Memoria me esperaba en la puerta del diccionario.
—¿Cómo va tu novela? —me preguntó, y creí percibir en el tono con que lo hizo un cierto desdén o cansancio—. ¿Has concluido ya el nudo?
No supe qué responderle y guardé un incómodo silencio.
—¡Así nunca llegarás a nada! —me advirtió.
Nos quedamos los dos callados.
Las palabras de memoria me trajeron los ecos de otras muy parecidas, cuando mi padre me echaba en cara la pereza y la desgana con que le seguía en las labores del campo, y el poco o nulo empeño que ponía en aprender y aplicar sus instrucciones.
—Y déjame decirte otra cosa —dijo al cabo de aquel mutismo que a mí se me estaba haciendo eterno—: la imaginación no cuenta mentiras, ni engaña.
Continué sin decir nada, pero ahora pensativo y tratando de desentrañar el significado de aquella frase, pronunciada además por memoria con tanta seguridad y convicción: ¿qué había querido decir exactamente ; ¿y por qué me lo decía?
—No se te olvide. Y recuérdaselo a tus lectores.
—A mis lectores… —murmuré.
—Sí, a tus lectores —recalcó.
—Si es que alguna vez los tengo —observé sin que esa fuera mi intención: la réplica o el reparo o la objeción me vino de forma inopinada y por sorpresa al pensamiento, y fui incapaz de retenerla.
—Eso —se ensañó memoria, que aprovechó al instante la oportunidad que yo inconscientemente le acababa de brindar—, porque al paso que tú vas, dudo que alguna vez los tengas.
No se me había ocurrido nunca, ni se me había pasado siquiera por la imaginación, lo que iba a decirles yo a los lectores… Los lectores, y la sola idea de tenerlos algún día, centellearon un segundo en mi cabeza como brilla el ascua momentánea de un cigarrillo en la oscuridad.
—Y recuerda también —me alertó memoria— que no eres tú solo el que busca un argumento.
La miré, y ella a mí con severidad:
—¡El mundo, entérate bien —agregó—, está lleno de aspirantes a escritores como tú!
Nunca hasta entonces se había dirigido a mí en aquel tono, y ella misma debió de darse cuenta de ello.
—Pero son pocos —su voz era ahora más calmada— los que gozan del raro privilegio de tener lectores.