1.1. GÉNERO, RELACIONES E INFLUENCIAS
El siglo XVIII y las primeras décadas del siguiente fueron una etapa determinante para el desarrollo del género autobiográfico tal y como hoy día lo entendemos. En esta época surgieron diferentes escritos que mostraron la preocupación y la reflexión de algunos individuos sobre sus propias identidades. Es el caso de las Confesiones de Rousseau (1764), la Autobiografía de Gianbattista Vico (1728), las Memorias de Benjamin Franklin (1791), las de Edward Gibbon (1795), y de la Vida del propio Torres Villarroel.
Antes de esta proliferación de autobiografías, existía ya literatura sobre el yo, entre las que podemos citar las novelas picarescas, y las vidas de santos o las de soldados. Sin embargo, la autobiografía, en su concepto moderno, todavía no había surgido.
Será la sociedad burguesa del XVIII la que muestre un especial interés por el estudio de la identidad del yo. Es decir, atraerán las vidas de la gente común, de sus circunstancias yavatares, de su ascenso social y de sus dificultades vitales. La incipiente burguesía se preocupa por conocer su entorno inmediato. De ahí, que interese la autobiografía de un hombre como Torres Villarroel. No era necesario que relatase la vida de un pícaro, un santo o un gran personaje público; la sociedad había ampliado sus miras y la historia de un hombre común podía resultar igualmente atractiva.
La autobiografía es un género de difícil definición, que comparte muchos elementos con otros géneros literarios e históricos, pero que, sin embargo, tiene su particular idiosincrasia. La característica principal es el protagonismo absoluto de una personalidad central que narra su propia historia y la integración de esta identidad dentro de los sucesos que se relatan. De la integración de estos dos planos, identidad y sucesos, depende en parte el valor de la autobiografía.
Por otro lado, el rasgo distintivo de la autobiografía frente a los demás géneros literarios es su referencia a la realidad. Este género está a medio camino entre la literatura y la historia y, por ello, comparte elementos con la novela, el ensayo o la biografía. De hecho, las diferencias sustanciales entre las diversas autobiografías del XVIII dependen en gran medida del género principal que tomasen como modelo para su posterior evolución. Algunas derivan de estructuras biográficas y de vidas literarias; otras, por el contrario, provienen de formatos picarescos, vidas de santos y soldados, como sucede con la Vida de Torres Villarroel.
Tres estudios monográficos sobre la Vida fueron determinantes para situar esta obra dentro del género autobiográfico. Se trata de los trabajos de Suárez Galván, Russell Sebold y Sabine Kleinhaus, todos ellos de 1975. Hasta esta fecha, la crítica literaria consideraba esta obra torresiana como uno de los últimos residuos del género picaresco. A estas investigaciones, sucedieron muchas otras en la misma línea argumental, y hoy día parece existir conformidad a la hora de entender la Vida como una autobiografía. Aún más, se trata de la primera autobiografía moderna. Torres institucionaliza en España la posibilidad, ya señalada, de que personas comunes escribiesen sus vidas, y el público las aceptase y leyese.
De hecho, el modelo torresiano fue imitado en la época por Joaquín de la Ripa en 1745 y por Gómez Arias en 1774. Es más, su influencia llega, según afirmó Chicharro (1980, p. 59), hasta autores en apariencia tan distantes como Alfonso Daudet en sus Recuerdos de un hombre de letras (1888).
La crítica actual considera como creador del género autobiográfico moderno a Rousseau con sus Confesiones (1764). Sin embargo, la primera versión de la Vida es de 1743. La obra rousseauniana y la de Torres muestran notables diferencias y han sido éstas las que llevaron durante mucho tiempo a afirmar que en España no existió la autobiografía en el XVIII. Precisamente porque se partía del ejemplo rousseauniano, sin que se considerase el estilo propio impuesto por Torres, anterior a la obra francesa.
De las diferencias y similitudes entre unas y otras autobiografías también se han ocupado investigadores como Suárez Galván, Sebold, Durán y Chicharro. Y se ha llegado a conclusiones esclarecedoras, sobre todo, en lo que se refiere a la obra de Torres que aquí nos ocupa. A pesar de las diferencias existen puntos de contacto importantes entre la Vida y las autobiografías de Vico y Franklin principalmente, pese a que no parece probable que Torres conociese la obra del italiano, que le precedió en el tiempo.
En resumen, cabe afirmar que Torres sienta las bases del género autobiográfico en España y que Vida se encuentra perfectamente integrada dentro del panorama narrativo europeo de la época.
Al tratarse de una autobiografía el autor lógicamente se encuentra presente en todo el texto. La primera persona preside el discurso y ayuda en la identificación que se establece entre narrador-autor. Tan sólo abandona Torres Villarroel la primera persona en aquellos memoriales y documentos que incorpora en el Trozo Sexto de su Vida. Con estos escritos no pretende otra cosa que testificar y demostrar la veracidad de sus circunstancias y aseveraciones. Por otro lado, estos memoriales se encuentran firmados por el propio Torres.
La conexión entre el autor y el texto en la Vida es tal que incluye, a modo de digresión, al comienzo del Trozo Tercero, el autorretrato de Torres. Una descripción compleja que abarca tanto sus características físicas como psíquicas. Incorpora, además, una visión de su producción y de su trabajo como escritor, así como de la relación con su entorno salmantino.
Este autorretrato torresiano ha sido estudiado detalladamente por Guy Mercadier (1998). El estudioso explica cómo Torres trataba con este retrato de desprenderse de la imagen bufonesca y ridícula que se había difundido de él, desde la publicación y éxito de sus almanaques. Por ello resulta implacable a la hora de describir algunos de sus rasgos, como la nariz: “Es el solecismo más reprensible que tengo en mi rostro, porque es muy caudalosa y abierta de faldones: remata sobre la mandíbula superior en figura de coroza, apagahumos de iglesia, rabadilla de pavo o cubillete de titiritero; pero, gracias a Dios, no tiene trompicones, ni caballete, ni otras señas farisaicas”. Con esta forma de autojuzgarse pretendía eliminar futuras burlas y corregir las pasadas, al tiempo que otorgaba credibilidad al resto del texto.
A pesar de la cohesión de este autorretrato, lo cierto es que Torres no se presenta de un modo homogéneo ni uniforme. Nuestro autor muestra mil caras e incurre en contradicciones que complican la posibilidad de conocer al verdadero Torres. El mismo proceso de escritura de la obra, en tres fases bien diferentes de su vida, ha condicionado la percepción que nos ha llegado de él. En los dos primeros Trozos aparece un Torres sencillo, travieso, joven y alocado. En el tercer y cuarto Trozo se presenta algo más reivindicativo, incluso soberbio, maduro y emprendedor. En el quinto Trozo tenemos un Torres que describe con ironía y sarcasmo los numerosos procedimientos curativos a los que se vio sometido en su larga enfermedad, y recalca la imagen casi espectral de su persona tras padecer todas aquellas sangrías, friegas, lavativas y demás tratamientos médicos de la época. Sin embargo, es todavía un hombre fuerte, capaz de arremeter contra el gremio de médicos, aunque se intuye ya el poso de recelo y de cansancio que le han dejado la enfermedad, los problemas inquisitoriales y la muerte de sus allegados. En el sexto Trozo parece que nuestro autor se hubiera cansado ya de contar su vida, aunque no de justificar sus circunstancias, por lo que documenta todo lo que emprendió o aquello a lo que se dedicó. Aparece un Torres religioso, que realiza obras de caridad, un Torres anciano.
Este abanico tan amplio que ofrece el salmantino de sí mismo revela en todo caso una fuerte personalidad, pero también una serie de ambivalencias que demuestran el momento de transición histórica que vivió. Torres es un hombre a caballo entre dos mentalidades, la barroca y la ilustrada y esta dualidad se percibe también claramente en la Vida. Al menos en lo que se refiere a la imagen que nos quiere dar de sí mismo con esta autobiografía, ya que en el fondo torres dentro del texto no deja de ser un personaje creado por el autor.
1.3. CARACTERÍSTICAS GENERALES (PERSONAJES, ARGUMENTO, ESTRUCTURA, TEMAS, IDEAS)
Esta autobiografía está estructurada en seis partes (Trozos), cada una de ellas comprende diez años de la vida de su autor, Diego de Torres Villarroel. Tanto las cuatro primeras, publicadas en conjunto en 1743, como la quinta (1750-52), están dedicadas a la duquesa de Alba y precedidas por un prólogo al lector. La sexta (1758) está dedicada al recién coronado rey de España, Carlos III.
El salmantino siempre se preocupó especialmente por estos prolegómenos. Prácticamente toda su producción está encabezada por dedicatorias y prólogos. Solía escoger, como era habitual, a personajes ilustres para sus dedicatorias, para que de algún modo sirvieran de aval de la obra. Era una suerte de regalo que hacía nuestro autor a un alto personaje, pensando, seguramente, en lo que este gesto podría beneficiarle en el futuro. De hecho, Torres fue administrador de los bienes de la casa de Alba hasta su muerte, y a la Duquesa le dedicó la edición de 1743 y el Trozo Quinto.
Con respecto a los prólogos al lector, resultan ser textos bien originales, además de elocuentes e irónicos la mayor parte de las veces. El que abre la primera parte es un escrito medianamente burlesco en el que Torres llama la atención del lector increpándole. El autor se anticipa a las acusaciones que pudiera exponerle el lector, sobre todo, ante el atrevimiento de escribir su vida. El salmantino le aconseja que se divierta leyendo y que se preocupe por su vida, que ya se encarga él de hacer con la suya lo que desee. El prólogo que precede al Trozo Quinto es mucho más extenso y su discurso se ha vuelto más escéptico, al tiempo que justificativo. No en balde se llama “Sartenazo”, título que aplicó Torres a varios de sus prólogos, cuando se trataba, en efecto, de “golpear” o “arremeter” contra aquellos que “no cesan de dar zumbidos a mis orejas y encontrones a mis costillares”. Como puede observarse, el salmantino creó un estilo propio para este tipo de escritos.
El Trozo primero comienza con una Introducción en la que se explican las razones que le llevaron a escribir esta autobiografía. En primer lugar, la motivación económica: “Si mi vida ha de valer dinero, más vale que lo tome yo, que no otro”. Y en segundo lugar, quiere justificar su existencia y aportar un testimonio verdadero de lo que realmente ha sido su vida para que no se difundan más engaños y mentiras.
Tras la Introducción, viene una parte titulada Ascendencia, donde, en efecto, Torres hace repaso de sus antepasados. Sus bisabuelos procedían de Soria, pero se terminaron instalando en Salamanca. Allí nació su padre, que fue librero y que casó con Manuela Villarroel, su madre, hija de familia de comerciantes, que vivían con cierto desahogo. En esta parte sus familiares están descritos más en la tradición de la hagiografía que de la picaresca. Tras estas explicaciones, empieza propiamente el primer Trozo: Nacimiento.
Narra su infancia, que se asemeja a la de cualquier otro niño. Se detiene en describir su miedo al maestro y a la escuela. Advierte de cómo aprendió a escribir y leer por medio de castigos: “Pagué con las nalgas el saber leer y con muchos sopapos y palmetas el saber escribir”. En este apartado reflexiona, además, sobre los libros y sus autores. Cuenta que el contacto diario con los libros y los escritores le había llevado a desmitificar tanto a unos como a los otros. Consciente de que aquellos que escribían y publicaban no eran en su mayoría gentes especiales ni sabias. Torres se muestra escéptico y burlón.
El Trozo Segundo, que abarca desde los diez hasta los veinte años, prosigue con su vida de estudiante. Inicialmente, con su maestro Juan González de Dios y, después, en el Colegio Trilingüe. Centro al que asiste gracias a una beca que obtuvo de la Universidad de Salamanca. Se confiesa un mal alumno, con mucho miedo a los profesores. En el Trilingüe estudia Filosofía y Lógica durante cinco años. Sin embargo, gran parte de su tiempo lo invierte en juegos y travesuras con sus compañeros de la agrupación llamada “colegio del Cuerno”.
Fuera ya de esta institución, decide escaparse de casa y se dirige a Portugal. En estas tierras surgen varias aventuras. Primero conoce a un ermitaño con el que vive una temporada y de quien parece aprender muchas cosas. Después, marcha a Coimbra, donde se hace pasar por químico y profesor de baile. Por el primer oficio, se tiene que hacer cargo de algunos enfermos a los que practica curas inocuas. Como maestro de danza, en cambio, adquiere cierta notoriedad y dinero. Sin embargo, un asunto de celos le hace abandonar la ciudad y refugiarse en Oporto, donde afirma vivir como caballero, de las rentas que le habían producido los ocho meses de trabajo anterior.
El dinero se le termina y decide hacerse soldado. Ejerce bajo el mando de un capitán al que sirve con diligencia. Pero, a los tres meses, viendo la posibilidad de regresar a Salamanca, se enrola camuflado en una cuadrilla de toreros. Con estas gentes llega hasta Ciudad Rodrigo, donde decide detenerse para buscar una vestimenta adecuada y escribir antes a sus familiares para que intercediesen por él ante sus progenitores. Por fin, llega a Salamanca donde sus padres le reciben con alegría.
Ante tantos avatares como le suceden en este Trozo en donde, en efecto, va pasando de un oficio a otro, ermitaño, médico, profesor de danza, soldado, torero, y de un lugar a otro hasta regresar a su tierra, no es de extrañar que se haya considerado esta parte como un relato picaresco. Y, en verdad, el hilo argumental es semejante; ahora bien, los diferentes sucesos y sus consecuencias se alejan de los esquemas de la picaresca. Torres escogió esta forma de llegar a los lectores, pero cambió el contenido.
El Trozo Tercero se inicia con la reflexión torresiana acerca del porqué de su escritura, de su ironía, y de la chanza con la que se ha tratado en todos sus escritos a sí mismo, y a los demás. Parece que esta actitud burlesca de algún modo le ha perjudicado en su imagen pública, convirtiéndole en un personaje algo folclórico y poco serio. Se queja de esta imagen y, tal vez por ello, decide reivindicar su figura y su obra por medio de su autorretrato. Lo lleva a cabo de manera exhaustiva. Se describe físicamente, habla también de su vestimenta, de su carácter, de su sociabilidad, del buen trato que mantiene tanto con sus iguales como con sus criados. No se considera supersticioso, ni temeroso de brujas, duendes y demás, aunque tampoco niega su existencia. Dice haber ganado bastante dinero: “En veinte años de escritor he percibido a más de dos mil ducados cada año”, pero también ha gastado por igual. Comenta lo mucho que ha escrito y se halaga de no haber tenido problemas con la Inquisición. Se declara así mismo ferviente seguidor de Dios y del rey.
Después de este retrato, retoma la narración donde la dejó en el segundo Trozo. Cuenta cómo, una vez establecido en Salamanca, comienza a leer de todo, sintiéndose atraído por la Astronomía y la Astrología, materias por las que empieza a interesarse en las Matemáticas. Decide presentarse a la sustitución de la cátedra de Matemáticas. Ejerce dos años como profesor de la misma.
Gracias a todas estas lecturas adquiere algunos conocimientos que no duda en volcar en sus almanaques y pronósticos, que empieza a publicar. Estos opúsculos le otorgan fama y dinero, pero también los primeros ataques por parte del claustro salmantino.
Aconsejado por su padre se ordena subdiácono para solicitar una capellanía y obtener sus rentas. Pero un pleito le termina retirando esta prebenda.
Alude al conflicto que existió en la Universidad entre dominicos y jesuitas por la “alternativa a cátedras”. Conflicto del que Torres salió mal parado por una falsa acusación que le convertía en autor de una sátira. Este hecho le llevó a la cárcel durante seis meses (cuatro de ellos en un convento). Hasta que fue absuelto y nombrado vicerrector temporalmente. Motivo por el cual se acentuaron aún más las envidias entre sus colegas doctores.
Tras estos avatares, decide dar un giro a su vida y viaja a Madrid. Describe su estancia en la Corte. De cómo en los primeros momentos pasó penurias hasta que paulatinamente fue introduciéndose en los ambientes literarios y aristocráticos. Conoce, entre otras personalidades, al duque de Veragua, al Contador Mayor y a Agustín González, médico de la familia real que le anima a estudiar medicina. Torres se inicia así en materias médicas. Prueba de la ligereza con la que aborda este estudio es su afirmación: “Salí médico en treinta días”.
Continuaba Torres publicando sus almanaques y será en Madrid donde prediga la muerte de Luis I, hecho que dispara su popularidad. Al mismo tiempo sufre el desprecio y las diatribas de algunos personajes de la época, entre las que destacó la dura crítica del médico Martín Martínez. Torres no sólo le respondió por escrito, sino que le amenazó con publicar semanalmente en las gacetas la historia de las muertes de aquellos pacientes a quienes asistía Martínez. Lo que llevó al médico a pedir perdón por salvar su reputación y modo de vida.
En esta estancia en Madrid, tiene lugar el conocido episodio de la casa de los duendes. El salmantino cuenta cómo la condesa de Arcos solicitó sus servicios para esclarecer la procedencia de unos misteriosos ruidos que les tenían atemorizados en la casa todas las noches. Nuestro autor no descubre la procedencia de éstos, pero por su valentía se gana la confianza de la Condesa con quien se muda a vivir a otra mansión. Torres en este episodio no aclara las circunstancias y tampoco desmiente la posibilidad de que se debiera a seres sobrenaturales. Para un siglo racionalista como el XVIII, en donde algunos como Feijoo predicaban desde hacía tiempo contra estas supersticiones, la postura ambigua del salmantino resulta cuando menos sorprendente.
Poco más adelante, el obispo de Sigüenza, atraído por la popularidad del Piscator (el seudónimo con que firma sus predicciones en los calendarios), le hace llamar y le insta para que deje su vida relajada y ociosa en la Corte y regrese a Salamanca para continuar con sus estudios.
El Trozo Cuarto muestra la influencia que ejercieron las palabras del obispo en el escritor, que decide dejar Madrid y opositar a cátedras en Salamanca. Hace un detallado relato de la oposición y de cómo fue aclamado públicamente. Comienza a ejercer en la facultad y durante cinco años lleva una vida bastante tranquila. Continúa escribiendo y alterna su estancia en Salamanca con viajes a Madrid y a Medinaceli, a casa de un buen amigo suyo, Juan de Salazar.
Pasa, después, a relatar el suceso que dio origen a su destierro. Parece que yendo nuestro autor con su amigo Juan de Salazar tuvo éste un altercado con un clérigo al que golpeó. El religioso acudió al Presidente de Castilla y acusó a Salazar de herirle, pero a Torres de instarle a ello. El salmantino cuenta como él y su amigo deciden, antes de conocer la sentencia, huir a Francia. Detalla cómo iban de pueblo en pueblo enterándose de su propia historia, muy falseada por la transmisión oral. Finalmente, en Burdeos, son informados de que Juan de Salazar ha sido condenado a seis años de presidio y que serían confiscadas todas sus haciendas. Por su parte, nuestro autor era obligado al destierro. Deciden ambos volver a España para aclarar la situación. Salazar rebaja su condena y recupera sus bienes. A Torres le confirman el destierro y marcha a Portugal.
Cuenta sus aventuras en Portugal donde se hace llamar Francisco Bermúdez. Viaja por diferentes localidades mientras sigue haciendo gestiones para solucionar su regreso. En este tiempo, padece dos enfermedades serias, una difteria y lo que parece ser una neumonía. De ambas sale recuperado gracias a sus conocimientos.
Finalmente, logra el perdón real por la intercesión de sus hermanas, que viajan hasta la Corte para suplicar por su persona. Reintegrado a Salamanca y cumpliendo una promesa, parte de peregrino a Santiago de Compostela. En este viaje comprueba de nuevo su popularidad como Piscator y la admiración que la gente sencilla le profesa.
Más tarde irá a Madrid para visitar a su amigo Salazar. En la Corte vuelve a cultivar la amistad de diferentes personalidades, como la de la duquesa de Alba. Termina este período de su vida con una verdadera despedida, ya que se daba por concluida la obra, que, sin embargo, proseguirá siete años más tarde.
El Trozo Quinto empieza a sus cuarenta años, cuando vivía en Madrid en casa de la duquesa de Alba. Aparece disfrutando de las diversiones de esta ciudad, los paseos por el Prado, el teatro, las tertulias, los toros, etc. Lleva una vida relajada y cómoda.
Sin embargo, un día, en una iglesia madrileña, recibe un duro golpe. Puede comprobar cómo su obra Vida natural y católica, publicada trece años antes, ha sido retirada por el Santo Oficio. Este hecho le acobarda en un primer momento, pero, finalmente, se resuelve a enviar un memorial con el que consigue que le dejen editar de nuevo la obra expurgada y con una introducción en la que se recoge dicho memorial. Poco después de este incidente, recibe la noticia de la muerte del cardenal Molina, quien, como cuenta en este momento, le había ayudado en numerosas ocasiones. Gracias a él, regentaba la sacristía de Estepona. Entristecido por la muerte del cardenal y el asunto con la Inquisición, se vuelve a Salamanca donde enferma gravemente.
El episodio de su enfermedad se cuenta pormenorizadamente. En él describe los numerosos procedimientos a los que fue sometido por los diferentes médicos que le asistieron, sin que ninguna de estas lavativas, sangrías, ungüentos y demás métodos curativos sirvieran más que para debilitarle y llevarle hasta la apoplejía. Este episodio da pie al salmantino para continuar y llevar al extremo su crítica a los médicos y la medicina antigua.
Prodigiosamente se salva, aunque su salud queda deteriorada, y lleva a cabo una peregrinación a Guadalupe. Tras este viaje, retorna a sus actividades en Salamanca y visita la Corte en donde muchos le habían dado ya por muerto. Hace una relación de los nobles y personas ilustres con las que tiene trato en la Corte. También enumera todas las obras que lleva escritas para acallar a aquellos que le acusaban de no trabajar y de vivir de bufonadas. Llegan a contarse veinte textos sobre distintas disciplinas como terremotos, un tratado de apicultura, exequias, un romance en portugués, etc. Añade con sorna que ha tenido tiempo para bordar una alfombra, un friso y una casulla. Torres da cuenta de su excelente situación económica, fruto de los favores y canonjías que le habían concedido sus amigos como la duquesa de Alba, el duque de Huesca y el cardenal de Molina, entre otros.
El Trozo Sexto rompe el esquema narrativo seguido en las partes anteriores y hace una recopilación de los distintos documentos que demuestran la actividad cívica y universitaria que llevó a cabo en este período.
Primero documenta la polémica jubilación que tuvo, de la que ya había dado cuenta en el trozo anterior. Presenta el decreto real por el que se le concedió el retiro. Después cuenta cómo su sobrino Isidoro Ortiz Villarroel le sucede en la titularidad de la cátedra de Matemáticas. La Universidad le encarga que elabore un informe sobre la conveniencia de unificar las medidas de los agrimensores.
Éste hace un alegato de la necesidad de unificar el sistema de medidas. En este proceso se pone de manifiesto la formación matemática del salmantino en lo acertado de sus propuestas.
Uno de los apartados más extensos lo dedica a mostrar el conjunto de memoriales y documentos que surgen a raíz de la prohibición de la mendicidad en las calles, lo que pone en peligro la supervivencia del Hospital de Nuestra Señora del Amparo, una institución benéfica salmantina. Torres, tras muchos esfuerzos, logra una situación intermedia que permite la supervivencia del centro.
Finalmente, el último apartado hace mención de una gestión que le encarga la Universidad en Madrid, para que, gracias a sus contactos, consiga ampliar el suministro de carne en Salamanca. Relata de nuevo la ingratitud de la institución salmantina, a pesar de haber conseguido la gestión encomendada.
Termina Torres su Vida con una relación de los almanaques que deja escritos para el futuro y con el orden de sus cuentas e ingresos, de un modo prácticamente testamentario.
En cuanto a los personajes que aparecen en la Vida, desde luego el principal y protagonista es el propio autor. Torres crea al Torres que le interesa, según los fines justificativos, económicos y laudatorios con los que parece escribió esta obra. El personaje Torres encarna los diferentes registros que a su autor le conviene subrayar en cada período de su vida. Incluso se autorretrata para distanciarse de su personaje y aportar veracidad a su discurso. Hay, en resumen, un Torres autor de Vida y el Torres personaje que interpreta las distintas aventuras relatadas. Introduce al lector en un juego de espejos en el que resulta difícil deslindar el autor del personaje, pero donde también está claro que no son exactamente la misma cosa. En líneas generales, algunas de las características que acompañan al salmantino a lo largo de toda la obra son su carácter independiente y arrogante, así como un espíritu indisciplinado y vitalista.
Otros personajes aparecen en esta obra. Todos ellos reales, como corresponde a un texto autobiográfico. Algunos, personajes históricos conocidos; y otros, personas relevantes en la vida de Torres Villarroel. Entre estos últimos destacan principalmente, además de su familia (con la presencia importante de sus hermanas), su primer maestro de gramática latina, Juan González de Dios; el ermitaño con quien convive en Portugal, Juan del Valle; su amigo y compañero de destierro, Juan de Salazar; y por último, el religioso que le acompaña durante la larga enfermedad. Todos ellos son retratados por el autor de igual manera que hizo consigo mismo; es decir, detalladamente. Describe con minuciosidad todos los aspectos, sus facciones, vestimenta, indumentaria, manera de relacionarse. El realismo de estos retratos recae principalmente en la cualidad del autor para relacionar las motivaciones interiores de estos personajes con sus acciones externas. Como afirmó Russell Sebold (1998, p. 129), Torres espiritualiza lo físico en estos retratos de la Vida. Por ejemplo, en su descripción de don Juan de Dios, el estricto profesor es calificado de ceñudo, estático, retirado, sentencioso y reparado. Todos adjetivos que acentúan el carácter severo del latinista. Esta misma técnica se puede apreciar en el resto de los personajes retratados en la Vida.
El estilo de la prosa torresiana de la Vida mantiene el carácter desenfadado que caracterizó toda su producción. Sin embargo, este desenfado estilístico no debe asociarse al tipo de amenidad que buscaron en estos primeros años del XVIII autores como Feijoo, ya que la prosa del salmantino se escapa de la naturalidad y sencillez que pretendieron los ilustrados.
Pese a esto, Torres no busca lo complicado, sino que trata de hacerse entender por un amplio abanico de lectores. De ahí lo desenvuelto y despejado de su discurso, que enlaza con fórmulas estilísticas conocidas por los lectores de la época, como la picaresca. Su escritura también incorpora aspectos estilísticos propios de las hagiografías. La carta, el memorial y la biografía serán géneros con los que establezca conexiones. Pese a ello, nunca aparece el tono confesional y privado que suele caracterizar a las memorias; Torres no se descubre, no cuenta secretos. No surge un discurso íntimo, sino abierto y comunicativo.
El salmantino elabora su prosa cuidadosamente, tratando de parecer sincero y natural, aspectos primordiales en esta autobiografía y que también resultan imprescindibles para otras piezas suyas, como los Almanaques. Para los contemporáneos de Torres su estilo fue atinado y comprensible. En la censura del Trozo Quinto, Pan y Agua opinaba que el autor “refiere tan sin afectación con tanta realidad y sinceridad ingenua, cual acostumbra su pluma; no hay voz ni sílaba que censurar.” (Cit. por Pope, 1974, p. 277.)
La prosa de Torres destaca por su riqueza verbal, por su trabajo elaborado de los conceptos; su sonoridad y el ritmo de la cláusula. Busca una expresividad lingüística (que consigue) gracias a la ironía, el juego, la ambigüedad, la contradicción y el contraste. Recursos todos ellos que engarzan la forma de su escritura con el sentido de su obra. Contradicción, contraste y ambigüedad son términos que bien pueden servir para definir la experiencia vital torresiana que revela la Vida.
Un buen ejemplo de contradicciones discursivas aparece ya en la Introducción (Sebold, 1963, p. 7). En un primer momento parece que Torres no tuviera interés por que se le recordase de una determinada manera: “No aspiro a más memorias que a los piadosísimos sufragios que hace la Iglesia, mi madre, por toda la comunidad de los finados de su gremio”. Pero un poco más adelante se contradice: “Quiero, antes de morirme, desvanecer, con mis confesiones y verdades, los enredos y las mentiras que me han abultado los críticos y los embusteros”. Para volver, finalmente, a su actitud primera: “No me mueve a confesar en el público mis verdaderas liviandades el deseo de sosegar los chismes y las parlerías con que anda alborotado mi nombre y forajida mi opinión, porque mi espíritu no se altera con el aire de las alabanzas, ni con el ruido de los vituperios”. Esta aparente indecisión, este llevar y traer al lector de una idea a otra sin terminar de dejar clara su opinión, se convierte en la tónica dominante del discurso de la Vida. En realidad, se trata en parte de cierta indefinición, de un “sí pero no” o de “un no pero sí” que refleja la propia escritura.
En cuanto al contraste estilístico que practica el salmantino también con profusión, viene dado en muchas ocasiones por la mezcla de términos cultos (de leyes, ciencias, etc.) con palabras vulgares, así como por la cantidad de oxímoros que aparecen: “venturosas desgracias”, “esclavitud inexcusable”, etc. Estos elementos, sumados a la combinación de un estilo retórico con otro más natural y menos afectado, y a la alternancia entre una sintaxis complicada y un vocabulario prolijo, con frases sencillas y un lenguaje más directo, dan lugar a la expresividad típica de su narrativa. La variedad y contraste de estos recursos es lo que dota de vitalidad y dinamismo a su prosa.
En algunos momentos la escritura del salmantino refleja la influencia de su admirado Quevedo. Su técnica retratista, cargada de ironía, recuerda en parte a la quevediana, aunque Torres procure siempre trascender de la caricatura para conseguir, desde el puro retrato físico, una amplia dimensión del personaje. Así ocurre con su autorretrato, y también con el que realiza de Juan de Salazar o de su primer maestro de latín, entre otros.
Algunos juegos lingüísticos en torno a la vida y a la muerte también nos retrotraen al conceptismo barroco: “Descansen en paz los difuntos, los vivos vean cómo viven, y viva cada uno para sí, pues para sí sólo muere cuando muere”. Sin embargo, el ímpetu, la afirmación individualista e incluso arrogante con la que se exponen estas sentencias, se escapa por completo del derrotismo pretérito. El vitalismo torresiano queda muy alejado del pesimismo y escepticismo barrocos y entra de lleno en las nuevas concepciones artísticas.
Torres se propone escribir su vida para dejar testimonio fidedigno de lo que han sido sus circunstancias e impedir que se le continuaran atribuyendo mentiras, como parece que sucedía, debido a la fama del Piscator. Tal y como advierte en el prólogo a los cuatro primeros Trozos:
«y crea el lector que mi fortuna estuvo en madrugar a escribir mi Vida un poco antes que alguno de estos maulones lo pensara, que si me descuido en morirme o en no levantarme menos temprano, me sacan al mercado hecho el mamarracho más sucio que hubieran visto las carnestolendas desde Adán hasta hoy.»
Por otro lado, escribe esta autobiografía para justificar y explicar algunas de sus actitudes y su participación en sucesos como el que dio origen a su destierro; además de ponderar sus logros, tales como llegar a ser catedrático viniendo de una familia sin relevancia social o cultural.
Así pues, y teniendo en cuenta las distintas razones que le llevaron a escribir su Vida, se entiende que el mayor interés fuera la difusión de la obra. Que se leyese y se conociera. Afán divulgativo que también enlazaba con el interés pecuniario tantas veces aludido.
Por ello, el salmantino se dirige abiertamente al lector. No sólo en sus prólogos, ya de por sí significativos, como se ha señalado, sino a lo largo de toda la obra. Procura contar nada más que lo necesario para llevar a cabo sus propósitos y entretener al tiempo a sus lectores; al menos así lo declara en varias ocasiones:
“Deseo con ansia sacar a mi discurso de este atolladero; crea el lector lo que gustare, y véngase conmigo a saber (si le agrada) lo que ya puedo decir con verdad, con descanso, sin peligro y sin ofensa.”
“Yo conozco que es importante que estén ocultos los primeros principios y muchas circunstancias de los medios y los fines de este escandaloso suceso, por lo que determino contentar al lector con instruirle de las verdades más públicas, para que pueda entretenerse sin el resentimiento de los fabricantes de mi pasada penalidad. Es cierto que en los libros de las novelas, ya fingidas, ya certificadas, y en los lances cómicos inciertos o posibles, no se encuentra aventura tan prodigiosa ni tan honrada como la que me arrojó a padecer los rigores de un largo y enfadoso destierro. El que quisiere quedar instruido, registre algunos papeles míos, que con facilidad se tropiezan en las librerías, y hallará (aunque revueltos con estudiada confusión) los motivos de mi ignominia y mi desgracia.”
“No quiero poner aquí el montón de angustias que padecimos a ratos en nuestro viaje, ya producidas del miedo de no dar en una prisión, ya del cuidado que nos acosaba el espíritu con la memoria de nuestras casas y familias, porque no se me aburran los lectores con la vulgaridad de la relación de unos lances tan indefectibles, que se los puede presumir el más rudo; imagínelos el que lea, y quedará menos enojado con su discurso que con la torpeza de mis enfadosas expresiones” (las cursivas son mías).
Es claro que Torres cuenta lo que le interesa y omite lo que quiere, pero la fórmula que emplea parece tener presente al lector, a quien no quiere aburrir y pretende siempre llevar a su terreno. La ironía que derrocha en muchos fragmentos de esta obra es también un guiño a los lectores, en quienes quiere influir y aspira a convencer. En algunas ocasiones priman en la Vida recursos narrativos atractivos para el lector, en detrimento del formato autobiográfico, medianamente veraz, que se procura con esta obra.
El interés del salmantino por conectar con el receptor se extrema en la Vida. De ahí, el estilo desenfadado y cercano antes descrito. Y en efecto, se dio esta conexión con el lector de su época y con la amplia mayoría de la sociedad del XVIII. Torres supo integrar entre sus adeptos tanto a las clases sencillas, que ya le conocían por sus pronósticos y papeles sueltos, como a la nobleza, aristocracia y personalidades de relieve. De hecho, tras su primera versión de la Vida, publicada en 1743, se llevaron a cabo otras cinco reimpresiones en sólo los dos primeros meses, de las cuales dos ilegales, en Zaragoza y Pamplona. Parece que la vida del Piscator de Salamanca interesaba a todos, motivo que sin duda le animaría a escribir las dos siguientes partes, que también se vendieron sin problemas. Es más, sus obras fueron publicadas gracias a suscripción pública, método que por primera vez se empleaba en nuestro país. Y tuvo tanto éxito que el primero en encabezar la lista de suscriptores fue el mismo rey Fernando VI, seguido por una amplia nómina de nobles, aristócratas, hombres de iglesia, políticos y demás personalidades. Torres se quejó de que estuviesen incluidas en esta lista todas las universidades españolas menos la de Salamanca.
Esta afición del público por la producción torresiana continuó a lo largo de la centuria ilustrada. Sin embargo, se fue paulatinamente desvaneciendo con los nuevos tiempos. Y a finales de siglo, en una conocida obra titulada El Café de Alejandro Moya (1794), se decía ya del escritor salmantino que:
«Fue aplaudido en su tiempo, aún tiene alguna estimación, pero comienza a decaer. Sus gracias parecen las más veces frías porque consisten en jueguecillos de palabras, en equívocos pueriles» (II, p. 97).
2. TRABAJOS PARA LA EXPOSICIÓN ORAL Y ESCRITA
2.1. CUESTIONES FUNDAMENTALES SOBRE LA OBRA
–¿Qué diferencias existen entre una novela picaresca y una autobiografía? ¿Y entre una hagiografía y una autobiografía?
–¿Cómo interpreta el hecho de que la Vida fuese escrita a lo largo de un dilatado periodo de tiempo? ¿Cree que esto es lo habitual en las autobiografías?
–¿Cree que existen en la actualidad los personajes “pícaros”? ¿Están admitidos socialmente? ¿Sabría establecer diferencias entre un pícaro y un delincuente?
–¿Aparece en la Vida algún personaje que influya negativamente en Torres?
–A lo largo de la Vida el autor-protagonista se encuentra con muy diversos personajes, ¿con cuál de ellos cree que se identifica más?
–El miedo al maestro, ¿cree que es una característica de Torres o algo sustancial a la época? ¿Qué opina del método de enseñanza que se aplicaba en el pasado? ¿Y qué opina Torres?
–¿Ve aspectos religiosos en la Vida? Torres se ordena subdiácono por cumplir el deseo de sus padres y por una cuestión económica. ¿Cree que esto es algo habitual de la época o una postura personal del protagonista? ¿Siente Torres admiración por el ermitaño portugués con el que llega a convivir?
–¿Cuáles son las razones por las que se produce el enfrentamiento entre Diego de Torres y sus compañeros de cátedra en Salamanca? ¿Obedece a hechos puntuales o a un rechazo a su concepto de vida?
–De los seis Trozos en que divide su obra, los dos últimos están claramente diferenciados en su estilo y estructura. ¿A qué cree que se debe?
–Para algunos, Torres fue un científico renovador, como Feijoo y los novatores; para otros era un hombre de conocimientos antiguos, de escasa solidez y mal asimilados. ¿Qué opina después de haber leído su autobiografía?
2.2. TEMAS PARA EXPOSICIÓN Y DEBATE
–La enseñanza a lo largo del tiempo. El castigo como método de enseñanza. Enseñanza confesional y laica.
–Abandono del hogar: el deseo frente a la obligación. Viajes iniciáticos.
–La superstición. La explicación teocrática de lo desconocido. Las ciencias astrológicas y astronómicas.
–Clases sociales. El nacimiento de la burguesía. El poder económico y el poder cultural. La Universidad y la formación de la burguesía.
–La cultura de almanaque y la pseudociencia. La superficialidad y la vulgarización. Los “comunicadores” y los medios de comunicación. El periodismo divulgativo.
–La medicina en el siglo XVIII. Los principios hipocráticos. Medicina y curandismo.
2.3. MOTIVOS PARA REDACCIONES ESCRITAS
–Cree un personaje de ficción. Escriba un episodio de su vida en primera persona.
–Redacte un episodio de su vida siguiendo las pautas autobiográficas.
–Escriba su autorretrato haciendo hincapié tanto en los aspectos físicos como en los psicológicos y el entorno social.
–Elija un personaje popular y retrátale de diferentes maneras, siguiendo en cada caso un estilo diferente: sarcasmo, humor, crueldad, ternura, etcétera.
2.4. SUGERENCIAS PARA TRABAJOS EN GRUPO
–Realizar la biografía de algún personaje del siglo XVIII, como Benito Feijoo, Gregorio Mayans, el marqués de la Ensenada, José Patiño, etc. Cada miembro del grupo se encargará de investigar y escribir una década de la vida del personaje elegido. Reunidas todas las partes, elaborar un resumen final que recoja la evolución del personaje a lo largo de los años.
–Escoger algunas novelas picarescas como Guzmán de Alfarache, Lazarillo de Tormes, El Buscón, etc., y comparar con los cuatro primeros trozos de la Vida de Torres Villarroel. Establecer parecidos y diferencias.
–Torres y Quevedo. Analizar la posible influencia de Quevedo en la escritura torresiana. Puede comenzarse la investigación con la lectura de los siguientes artículos:
–SEBOLD, Russell P., “Torres Villarroel, Quevedo y el Bosco”, Ínsula, 159 (1960), pp. 3 y 14.
–CARRILLA, Emilio, “Un quevedista español: Torres de Villarroel”, en Estudios de literatura española, Rosario, Universidad Nacional de Litoral, 1958, pp. 179-191.
–Torres, Feijoo y el Padre Isla. Analizar la narrativa de tres de los más importantes prosistas de comienzos del XVIII. Examinar que tienen en común y los rasgos que principalmente les diferencian.
–Torres y Franklin. Comparar la autobiografía de Franklin y la de Torres Villarroel. Establecer conexiones y deferencias. Observar la evolución del género autobiográfico a través de estas dos obras en el siglo XVIII. Además de la Introducción de Dámaso Chicharro a su edición de la Vida, la edición de la autobiografía de Franklin y el artículo siguientes pueden ser de utilidad para abordar este trabajo:
–FRANKLIN, Benjamin, Autobiografía, María Antonia
Álvarez (Ed.), Taller de Estudios Norteamericanos. Universidad de León, 2001.
–ILIE, Paul, “Franklin and Villarroel: Social Consciousness in Two Autobiographies”, Eighteenth-Century Studies, VII, (1974), pp. 321-342
2.5. TRABAJOS INTERDISCIPLINARES
–Analizar y comparar el Salamanca y el Madrid de la época de Torres. Su población, sociedad, costumbres, formas de relación, etc.
–Estudiar la evolución de la medicina en el siglo XVIII. El proceso de cambio de la medicina antigua (galénica) a la moderna (la experimentación como fuente del conocimiento).
–Hacer una relación de los personajes históricos que aparecen en la Vida. Explicar su papel en el desarrollo de la Historia de la España del siglo XVIII.
–Los principios científicos cambiaron radicalmente a partir del siglo XVIII. En España estas nuevas corrientes fueron introducidas por los llamados novatores. Cada miembro del grupo elige uno de estos personajes e investiga su aportación a la ciencia (medicina, matemáticas, astronomía, economía, geografía, etc.).
–Estudiar el funcionamiento de la Universidad en la época de Torres Villarroel. Qué facultades existían, qué materias se enseñaban, y quienes las impartían. El funcionamiento del claustro. La evolución de estas estructuras hasta nuestros días.
–Jesuitas y dominicos. Estudiar la rivalidad entre estas dos órdenes a lo largo de la historia de España, las causas que la produjeron y los efectos que ocasionaron.
2.6. BÚSQUEDA BIBLIOGRÁFICA EN INTERNET Y OTROS RECURSOS ELECTRÓNICOS
Para los trabajos en grupo, interdisciplinares y debates sugeridos en apartados anteriores resulta muy útil entrar en internet. Como para cualquier consulta, lo más interesante es comenzar por los grandes buscadores de la red (google, altavista y yahoo), que nos remitirán a las diferentes fuentes que nos interesen.
A continuación se enumeran algunos de los enlaces:
–www.intratext.com/Y/ESL0030.HTM
Aquí se encuentra la Vida digitalizada. Resulta muy útil para realizar trabajos lingüísticos ya que está relacionado todo el léxico y es fácil saber los diferentes contextos en los que Torres emplea determinados términos, la profusión con la que se usan, etcétera.
–http://cervantesvirtual.com/FichaAutor.html?Ref=86
La Biblioteca Virtual Cervantes ha digitalizado bastantes obras de Torres. Incluye también foros de discusión sobre el autor y su obra. Sería interesante que alguno de los debates propuestos se llevara a cabo en alguno de estos foros. Algunos estudiantes escribirán su opinión en la red, y otros tratarán de rebatir esas opiniones.
–http://www.britannica.com/eb/article?eu=74880
Entrada de la Enciclopedia Británica, con breve reseña. Más información sobre Torres Villarroel en las páginas de suscripción.
–http://idd00dnu.eresmas.net/torres4.htm
Contiene algunos fragmentos de la obra Visiones y visitas de Torres con don Francisco de Quevedo por la Corte y otros textos sobre esoterismo entre los que se encuentran los de Torres.
–http://www.history-journals.de/articles/hjg-earticj00061.html
Reproducción digitalizada de cuatro de las obras más significativas de Torres: Summa medicina o piedra filosofal, Viaje Fantástico del Gran Piscator de Salamanca, Visiones y visitas de Torres con don Francisco de Quevedo por la Corte y Correo del otro mundo.
–http://www.universia.es/contenidos/bibliotecas/exlibris/contido/catalogo/libreria/208.html
Interesante página, con una reproducción facsímil de los Pronósticos de Torres Villarroel. Después de leer algunos de éstos, aquellos que estén interesados en aprender cómo se realizan las previsiones climatológicas y las predicciones del tiempo, pueden entrar en la página de Astrometeorología: http://home4.worldonline.es/astromet.
–http://faculty-staff.ou.edu/L/A-Robert.R.Lauer-1/BIBVillarroel.html
Página muy útil para comenzar cualquier trabajo ya que se puede encontrar una amplia bibliografía sobre Torres de Villarroel.
ASCENDENCIA DE DON DIEGO DE TORRES
(Fragmento)
Ya he destapado los primeros entresijos de mi descendencia; no dudo que en registrando más rincones se encontrará más basura y más limpieza, pero ni lo más sucio me dará bascas, ni lo más relamido me hará saborear con gula reprensible. Mis disgustos y mis alegrías no están en el arbitrio de los que pasaron, ni en las elecciones de los que viven. Mi afrenta o mi respeto están colgados solamente de mis obras y de mis palabras; los que se murieron nada me han dejado; a los que viven no les pido nada, y en mi fortuna o en mi desgracia no tienen parte ni culpa los unos ni los otros. Lo que aseguro es que pongo lo más humilde y que he entresacado lo más asqueroso de mi generación, para que ningún soberbio presumido imagine que me puede dar que sentir en callarme o descubrirme los parientes. Algunos tendrían, o estarán ahora, en empleos nobles, respetuosos y ricos: el que tenga noticia de ellos, cállelos y descúbralos, que a mí sólo me importa retirarme de las persuasiones de la vanagloria y de los engreimientos de la soberbia. Los hombres todos somos unos: a todos nos rodea una misma carne, nos cubren unos mismos elementos, nos alienta una misma alma, nos afligen unas mismas enfermedades, nos asaltan unos mismos apetitos y nos arranca del mundo la muerte. Aun en las aprensiones que producen nuestra locura, no nos diferenciamos casi nada. El paño que me cubre es un poco más gordo de hiladura que el que engalana al príncipe; pero ni a él le desfigura de hombre lo delgado ni lo libra de achaques lo pulido, ni a mí me descarta del gremio de la racionalidad lo burdo del estambre. Nuestra raza no es más que una; todos nos derivamos de Adán. El árbol más copetudo tiene muchos pedazos en las zapaterías, algunos zoquetes en las cardas y muchos astillones y mendrugos en las horcas y los tablados; y al revés, el tronco más rudo tiene muchas estatuas en los tronos, algunos oráculos en los tribunales y muchas imágenes en los templos. Yo tengo de todo, y en todas partes, como todos los demás hombres; y tengo el consuelo y la vanidad de que no siendo hidalgo ni caballero, sino villanchón redondo, según se reconoce por los cuatro costados que he descosido al sayo de mi alcurnia, hasta ahora ni me ha desamparado la estimación, ni me ha hecho dengues ni gestos la honra, ni me han escupido a la cara ni al nacimiento los que reparten en el mundo los honores, las abundancias y las fortunas.
El comentario de un texto narrativo puede estructurarse conforme a estas cuatro partes:
1. La determinación del tema y explicación.
2. El estudio de la organización del texto.
3. El análisis e interpretación del texto: que engloba tanto los aspectos formales (estilo, ritmo, punto de vista del narrador, etc.) como las relaciones intertextuales (contexto cultural y contexto histórico).
4. La interpretación de la intención del texto, valorando su eficacia comunicativa.
3.1. DETERMINACIÓN DEL TEMA
En este fragmento Torres Villarroel plantea el problema de la ascendencia. ¿Hasta qué punto las acciones, fracasos o logros de nuestros antepasados pueden dar la medida de nuestra calidad humana? ¿Por qué un individuo ha de ser noble o vasallo en función de lo que hicieron sus parientes? Estas son las cuestiones que se pregunta Torres y a ellas responde convencido de que él no debe nada a sus antepasados; lo bueno que ha logrado y lo malo que ha adquirido es tan sólo producto de sus obras.
Este asunto de la ascendencia fue debatido a lo largo del siglo XVIII desde planteamientos similares a los torresianos. El hombre de aquel siglo comenzó a considerarse dueño de su destino. En ningún caso, marioneta del devenir de los tiempos o de las circunstancias sociales en las que había nacido. En sus manos, su esfuerzo y su trabajo estaba poder cambiar situaciones adversas y conseguir logros personales y sociales. Mentalidad burguesa que fue imponiéndose a lo largo de la centuria. Las instituciones favorecieron este impulso del hombre, capaz de mejorar sus circunstancias, ya que se entendía que el desarrollo y mejora de cada individuo beneficiaba a la sociedad en su conjunto.
El propio autor quiere ser un ejemplo de esto mismo. Por eso, después de haber relatado su humilde genealogía (“Ya he destapado los primeros entresijos de mi descendencia”) quiere mostrar al público su ascenso social.
Además, Torres está contando su vida principalmente a un receptor contemporáneo, que conocía ya algunos datos del autor. Entre ellos, su trabajo como escritor y su puesto de catedrático en la Universidad de Salamanca. Por lo tanto, juega con ventaja en sus pretensiones de dar razón de su éxito, ya que aquellos que no tuvieran noticia de su origen sencillo cuando menos se sorprenderían de la procedencia humilde de sus padres, a la vista de las conquistas del hijo.
Esta reivindicación torresiana del individuo como dueño de sus acciones y de su futuro le aleja por otro lado de las motivaciones clásicas de la picaresca, que colocaba a su protagonista en manos de un destino que no podía controlar. Aunque Torres haya comenzado su autobiografía con los esquemas discursivos de la picaresca y la hagiografía, está claro que con este tipo de declaraciones se sitúa muy lejos de los planteamientos barrocos.
En relación con el tema central del fragmento que aquí se analiza, surge también el debate en torno a la igualdad entre los hombres. Torres considera que “nuestra raza no es más que una; todos nos derivamos de Adán”. De este modo, no es más el noble que el plebeyo, sobre todo, si se tiene en cuenta que ambos deben llegar a lo más alto por sus propios medios y en virtud de sus habilidades y méritos.
El asunto de la igualdad preocupó mucho en la época y llegó a los máximos extremos cuando se llevó al terreno de las mujeres y de los esclavos. El salmantino no mira tan lejos, especialmente (y esto en todo lo que se refiere a su autobiografía), porque cualquier idea queda circunscrita dentro de su propia existencia. En definitiva, es Torres el que logra su ascenso social, y el que se considera de igual valía que aquellos que heredaron la nobleza.
3.2. ESTUDIO DE LA ORGANIZACIÓN DEL TEXTO
El texto aparece organizado en un único párrafo. Y lo cierto es que todo gira en torno a los ancestros y genealogía de Torres Villarroel. Sin embargo, este fragmento puede dividirse en distintas partes, conforme a las ideas que se introducen y amplían.
El primer bloque estaría formado por la primera oración. Aquí, Torres declara haber dado cumplida cuenta de sus antepasados, tanto de los que trascendieron con dignidad como de aquellos que sería preferible no recordar. Se muestra indiferente ante las buenas y malas herencias que le han legado sus familiares.
El segundo bloque abarca las dos siguientes frases, desde “Mis disgustos” hasta “los unos ni los otros”. Este apartado introduce la idea principal del fragmento. Torres se deshace de su herencia familiar y afirma que todo lo que ha obtenido en su vida, positivo y negativo, ha dependido exclusivamente de él, de sus “obras” y de sus “palabras”.
En el tercer bloque, desde “lo que aseguro” hasta “los engreimientos de la soberbia”, retoma la idea del primer apartado, e insiste en afirmar que no oculta nada de sus antepasados, para que nadie le acuse en el futuro de nada. De hecho, parece haber puesto especial interés en mostrar aquellos aspectos más humildes e, incluso, denigrantes de sus familiares para que no haya causa de qué avergonzarle.
El cuarto bloque, desde “los hombres todos somos” hasta “todos nos derivamos de Adán”, incorpora la segunda idea importante del fragmento. Se trata de entender que todos los individuos son iguales, todos, en definitiva, hijos de Adán. Porque, como señala Torres, aunque las vestiduras pueden variar, al final todos tenemos las mismas necesidades, padecemos las mismas enfermedades y a todos nos llega la muerte.
El quinto bloque formado por la siguiente oración viene a reforzar la idea previa de que “todos somos una misma raza”. Por ello, subraya el autor las semejanzas que se dan en todas las familias, porque en todas aparecen hombres humildes y trabajadores, vagos, ajusticiados, agricultores o jueces, nobles o santos. En la genealogía más ilustre surgen hombres míseros, y en la más humilde, altas personalidades.
En el sexto y último bloque recupera Torres el protagonismo que había perdido en las generalizaciones de los dos apartados anteriores. Cierra así su pensamiento desde la prominencia del yo que conduce en todo momento esta obra. Declara el salmantino, una vez más, que entre sus antepasados se han dado todo tipo de gentes, pero siendo él un hombre tosco y grosero (villanchón redondo) no ha tenido problemas con la honra, ni con la justicia, y que su nacimiento no le ha afectado en su proyección vital.
3.3. ANÁLISIS E INTERPRETACIÓN DEL TEXTO
Este texto pertenece a la Vida de Torres Villarroel, en concreto al Trozo primero, dentro del apartado llamado Ascendencia. Título que no resulta en absoluto gratuito, sino que hace referencia al asunto central del que se trata. De hecho, el tema del fragmento que aquí se comenta enlaza directamente con la idea de la ascendencia; en concreto, y como se ha mencionado, de la influencia que ésta puede tener en los hombres. Influencia que Torres rechaza por considerar que los resultados de su vida son tan sólo producto de su trabajo y de su esfuerzo, no de títulos ni riquezas heredadas.
En cualquier caso, empieza su autobiografía dando cuenta de sus antepasados, que por modestos, venían a sorprender al lector de la época que, al hallarse frente a la vida de un personaje famoso escrita en primera persona, esperaría otra suerte de progenitores de mayor alcurnia. Por estos orígenes, o por el hecho de estar en primera persona, entendería el lector que se tratase más claramente de una ficción, de la vida de un pícaro o de un santo. De esta manera, se invertía la fórmula y, por primera vez, se iba a relatar la vida mundana de un personaje, en cualquier caso peculiar, como fue Torres Villarroel.
Sin embargo, como se puede apreciar en el discurso autobiográfico de Torres, éste no abandona completamente la línea de las autobiografías ficticias barrocas, y sigue en esta Ascendencia parte los esquemas de la hagiografía. Por ello, después de dar cuenta de sus modestos parientes, trata de justificarse. Explica cómo en cualquier ascendencia existen familiares de toda índole y condición. Emplea entonces la metáfora del árbol y el tronco en referencia al árbol genealógico; y los pedazos de madera, zoquetes, astillones, mendrugos en las horcas y los tablados, estatuas en los tronos, oráculos en los tribunales, imágenes en los templos, para referirse a los restos que de esta misma madera quedan diseminados por todos los lugares. Es decir, de igual modo que de una única madera se construyen horcas y tronos, de una misma familia surgen seres dispares.
El autor dice no avergonzarse de sus antepasados; es más, declara que ha sacado a la luz su ascendencia para que nadie pueda criticarle en el futuro. Afirma que no desciende de noble ni de hidalgo, pero que por este nacimiento humilde nadie le ha hecho de menos, ni le han impedido nada aquellos que “reparten en el mundo los honores, las abundancias y las fortunas”. Sin embargo, y a pesar de lo que se afirma, la sociedad en esta primera mitad del XVIII en España no había abandonado aún la fuerte jerarquización del Antiguo Régimen. Todavía se reservaban determinados privilegios a la nobleza, aristocracia y al clero. De hecho, en cierta medida las difíciles relaciones e, incluso, el rechazo que sufrió Torres de un sector amplio del claustro universitario salmantino pareció deberse a conflictos de clase. Con todo, también es cierto que un pequeño burgués como el autor había logrado ser catedrático en Salamanca, y contar entre sus amigos, conocidos y benefactores a bastantes nobles, como la duquesa de Alba.
Y es ahí donde radica la modernidad, en el espíritu burgués que empapa la escritura torresiana. En su individualismo. Si por un lado la tradición literaria le encamina hacia determinadas estructura, por otro lado, su espíritu independiente le permite escaparse de los convencionalismos y proclamarse artífice responsable de su propia existencia.
Ahora bien, el salmantino asume la responsabilidad de todas sus obras, no sólo de los logros, también de los fracasos. Por ello este fragmento se llena de contrastes (“sucio”, “relamido”) de series de opuestos (“basura”, “limpieza”) y de oraciones copulativas (“ni lo más sucio... ni lo más relamido...”) que dan cuenta de esta dualidad en la que Torres divide el mundo. Así, aparecen “disgustos” y “alegrías”, “afrentas” y “respetos”, “muertos” y “vivos”, “fortunas” y “desgracias”, “humilde” y “asqueroso”. Hasta los verbos reflejan esta duplicidad y esta ambivalencia entre “pedir” y “dejar”, “morir” y “vivir” o “callar” y “descubrir”. El caso es que para Torres la vida parece un sistema de contrastes en donde se amalgaman las ideas y circunstancias. Su mismo lenguaje refleja esta acumulación de adjetivos y sintagmas que definen la vida y a los hombres: “soberbio presumido”, “nobles, respetuosos y ricos”, “las persuasiones de la vanagloria y de los engreimientos de la soberbia”.
Sin embargo, después de esta expresividad lingüística y este ritmo vital, aparece la sentencia del pensamiento ascético, que heredó de Kempis, Quevedo y otros moralistas: “Los hombres todos somos unos”. Idea que se aplica a sí mismo, concluyendo que “yo tengo de todo, y en todas partes, como todos los demás hombres.” Y se deshace bruscamente la aparente dualidad de antes. De repente, se hace confluir todo en una única verdad: el hombre es sólo uno, todos somos una misma raza, sentimos las mismas cosas y padecemos las mismas enfermedades. Y, sobre todo, a todos nos llega la muerte. Recoge así el salmantino el tópico medieval del poder igualitario de la muerte. Hereda en parte el espíritu reivindicativo que transmitió en su conocido discurso la prostituta Areusa en La Celestina, en especial, cuando hace referencia a que “todos nos derivamos de Adán”. En definitiva, de nuevo reutiliza Torres la tradición en su beneficio para dejar constancia de que todos los hombres son iguales y, por lo tanto, todos tienen los mismos derechos y las mismas obligaciones. Declaración igualitaria que le confiere una indudable modernidad.
El siglo XVIII supuso en gran medida el alzamiento de la burguesía y, para ello, fue necesario modificar muchas estructuras sociales. El autor se presenta así en este fragmento autobiográfico como el testimonio real de que un hombre, con antecedentes más o menos sospechosos, sin hidalguía y sin nobleza, puede ser un individuo digno y respetable, y que puede llegar por sus propios méritos hasta donde se proponga. Este pensamiento, además de arrogante e individualista, es sin duda producto de las ideas nuevas dieciochescas, que le devolvieron al hombre la confianza en sus capacidades, que le había hecho perder el contrarreformismo barroco.
3.4. LA INTERPRETACIÓN DE LA INTENCIÓN DEL TEXTO
La intención de Torres Villarroel en este fragmento es llamar la atención del lector comunicándole su humilde ascendencia, pero, sobre todo, declarándole su firme convencimiento de no estar en deuda, ni tan siquiera haber recibido nada de sus antepasados. Motivo por el cual se enorgullece de todos sus logros y responde de sus fracasos. El autor no se siente responsable de las acciones buenas o malas de sus familiares y parientes, sino tan sólo de su propia existencia. Se sabe villano y, sin embargo, se considera capacitado para lograr todo aquello que se proponga.
Esta declaración sin duda resultaría atractiva para muchos de los lectores contemporáneos del salmantino que, como él, procuraban su ascenso social y no tenían por qué llevar el lastre de las incorrectas acciones o voluntades de sus parientes. Torres iguala en este texto a todos los hombres y les confiere dignidad social. La conexión con el receptor de la época estaba asegurada, y prueba de ello es el éxito que obtuvo el salmantino no sólo con la Vida, sino con toda su producción.