Capítulo 8

 

GABI no se ocupó de las cosas, como le había ordenado el sultán. Aunque no fue por negligencia o despecho.

Los primeros días fueron como un vacío, pero no podía llamar a nadie para explicárselo. ¿Qué iba a decir? «Bernadetta, me acosté con Alim y me prometió el mundo, pero luego me ha dejado tirada». En el mejor de los casos, era una necia por habérselo creído.

Sin embargo, la actitud de él no tenía sentido para ella. No le había ofrecido nada llevado por la pasión, se lo había ofrecido en la tranquilidad de la mañana y, según él, después de haberlo pensado durante horas.

Por fin había conseguido acordarse de respirar mientras intentaba no llorar y había hecho todo lo que había podido para seguir con su trabajo. Además, cuando la neblina se había abierto un poco y había podido ocuparse de algo que no fuesen los segundos más inminentes, había ido a la farmacia y había comprobado que lo había dejado para demasiado tarde.

Tarde.

Se convirtió en la palabra que más usaba. Al ver que se le había retrasado la regla un día lo había achacado al estrés. Pasó una semana sin que le viniera, pero eso pasaba a veces. Luego, llegó tarde dos días seguidos al trabajo porque hasta el olor del café de la mañana, su olor favorito, hacía que tuviera que salir corriendo al lavabo del cuarto de baño.

El pavor se convirtió en su mejor amigo. No solo estaba embarazada, estaba embarazada de Alim. Cuantas más cosas averiguaba de Zethlehan y cuanto más sabía sobre el poder que tenía su familia real, más intenso era el pavor.

–¿Embarazada?

–Sí –le contestó Gabi a su madre.

Era una magnífica mañana de primavera. Acababa de llegar de pasar un fin de semana en los impresionantes viñedos Castelli, donde la boda había salido muy bien y ella se había dicho a sí misma que ya era hora. Había tardado tres meses en reunir el valor para decírselo a su madre.

–¿Quién es el padre? –le había preguntado Carmel.

Su madre le había dado una bofetada cuando no había contestado. Carmel, madre soltera, había querido que su hija única no pasara nunca por esa prueba.

–Ahí se quedan tus sueños –había añadido Carmel.

–No.

Gabi sabía que las cosas se complicarían, pero estaba decidida a seguir con sus sueños. Lo que le parecía una perdida insoportable era la falta de contacto con Alim. No le había dicho nada sobre el bebé. Además, su madre daba por supuesto que, como no quería decir quién era el padre, eso significaba que no lo sabía.

En ese momento, casi se alegraba de no habérselo podido decir. Estaba asustada. No tanto por su reacción como por las repercusiones. Era el sultán Alim de Zethlehan, el sultán electo. Era el heredero del trono y, cuanto más leía sobre su reino, más miedo le daba él. Alim era más poderoso de lo que podía imaginarse. Su país era rico, increíblemente próspero, y adoraban a la familia real. Tenía un hermano y una hermana. Alim era el mayor y el que llegaría a ser sultán de sultanes. No sabía cómo tratarían a un hijo ilegítimo. Su única referencia era Fleur y nunca se convertiría en ella, se juró a sí misma.

Sin embargo, ¿no estaría cometiendo una injusticia con Alim?

Había pasado por delante del Grande Lucia varias veces y había intentado reunir valor para entrar. Hablaba con Ronaldo de vez en cuando y fingía que solo estaba pasando por allí. Había llegado a entrar un par de veces, pero ya se sabía que Alim era de la familia real y la seguridad era más estricta alrededor de él.

–¿Está Alim? –le preguntó Gabi a Anya.

–¿Tienes cita?

Antes, se habría limitado a asentir o negar con la cabeza o le habría llamado por teléfono para avisarle.

–No –contestó Gabi–. No tengo.

–Entonces, puedo ver si Marianna está libre.

–No pasa nada.

Gabi sacudió la cabeza, se dio media vuelta, miró hacia el salón y se acordó de Fleur allí sentada, sola y relegada. También se acordó de James. Ella no quería esa vida para su hijo, aunque, probablemente, ni siquiera era una posibilidad para ellos. El sultán de sultanes amaba a Fleur, mientras que Alim había zanjado todo con frialdad a la mañana siguiente de que hubiese pasado la noche en su cama. También le había dicho que tomara la píldora del día después y no ni una ni dos veces, hasta tres veces.

Estaba asustada, pero dispuesta a arreglárselas sola por el momento.

La siguiente persona a la que se lo dijo fue a Bernadetta, y su reacción fue de rencor absoluto. Le enfurecía tener que pagarle la baja por maternidad y decidió exprimirla en el trabajo mientras pudiera. Le endosó todas las bodas que pudo y tuvo que aguantar todas las llamadas de novias llorosas o de madres de novias estresadas. La última pareja no había salido casi de la iglesia y Bernadetta ya había desaparecido. No tenía ni tiempo para pensar, estaba demasiado ocupada trabajando mientras Bernadetta era cada vez más exigente.

–No quiero que se te note –fue su respuesta cuando Gabi le preguntó si podía llevar un vestido en vez del espantoso traje.

Era mediados de verano y había adelgazado, o, mejor dicho, no había engordado según el médico. Siempre había tenido curvas y no se le notaba casi que estaba embarazada de siete meses, pero Bernadetta no se conformaba con eso.

–Nuestros clientes quieren creer que solo estás pendiente de tu trabajo, no del bebé.

–Estoy pendiente del trabajo –replicó ella.

Sin embargo, siguió llevando el traje. La única concesión fue que podía llevar la blusa por encima del pantalón. Sin embargo, quizá fuese acertado disimular el embarazo porque pronto sería la boda en el Grande Lucia, la boda que concertó el día que todo su mundo dejó de tener valor alguno. Aunque Alim no iba a fijarse en ella y lo más probable era que tampoco fuera a verlo.

Ya no iba casi nunca por allí. Ronaldo le había contado que había vuelto a Zethlehan y que, desgraciadamente, el Grande Lucia estaba en venta. Los empleados estaban muy preocupados por sus empleos.

Sin embargo, el viernes anterior a la boda fue a un desayuno de trabajo con Marianna y le pareció que todavía era precioso. Primero hablaron de la coordinación, de la llegada de los coches y los fotógrafos y de cosas como esas. Gabi estaba concentrada, sobre todo, en la boda. A Marianna, aunque daba importancia a la boda, también le preocupaba la comodidad de los demás huéspedes y que no les molestaran demasiado. Gabi, una vez más, insistió en que cambiaran las flores del vestíbulo.

–No, siempre ha sido un arreglo floral rojo –Marianna sacudió la cabeza–. A nuestros clientes habituales les gusta comprobar que las cosas siguen como siempre.

–¿No quieres atraer a clientes nuevos?

Marianna arrugó los labios cuando Gabi insistió.

–Algunos de los hoteles con los que trabajo adaptan los arreglos florales al tema de la boda…

–El Grande Lucia no compite con otros hoteles –le interrumpió Marianna–. Ya estamos en lo más alto.

Gabi pensó que eso era gracias a Alim. Además, Marianna pecaba de arrogancia al creer que podían desdeñar la competencia solo porque les iba bien. El hotel lo había pasado mal durante mucho tiempo, hasta que Alim se hizo cargo. Mona había acertado cuando lo describió, el hotel había parecido deprimente y muchas posibles novias le habían dado la espalda cuando ella lo había propuesto. El Grande Lucia era próspero gracias a Alim y todo el mundo lo sabía.

–He oído decir que va a tener otro propietario –comentó Gabi.

–Sí. Alim va a traer posibles compradores durante todo el fin de semana.

–¿Está aquí? –preguntó ella en un tono apremiante antes de dominarse–. Creía que había vuelto a Oriente Próximo.

–Está allí casi todo el tiempo, pero este fin de semana es importante. Hoy está aquí el señor Raul di Savo y tiene carta blanca para mirar por donde quiera. Mañana le tocará al señor Bastiano Conti.

Gabi notó que el alma se le caía a los pies. Muchas veces, se tardaba siglos en vender un hotel, pero esos eran dos pesos pesados del sector. Matrimoni di Bernadetta había celebrado muchas bodas en el precioso hotel que Raul tenía en Roma y también sabía que Bastiano era un nombre muy importante dentro de la hostelería

–Si te encuentras con alguno de los dos, sé educada, por favor –le pidió Marianna.

–Claro.

–Es posible que te hagan alguna pregunta.

Gabi asintió con la cabeza.

–Por favor, cerciórate también de que todo se organiza con discreción y de que no se molesta a los huéspedes. Alim va a casarse pronto y quiere deshacerse del Grande Lucia lo antes posible.

Gabi se quedó allí sentada. Lo había leído, naturalmente, pero le dolía oírlo. Hasta el propio Alim le había dicho que tenía compromisos en su país y que su relación solo podía durar un año. Cuánto le habría gustado haber disfrutado de ese año… o quizá no, se dijo a sí misma mientras intentaba imaginarse lo que habría sido estar más cerca de él que lo que estuvo aquella noche, conocerlo mejor, amarlo más… Efectivamente, a pesar de la rabia y el despecho, ya sabía que era amor, al menos, por su parte.

–Gabi… –Marianna frunció el ceño porque la reunión había terminado y Gabi no se movía–. ¿Queda algo más?

–No creo.

No quedaba esperanza para ellos.

 

 

Fue un día muy ajetreado en el que tuvo que lidiar con la florista y con un chef muy temperamental que se puso furioso cuando le informó de que había algunos cambios de última hora.

–Ya tengo la lista puesta al día –replicó él.

–No, hay muchos más cambios.

Al chef no le hizo gracia y declaró, como si ella tuviese la culpa, que el mundo había dejado de comer gluten. También llegaron los vestidos y trajes y ella tenía que ocuparse de que, al día siguiente, se entregaran en las suites correspondientes. También habló con la maquilladora y el peluquero para que todos los detalles estuviesen bien atados. Estaba cansada y todavía tenía que hacer muchas cosas. Fue al salón de baile para comprobar cómo estaba todo.

–Hay que hacer algunos cambios en los puestos de los comensales –le dijo Bernadetta a modo de saludo–. La exesposa no quiere estar cerca de la tía…

Gabi suspiró. Había estado trabajando en los sitios de los comensales hasta altas horas de la noche y la novia no había dejado de llamarla con cambios.

–Te dejaré que te ocupes tú sola –le dijo Bernadetta.

Ya ni siquiera fingía que estuviese enferma o que tuviese que reunirse con un cliente. Se limitaba a marcharse y a dejarlo todo en manos de Gabi.

Era viernes a última hora de la tarde y todo el mundo estaba preparándose para el fin de semana, pero su trabajo no había hecho nada más que empezar. Bernadetta aparecería al día siguiente, hacia las once, cuando los invitados empezaran a llegar. Sin embargo, una de las ventajas de que Bernadetta se hubiese marchado era que podía quitarse los zapatos. Los tacones altos no eran lo ideal después de un día con ellos puestos y la espalda empezaba a dolerle.

Además, estaba segura de que ese fin de semana sería la última ocasión que tendría de decirle a Alim que estaba embarazada antes de que naciera su hijo. Matrimoni di Bernadetta no tenía bodas en el Grande Lucia en los siguientes tres meses. Para entonces, ya habría tenido a su hijo y el hotel se habría vendido.

La verdad era que no sabía qué hacer.

Su poder le asustaba y, si era sincera, su despiadada forma de desprenderse de ella le enfurecía. Más aún, había dejado muy claro que no quería consecuencias de aquella noche.

Una patada en el abdomen hizo que sonriera. El bebé era diminuto, pero se hacía notar. No había querido saber su sexo, no porque no tuviera curiosidad, porque no quería que eso influyera en la conversación si se lo decía a Alim.

Si se lo decía…

Todavía tenía dudas. Estaba en el salón de baile, miró la lluvia de estrellas que producía la lámpara de techo y recordó lo feliz que fue al bailar allí con Alim y al pasar la noche con él. Le dio mucho placer.

El fotógrafo no se había olvidado y la foto de los dos bailando ya estaba en su tableta. Había sido su salvapantallas durante algún tiempo, pero había sido tan doloroso que la había quitado y ya no la miraba casi. Siempre le había dolido mucho mirarla, pero era posible que el tiempo lo curara todo porque no había podido recordar con claridad lo feliz que había sido con él… hasta ese momento. Esa tarde, con el bebé moviéndose dentro de ella, recordaba las sombras de los árboles en las paredes y cómo le había pedido, sin decir una palabra, que bailara con él. Efectivamente, era una soñadora, pero se había dejado arrastrar por ese recuerdo… y así fue como él la encontró.

 

 

Había sido un día muy ajetreado para Alim y unos meses infernales. Su hermana Yasmin había provocado un escándalo en aquella boda de hacía unos meses y él había intentado mitigarlo.

Además, supo en cuanto se apeló al mandato que no podría estar cerca de Gabi sin desearla, y se tomaba muy en serio las leyes de su país. Entonces, entró en el salón de baile con el primero de los posibles compradores y se encontró a Gabi mirando al techo con los zapatos en la mano. Era más seguro, mucho más seguro, que se hubiese marchado.

–¿Todo en orden, Gabi? –le preguntó él en un tono un poco tajante.

–¡Oh!

Ella se dio la vuelta y lo vio por primera vez desde aquella mañana. Llevaba un traje azul marino y estaba impresionante, como siempre. Estaba descalza con ese traje que le sentaba fatal y jamás se había sentido tan desastrada. Él estaba con Raul di Savo. Esbozó una sonrisa e intentó ser cortés, pero tenía el corazón acelerado.

–Sí, todo en orden. Estaba intentando pensar cómo colocar las mesas para el sábado.

–Tenemos una boda muy grande –le explicó Alim a Raul.

–Y los padres de las dos partes están divorciados –Gabi puso los ojos en blanco y siguió hablando mientras se inclinaba para ponerse los zapatos e intentaba mantener las cosas en el terreno laboral–. Es una pesadilla decidir dónde debería sentarse todo el mundo…

–¡Gabi! –la regañó Alim antes de dirigirse a Raul–. Gabi no es una empleada nuestra, nuestros empleados suelen ser mucho más discretos. –Alim sacudió una mano para despedirla–. Discúlpanos, por favor.

Así se deshizo de ella.

Supo que le había hecho daño. Aquella lejana mañana se había abierto un mundo de posibilidades para ellos y, en ese momento, lo miraba con ojos sombríos, pudo captar todo su dolor y desconcierto.

Él quería decirle a Raul que se largara del salón de baile, que quería acostarse con ella.

Gabi no se marchó en silencio. Dio un portazo y Raul y él se quedaron en el salón de baile con el reflejo del sol del atardecer en los cristales de las lámparas.

–¿Cuál es el motivo verdadero para que lo vendas? –le preguntó Raul.

Raul sabía que el hotel iba viento en popa y quería saber por qué se desprendía de él. También sabía que podría delegar la gestión del hotel cuando volviera a Oriente Próximo.

Alim lo había llevado allí para darle la respuesta sincera y tenía que hacer un esfuerzo para concentrarse otra vez en la venta cuando el olor de Gabi seguía flotando en el aire y él se acordaba de la vez que bailaron.

–Cuando compré el hotel, hacía años que no limpiaban las lámparas –contestó Alim señalando las magníficas lámparas y recordando el reflejo de la luz de la luna en ellas–. Ahora, se bajan y se mantienen adecuadamente. Es una tarea inmensa. Hay que cerrar el salón, no se pueden celebrar actos y corres el riesgo de que pierdan el interés.

–Yo dejo que mis directores se ocupen de esas cosas –replicó Raul.

–Yo también suelo hacerlo, pero cuando compré el Grande Lucia, se habían recortado muchos gastos y estaba convirtiéndose lentamente en otro hotel. Naturalmente, no se trata solo de la iluminación del salón de baile. Lo que intento explicarte es que el hotel se ha convertido en algo más que una inversión para mí. Cuando vuelva a mi tierra, no podré prestarle toda la atención que se merece.

–Es posible que el próximo propietario tampoco se la preste –replicó Raul.

–Eso es asunto suyo, pero, mientras sea mío, no quiero participar en su decadencia.

–Me has dado tiempo para pensar –reconoció Raul.

–Perfecto –Alim sonrió–. El Grande Lucia se merece el mejor de los cuidados. Por favor –Alim quería transmitirle que el día de reuniones había llegado a su fin porque necesitaba estar solo–, tómate el tiempo que quieras para echar una ojeada y disfruta del resto de tu estancia.

Alim salió del salón de baile sin saber qué hacer. Quería buscarla y, lo que era más preocupante, quería encontrar una posibilidad para ellos dos, pero el único sitio donde podían hablar era el desierto… ¡y podía imaginarse la reacción de Gabi si se lo proponía!

Le comunicaron que Bastiano Conti acababa de llegar al hotel desde Sicilia. Eran amigos y solían ir juntos a casinos y clubs. Sin embargo, esos días despreocupados ya habían pasado y no eran los que él anhelaba. Anhelaba a una mujer y la esperanza de pasar una noche más con ella podía ser su perdición.

Fue a saludar a Bastiano y le alegró oír que tenía planes para esa noche.

–¿Nos veremos mañana? –le preguntó Bastiano.

Él estuvo a punto de aceptar. Había que vender el hotel y Raul no parecía dispuesto a comprarlo. Sin embargo, sus problemas eran mayores que los inmobiliarios. Miró a su amigo y posible comprador, quien arqueó una ceja con sorpresa cuando Alim, un anfitrión siempre impecable, cambió los planes.

–Bastiano, lo siento muchísimo, pero voy a tener que cambiar la visita. Tengo que volver a mi país esta noche.

Era imposible que estuviese en el mismo país que Gabi y cumpliera las leyes, y mucho menos si estaban en el mismo edificio. Sin embargo, no había sido necesario que saliera precipitadamente del Grande Lucia porque ella ya no estaba allí. Cuando su avión privado se elevó en el cielo, ella estaba en el hospital.

Había cerrado la puerta del salón de baile dando un portazo y creyó que se había doblado por la mitad por la impresión de verlo y de que la tratara con esa frialdad. Hasta que rompió aguas…

Los empleados del Grande Lucia estaban muy acostumbrados a llevar con discreción los pequeños dramas que se presentaban de vez en cuando, pero Anya se quedó atónita.

–¿Estás embarazada? –le preguntó la recepcionista sin salir de su asombro–. ¿Puedo llamar a alguien? –siguió mientras la llevaba a un cuartito que había detrás de la recepción.

–Todavía no.

Tendría que decírselo a Bernadetta, pero ni siquiera podía pensar en ella en ese momento. También tendría que decírselo a su madre, claro, pero su rabia y resentimiento ya le habían hecho mucho daño.

En ese momento, solo quería estar sola.

Esperaron a que llegara la ambulancia y la angustia hizo que dijera su nombre sin darse cuenta.

–Alim…

–No te preocupes –la tranquilizó Anya–. Nadie ha visto lo que ha pasado y, además, él ya se ha marchado.

La recepcionista creyó que Gabi estaba preocupada porque podía haber creado un problema para el hotel cuando Alim estaba enseñándolo a posibles compradores.

–¿Se ha marchado?

–Tomó el avión para volver a su país hace un rato. ¿Quieres que llame a Marianna y le diga lo que está pasando?

Gabi no contestó, estaba asimilando la noticia de que Alim se había marchado. Remotamente, había esperado que la buscara más tarde después de haberla visto otra vez en el salón de baile.

Al parecer, eso no iba a suceder y Alim no había podido dejarle más claro que no tenía el más mínimo interés por ella.

La ambulancia no llegó a la puerta principal para no generar preocupación ni molestar a los clientes. Gabi salió por la puerta de empleados para dar a luz al hijo del propietario del Grande Lucia y sultán de Zethlehan.

–Es demasiado pronto –le dijo al médico en el hospital.

Sin embargo, las contracciones seguían y no le dejaban tiempo para recuperar el aliento y serenar la mente acelerada.

Alim… Quería que estuviera allí y volviera a abrazarla. Sin embargo, no se lo había dicho y esa noche iba a dar a luz sola. Se acordó de Fleur mientras gritaba. Ella también había pasado por eso sola. Aunque se juró que nunca sería como ella.

Su hija nació poco después. La dejaron encima de su vientre y pudo estrecharla contra el pecho y mirarla. Era muy guapa, tenía el pelo moreno y los ojos negros tenían forma almendrada, como los de su padre.

–Ahora tenemos que llevarla a la incubadora –le informó la enfermera.

Le dolió físicamente separarse de ella, pero su madre llegó enseguida y fue un consuelo.

–Me tienes a mí –dijo Carmel.

–Lo sé.

Le gustaba saberlo y estaba agradecida por otras cosas. Su niña era fuerte. Muy fuerte, le dijo la enfermera cuando fue a verla, solo necesitaba un poco de oxígeno, por lo demás estaba bien.

–¿Tiene pensado un nombre? –le preguntó la enfermera.

Ella había pensado que iba a tener un hijo, había estado segura de que la historia iba a repetirse y que ella, como Fleur, iba a tener el primogénito del sultán. Sin embargo, la historia no se había repetido.

Aun así, era guapísima, como un rayo de luz, y supo en ese instante cómo iba a llamarla.

–Lucia.

–Es un nombre muy bonito –comentó la enfermera.

Era el sitio donde había tenido su manifestación el amor. Gabi supo, dolorosamente, que Alim tenía que saber que tenía una hija. Sin embargo, no todavía, cuando estaba tan sensible y agotada. Le daba miedo lo que podía llegar a conceder. Ya decidiría cómo decírselo cuando estuviese más fuerte.

Su madre fue a la incubadora a ver a su hija. Era casi medianoche y Carmel había estado haciéndole recados; le había hecho la maleta y también le había comunicado a Bernadetta que su eficiente ayudante no iba a ir a trabajar al día siguiente y que, además, había dejado sin hacer muchas cosas esa noche.

–Bernadetta no se quedó muy contenta –comentó su madre–. Quiere saber si resolviste cómo sentar a los invitados.

–No –contestó Gabi sin dejar de mirar a su hija.

Por una vez, Bernadetta lo resolvería todo. En ese momento, Lucia era su prioridad, y lo sería siempre independientemente de lo que le deparara el futuro.