Cuando iba a trabajar, Astrid se detuvo en una pequeña tienda de conveniencia que había cerca de su casa para comprar unas pastillas para el dolor de cabeza. Las largas noches de trabajo con Henry le estaban causando insomnio.
Sonrió a Ahmed al entrar. Él siempre la saludaba afectuosamente.
–Te estás haciendo famosa –le dijo él–. ¿Vas a seguir comprando aquí mucho tiempo más?
–Déjate de tonterías –replicó ella–. No soy famosa.
Tomó una botella de agua y fue al mostrador para comprar las pastillas. Entonces, vio la portada de Hello!, en la que se veía una foto de Henry y ella. Al verla, palideció. Era de la primera noche que trabajaron juntos, cuando él se inclinó sobre ella para besarla.
–Me... me llevaré un ejemplar.
Pagó todo lo que había comprado y salió de la tienda rápidamente. En el metro, notó que varias personas la miraban. Odiaba aquella situación. Había pasado por todo aquello antes aunque al menos durante su relación con Daniel y el Grupo Mo Rollins, su foto no había aparecido en la prensa.
Abrió la revista y vio que el artículo sobre ellos iba encabezado con el titular: La última pájara en aterrizar en el caliente nido de amor del hijo bastardo de Malcolm Devonshire.
Era horrible. Hacía que su relación con Henry sonara... breve en el tiempo. Podría serlo. Ella tenía sus secretos y, presumiblemente, Henry tenía los suyos. No obstante, creía que lo conocía bastante bien. Había cenado con él en la casa de Bethann y Percy y había conocido a sus hermanastros cuando ellos fueron a su despacho para celebrar los logros que Henry estaba consiguiendo en el Everest Group.
El primer sencillo de Steph subía como la espuma en las listas de éxitos. Las cosas iban muy bien profesionalmente para ambos. Sin embargo, aquella foto...
Su teléfono móvil empezó a sonar. Era Bethann quien la llamaba.
–Hola, Bethann –dijo, tras apretar el botón.
–Astrid, ¿has visto el Hello!?
–Sí, pero...
–¿Pero qué? ¿Que no sabes cómo explicar que eres la «última pájara»? ¿Quieres que los demande?
–No, Bethann. Gracias por pensar en ello, pero creo que sería mejor que, simplemente, me dejara llevar.
–A mamá no le va a gustar.
–Bueno, no creo que sea para tanto –dijo, tratando de quitarle importancia al asunto–. Sólo por estar con Henry, mi foto va a salir en las revistas de vez en cuando.
Decidió que esto era completamente cierto. Eso también significaba que tenía que estar preparada para decirle a Henry todo y cuando lo hiciera... Henry tendría que decidir si quería seguir estando con ella. Sabía que, si no le decía la verdad, la prensa terminaría por averiguarla.
–Tengo que dejarte, Bethann. Ya hablaremos más tarde.
–Está bien –dijo su hermana, aunque de mala gana–. Ten cuidado. Te quiero.
–Yo también.
Astrid colgó y permaneció sentada allí, esperando su parada. No sabía qué le iba a decir a Henry de todo aquello. Sacudió la cabeza y, de repente, la cabeza empezó a dolerle más. Se dio cuenta de que se había olvidado las pastillas en la tienda. Sacudió la cabeza. Iba a ser uno de esos lunes.
El teléfono móvil de Henry comenzó a sonar justo cuando terminó de hacer ejercicio en el gimnasio. Vio que era Edmond, el abogado y mayordomo de Malcolm.
–Devonshire –dijo, a modo de saludo.
–Soy Edmond. ¿Tienes tiempo para reunirte conmigo esta mañana?
–No estoy seguro. ¿Por qué no llamas a mi asistente y para que ella te pueda decir cuándo?
–Me gustaría hablar contigo lejos de tu despacho. Se trata de la cláusula de moralidad que Malcolm estableció.
–Si insistes –dijo Henry. No le preocupaba demasiado el tema–. Hay una cafetería en mi gimnasio. Puedo reunirme allí contigo dentro de veinte minutos.
–Hasta entonces.
Henry se duchó, se vistió y llamó a su despacho.
–Everest Records Group, despacho de Henry Devonshire.
Sólo escuchar la voz de Astrid le hizo sonreír. Sabía que gran parte de su vida aún seguía sumida en las brumas del misterio, pero, poco a poco, iba conociéndola.
–Soy Henry. Voy algo retrasado en el gimnasio esta mañana. ¿Hay algo urgente?
–Bueno, he hablado con Geoff. Steven y él quieren reunirse aquí contigo para la reunión semanal. He preparado la contabilidad y vamos muy encima de las cifras del año pasado. Buenas noticias para ti.
–Sí. Podría ganarles.
–Estoy segura de que lo harás.
–Lo haremos. Y, cuando sea así, todos los miembros del equipo serán responsables de nuestro éxito. ¿Algo más?
Astrid guardó silencio durante un instante.
–Bueno, está la fotografía que ha salido de nosotros dos en el Hello!
–¿Y qué estamos haciendo?
–Besándonos. Fue la primera noche que me dejaste en mi casa. Mi primer día de trabajo.
–Lo único que puedo decir es que tengo mucho morro –dijo. No podía deducir si estaba disgustada o no. Pensó si sería aquello sobre lo que Edmond quería hablarle–. ¿Debería disculparme?
–No. No seas tonto. Los paparazzi son parte de tu vida.
–Pero no de la tuya.
–No, pero no es algo tan insoportable que me impulse a salir corriendo... Todavía.
–¿Todavía? Tendré que asegurarme de que no cambias de opinión.
–¿Tan importante soy yo para ti?
El teléfono de Henry comenzó a pitar, lo que indicaba que tenía otra llamada. Dudó un instante. No podía decirle a Astrid que se estaba enamorando de ella.
–Creo que ya sabes la respuesta a esa pregunta. Ahora, tengo que dejarte. Tengo otra llamada.
–Está bien. Adiós.
Colgó sintiéndose como un estúpido, pero no había manera de evitarlo. Astrid le estaba complicando la vida de muchas maneras. Cada día que pasaban juntos era mejor que el anterior. Sin embargo, esto resultaba muy peligroso porque se había hecho la promesa de no depender nunca de nadie. Formar parte de un equipo, pero mantenerse aislado para evitar implicarse demasiado.
Apretó el botón para recibir la otra llamada sin mirar de quién se trataba.
–Devonshire.
–Henry, soy mamá. ¿Por qué no nos has presentado a esa chica con la que estás saliendo?
Henry normalmente no llevaba mujeres para que conociera a su madre. Eso fue lo que Henry respondió.
–Bueno, esa chica parece diferente a la clase de mujer con la que tú sales habitualmente. ¿Lo es?
–No lo sé. Es mi asistente.
–¿Y no es eso un conflicto de intereses?
–No.
–Henry Devonshire, para un hombre es muy diferente. Malcolm jamás me dijo que dejaría de producir mis discos cuando rompimos, fui yo. No podía soportar verlo cuando ya no estábamos juntos.
–Mamá, esto es diferente.
–Eso dices tú. Si aprecias en algo a esa chica, tienes que decidir si es lo suficientemente diferente como para que desees presentársela a tu familia. Si no lo es, termina ahora para que ella pueda seguir con su vida.
Su madre colgó antes de que él pudiera decir nada. Henry no había pensado en su aventura en términos de cómo podría afectar a Astrid y a su trayectoria profesional. Y, desde el principio, ella le había dicho que su trabajo era muy importante para ella.
Se marchó del vestuario y fue a la cafetería para reunirse con Edmond. Éste ya estaba allí, esperándolo. Se puso de pie para estrecharle la mano.
–¿Cómo está Malcolm?
–Unos días mejores que otros, Henry. No me importaría preguntarle si quiere que vayas a verlo.
–En estos momentos no puedo. Estoy muy ocupado haciendo que Everest Records sea la división que más beneficios alcance dentro del Everest Group.
–Eso es cierto. Malcolm y yo estamos muy impresionados con los progresos que has hecho. Por eso he venido a verte. No me gustaría ver que pierdes por una mujer.
A Henry no le gustó escuchar que Edmond se refería a Astrid llamándola «una mujer».
–Astrid no es una cualquiera con la que me estoy acostando.
–Me alegra oírlo y estoy seguro de que a Malcolm también le gustará. Simplemente quiero que te asegures de que nada más escandaloso que ese beso acaba saliendo en la prensa.
Henry lo miró fijamente y luego consultó su reloj.
–Tengo que marcharme –dijo. Los dos hombres se pusieron de pie y se dirigieron hacia la puerta–. ¿Se arrepiente Malcolm alguna vez de no haberse casado nunca?
–No lo sé. Jamás he hablado de ese tema con él.
Henry se dio la vuelta para marcharse, pero Edmond se lo impidió.
–Creo que se lamenta de que tus hermanos y tú seáis unos desconocidos. Que no lo conozcáis a él ni el uno al otro demasiado bien.
Henry asintió y se marchó. Trató de no pensar en el asunto, pero, en el fondo, se alegraba de que Malcolm se lamentara de algo. Le hacía parecer más humano.
Cuando entró en su despacho, vio que Astrid estaba hablando por teléfono. Ella lo miró y sonrió. En aquel momento, Henry supo que tenía que elegir, tal y como le había dicho su madre. ¿Iba a elegir algo más permanente con ella o simplemente iba a dejarla marchar?
Decidió que la invitaría a ver un partido de rugby con el equipo de su padrastro. Llevaría a toda la familia, incluso a sus hermanastros, para ver cómo iba el día.
El día en cuestión, cuando llegaron al Madejski Stadium, había un montón de paparazzi. Henry aparcó su Aston Martin DB-5 y se dirigió con una amplia sonrisa hacia el estadio. Llevaba a Astrid de la mano.
–Henry, ¿quién es tu chica?
–¿Cuáles son los detalles del testamento de Malcolm Devonshire?
–¿Cuándo llegarán el resto de los herederos?
Henry no contestó ninguna pregunta. A Astrid no le gustaba la luz de los focos a los que él estaba constantemente sometido. Su relación laboral seguía siendo muy fuerte durante el día. Y durante la noche... Se sonrojó sólo con pensarlo. Con Henry, por fin había descubierto su potencial sexual. Había descubierto que necesitaba sus caricias tanto como él necesitaba las de ella.
–No ha estado mal –dijo–. Supongo que no se podían resistir a la oportunidad de conseguir una foto con Geoff, Steven y yo juntos.
–Si quieres puedo hacerla yo y se la puedo vender al Hello!
–¿Serías capaz de vender una foto por dinero?
–Claro que no, pero me he traído la cámara.
–¿Por qué?
–Pensé que mi padre podría sacar algunas fotos. Dijiste que podríamos conocer al entrenador.
–Y así será. ¿Quieres conocer a todo el equipo?
–Por supuesto, aunque ya he conocido a mi jugador preferido –susurró ella, poniéndose de puntillas para besarlo.
Henry la abrazó y profundizó el beso.
–¡Qué bonito! –dijo una voz femenina.
Henry levantó la cabeza. Los dos se volvieron y vieron a una mujer morena muy alta. Astrid no sabía quién era, pero, evidentemente, Henry sí la conocía. Existía una tensión entre ambos que hasta ella era capaz de sentir.
–Kaye –dijo Henry.
–¿Tienes un minuto?
–No, en realidad no. Tengo un grupo esperándome arriba.
A pesar de la respuesta de Henry, Astrid no pudo reprimir los celos. Sabía que Henry no era esa clase de hombre, pero Daniel había visto a otras mujeres mientras salía con ella. Seguramente, Henry era diferente.
–Kaye, ésta es Astrid Taylor. Astrid, Kaye Allen.
Kaye Allen era una de las supermodelos con las que Henry sabía salido. Henry le había dicho que ella era más sexy que ninguna de ellas, pero, al lado de Kaye, se sentía inferior.
–Me adelantaré para ocuparme de los detalles –dijo Astrid.
–Yo te acompañaré. Que tengas un buen día, Kaye.
Kaye asintió mientras Henry avanzaba hacia el interior del estadio en dirección a la Royal Suite, de la que disponían para el partido de aquel día. Los padres de Astrid no serían los únicos invitados. Los hermanos por parte de padre de Henry también estarían presentes, al igual que XSU, que iban a actuar antes del partido. Era su primera actuación profesional.
Por el momento, estaban solos en el enorme palco, acompañados tan sólo por un camarero.
–Lo siento –dijo él.
–No tienes por qué. Así que ésa es Kaye Allen. Es muy guapa.
–Sí, pero también muy pesada.
Astrid quería hacer más preguntas, pero recordó que Daniel la había descrito a ella del mismo modo y temió hacerlo.
–¿Quieres hablar de ello? –preguntó por fin.
–No, Astrid. No tengo deseo alguno de hablar de mi ex contigo –le espetó.
–Sólo estaba siendo amable –respondió ella–. Yo tampoco quiero hablar de ello.
No era la primera vez que Astrid era testigo del genio tan fuerte de Henry, pero sí era la primera ocasión en el que había ido dirigido a ella. No iba a consentir que lo hiciera.
Se dirigió hacia la ventana y admiró el campo. El estadio estaba empezando a llenarse. Henry no tardó en acercarse a ella con una copa de champán en la mano. Le rodeó los hombros con un brazo mientras ella aceptaba la copa.
–Lo siento. Kaye es... Jamás ha aceptado que lo nuestro ha terminado.
–No importa.
–Salud.
Astrid golpeó la copa suavemente contra la de Henry. Quería hacer más preguntas, pero sabía muy bien que no debía hacerlas. Kaye parecía ser uno de los secretos que Henry tenía muy bien escondidos. Si ella le hubiera contado todo lo ocurrido con Daniel, tendría derecho a hacerle más preguntas. Desgraciadamente, la presencia de Kaye había cambiado el ambiente entre ellos. Por primera vez, había visto un hombre diferente en Henry.
Se preguntó qué más acechaba bajo la superficie que él presentaba. Se había dado cuenta de que, por muy bien que creyera que lo conocía, él aún tenía secretos que no había compartido con ella.
–¿En qué estás pensando? –le preguntó Henry.
Astrid sonrió, aunque el gesto fue forzado.
–Sólo en el partido.