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Lilaria me abrazó.

—Estoy muy contenta —dijo—. He aprobado todo con muy buenas notas.

Se había cortado el pelo y tenía los ojos más grandes.

—El curso que viene empezaré en la universidad.

Iba a pedir una beca salario y, si se la daban, se hospedaría en un colegio mayor. Si no, buscaría algún trabajo, clases particulares o lo que fuera, y o bien compartiría un piso de alquiler con amigas o se acomodaría en casa de una familia. Esto último le gustaba incluso más, pues le habían dicho que con solo ir a buscar a los niños al colegio por la tarde y cuidarlos luego algunas horas tendría el alojamiento y la manutención gratis. Aunque lo más seguro era que le dieran la beca salario: la nota media le llegaba de sobra, y los ingresos familiares, que era lo que más contaba, no superaban ni con mucho el límite exigido; su padre era labrador y vivía de lo que le daban las tierras y los animales, cuatro vacas y veinte ovejas, y ella era la mayor de siete hermanos, o sea familia numerosa, otro mérito. El colegio mayor era lo más caro, pero también lo más tranquilo y despreocupado, y donde más aprovecharía el tiempo para estudiar. Y a lo mejor donde más libertad tendría, eso era muy importante para ella. Con la beca podría permitirse ese lujo, sus padres ya le habían dicho que sí, y que si había que sacrificarse un poco se sacrificarían, pero que lo primero de todo eran los estudios. Que ella tenía buena cabeza, y que adónde iba a ir en los tiempos modernos una chica sin carrera, le repetían continuamente, lo de la cabeza el padre y lo de la carrera la madre, en cuanto salía el tema. Lo había estado dudando mucho, pero al fin se había decidido por Historia del Arte. Derecho también le tentaba, pero le parecía una carrera más aburrida, y tampoco veía muy claro luego lo de las salidas, no sabía si se sentiría muy a gusto vistiendo una toga y soltando discursos en un juzgado.

—Bueno, que ya he hablado bastante, ahora cuéntame tú —y se colgó de mi brazo.

—Aún no sé las notas.

—Seguro que son muy buenas también.

Psse, no sé.

Lilaria se apretó contra mí y apoyó un instante su cabeza en mi hombro.

—No sé si te lo había dicho. Aparte de estudiar una carrera, también quiero ser escritora.

—¿Escritora?

—Sí, como tú. Por cierto, ¿cómo llevas la novela que estabas escribiendo?

—¿Yo escribiendo una novela? ¿Cómo lo sabes?

—Porque me lo dijiste tú, supongo, quién si no. Sobre un viaje de palabras extranjeras que venían a visitar el diccionario… Sí, una novela que transcurría en el diccionario. Lo que les ocurría mientras deambulaban por él, de eso trataba. Y salía la guardapalabras, memoria recuerdo que se llamaba, y tú, claro, tú también salías… Y unas filólogas, me parece, y personas que andaban por el diccionario… ¿La has terminado ya?

—No, qué va, aún no.

—Oye, y… Bueno, es que no me atrevo a preguntártelo…

La animé con la mirada.

—Pues que si salgo yo también en la novela…

Tardé en contestar.

—¿Te gustaría?

—Si me dejas bien…

—¿Qué quieres decir?

—Pues eso, que si salgo bien parada… Aunque me conformo con salir como soy.

—¡Ah! ¿Y cómo eres?

—Uy, no sé, así de pronto no es fácil. Yo creo que soy, cómo te diría, sencilla, un poco demasiado sensible, algo introvertida, soñadora… Y solitaria, también algo solitaria. Pero no me has contestado a la pregunta, si salgo o no en la novela.

—Ya sabes que a un escritor no le gusta hablar de su libro hasta que no lo ha terminado…

—O sea, que no salgo.

—No te he dicho eso.

—¿Entonces?

—Dejémoslo en suspense. Forma parte de una novela, ¿no?

—¿El suspense, te refieres?

—Claro, o el misterio, la incertidumbre, la intriga, la emoción, como quieras llamarlo.

No pareció muy satisfecha con la explicación, y se quedó pensativa unos instantes, agachada la cabeza y los ojos perdidos en el suelo.

—Tienes razón, esperaré a que la termines —dijo, y volvió a tomarme del brazo.

Sin haberlo siquiera pensado, de la forma más espontánea y natural, le di un beso en la frente.

—Otra cosa —dijo Lilaria; sin darnos cuenta, habíamos llegado hasta el pie de lo que parecía una colina—: Este verano quiero ir a Barcelona.

—¿Hablas en serio?

—Sí. ¿O te vas a ir a algún otro sitio?

—No, no, lo más seguro es que me quede allí todo el verano.

—¿Te parece bien entonces que vaya?

—Ah, sí, muy bien, muy bien.

De repente, tras un recodo, sigilosa como una sombra, apareció memoria.