El Anciano es…
Como si el director de tu colegio y tu abuelo más severo tuvieran un hijo nacido el último día de las vacaciones de verano, y ese hijo creciera justo en el momento en el que te das cuenta de que te han pillado cogiendo una galleta del tarro. En otras palabras, él existe con el único fin de recordarte todas las cosas malas que has hecho en tu vida, todos tus fracasos y todos los errores que cometerás a lo largo de tu vida.
Al menos, esa es la sensación que da. Sobre todo cuando no has tenido éxito en una misión.
Y eso era lo que había sucedido. Estábamos todos en su despacho, y casi no nos atrevíamos ni a respirar mientras nos miraba de uno en uno. Hasta la chica nueva guardaba silencio.
—Creo que no es necesario que vuelva a deciros lo importante que era esta misión, ni hasta qué punto la habéis pifiado.
Su ojo biónico tenía un brillo acusador. Nadie había sido capaz de imaginar de qué material estaba hecho ese ojo —algunos dicen que fue fabricado por los Binarios, otros dicen que es un simple ojo de cristal hechizado por los Maldecimales—, pero todos estamos de acuerdo en que gracias a él puede ver el interior de nuestras almas.
En parte, la razón por la cual me pone tan nervioso que el Anciano me abronque es que, de entre todos los que viven en el Campamento Base (incluida J/O), el Anciano es el que más se parece a mí. Solo que se parece a mí dentro de unas cuantas décadas, unas cuantas guerras, varias tragedias personales y un par de cirugías plásticas. Es algo así como la personificación de tu conciencia; sabe que podrías haberlo hecho mejor, porque en gran medida él es tú.
Además, en su cráneo hay almacenada tal cantidad de datos que da la impresión de que su memoria es mayor que la suma de las memorias de todos los ordenadores de las miles de versiones que existen de la Tierra.
—Os envié a la Tierra Δ986 por una razón muy específica, y habéis vuelto en menos de una hora, con las manos vacías y una visita no autorizada.
Abrí la boca —¿por qué?, no estaba muy seguro—. Ni siquiera sabía cómo se llamaba la chica, así que tampoco estaba en condiciones de presentársela.
Por suerte, no tuve que preocuparme por ello.
—Acacia Jones —dijo ella con voz firme, aunque no le tendió la mano al Anciano—. Y no —añadió de inmediato—. Nunca.
Me estaba mirando a mí, así que no me pareció un alarde de paranoia responder:
—No, ¿qué?
—No me llame Casey —respondió, aunque en presencia del Anciano su actitud desafiante se había suavizado un poco. El Anciano era capaz de infundir respeto al más osado, y su expresión entre divertida y benévola hizo que la chica corrigiera su afirmación con un—: Umm, señor. Por favor.
El anciano le aseguró, con toda la mordacidad del mundo (o al menos eso me pareció), que jamás lo haría, y luego la ignoró mientras escuchaba nuestro informe. Aunque no se movió, y de hecho, daba la impresión de que ni siquiera respiraba, su ceño se iba arrugando a medida que le contábamos lo que había sucedido.
Al terminar, un opresivo silencio lo inundó todo, y ninguno se atrevió a romperlo. Al menos, no los que conocíamos al Anciano.
—Disculpe la intromisión, pero en cualquier caso el resultado habría sido el mismo.
—Le agradecería que mantuviera la boca cerrada, señorita, y que no se metiera donde no la llaman —dijo lanzándole una fulminante mirada a nuestra polizona, que reaccionó enderezándose levemente.
—Disculpe, señor, pero…
Sin moverse de su sitio ni alzar la voz, el Anciano consiguió que todos tuviéramos la impresión de que se acababa de activar una bomba en su abarrotado despacho. De hecho, por el rabillo del ojo vi que varios de mis compañeros se encogían, como si intentaran zafarse de la metralla que se les venía encima.
—¿Qué es lo que tengo que disculparle, señorita Acacia «no-me-llames-Casey-o-haré-que-te-arrepientas» Jones?
Acacia se armó de valor y respiró hondo, bajo la atenta mirada del ojo biónico del Anciano. Creí que iba a decir algo, pero no. Se limitó a mirarlo, y era evidente que estaba haciendo un gran esfuerzo por no perder los papeles. Al cabo de unos segundos, el Anciano dijo:
—Caminante, tú y tu equipo podéis ir a daros una ducha y a comer. —Por el tono de su voz parecía aburrido. Se puso a revisar unos papeles que tenía en su escritorio, fingiendo ignorarnos mientras permanecíamos allí un momento intercambiando miradas asesinas antes de dirigirnos hacia la puerta, incluida Acacia.
Pero ella no llegó muy lejos.
—Usted no forma parte de su equipo, señorita Jones. Siéntese.
Pude ver fugazmente la expresión de Acacia, llena de sorpresa e inquietud a partes iguales, mientras tomaba asiento. Luego, la puerta se cerró tras Jai, que fue el último en abandonar la oficina.
—¿Has visto eso? —susurró J/O una vez a salvo en el pasillo— Le ha plantado cara. Y ha ganado.
—Yo diría que eso es exagerar un poco —murmuró Jai—. Aunque ciertamente ha sido algo desconcertante e insólito.
—Y raro —añadió Josef.
Jai asintió.
—Oh, sí. Decididamente raro.
No hay nada como una ducha y una buena comida cuando regresas de una misión. El Entremedias te hace sentir a veces un poco sucio, como si todas esas visiones, sonidos y sensaciones se hubieran pegado a ti, como si hubieras estado hurgando en la basura de una guardería después de una clase de dibujo. Y el viaje en avión siempre resulta algo desorientador para el sistema digestivo, así que es buena idea no embarcarte con el estómago lleno. Sí, no hay nada mejor que una buena ducha seguida de una comida caliente, sobre todo si puedes recrearte en las felicitaciones por un trabajo bien hecho.
Aunque eso es algo que no tuvimos la suerte de disfrutar esta vez. Pero aun así, la ducha y la comida nos sentaron muy bien, y fuimos la mesa más popular del comedor, pues hasta el último gato se había enterado ya de que nos habíamos traído a alguien de nuestra última misión.
Alguien que no era uno de nosotros.
Y el hecho de que todo mi equipo se refiriera a la primera persona real no pelirroja cuyo nombre empezaba por J que había aparecido en la Base —desde, uf, vete a saber— como mi novia me estaba haciendo a un tiempo muy popular y nada popular.
Lo cierto es que en InterMundo las relaciones no están prohibidas. Simplemente no se establecen. ¿Por qué?, me preguntaréis.
Porque es raro.
Venimos todos de diferentes planetas, dimensiones y realidades, naturalmente. Pero por otro lado somos lo bastante parecidos como para que te dé la sensación de que te estás enrollando con una prima hermana a la que conoces de toda la vida, que se parece tanto a ti que es imposible fingir que no es pariente tuya.
Además, estamos siempre muy ocupados. Nos pasamos la vida viajando, salvando planetas y reclutando a más primos hermanos. Aquellos que podrían estar interesados en tener una relación romántica simplemente no tienen tiempo de pensar en ello.
Pero la chica nueva…
—¿De verdad que no es una de nosotros? —preguntó alguien por enésima vez, hablando por encima de otro que preguntaba de dónde era la chica. Las preguntas volaban como rayos láser o flechas incendiarias o vainas de plasma, y la mayor parte de ellas iban dirigidas a mí.
—¿Por qué la has traído aquí?
—¿Dónde la encontraste?
—¿Qué edad tiene?
—¿De dónde es?
Las preguntas no tenían fin, y solo fui capaz de responder a una de ellas.
—¿De verdad es la novia de Joey?
—¡No! —sentencié, en voz lo suficientemente alta para que todo el mundo me oyera pese a que continuaban preguntando. El volumen de mi voz me valió un aplazamiento de los murmullos lo suficientemente largo como para añadir—: No es mi novia, ni siquiera la conozco.
—Ya —dijo Jo con cierta arrogancia, lo que provocó una carcajada general lo bastante alta como para despertar a los Binarios, si es que alguna vez dormían. Yo tenía las mejillas al rojo vivo, como una ardilla con la boca llena de jalapeños, y me concentré en mi bizcocho de proteínas enriquecido con vitaminas como si fuera un postre de verdad.
Mi equipo se lo estaba pasando en grande.
Continuaron preguntando. Cosas como: «¿Podrías presentárnosla?» y «¿Cuánto tiempo se va a quedar?» y «¿Por qué está aquí?» y varios cientos de preguntas más que no fuimos capaces de responder, y quizá dos o tres que sí pudimos. Dejé que mi equipo respondiera a estas últimas, y me limité a intervenir cuando oí la palabra pelirrojo y mi nombre (que por lo visto seguía siendo Joey) en la misma frase, y terminé mi «postre». Era mediodía, pero estaba pensando que quizá había llegado el momento de echarme una siesta. Llevaba en pie desde el amanecer en un mundo con dos soles, y había sido un día agotador.
Me dirigí a mi camarote, y por el camino descubrí que, por más que lo pareciera, no todo el mundo se había reunido en torno a nuestra mesa. Había varios rezagados en los pasillos, y tras responder a unas cuantas preguntas más con un simple «No lo sé» o «No es mi novia», empecé a asomarme por las esquinas antes de doblarlas.
Seguía teniendo en la cabeza el tema principal de Misión imposible.
Tardé el doble de lo habitual en llegar a mi camarote, pero al menos me libré de que me hicieran más preguntas.
Tono me estaba esperando en la puerta, y cuando entré cambió su color rojo brillante por un confuso beis antes de volver de nuevo al rojo. Mi pequeño fóvim —es decir, FVM, o Forma de Vida Multidimensional, para los que no lo sepan— pasaba la mayor parte del tiempo en el Entremedias, pero de vez en cuando le gustaba venir a verme a la Base. Tras asustar a algunos de los nuevos y estar a punto de morir varias veces, había optado por quedarse en mi camarote, y solo salía si iba conmigo.
—¿Qué pasa, Tono? —le pregunté con voz cansada—. ¿Timmy se ha vuelto a caer al pozo?
—¿Lo llamas Tono? Es un nombre precioso. Pero ¿quién es Timmy?
Ni siquiera me molesté en darme la vuelta. Tono se había vuelto metálico, lo que me permitió ver con cierta distorsión mi propio reflejo y el de Acacia Jones, que estaba sentada justo detrás de mí, en mi silla de leer, con uno de mis libros abierto en su regazo.
Suspiré. ¿Es que este día no se va a acabar nunca?