Capítulo 3

 

GABI quería que la pista de baile se abriera bajo sus pies y se la tragara. Sin embargo, se quedó inmóvil mientras Alim hacía un gesto con la cabeza para indicar que se marcharan del salón de baile. Cuando Alim quería hablar con alguien, esa persona aceptaba inmediatamente aunque quisiera salir corriendo.

–A lo mejor… me necesita… la novia –balbució Gabi–. Bernadetta acaba de marcharse.

–Lo sé.

Alim habló con uno de los empleados mientras salían del salón de baile y le dijo dónde podían encontrarlos.

–Si alguien te busca, te lo comunicarán.

Gabi recogió la tableta, salieron del salón de baile y fueron a una mesa con sillas. Ella se sentó y él levantó una mano para detener a un camarero. Aquello era un asunto de trabajo.

Sin embargo, los ojos azules de ella resplandecían con las lágrimas del bochorno y sentía una opresión en el pecho por el rubor más mayúsculo de su vida.

Alim sintió compasión. Estaba más que acostumbrado a gustar a las mujeres, aunque solía moverse en terrenos más sofisticados. Gabi tenía que saberlo, ¿no?

 

 

–La boda y la celebración han salido muy bien –comentó Alim.

–Matrimoni di Bernadetta se esfuerza mucho –replicó ella.

–Los dos sabemos que Bernadetta, precisamente, no se ha esforzado nada en esta boda.

Gabi parpadeó por su claridad.

–Bernadetta no está aquí –siguió Alim–, habla conmigo, Gabi.

–¿Por qué?

–Porque podría ayudar. Valoro el trabajo y me gusta que se recompense el talento.

–Estoy bien pagada.

Él arqueó ligeramente una ceja. Los dos sabían que su sueldo era miserable.

–Sé que la idea del gramófono fue tuya.

–¿Por qué… lo sabes? –preguntó ella.

–Conozco al novio. Por eso tuve que pasarme para comprobar que todo iba bien.

–Ah…

–Él me contó lo impresionados que están contigo.

La verdad era que James no había ido a contarle lo maravillosa que era la ayudante de la organizadora de la boda, sino que él se lo había preguntado directamente. Su éxito no había llegado por casualidad, por la fortuna que tenía o porque sacaba a relucir su título. Ocultaba su pertenencia a la realeza todo lo que podía y, si bien su desmesurada fortuna había sido un punto de arranque, su empresa había prosperado gracias a la atención a los detalles. No se limitaba a aceptar los hallazgos, profundizaba. Si bien sabía que Matrimoni de Bernadetta estaba entre las mejores empresas de organización de bodas, conocía el funcionamiento del sector. ¡Bernadetta había elegido muy bien!

–¿Qué quieres?

Él supo que estaba nerviosa.

–¿Por qué elegiste esta profesión?

–Porque me encantan las bodas.

–¿Incluso ahora? –preguntó él–. ¿Incluso después…? ¿Cuántos años tienes?

–Veinticuatro y sí, las bodas siguen encantándome. Me han encantado siempre, desde que era una niña.

–¿Cuánto tiempo llevas trabajando para Bernadetta?

–Seis años. Antes trabajé para una costurera y cuando estaba en el colegio…

Ella no siguió por miedo a aburrirlo.

–Sigue.

–Trabajé con una florista. Preparaba los ramos de las bodas los viernes por la noche. Me levantaba para ir al mercado antes del colegio…

Esa era la pasión que Alim quería que tuvieran sus empleados.

–Fui muy afortunada de que me aceptara Bernadetta.

–¿Por qué? –preguntó Alim.

–Bueno, yo no tenía ningún título. Mi madre necesitaba que yo trabajara y dejé los estudios a los dieciséis años. Además, Matrimoni di Bernadetta tenía fama.

–¿Cómo conseguiste una entrevista?

–Le escribí muchas veces –reconoció Gabi–. Al cabo de un año, accedió a concederme una entrevista, aunque me avisó de que la competencia era muy fuerte. Mi amiga Rosa me hizo un traje y yo… –Gabi se encogió de hombros–. Yo pedí que me hiciera una prueba.

–Entiendo.

–Bernadetta me enseñó lo que había preparado para una boda muy importante y me pidió ideas –Gabi le sonrió–. Ya sabes lo que dicen, simúlalo hasta que lo consigas…

–¿Qué ibas a simular?

–Fingí que sabía lo que estaba haciendo.

–Porque sabías lo que estabas haciendo. Ya habías trabajado con una costurera y una florista…

–Sí, pero…

–¿Qué pasó cuando le diste las ideas para aquella boda tan importante?

–Incorporó algunas.

–Entonces, ¿qué estaba simulando?

–He aprendido muchísimo con Bernadetta –contestó Gabi con el ceño fruncido.

–Claro –concedió Alim–. Es una de las mejores y yo no vacilo al recomendarla. Aun así, sé que, últimamente, tú deberías llevarte casi todo el mérito. ¿No has pensado nunca trabajar por tu cuenta?

Ella volvió a ruborizarse. Él vio que se le oscurecían las mejillas y que apretaba los dientes. Supo que estaba rabiosa.

–No puedo.

–¿Por qué?

–Alim…

Gabi sacudió la cabeza. Era fiel aunque estuviese infravalorada y ya había metido la pata antes por soñar en voz alta.

–Cuéntamelo.

–¿Por qué?

–Porque es posible que pueda ayudarte.

–Bernadetta se enteró de que soñaba con trabajar por mi cuenta y me recordó una cláusula de mi contrato.

–¿Qué cláusula?

–Que, durante seis meses, no puedo trabajar con ninguno de sus… contactos. Tendría que buscar contactos nuevos.

–Pero ya solo trabajáis con los mejores.

–Efectivamente.

Gabi se alegró de que lo hubiese entendido a la primera. Se había pasado horas intentando explicárselo a su madre, quien solo decía que debería alegrarse de tener un empleo. Era fantástico hablarlo con Alim.

–Además, esos contactos no eran todos de Bernadetta –Gabi se lo había guardado tanto tiempo que le aliviaba soltar algo de un frustración–. La novia de esta noche llevaba un vestido de Rosa. Yo cortaba tela en su salón.

–Cuéntamelo.

–Cuando empecé a trabajar con Bernadetta, tuvimos una novia que solo tenía un brazo. Muchos diseñadores la rechazaron porque no querían que llevara uno de sus vestidos. Yo me puse furiosa y le propuse a Bernadetta que probara a Rosa. Ella lo despreció al principio, pero acabó aceptándolo. Rosa consiguió que la novia pareciera una princesa. Era una boda por todo lo alto y empezaron a llegarle encargos. Rosa trabaja ahora en la mejor calle de Roma. Rosa es un contacto mío, pero, naturalmente, no lo pensé en su momento.

Alim vio que Gabi se hundía un poco en su asiento, como derrotada. Hizo un esfuerzo para no sonreír cuando ella se llevó una mano al pelo y se enrolló un mechón en un dedo. Volvió a levantarse al cabo de un rato. Había empezado a airear sus agravios y no podía parar.

–Las flores de hoy, las gardenias… La idea de imitar el ramo de su abuela fue de la florista –Alim se fijó en que Gabi no se atribuía ningún mérito que no fuese suyo y eso le gustó–. La florista, Angela, es la mujer con la que trabajaba cuando estaba en el colegio. Entonces, trabajábamos en una tienda diminuta, hoy es una de las mejores floristas de Roma.

–Eso quiere decir que tendrías vedados los mejores contactos.

–Durante seis meses. No creo que pudiera aguantar tanto tiempo. Eso, suponiendo que alguien me contrate como organizadora de su boda. No creo que Bernadetta vaya a dar buenas referencias de mí.

–Hablará mal de ti.

Él lo dijo como una certeza y tenía razón. Había creído que tenía la solución. En ese momento, podría estar ofreciéndole a Gabi que trabajara para él y dando por zanjada esa conversación. Sin embargo, ya era mucho más complicado. No porque él le gustara a ella, estaba muy acostumbrado a eso, sino porque ella le gustaba a él. Lo reconoció en ese momento, aunque se aseguró a sí mismo que solo era un poco.

Sin embargo, durante dos años, el hotel le había parecido más cálido cuando Gabi estaba allí. Durante dos años, se había sonreído para sí mismo cuando ella cruzaba el vestíbulo con esos zapatos de tacón espantosos, o había farfullado un improperio en voz baja. Nunca se había permitido reconocer su belleza, pero no podía negarla en ese momento.

Estaba impresionante.

El pelo se le escapaba de sus límites y el vestido destellaba levemente sobre sus curvas. ¿Cómo era posible que no la hubiese recibido entre sus brazos para bailar? Sin embargo, aunque él lo negara, la respuesta era cada vez más clara a medida que hablaban; llevaba mucho tiempo resistiéndose a ella.

La semana anterior no había estado de muy buen humor. La Navidad siempre daba mucho trabajo en un hotel, pero eso no explicaba su humor sombrío. Los asuntos en su país eran cada vez más acuciantes, pero tampoco se trataba de eso. Había sentido cierto descontento, aunque no había querido buscar el motivo. No había querido llamarlo por su nombre y no lo había hecho.

Fuera del trabajo, había sido el mismo libertino de siempre, pero un día, entre Navidad y Año Nuevo, había entrado en el vestíbulo del Grande Lucia y había comprobado que Fleur le había hecho caso y había contratado a Matrimoni di Bernadetta para que organizara la boda. No habían organizado una boda allí desde hacía mucho tiempo y él se había dado cuenta de que había echado de menos la presencia de Gabi. El aire parecía distinto cuando ella estaba por allí.

Hizo un esfuerzo para volver a concentrarse en el trabajo.

–¿Qué harías de una forma distinta que Bernadetta?

Gabi frunció el ceño porque le parecía una entrevista, pero contestó.

–Me libraría del traje oscuro.

–Ya lo has hecho.

Él no dejó de mirarla a los ojos mientras lo decía, pero le transmitió que se había fijado en que había cambiado su atuendo habitual.

Ya no le pareció una entrevista y tuvieron que hacer un esfuerzo para no coquetear. Gabi porque no quería volver a hacer el ridículo y Alim porque no se salía del trabajo cuando estaba trabajando.

–Hubo un fallo de vestuario en la iglesia –contestó Gabi con cautela.

–¿Un fallo?

–Me caí –contestó Gabi–. Afortunadamente, fue después de que se hubiesen marchado los invitados, pero me descosí la chaqueta.

–¿Te hiciste daño?

–Un poco.

Él quiso desvestirla para examinar los moratones, quiso sentarla en sus rodillas. Sin embargo, no dejó de mirarla a los ojos y la conversación se mantuvo dentro de un cauce correcto.

–Entonces, te librarías del traje oscuro ¿a cambio de qué?

–He visto una tela a cuadros verdes y rosas, como una tela escocesa. Suena espantoso, pero…

–No –le interrumpió Alim–. Parece distinta. ¿Tienes una foto?

Claro que la tenía. Tardó un segundo en buscarla en la tableta y se la enseñó a Alim. Él la miró. Era más delicada que como la había descrito ella y, efectivamente, sería la elección perfecta.

–¿Qué cambiarías en el Grande Lucia? –le preguntó él mientras le devolvía la tableta.

Él esperó que titubeara porque no había tenido tiempo de preparar la respuesta, pero ella sabía muy bien qué cambiaría lo primero.

–Prohibiría completamente los claveles rojos en todo el hotel.

Ella vio él leve gesto de sus preciosos labios. Alim dominaba mucho terrenos, pero las flores no era uno de ellos.

–No suelo entrar en los arreglos florales –reconoció él.

–Yo, sí –Gabi sonrió–. Esas cosas me obsesionan.

–¿De verdad?

–De verdad.

–¿Qué elegirías?

–Las rosas del Sahara siempre dan buen resultado, aunque creo que el arreglo floral debería cambiar a lo largo de la semana y lo cambiaría los fines de semana para que se adaptara a la celebración principal.

–¿Lo harías ahora?

–Tú lo has preguntado.

–¿Las rosas del Sahara son tus flores favoritas?

–No –contestó Gabi.

–¿Cuáles son?

–El guisante de olor o arvejilla –ella sonrió–. Marianna se desmayaría solo de pensarlo y diría que no son lo bastante sofisticadas para el Grande Lucia, pero cuando se ponen bien…

El rostro de ella se iluminó y él sonrió. Gabi era un torrente de ideas nuevas y el entusiasmo de la juventud mezclado con el conocimiento de Marianna… Sin embargo, cada vez le costaba más pensar en el trabajo. Mucho más.

–¿Quieres beber algo? –le ofreció Alim.

–Estoy trabajando.

Él esbozó una sonrisa ligeramente irónica.

–Gabi… –empezó a decir él antes de callarse.

Tenía que pensarlo antes de ofrecerle ese empleo. Si trabajaba para él, podía ser un embrollo. Él no pasaba de las aventuras de una noche y por eso mantenía su vida personal donde tenía que estar, en la cama. Quería lo mejor para sus negocios, pero, cosa rara, también quería lo mejor para ella y se le ocurrió una alternativa.

–¿No has pensado en asociarte con Bernadetta?

–¿Asociarme? –Gabi lo miró con incredulidad–. Se moriría de risa si se lo propongo.

–Y cuando dejara de reírse, le dirías que serías mejor socia que rival.

Jamás se le había pasado por la cabeza.

–O si sigues trabajando para ella, pon tus límites, dile a Bernadetta lo que estás dispuesta a hacer, lo que se te da bien, lo que te da resultado…

Sin embargo, no quería perderla. Podía ser un embrollo, pero cuanto más lo pensaba, más le gustaba la idea.

–Hay otra posibilidad…

–¡Gabi! –una voz la llamó otra vez, se dio la vuelta y vio que se acercaba un camarero–. El fotógrafo quiere hablar contigo.

–Discúlpame.

Alim, siempre un caballero, se levantó mientras ella se marchaba.

Alim fue al salón de baile, miró hacia el palco, vio la puerta abierta y sonrió al imaginarse a Yasmin que se colaba. Luego, al darse la vuelta, se encontró con su hermano.

–Enhorabuena –dijo Alim

–Gracias.

Eso fue todo lo que pudo decirle en público.

James tenía la piel y el pelo más claros, pero el parecido no pasaba inadvertido cuando estaban juntos. Tuvieron que apartarse antes de que alguien viera la relación.

Alim contestó una llamada de Violetta que le dijo que el sultán de sultanes quería verlo. Las cosas estaban tensas entre Oman y él. Oman envidiaba la libertad de Alim y estaba amargado porque Fleur era el amor de su vida. Alim, en cambio, aunque lo respetaba en apariencia, lo censuraba en el fondo porque amaba a su madre y le disgustaba cómo la había tratado.

Inclinó la cabeza cuando entró en la suite real y le contó a su padre cómo transcurría la boda.

–Todo va como la seda.

Sin embargo, saber eso no mejoraba las cosas para Oman porque no podía ver cómo se casaba su hijo.

–¿Dónde está Yasmin? –le preguntó su padre.

–Hemos cenado y está en sus suite –contestó Alim sin alterarse–. La recepción acabará enseguida y verás a James y Mona mañana por la mañana.

Fleur acudiría allí muy pronto y supuso que su padre lo despacharía, pero no lo hizo y sacó una conversación muy antigua y que siempre estaba presente.

–Quiero que vuelvas.

Alim no estaba de humor para eso, pero disimuló su irritación.

–Estuve el mes pasado en Zethlehan y volveré de visita oficial…

–Me refiero a que vuelvas para siempre –le interrumpió Oman.

–Eso no voy a hacerlo.

Ya lo habían discutido muchas veces. Alim se negaba a ocuparse del país para que su padre pudiera viajar más al extranjero, no iba a hacer nada para facilitar la humillación de su madre.

–Alim, tienes treinta y dos años. Ya ha llegado el momento de que te cases.

Alim no dijo nada, pero le indicó con la mirada que no necesitaba las instrucciones de un hombre que tenía esposa y amante. Él no engañaba nunca. Era muy claro en todas las relaciones y todas sus amantes sabían que solo ofrecía una aventura esporádica. Algunos decían que era arrogante, pero lo prefería a crear falsas ilusiones.

–Te elegiré una novia y te verás obligado a casarte –le amenazó su padre.

–Siempre tenemos alternativas.

Alim había probado una y otra vez el consejo que le había dado a Gabi hacía muy poco tiempo, hacía mucho tiempo que le había dicho a su padre cuáles eran sus límites y lo que no estaba dispuesto a hacer.

–Elegirme una novia sin mi consentimiento solo serviría para abochornar a la novia y a todo el país cuando el novio no se presente –le avisó Alim–. No voy a casarme por obligación.

–Alim, estoy mal.

–¿Cómo de mal?

Él no se fiaba de que su padre no estuviera exagerando para salirse con la suya.

–Necesito tratamiento y voy a tener que estar alejado de la vida pública durante seis meses por lo menos.

Alim escuchó los problemas de salud de su padre y tuvo que conceder, de mala gana, que iba a tener que librar una batalla.

–Ya sabes que haré lo que haga falta.

Sin embargo, esa no era la respuesta que quería su padre y presionó un poco más.

–Nuestro pueblo necesita buenas noticias y una boda podría complacerlos.

Alim no estaba dispuesto a que lo manipularan y se mantuvo firme, como siempre.

–Nuestro pueblo querría ver al sultán de sultanes en esa celebración. Mi boda sin la presencia de su padre daría a entender que el padre no aprueba la novia elegida por su hijo, y eso crearía nerviosismo entre nuestro pueblo –Alim vio que su padre apretaba los dientes–. Volveremos a hablar de esto cuando estés bien.

Su padre habría seguido discutiendo, pero Alim notó que Oman miraba hacia la puerta contigua y supuso que la amante de su padre había llegado.

–Nos veremos en el desayuno.

Alim inclinó la cabeza y se marchó. Recorrió el pasillo con el ánimo sombrío aunque pareciera tranquilo por fuera. No podía posponer para siempre la elección de una novia, pero tampoco quería vivir la vida que habían vivido sus padres. Pensó en su madre, que estaría sola en el palacio. Ella siempre había puesto buena cara y había sonreído a sus hijos como si todo estuviese bien. ¿Cómo iba a estarlo? No quería una novia elegida por su padre, quería… ¿Qué?

El desánimo no iba a mejorar. Se recordó que su amigo Bastiano iba a pasar por la ciudad la semana siguiente y que, seguramente, lo animaría. Sin embargo, Bastiano era otro rico playboy y los clubs y los casinos ya no le atraían tanto como antes. La verdad era que estaba cansado de su agotadora vida privada. Ya no sentía la emoción de la caza porque, después de haber pasado dos años en Roma, las mujeres lo cazaban a él.

Cruzó el vestíbulo y comprobó que los últimos invitados estaban marchándose. Subió las escaleras, abrió la puerta y entró en el palco. No vio a su hermana y supuso que estaría sana y salva en su suite. El fotógrafo había dejado parte de su equipo y se dijo que no podía olvidarse de cerrar con llave la puerta. Miró hacia el impresionante salón de baile. Los empleados estaban recogiendo las copas y las mesas, pero dejarían casi todo para el día siguiente. Todo había terminado.

La boda había sido su regalo a la pareja y Fleur había conseguido que se celebrara en el Grande Lucia, pero él no había participado casi en los preparativos. Había sido una boda maravillosa, pero, para él, habían sido un día y una noche desastrosos, menos el tiempo que había pasado con Gabi. Miró y la vio en medio de salón vacío. Había ido a pedirle que trabajara para él, pero había decidido que, dado cómo se sentía, sería una necedad, como mínimo, implicarse excesivamente. Entonces, sonrió al acordarse de cómo se había ruborizado ella cuando creyó que iba a pedirle que bailara con él. Además, él ya no estaba trabajando.