–¿Por qué estamos aquí? –preguntó Henry Devonshire. Estaba sentado en la sala de juntas que el Everest Group tenía en el centro de Londres. A través de los amplios ventanales, se divisaba una bella imagen del Támesis.
–Malcolm ha preparado un mensaje para ti.
–¿Por qué tenemos que escucharlo? –insistió Henry mirando al abogado, que estaba sentado al otro lado de la pulida mesa de reuniones.
–Creo que tu padre...
–Malcolm. No digas que ese hombre es mi padre.
El Everest Group siempre había sido la vida de Malcolm Devonshire. Tras cumplir setenta años, el anciano, como era de esperar, se había puesto en contacto con Henry y con los hermanastros de éste. Probablemente, quería asegurarse de que la empresa que había creado no moría cuando él lo hiciera.
Henry no podía decir mucho sobre sus hermanastros. No los conocía mucho más que a su padre biológico. Geoff era el mayor de los tres. Su aristocrática e inglesa nariz delataba el lugar que ocupaba en la familia real británica.
–El señor Devonshire se está muriendo –dijo Edmond Strom–. Quiere que el trabajo de toda una vida siga viviendo en cada uno de vosotros.
Edmond era el mayordomo de Malcolm, aunque tal vez decir que era su ayudante personal sería más exacto.
–Él no creó ese legado para nosotros –dijo Steven. Era el más joven de los tres.
–Bien, pues ahora tiene una oferta para cada uno de vosotros –replicó Edmond.
Henry había visto al abogado y al mayordomo de su padre más veces de las que había estado con su progenitor. Edmond se había encargado de entregarle los regalos de Navidad y de cumpleaños cuando era sólo un niño.
–Si fuerais tan amables de sentaros y de permitirme que os explique –insistió Edmond.
Henry tomó asiento al final de la mesa de reuniones. Había sido jugador de rugby, y bastante bueno por cierto, pero esto jamás le había ayudado a conseguir lo que realmente deseaba: el reconocimiento de su padre. No podía explicarlo de otro modo. Su propio padre jamás había reconocido ninguno de los logros de Henry. Por lo tanto, había dejado de buscarlo y había tomado su propio camino. Eso no explicaba su presencia en la sala de juntas en aquellos momentos. Tal vez era simple curiosidad sobre su padre.
Edmond repartió tres archivadores, uno para cada uno de ellos. Henry abrió el suyo y vio la carta que su padre había escrito para sus tres hijos.
Geoff, Henry y Steven:
Se me ha diagnosticado un tumor cerebral maligno, que está en fase terminal. He agotado todos los medios posibles para prolongar mi vida pero, en estos momentos, me han dicho que me quedan sólo unos seis meses de vida.
Ninguno de vosotros me debe nada, pero espero que la empresa que me puso en contacto con vuestras madres siga prosperando y creciendo bajo vuestro liderazgo.
Cada uno de vosotros controlará una de las divisiones. Se os juzgará por los beneficios que consigáis en vuestro segmento. Quien muestre mayor capacidad en la dirección de su parte de la empresa, será nombrado director ejecutivo de la empresa y presidente del Everest Group.
Geoff se encargará de Everest Airlines. El tiempo que ejerció como piloto de la RAF viajando por todo el mundo le será de gran utilidad.
Henry se ocupará de Everest Records. Espero que contrate a los grupos musicales que ya ha conseguido colocar en las listas de éxitos.
Steven se hará cargo de Everest Mega Stores. Espero que su talento para saber lo que el público quiere no le falle.
Edmond seguirá vuestros progresos y me informará regularmente. Habría acudido a esta cita de hoy con vosotros, pero los médicos me impiden moverme de la cama.
Sólo tengo una petición. Todos debéis evitar el escándalo y centraros en la dirección de vuestra parte de la empresa. Si no es así, quedaréis fuera de lo que hemos acordado, sean cuales sean los beneficios. El único error que he cometido en mi vida fue dejar que mis asuntos personales me distrajeran de mis negocios. Espero que los tres podáis beneficiaros de mis errores. Confío en que aceptéis este desafío.
Atentamente,
Malcolm Devonshire
Henry sacudió la cabeza. Malcolm acababa de decir que consideraba un error el nacimiento de sus tres hijos. No sabía cómo se lo tomarían Geoff y Steven, pero a él le fastidió bastante.
–A mí no me interesa esto.
–Antes de que rechaces la oferta de Malcolm, deberías saber que, si alguno de los tres decide no aceptar lo que os propone vuestro padre, el dinero que dejó en un fondo para vuestras madres y para cada uno de vosotros será confiscado a su muerte. La empresa se quedará con todo.
–Yo no necesito su dinero –dijo Geoff.
Henry tampoco, pero su madre tal vez sí. Ella y su segundo esposo tenían dos hijos adolescentes. Aunque Gordon, el padrastro de Henry, ganaba un buen sueldo como entrenador jefe de los London Irish, les venía bien un poco de dinero extra, especialmente dado que tenían que pagar la universidad de sus dos hijos.
–¿Podríamos tener un instante para hablar de esto a solas? –preguntó Steven.
Edmond asintió y salió de la sala. En cuanto la puerta se cerró a sus espaldas, Steven se puso de pie.
–Yo creo que deberíamos hacerlo –dijo.
–Yo no estoy tan seguro –afirmó Geoff–. No debería poner ninguna estipulación en su testamento. Si quiere dejarnos algo, que lo haga.
–Pero esto afecta a nuestras madres –observó Henry poniéndose del lado de Steven. Malcolm había evitado todo contacto con su madre cuando ella se quedó embarazada. Eso siempre le había dolido mucho a él. Por ello, le gustaría que su madre tuviera algo de Malcolm... una parte de lo que él había valorado más que a las personas que formaban parte de su vida.
–Efectivamente –comentó Geoff, reclinándose en su butaca mientras lo consideraba–. Entiendo tu punto de vista. Si los dos estáis dispuestos a hacerlo, contad conmigo, aunque no necesito ni su aprobación ni su dinero.
–Yo tampoco.
–Entonces, ¿estamos los tres de acuerdo? –preguntó Henry.
–Por mi parte, sí –afirmó Geoff.
–Creo que les debe a nuestras madres algo además de la manutención que les dio. Además, me resulta imposible resistirme a la oportunidad de conseguir más beneficios que él.