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—El futuro, el futuro… —Memoria, ya lo había sospechado alguna otra vez, parecía tener el don de leer, incluso de adivinar mis pensamientos—. ¿Tanto te preocupa?

—Como a todo el mundo —le contesté con un punto de impertinencia.

No se esforzó lo más mínimo en disimular que no me escuchaba.

—Aún no has llegado a la línea de sombra —murmuró.

Debería haberle pagado con la misma moneda y mostrarme como ella indiferente, pero la curiosidad me traicionó. Y memoria interpretó enseguida el gesto reflejo que me delató antes de que acertara a dar con las palabras apropiadas. Pese a las apariencias, nada de lo que sucedía a su alrededor le pasaba desapercibido ni le era ajeno; aun ensimismada y absorta, se daba perfecta cuenta de todo, y todo lo captaba y retenía.

—La línea de sombra, sí, has oído bien —continuó, con el mismo tono meditativo y ausente—. La línea de sombra que hace de frontera de la juventud…, tú aún no la has pisado, por eso te extraña que la mencione. Pero llegarás a ella, y, un buen día, sin darte cuenta, la atravesarás, y cuando lo hayas advertido ya será tarde y no podrás volver atrás, es la única línea que nadie puede cruzar dos veces, la única frontera que se pasa solo una vez, como una puerta que se cerrara para siempre después de haberla abierto.

La línea de sombra…, ¿de qué me sonaba? ¿Dónde había oído antes esa expresión? ¿Por qué estaba seguro de que me resultaba familiar?

—Y en cuanto a esa otra cuestión…

Tardé unos instantes en percatarme de que memoria esperaba, o necesitaba, o más bien exigía mi atención.

—En cuanto a ese otro asunto que tanto parece que te preocupa…, ni pienses en él siquiera. El futuro es, por definición, lo venidero, lo que está por venir y ha de suceder en el tiempo, esto es, lo irreal, lo incierto, lo inseguro, lo nebuloso, lo borroso, lo confuso, lo ilusorio, lo ficticio, lo quimérico: lo imperfecto. El futuro, ese pozo negro, esa abismo desconocido, ese páramo inmisericorde y oscuro, ¿qué tendrá que a todos asusta? ¡Por algo será que solo los niños tienen ilusión en que llegue!

La escuchaba, sí, pero al mismo tiempo era incapaz de sustraerme al reclamo de aquella expresión, la línea de sombra…

—Y llegada una cierta edad —prosiguió memoria, confiada en que la cuestión, como ella había dicho, forzosamente debía ser de mi interés—, ¿qué aguarda en él sino la innombrable que acecha, con la guadaña afilada, en cualquier esquina?

Interrumpió sus reflexiones.

—¿No te parece? —inquirió de súbito.

No le contesté, y ella, inopinadamente, respetó mi silencio.

—¡Ahora me acuerdo! —no pude reprimir la exclamación.

Memoria me miró extrañada.

—¡Es un título! ¡El título de una novela!

—¿De qué estás hablando?

—¡La línea de sombra!

—¿La línea de sombra?

—¡Sí: es el título de una novela, estoy seguro! ¡De un escritor inglés, si no me equivoco! ¡Tengo el nombre en la punta de la lengua! ¡Un escritor inglés de origen polaco, eso es! ¡De este siglo! ¡Marinero en su juventud!

La perplejidad de memoria iba en aumento.

—¿Pero cómo se llamaba…? ¡El nombre del autor, que no me sale!