Capítulo Diez

El lunes, Edmond se presentó en el despacho de Henry. Éste no se alegró demasiado de verlo porque Edmond siempre había representado las ausencias de Malcolm en su vida.

–¿Se encuentra bien Malcolm? –preguntó.

–Sí, está bien. Me ha pedido que venga a verte a ti y a tus hermanos para ver cómo van las cosas.

–Espero que hayas visto el informe que te he enviado sobre los grupos que hemos contratado y las proyecciones de ventas de todos ellos.

–Sí, lo hemos recibido. He oído que esta semana has estado en el Madejski con tus hermanos.

–Así es –respondió Henry. No entendía la razón de la visita de Edmond. ¿Había ido para advertirle de nuevo sobre Astrid?–. Pero prefiero que los llames los otros herederos. Después de todo, no crecimos juntos como hermanos.

–Eso siempre le dolió mucho a tu padre.

–¿Cómo puedes tener la caradura de decirme eso? –le espetó Henry–. Malcolm ni siquiera sabía que estábamos vivos.

–Eso no es cierto, pero tú tienes tu propia versión de tu vida.

–Dime, si puedes, algo que Malcolm hiciera por Geoff, Steven o por mí.

Edmond se dirigió a la ventana para admirar el Támesis.

–Asistió a tus partidos de rugby cuando jugabas con el London Irish.

–Tonterías –replicó Henry–. Creo que me habría dado cuenta de que estaba allí. Los de la prensa se habrían vuelto locos, tal y como ocurrió el día que fue a un partido de polo de Geoff.

–Aquel día aprendimos la lección. Después de eso, Malcolm aprendió a ser más discreto cuando asistía a algún acto de sus hijos. No le resultó fácil. No es un hombre dado a esa clase de comportamiento.

Henry se acercó a Edmond.

–¿Por qué estás aquí?

–Hay otra foto tuya en las revistas. De esa chica contigo. ¿Quieres que te ayudemos a ocuparte de ella?

–No os he necesitado ni a Malcolm ni a ti en toda mi vida. ¿Por qué iba a hacerlo ahora?

–Podrías beneficiarte de la experiencia que tiene tu padre.

–Sé muy bien cómo terminar una relación y ésta, con Astrid, va muy bien. Creo que Malcolm debería ceñirse a los negocios a la hora de hablar conmigo. Vamos a lanzar el CD de una de nuestras nuevas cantantes esta tarde en el Everest Mega Store. Tal vez quieras pasarte por allí para ver cómo me ocupo de las cosas.

–Bien.

–No sabes lo aliviado que me encuentro. Dile a Malcolm que yo jamás negaría a un hijo mío.

–Él tampoco lo ha hecho.

–En eso no estamos de acuerdo. Me alegro de que hayas venido. Si necesitas alguna cosa más, mi asistente personal se ocupará de ello.

Edmond asintió.

–Que tengas un buen día, Henry.

–Lo mismo te digo.

Cuando Edmond se marchó, Astrid entró en el despacho.

–¿Va todo bien? ¿No es Edmond la mano derecha de Malcolm?

–Sí. Todo va bien. Malcolm lo ha enviado para que me vigile, algo que ni siquiera hizo cuando yo era pequeño...

–¿Por qué no te gusta Edmond? –quiso saber Astrid. Se acercó a él.

Henry la abrazó y la estrechó contra su pecho.

–No tengo nada en contra de Edmond. Lo que no me gusta es que siempre esté representando a Malcolm. Gordon es más padre para mí de lo que lo ha sido Malcolm. Sé que algunos hombres son así, pero cada vez que veo a Edmond, me recuerda todas las ausencias de Malcolm a lo largo de mi vida.

–Lo siento.

–No pasa nada. Sé que parece que me estoy quejando, pero no es así. Siempre deseé que permaneciera alejado de mi vida para siempre en vez de aparecer de vez en cuanto.

–¿Por qué no lo hizo?

–Quién sabe –respondió Henry. Si Edmond tenía razón y Malcolm había asistido a sus partidos de rugby, entonces Malcolm Devonshire contaba con más detalles enigmáticos de lo que Henry había sospechado previamente–. ¿Va todo en hora para por la tarde?

–Sí –dijo ella.

Henry reclamó el beso que llevaba esperando desde que llegó al despacho. Se estaba dando cuenta de que tener una relación con su ayudante lo distraía mucho. Astrid era la tentación reencarnada. No dejaba nunca de desearla.

–Quiero sentarte sobre mi escritorio y quitarte las braguitas...

–Sí –respondió ella abriéndole la bragueta para encontrar su erección–. Hazme el amor, Henry.

Así lo hizo. La poseyó encima de la mesa con fiereza y pasión, como siempre. Después de que recogieran todo, la abrazó tiernamente. Astrid sabía que tenían que trabajar, pero en aquel momento no parecía importar nada más que las sensaciones. Apoyó la cabeza contra el hombro de Henry y sintió una cercanía que no había experimentado nunca antes con otra persona. Lo miró y se dio cuenta de que hacía mucho tiempo que debía de haberle contado todo lo referente a Daniel y todo lo ocurrido.

–¿En qué estás pensando?

–En que has dejado de preguntarme sobre mis secretos. ¿Significa eso que ya no te interesan?

–En absoluto. Simplemente he decidido que, cuando estés lista para contármelos, lo harás –susurró, besándola tiernamente–. Ahora, creo que es hora de ponerse a trabajar.

Astrid asintió y se levantó para marcharse. Sin embargo, se sintió como si él la hubiera rechazado. Se preguntó si se había apegado demasiado a él. Esperaba que no. No quería terminar como Kaye Allen, deseando a un hombre al que ya no interesaba.

Astrid avanzó por el Everest Mega Store, que estaba a rebosar. Rona, la gerente, estaba encantada porque la tienda estaba completamente llena, más que de costumbre.

–Tu chica está nerviosa. Está en el almacén dando vueltas. Hasta se ha dejado la guitarra en el coche.

–¿La has recuperado?

–Sí.

–Iré a hablar con ella –dijo Astrid.

Se dirigió al almacén y vio que, efectivamente, Steph no dejaba de dar vueltas, pero que parecía estar bien.

–Hola, Astrid.

–¿Cómo estás, Steph? ¿Lista?

–Creo que sí. Siempre me pongo así antes de subirme a un escenario. No te preocupes.

–No estoy preocupada. ¿Sabes quién es Mo Rollins?

–Claro.

–Por el hecho de estar nerviosa, él diría que estás bien acompañada. Siempre dice que los grandes se preocupan por el hecho de que nunca podrán igualar la música que hay en sus cabezas y que por eso se ponen nerviosos.

–A mí no me preocupa eso. Estoy nerviosa porque la BBC Radio está aquí y quieren entrevistarme cuando haya terminado de cantar –replicó Steph con una sonrisa.

–Lo harás muy bien. Eres una mujer inteligente y preparada. Si no fuera así, Henry jamás te habría ayudado a producir un álbum.

–Gracias –dijo Steph abrazándola–. Mi novio iba a venir hoy, pero ha tenido que quedarse a trabajar.

En aquel momento, alguien llamó a la puerta.

–Estamos listos dentro de cinco minutos.

–Gracias –susurró Steph. Fue a retocarse el lápiz de labios. Mientras lo hacía, Henry y Steven entraron en el almacén muy tranquilamente.

Henry le guiñó un ojo a Astrid, pero no dijo nada. Fue a hablar con Steph. Entonces, Astrid recibió una llamada de Rona para decirle que había alguien abajo que quería ver a Henry. Ella se lo contó inmediatamente.

–Iré a ver quién es. Si te necesito, te llamaré.

–Genial. Sólo hace falta que envíes un mensaje de texto porque no creo que pueda oír la llamada allá abajo. Además, no me gusta que me molesten antes de un concierto.

–Así lo haré. Buena suerte, Steph.

Se dirigió a la tienda y vio que aquel día resultaba imposible. El negocio de Steven iba a sacar unos increíbles beneficios. ¿Qué significaría eso para Henry?

Encontró por fin a Rona y ella le indicó la zona de las cajas. Al llegar allí, vio que se trataba de Kaye, aunque no la reconoció inmediatamente.

–Hola. Soy Astrid Taylor, la asistente del señor Devonshire. ¿En qué puedo ayudarla?

–En nada –replicó la mujer con desprecio–. Necesito hablar con Henry.

–Hoy no va a ser posible. Si me da su número, haré que la llame esta noche.

–Tenía mi número...

–Bien, pero si me lo da, no tendrá que buscarlo.

Kaye se sacó una tarjeta del bolso y se la entregó a Astrid.

–Es urgente. Tengo que hablar con él hoy mismo.

–Muy bien. Le daré el mensaje.

Con eso, Kaye se dio la vuelta y se marchó. Astrid le envió un mensaje de texto a Henry informándole de que había sido Kaye quien quería verlo y dándole el número de teléfono. Trató de deshacerse del sentimiento negativo que había sentido al hablar con Kaye, pero no pudo.

El concierto empezó por fin. La acústica de la tienda no era idónea para un concierto, pero la hermosa voz de Steph compensaba este hecho. Astrid se dirigió a la mesa donde Steph iba a firmar autógrafos para asegurarse de que todo estaba preparado.

Todo estaba en orden. Esto reafirmó la creencia de Astrid de que Henry y ella trabajaban muy bien juntos. Sin embargo, la reticencia que él había mostrado sobre el mensaje de Kaye la había preocupado. Aparte de la pasión que había entre ellos... ¿Qué más tenía para impedir que Henry la abandonara?

Henry se marchó de la tienda antes de que Steph terminara su concierto tras pedirle a Steve que se ocupara del resto del acto. El mensaje de Kaye implicaba que su ex no se resignaba. La modelo tenía mucho carácter, por lo que Henry decidió que era mejor darle la atención que demandaba para que no se le ocurriera recurrir a otras maneras de intentar hablar con él. No quería que Astrid volviera a estar en medio de los dos. Le gustaba lo que había entre ambos. Ella le había inyectado una paz a su vida que jamás había encontrado en otra persona.

Kaye respondió el teléfono inmediatamente.

–Ya iba siendo hora de que me llamaras.

–¿Qué es lo que ocurre?

–No quiero hablar por teléfono. ¿Puedes quedar conmigo?

–¿Ahora?

–Sí, es urgente.

–Está bien. ¿Dónde estás?

–Hay un café a la vuelta de la esquina del Mega Store. Reúnete allí conmigo.

Kaye colgó y Henry se metió el teléfono en el bolsillo. No tardó en encontrar el café que Kaye había mencionado. Ella lo estaba esperando sentada en una mesa.

–Hola, Henry.

–¿Qué es tan urgente? –le preguntó él mientras se sentaba a su lado.

–Estoy embarazada.

Henry la miró para tratar de decidir si le estaba mintiendo. Era muy cuidadoso sobre los anticonceptivos. Gracias a las circunstancias de su propio nacimiento, no quería tener hijos sin estar comprometido con la madre.

–¿Estás segura?

–Por supuesto que estoy segura. ¿Por qué no iba a estarlo?

–No sé. Mira, siento haberte ofendido. Nunca esperé tener esta conversación. Tuvimos mucho cuidado cada vez que estuvimos juntos. ¿De cuánto estás?

–De cuatro meses.

Efectivamente, era posible. Las fechas coincidían.

–¿Y qué es lo que quieres de mí?

–Quiero que me ayudes a criar al bebé. Creo que es lo menos que puedes hacer.

–Bien. Hazte una prueba de paternidad y, entonces, podremos tomar una decisión. Haré que mis abogados se ocupen del tema –afirmó Henry. No necesitaba todo aquello, pero jamás negaría nada a un hijo suyo. No iba a cometer los mismos errores que Malcolm.

–No veo por qué necesitamos una prueba de paternidad.

–Porque soy un hombre muy rico, Kaye, y no voy a aceptar tu palabra así como así. Si el bebé es mío, lo organizaremos todo con mis condiciones. Me haré cargo de él si es mío.

–¿Con tus condiciones? No lo creo. Yo no acepto órdenes tuyas.

–En lo que se refiere a ese niño, sí.

–Está bien. Organizaré la prueba lo antes posible. ¿Vas a dejar de ignorar mis llamadas telefónicas?

–Sí.

Henry se puso de pie y regresó a la tienda completamente abrumado. Un hijo. Sabía que no estaba listo para ser padre. Para ello, había estado esperando a sentar la cabeza y sólo había una mujer con la que quería hacerlo. Astrid. ¿Cómo iba ella a asimilar la noticia de que él iba a ser padre?

–¿Henry? Era Astrid. Lo estaba esperando junto a la mesa de Steph. El concierto había sido un enorme éxito.

–¿Te encuentras bien?

–Sí, pero tenemos que hablar.

–¿Ahora?

–No, podemos esperar hasta más tarde –dijo él mirando la gente que aún esperaba en la tienda para fotografiarse y ver a Steph.

Astrid lo interrogó con la mirada. Henry tenía la sensación de que no iba a tener la vida que había deseado con ella. Si Kaye estaba embarazada de su hijo, él no podría estar con Astrid. Al contrario que su padre, él cumpliría con su deber.