todavía no.
–Yo te necesito, Henry.
–Muy pronto, nena. Quiero que tengas tú un orgasmo primero.
Ella negó con la cabeza, pero Henry no le estaba prestando atención. Henry bajó la cabeza y comenzó a besarle un seno. Empezó a acariciarle con una mano y, entonces, ella sintió la calidez del aliento contra el pezón. Astrid le mesó el cabello con los dedos, sujetándolo contra su pecho. Necesitaba que él siguiera besándoselo. Todo en su cuerpo reaccionaba al contacto con él. Había pasado mucho tiempo desde que un hombre le había hecho sentir del modo en el que él lo hacía.
–Henry...
El nombre le explotó prácticamente entre los labios al sentir que él comenzaba a acariciarle la entrepierna. Le bajó las braguitas y ella movió frenéticamente las piernas hasta que la minúscula prenda cayó al suelo.
Henry le acarició los muslos con pasión, torturándola con su contacto. Por fin, el índice le acarició justo el lugar que ella deseaba. Estuvo a punto de gritar de placer. Sin embargo, el contacto fue ligero. Cambió la boca al otro seno. Entonces, comenzó a acariciarle su feminidad con movimientos de arriba abajo que, de repente, se transformaron en circulares.
En ese instante, ella gritó de placer. Sentía el comienzo de las oleadas de un orgasmo. Apretó los muslos y le clavó las uñas en los hombros.
Henry levantó la cabeza.
–Me gusta el sonido que haces al alcanzar el clímax –dijo–. Resulta casi tan sensual como el modo en el que cantas.
Astrid jamás había visto ningún hombre más hermoso que él, en pleno apogeo de necesidad sexual hacia ella.
–No quiero esperar más –dijo ella.
–Nada más... –afirmó él.
Henry la tomó en brazos y la llevó hasta el dormitorio. Allí, la colocó suavemente en el centro de la cama. Entonces, se quitó la ropa que aún llevaba puesta y se colocó junto a ella, completamente desnudo.
Astrid le tocó la erección, deteniéndose en la punta, justo donde tenía una gota de humedad. Ella le acarició con la punta del dedo y se llevó el dedo a la boca para lamérselo.
Al ver aquel gesto, él lanzó un gruñido de placer. Entonces, se bajó hasta que la cubrió y estuvieron completamente juntos, pecho contra torso, sexo contra sexo. Astrid le rodeó las caderas con las piernas. La boca de Henry devoró la suya. Astrid se movió debajo de él y, de repente, Henry se colocó de espaldas y la colocó encima de él.
Astrid jamás había estado encima. No estaba segura de qué hacer. Se sentía muy expuesta, pero, cuando él se incorporó y le atrapó un pezón con la boca, se olvidó de todo excepto de las sensaciones que él despertaba en ella.
La boca de Henry encontró la de ella. Las lenguas de ambos se entrelazaron y ella se sintió abrumada al sentir cómo las manos de Henry le recorrían todo el cuerpo, mientras que los dedos frotaban y acariciaban cada centímetro de su piel al tiempo que le hacía el amor con la boca.
Astrid se arrodilló con una pierna a cada lado del cuerpo de Henry y vio cómo él le agarraba la cintura. Entonces, la abrazó y le tomó un pezón con la boca para chupárselo con fuerza.
–Henry...
El centro de su cuerpo se licuó en húmeda calidez, empujándola a moverse encima de él, sintiéndolo contra la parte más delicada de su cuerpo. Quería más. Lo necesitaba dentro de ella. Lo necesitaba inmediatamente.
Aquello no tenía nada que ver con los encuentros sexuales que había tenido normalmente. Era más intenso, más real. Apagó las emociones que amenazaban con surgir en ella y se centró sólo en las sensaciones físicas. No estaba dispuesta a admitir que aquello no era más que un coito. No quería empezar a sentir algo por Henry, al menos no mientras sus secretos aún permanecían ocultos en lo más profundo de su ser.
Henry estaba muy excitado. La erección se erguía dura y orgullosa entre sus cuerpos. Astrid se movió contra él, encontrando su propio placer mientras él seguía lamiéndole y chupándole los senos. La sujetaba con fuertes manos para poder controlar así los movimientos de sus caderas.
Le recorrió los costados con delicadeza, explorando cada centímetro de su piel. Ella se sentía expuesta y vulnerable. Quería agarrarlo a él y darle la vuelta a la situación, pero no podía. Las manos y la boca de Henry estaban por todas partes, haciendo que anhelara aún más sus caricias. Deseaba sentir la boca sobre su sexo, los dedos en el interior de su cuerpo...
De repente, él le estiró los brazos por encima de la cabeza. Astrid se agarró al cabecero de la cama y le rozó el cuerpo entero con el suyo. No podía soportar aquella lenta tortura. Le rodeó con fuerza la cintura con las piernas y trató de empalarse en él, pero no lo consiguió.
Henry volvió a mordisquearle el centro de su cuerpo, apretándose los senos contra su rostro mientras proseguía hacia abajo, moviéndose hacia el centro de su feminidad. Astrid separó aún más las piernas, abriéndolas de par en par para él. Henry siguió bajando poco a poco hasta que pudo besarle la entrepierna. Astrid sintió primero la cálida caricia de su aliento y luego la lengua. Los dedos torturaron los delicados pliegues, rodeándolos pero sin invadirlos. Al mismo tiempo, la lengua iba marcando el ritmo.
Astrid agarró el cabecero con más fuerza aún, dejando que las caderas subieran y bajaran, tratando de obligarlo a penetrarla.
–Por favor, Henry, por favor. Te necesito.
Él acercó aún más la boca y aspiró con fuerza. Al mismo tiempo, introdujo un dedo en el cuerpo de Astrid. Ella gritó de placer y experimentó los primeros temblores del orgasmo. Movió las caderas contra dedo y boca. Henry mantuvo la presión y, sin dejar que se relajara, comenzó a excitarla una vez más.
Henry se movió lentamente encima de Astrid. Necesitaba un preservativo con urgencia. Ella se movía contra él, enredando las piernas con las suyas.
Henry había alargado el acto porque había deseado explorar cada centímetro de su pasión, descubrió lo que hacía falta para excitar a una mujer como Astrid. Quería conocer sus secretos más íntimos y se negaba a detenerse hasta que los conociera todos. Aquella noche era tan sólo la punta del iceberg.
–No quiero volver a tener un orgasmo sin ti –dijo Astrid.
–Yo tampoco. ¿Estás tomando la píldora? –le preguntó.
–No me quedaré embarazada.
–Bien, porque no tengo preservativo.
–¿No?
–¿Y por qué iba a llevar uno encima?
Astrid sonrió.
–Supongo que no planeaste esto.
–En absoluto.
–Me haces sentir muy especial.
Aquellas palabras eran muy inocentes. Astrid lo abrazó y le acarició la piel. A Henry le encantaba sentir los largos y fríos dedos de ella. Cuando Astrid encontró una zona especialmente sensible en la base de la espalda, realizó un pequeño círculo, haciendo que él temblara.
Entonces, él le apartó la mano de su cuerpo y entrelazó los dedos con los de ella, saboreándola con largos movimientos de la lengua contra el cuello y la clavícula. Astrid olía maravillosamente. A sexo, a mujer... A su mujer.
¿Era ella suya?
Se levantó inmediatamente y se le colocó entre las piernas. Ella le tocó el muslo, la única parte de su cuerpo que podía alcanzar. Aquel contacto excitó aún más a Henry. Necesitaba penetrarla, reclamarla como suya. Fuera lo que fuera lo que ocurría en lo sucesivo con ellos, aquella noche Astrid era suya.
La tumbó de espaldas sobre la cama y dejó que ella le agarrara los hombros mientras se deslizaba por encima de su cuerpo. Comprobó su cuerpo para estar seguro de que ella aún estaba preparada para él.
Astrid se movió debajo de él, impaciente. Movió los hombros para hacer que los pezones erectos se frotaran contra el torso de Henry. Entonces, él se tumbó completamente sobre ella y la miró. Cuando vio que ella tenía los ojos cerrados, le dijo:
–No cierres los ojos.
Quería que ella viera el momento en el que la poseía. Esperó hasta que Astrid cruzó la mirada con la suya y la penetró. El interior de su cuerpo era tenso, por lo que fue abriéndose paso centímetro a centímetro hasta que estuvo plenamente acoplado a ella. Entonces, Astrid le rodeó la cintura con las piernas y cerró los ojos durante un instante, hasta que Henry comenzó a moverse sobre ella. Astrid le deslizó las uñas por la espalda, arañándosela. Después, volvió a apartar la cara.
Henry le atrapó el rostro entre las manos y la obligó a mirarlo. Astrid abrió los ojos de par en par y, entonces, Henry sintió que algo se movía dentro de él. Quería penetrarla tan profundamente, de tal modo que no se pudieran volver a separar jamás.
Astrid susurró su nombre cuando Henry incrementó el ritmo, al sentir él su propio clímax. En ese momento, cambió el ángulo de la penetración para poder tocar el punto G del interior del cuerpo de ella.
Astrid gritó el nombre de Henry al sentir un fuerte orgasmo. Él siguió moviéndose, penetrándola cada vez más profundamente hasta que él también llegó al clímax y gritó también el nombre de Astrid.
La abrazó con fuerza y dejó que su cuerpo se relajara durante un instante. Sintió que ella también lo abrazaba con fuerza. En ese instante, Henry comprendió que no podía dejar que aquello fuera una equivocación, no por la situación laboral de ambos, sino porque aquella mujer significaba más para él de lo que había creído.
Se levantó de la cama y fue al baño que había dentro de la habitación para buscar una toalla. Cuando la encontró, la humedeció y regresó a la cama donde Astrid le estaba esperando. Entonces, le limpió delicadamente la entrepierna.
–¿Vas a quedarte a pasar la noche conmigo? –le preguntó ella.
Henry no se pudo negar. Se tumbó en la cama junto a ella y la tomó entre sus brazos. Astrid era diferente a todas las mujeres con las que había salido, algo que había presentido desde el principio. Sin embargo, en aquel momento comprendió por qué.
Mientras la tenía entre sus brazos, no podía dormir. Sabía que su vida era complicada y no sabía cómo podría Astrid encajar en ella. Permaneció despierto toda la noche, preguntándose lo que podía hacer con aquella mujer, que era todo lo que siempre había querido en una mujer. No obstante, no sabía lo que hacer con ella. En lo que a Astrid se refería, ninguna respuesta era fácil.
Cuando el sol empezó a salir, la colocó debajo de él y volvió a hacerle el amor. La dejó dormitando y fue a darse una ducha y a vestirse. Cuando salió del cuarto de baño, ella ya no estaba en la cama.
No había nada que Astrid deseara más que quedarse en la cama para esperar a Henry y eso la asustaba. Sabía que había estado mal acostarse con él sin contarle todos sus secretos. Tal vez él podría empezar a pensar que podrían tener una relación que sería más que una aventura...
Entonces, ¿qué le diría ella? ¿Cómo podría contarle como por casualidad que ella no podía tener hijos? ¿Que su desastrosa relación con Daniel le había hecho pagar un precio mucho más grande del que había admitido?
–¿Astrid?
–Estoy aquí –respondió ella desde la cocina–. Sé que tomas el café solo, pero ¿cómo te gustan los huevos?
Henry estaba de pie en el umbral de la puerta, recién duchado y ya vestido. ¿De verdad iba ella a prepararle el desayuno? En realidad, Astrid había sentido la necesidad de hacerlo para que ella no pareciera una cobarde por haber huido de él.
–Me gustan fritos, pero no tienes por qué prepararme el desayuno.
–¿Estás seguro?
–Sí, pero aceptaré el café.
Astrid le sirvió el café. En aquellos momentos, no podía sentarse a la mesa con él. Tenía demasiadas cosas en la cabeza.
–Necesito ducharme.
–Adelante –dijo él–. ¿Te importa si me quedo a esperarte? Te llevaré a desayunar cuando hayas terminado.
Ella asintió y se marchó de la cocina tan rápidamente como pudo. Ya en el cuarto de baño, se miró al espejo. El problema con tener un secreto como el de ella era que no había ninguna señal externa que demostrara qué era lo que le ocurría. Cualquier hombre que la viera daría por sentado que era una mujer normal con todos sus órganos en funcionamiento.
Sacudió la cabeza. No tenía que preocuparse por eso. Henry no era un hombre de familia. Menuda mentira. Tal vez no tuviera esposa o hijos propios, pero estaba muy unido a su madre y a su padrastro y a los hijos de éstos.
Se duchó y se vistió rápidamente, pensando que, cuanto antes se marcharan del piso, mejor.
–¿Te importa trabajar hoy? –le preguntó Henry mientras se marchaban del edificio.
–En absoluto –respondió. En realidad era un alivio. Así, dejaría de pensar y volvería a la rutina normal con él.
–Genial. Steph está en el estudio y creo que necesita algunas indicaciones.
–Me encantaría escuchar sus nuevas canciones. Estoy segura de que serán muy buenas.
–Se pone muy nerviosa en el estudio. Le gusta tener espectadores y, sin ellos, se cierra.
Henry la llevó al estudio que Steph estaba utilizando en el este de Londres. Cuando llegaron allí, todos estaban ya trabajando. Henry fue a hablar con Steph.
Astrid permaneció a un lado, sintiéndose como si no encajara allí. Llevaba años trabajando en el mundo de la música, pero jamás había estado en un estudio de grabación con un artista. Daniel no se lo había permitido nunca diciéndole que sólo sería un estorbo. Por una vez, estuvo de acuerdo con él. No había nada que pudiera hacer excepto tomar café y sentarse en un rincón.
Por el contrario, Henry estaba en su elemento. Astrid se dio cuenta de que tenía un don para decir las palabras adecuadas en los momentos necesarios. Steph no tardó mucho en ponerse a cantar. Su voz fue mucho mejor que cuando cantaba en directo.
Astrid se preguntó si Henry sabía lo que tenía que decir a las mujeres. ¿Eran las palabras que había utilizado la noche anterior simplemente eso, palabras? ¿Se había enamorado de un hombre que estaba dispuesto a decir cualquier cosa para conseguir lo que deseaba?
¿Enamorado? ¿Estaba empezando a sentir algo por Henry? Sabía que la respuesta era afirmativa. Comprendió que eso había ocurrido en el momento en el que él la besó la primera noche que la llevó a su casa.
Aparte de Henry, Steph y Astrid, en el estudio estaban Conan McNeill, el productor, y Tomás Jiménez, el mezclador de sonido del proyecto. Éste último estaba pasando una mala época porque su esposa lo había abandonado por otro hombre. Desgraciadamente, Tomás no era de los que se dejaban los problemas en casa. Astrid oyó voces y vio que los dos hombres estaban discutiendo en la cabina de sonido.
Henry se interpuso entre ellos. Astrid siguió su ejemplo.
–Si estás demasiado borracho como para manejar una mesa de mezclas, es mejor que te vayas a tu casa –le dijo Henry–. Tomás necesita un taxi –añadió, con voz muy enfadada.
–Yo se lo pediré –afirmó Astrid.
Tomás miró con desaprobación a Henry.
–No puedes obligarme a irme a mi casa.
–Tienes razón, no puedo, pero puedo asegurarme de que no trabajas hasta que te portes como es debido. Astrid, acompáñalo al vestíbulo.
Ella asintió y agarró a Tomás por el brazo, pero él se apartó de su lado con un brusco movimiento. Comenzó a mover los brazos y se volvió para enfrentarse con Henry. Entonces, golpeó a Astrid en el pecho. Fue un golpe seco, que la envió contra la pared. Allí, se golpeó la cabeza.
–¡Ay!
Henry se encaró con Tomas. La ira que sentía se le reflejaba en el rostro.
–Lo siento. No quería golpearla –dijo Tomás.
–¡Fuera! –gritó Henry. Tomás salió corriendo sin decir una sola palabra más–. ¿Te encuentras bien? –le preguntó a Astrid.
–Sí. Me duele un poco la cabeza, pero me encuentro bien.
Henry la abrazó durante un segundo, pero se apartó en cuanto la puerta de la cabina de sonido volvió a abrirse. Era Duncan, uno de los productores de Henry.
Mientras él se ponía a hablar con el recién llegado, Astrid se preguntó si Henry estaba ocultando la relación que tenía con ella. Esperaba que no. Ya había sido la amante secreta de Daniel y todo había tenido un final horrible. No quería cometer el mismo error con Henry.