El funeral fue muy parecido al de Jay, solo que esta vez lo vi desde la primera fila y no por la ventana de la enfermería. Estaba entre Jo y Josef, los dos únicos miembros de mi equipo, aparte de mí, que podían tenerse en pie. Jai seguía inconsciente, la menor de las lesiones de Jakon era un tobillo torcido, y J/O seguía desconectado. Había estado lo bastante cerca de las explosiones como para que se le frieran algunos circuitos. Pero sobreviviría, de eso estaban seguros. Lo que no sabían es si volvería a funcionar como antes.
El Anciano estaba sobre una tarima delante de un ataúd, explicando cómo había sido la incorporación de Jerzy a InterMundo. Contó una anécdota de cómo el entusiasmo que había mostrado Jerzy en el entrenamiento había hecho que acabara encerrado en la Zona de Emergencia una noche entera, y algunos reímos. Jo estaba llorando. Yo también.
Cuando murió Jay me pregunté adónde habría ido su cuerpo después de morir. El ataúd había brillado y se había desvanecido, sin más. En unos minutos, le pasaría lo mismo a Jerzy. Deseé poder ver una vez más sus rojas plumas, pero el ataúd estaba cerrado. Había quedado enterrado por la avalancha y una de las rocas le había aplastado el pecho, y el Anciano no había querido que ninguno de nosotros lo viera de ese modo. Cuando nos lo dijo, busqué de nuevo aquella expresión que tenía en la foto con Acacia. Pero esta vez no logré verla. Aquel hombre había sido feliz. El que tenía ahora delante parecía muy cansado.
Ahora entendía lo de las voces. Fue lo primero que vi en el funeral de Jay, desde la enfermería; cuando se esfumó el ataúd, quinientas personas unieron sus voces en un solo grito, un último hurra. No lo había entendido entonces, pero ahora, por mucho que me pitaran los oídos, por mucho que me escocieran la garganta y los ojos, comprendí aquel sonido según salía de mi garganta. Sin articular ninguna palabra, estaba gritando: ¡Cuidado!, y Por aquí hay una cueva. Estaba gritando: Perdóname. Estaba diciéndole adiós. Todos nos despedíamos.
Comenzó a sonar la música y todos nos pusimos en pie mientras el ataúd desaparecía. Algunos lloramos. Algunos nos abrazamos. Yo quería coger la mano de Jo, pero tenía el brazo en cabestrillo y el hombro me estaba matando, y necesitaba la otra mano para enjugarme las lágrimas y poder ver. De todos modos, no estaba seguro de que a ella le gustara. Después de todo, era muy probable que yo fuera el culpable de la muerte de Jerzy. Había revisado mentalmente la escena una y otra vez mientas me recuperaba en la enfermería después del funeral. La veía en sueños, y recordé todo cuanto pude cuando me preguntaron. Jerzy había tirado de mí hasta el precipicio para intentar saltar. Yo había recordado la cueva y había tirado de él para llevarlo hasta allí. Una roca me hirió en el hombro y entonces se soltó de mi mano. Ya no había vuelto a verlo. ¿Había intentado llamarle? No podía recordarlo. Quizá si hubiera gritado, habría podido encontrarme. Quizá habría podido llegar a la cueva.
Las clases seguían el programa habitual ese día; que hubiera muerto un Caminante no significaba que pudiéramos tomarnos un respiro. Significaba que teníamos que trabajar con más ahínco. Significaba que las cosas se habían puesto más feas para nosotros. Significaba que contábamos con uno menos para combatir a los Maldecimales y a los Binarios. Significaba que teníamos que ser todos una piña.
Salvo yo, por lo visto.
—Joey Harker.
—Señor. —Mi voz sonaba plana y desganada. Estaba cansado; no había podido dormir desde la noche posterior al funeral de Jerzy. No dejaba de soñar que caía hacia mí, y que si lograba cogerle, podría decirle a todo el mundo que no estaba muerto.
—Tus heridas deberían curarse en unas semanas, tres a lo sumo. Si tomas vitaminas a diario y evitas cansarte demasiado, deberías estar en condiciones de volver a entrenar en dos semanas, incluso una. Ve a ver a los médicos todas las noches. ¿Entendido?
—Sí, señor.
—Te han diagnosticado trastorno por estrés postraumático. ¿Entiendes lo que eso significa?
—Sí, señor.
—Quedas dispensado de las clases hasta nuevo aviso. Te van a inyectar un marcador por tu propia seguridad. Te he concertado unas sesiones de psicoterapia.
—Sí, señor.
Tenía la mente embotada. No sabía qué otra cosa decir; únicamente me alegraba de que no fueran a matarme. O peor: a quitarme mis recuerdos y darme la patada. Después de todo, sabía perfectamente lo que el Anciano no decía: había estado presente ya en la muerte de dos Caminantes. Ya me habían dado una oportunidad; no podían darme otra. No me habían expulsado porque tenía TEPT, estaba a prueba. Un solo paso en falso, y me echarían tan rápido que me daría vueltas la cabeza, y eso suponiendo que para entonces siguiera unida a mis hombros.
Por más que las clases siguieran su curso, la depresión flotaba sobre Ciudad Base como si fuera niebla, como algo tangible y opresivo. Los Caminantes que me cruzaba por los pasillos no me miraban a los ojos, y la mayoría se echaba a un lado para dejarme pasar. Todo el mundo andaba con los hombros caídos; todos caminaban con la cabeza gacha y arrastrando los pies, con aspecto cansado y disgustado.
Mi cabestrillo era al mismo tiempo una marca de honor y de vergüenza; todo el mundo sabía que yo había estado allí. Sabían que había salido herido de un accidente que había matado a un Caminante. Lo que no sabían era que cada vez que alguien se hacía a un lado para dejarme pasar primero, cada vez que alguien me saludaba con la cabeza al pasar, me odiaba un poco más.
No había podido salvarlo. Estaba allí mismo, y había muerto intentando ayudarme. ¿Cuántos Caminantes más habrían de morir por mi culpa?
Era como la primera vez que volví a Ciudad Base tras la muerte de Jay, pero peor. Entonces eran quinientas personas a las que no conocía las que me odiaban y me evitaban. Ahora eran quinientos camaradas los que me miraban con recelo.
No había llegado tan lejos como para llamarlos amigos a todos. Aún no conocía a muchos de ellos, al menos no en persona. Convivir con quinientas personas cuyos nombres empezaban también por J hacía que resultara un poco difícil llegar a conocerlos a todos, pero por lo menos había empezado a encajar allí. Era un recluta más, salvo por mi amistad con Tono.
Ahora, los que murmuraban bajaban aún más el volumen cuando entraba en la cantina. Intentaba no pensar en ello, me limitaba a entrar en la cafetería y coger una bandeja, pero tenía la sensación de que todos me miraban. Me senté a una mesa vacía, sin saber siquiera si me apetecía que alguien se sentara a mi lado. Sentía un cosquilleo en la nuca, igual que el que había sentido durante el ejercicio, pero sin la euforia. Me sentía como un ratón encerrado dentro de un bote. Echaba de menos a Jerzy, y seguía preocupado por Acacia y por todos los que habían resultado heridos por la avalancha. J/O seguía desconectado y Jai aún no había despertado, y parecía que Jorensen no volvería a caminar.
Alguien dejó caer una bandeja enfrente de mí, y al mirar vi que era Joaquim. Tenía un lado de la cara lleno de rasguños y abrasiones, y parecía tan cansado como yo.
—Eh —le saludé, intentando que mi voz sonara como siempre.
—Eh —me respondió, y estuvimos un rato sin decir nada, y sin probar bocado—. ¿Cómo estás?
—He tenido días mejores.
Echó un vistazo a mi brazo.
—¿Te duele?
—Sí. —No tenía hambre, pero intenté comer igual. Al cabo de unos instantes Joaquim hizo lo mismo.
—¿Tú estás bien? —le pregunté.
—Claro. Yo… No. No. —Miró la comida que había pinchado con el tenedor, y lo dejó sobre el plato—. ¿Siempre es así?
Vacilé. No sabía cómo contestar a eso. No, no siempre era así, pero… cuando sucedía algo como aquello, siempre era así de malo. Siempre resultaba muy duro.
—Perder a alguien nunca es fácil —contesté por fin.
—Lo siento —dijo—. ¿Todos los demás se pondrán bien?
—Sí. Seguramente. Jai y J/O siguen inconscientes.
Asintió con la cabeza.
—¿Y Jorensen? Estaba al pie de la montaña cuando sucedió, ¿no?
—Sí. Lanzó a Jenoh dentro del escudo de Jai, pero él no pudo alcanzarlo. No tiene más que unos cuantos huesos rotos y algunos puntos. Tiene una rodilla bastante fastidiada.
—Vi a Jo volar cuando me caí. ¿Logró evitar lo peor?
—Se volvió a herir el ala intentando deslizarse, pero supongo que habría sido aún peor de no haberlo hecho. ¿Has sabido algo más de Jaya?
Seguimos dándole vueltas y más vueltas, interesándonos por todos los que habían resultado heridos, intercambiando historias. Joaquim estaba en la cima de la montaña cuando comenzó la avalancha, me dijo. Activó su disco escudo y saltó. Preguntó por todos los que continuaban en la enfermería, y me sorprendió que conociera los nombres de todos, ya que acababa de conocernos. Daba la impresión de que se esforzaba por conocer a todo el mundo, por integrarse. Yo no me había esforzado ni la mitad que él cuando llegué… pero de todos modos, me habían condenado al ostracismo de inmediato.
—No tendría que ser así —dijo de repente, y hubo algo en su forma de decirlo, la convicción que denotaba, que me dio que pensar.
—¿Cómo?
—Así… No deberíamos luchar.
—No —repliqué—, pero lo hacemos. Si no lucháramos, los Binarios y los Maldecimales se adueñarían de todo. Lo destruirían, convertirían el Altiverso en lo que ellos quisieran.
—Un sueño de plata —dijo jugueteando con su tenedor. Quería preguntarle qué había querido decir con eso, pero continuó hablando antes de que pudiera hacerlo—. Joey… sabes que mucha gente te culpa, ¿verdad?
—Yo me culpo —respondí con sinceridad, y él meneó la cabeza.
—No deberías. No fue culpa tuya. Yo estaba allí, y sé que no fue culpa tuya. Pero… la gente es muy suspicaz. —Vaciló un momento, sin dejar de juguetear con el tenedor—. He oído hablar a algunos oficiales… Están investigando si hubo juego sucio.
Me quedé quieto, tratando de asimilarlo. Tenía sentido, claro que sí: ¿cómo no se me había ocurrido pensarlo? Las explosiones que oí justo antes de que comenzara el desprendimiento… No eran disparos, y aunque lo fueran, las descargas de una pistola aturdidora no sonaban así. El Anciano había advertido de que todas las heridas serían investigadas a fondo. Y había habido muchas, por eso estaban investigando. ¿Qué iban a descubrir? Que Joey Harker había peleado con Jerzy antes de que muriera. Que Joey Harker ya había vendido a su equipo una vez. Que Joey Harker se había salvado y había dejado que otro camarada muriera.
A mí también habían tenido que rescatarme de la avalancha, y probablemente esa fuera la única razón de que no me trataran con suspicacia abiertamente, pero Joaquim tenía razón. La gente era muy suspicaz. El cabestrillo que sujetaba mi brazo y protegía mi hombro roto era como mi tarjeta de «queda libre de la cárcel», solo que aún no se me permitía pasar por la casilla de salida y cobrar el dinero correspondiente.
No recuerdo haber salido de la cantina, ni haber regresado a mi camarote. De repente me encontré sentado en mi cama, con un dolor insoportable en el hombro, y el pañuelo blanco que sujetaba mi brazo contra mi pecho salpicado de lágrimas. Tono me rondaba con expresión triste.
—Jerzy fue mi primer amigo aquí, aparte de ti —le dije.
Tono se balanceó con tristeza y adoptó un depresivo gris azulado. Me quedé allí sentado un rato más, hasta que se me ocurrió una idea y una chispa de esperanza se iluminó en mi pecho. Si Tono había estado allí, quizá había visto lo que pasó. A lo mejor él podía demostrarle al Anciano que había sido un accidente, que yo no había tenido la culpa.
—¿Lo viste, Tono? ¿Andabas por allí?
El fóvim parpadeó, lo que podría interpretarse como un encogimiento de hombros, y el color subió hasta lo alto de su esfera para luego difuminarse hacia abajo. Sentí que sucedía lo mismo con la chispa de esperanza que había surgido dentro de mí.
—¿Dónde estabas? —pregunté sin gran interés, ya que en realidad no esperaba que respondiera. O pensando que daría igual lo que respondiera. ¿Por qué las cosas tienen que salirme siempre mal?
La mitad inferior de Tono se volvió de color marrón rojizo, y la mitad superior de muchos colores distintos, girando y mezclándose unos con otros.
No entendía lo que intentaba decirme y suspiré.
—Vale —dije, y apoyé la cabeza en la mano. No estaba cansado, pero quería estarlo. Quería dormir hasta que todo volviera a la normalidad.
Aquella idea me hizo reír. Recordé la época en que lo normal era ir al colegio y volver a casa y hacer los deberes, tratar de saltarme el ensayo con el coro, pelearme con mi hermana para elegir el canal de la tele. Recordé, con una nostalgia tan fuerte que dolía, la imagen de la mesa puesta para la cena, y el lugar donde se sentaba cada uno. Recordé la época en que lo normal era pedirles a papá y a mamá que nos dejaran cenar viendo la tele en lugar de sentados a la mesa, y jugar con la consola o enredar en el ordenador mientras me comía el postre. Recordé el olor de mi cuarto cuando empezaba a quedarme dormido.
Lo normal entonces no era asistir cada mañana a clases sobre solitones oscilantes o el supercontinuum, artes marciales después de comer, entrenamiento en la Zona de Emergencia y aprender taxonomías de cacodemonios antes de cenar. La normalidad no consistía en doblar una esquina y darte de bruces con un espejo, y ver cómo tu propia imagen se disculpa y sigue su camino. Había algunos que se parecían tanto a mí que seguramente nunca me acostumbraría, por muchas veces que los viera.
Todos ellos eran yo, pero por lo visto ninguno compartía mi suerte. Ninguno de ellos parecía tener la misma inclinación que yo a meterse en líos. Ninguno de ellos había visto morir a dos de nosotros.
Tono siguió merodeando por allí un rato, sin cambiar aquella extraña combinación de colores. Me quedé mirándolo orbitar lentamente en torno a mi cabeza como un planeta que acabara de ser expulsado del sistema solar, mientras pensaba que Jerzy ya tendría su lugar en el Muro, y yo no sabía qué podía aportar. Quizá podía hacer lo mismo que hice con Jay, coger un poco de tierra del pie de la montaña. Sí, ese sería un bonito homenaje. Al fin y al cabo, la tierra había tomado parte en su muerte. Muy simbólico.
Suspiré y me tiré en la cama. Me dolía el hombro cuando me movía, y eso solo me enfurecía más. Sin clases, sin entrenamiento, sin poder hacer esfuerzos y sabiendo que la mayoría de mis colegas Caminantes volvían a odiarme. ¿Por qué demonios estaba allí? Bueno, la verdad es que tampoco podía ir a ninguna parte.
¿O sí? El Anciano me había dicho que estaba dispensado de las clases, no que no pudiera abandonar la base. Y me habían inyectado un transmisor, ¿no? Las excursiones fuera de la base no estaban prohibidas, mientras tuvieras cuidado, firmaras el registro y no estuvieras fuera demasiado tiempo. Las normas no decían que no pudiera salir… a Caminar un rato.
Aquella idea me llevó a otra, y al cabo de unos minutos me senté en la cama. Ya sabía qué poner en el Muro de Jerzy.
Tras el accidente nos habíamos movido varios mundos más allá en sentido lateral, según me habían dicho, para que InterMundo no fuera descubierto. Saber a qué Tierra debía volver no era tan difícil; había un registro en el que se consignaban todas las ubicaciones anteriores y podía ser consultado por cualquiera que sintiera curiosidad, así que no tardé nada en dar con el nombre.
Algunos me miraron de forma extraña cuando crucé el vestuario, me puse la armadura ligera básica —solo por si acaso— y me dirigí hacia la escotilla. Sin embargo, nadie me detuvo; la base estaba en cuarentena parcial, o lo que es lo mismo, se desaconsejaba abandonarla pero no estaba prohibido hacerlo. Ya había firmado el registro de salidas, había anotado la hora estimada de regreso y, en definitiva, había hecho todos los trámites como si esta fuera una salida normal. Y era una salida normal. En realidad… era yo el que ya no era un recluta normal.
Salí de la nave y aterricé sobre un montículo de arena, moviendo mi brazo bueno para no perder el equilibrio. Ni siquiera me había molestado en pedirle al intendente un disco antigravedad; seguía enfadado conmigo por haber perdido el disco escudo, y prefería no tentar a la suerte. Eché a andar.
Bueno, más concretamente Caminé, y después eché a andar. Cerré los ojos, respiré hondo, y seguí el rastro de un portal que me diera acceso al mundo que buscaba.
En las proximidades de la montaña todavía flotaba una densa nube de polvo. Podía verlo a lo lejos, como una leve nubosidad que le daba el aspecto de un volcán. Ya resultaba bastante ominoso de por sí, pero el polvo en suspensión contribuía a darle un aire maléfico. Me dirigí hacia ella, y con cada paso que daba me hundía un poco más en la depresión. Me habría gustado tener a alguien con quien hablar. Me habría gustado saber adónde había ido Acacia, o qué era lo que Tono había intentado decirme. Ojalá no hubiera decidido volver allí, por más que fuera un homenaje muy apropiado para Jerzy.
Seguí caminando hasta llegar al pie de la montaña; apenas había cambiado nada, salvo por las grandes rocas que había por el suelo. Me quedé quieto un momento, contemplando la montaña y sintiéndome muy pequeño. Lo que parecían solo unas cuantas rocas fuera de lugar había matado a un amigo mío y herido a dos equipos enteros de guerreros bien entrenados.
Era mejor no jugar con la Madre Naturaleza.
Había señales de precaución en ciertas zonas, similares a las que teníamos en algunos lugares de Ciudad Base, que normalmente llevaban incorporados sensores de movimiento y cámaras. Probablemente algunos oficiales pensaban barrer la zona unas cuantas veces más. No me molesté en evitar las cámaras mientras caminaba entre las rocas; ya sabían que estaba allí, seguramente me tenían controlado por el transmisor, y tampoco estaba haciendo nada malo.
Sí, reconozco que necesito reafirmarme continuamente, gracias.
Comencé a subir la montaña, tanteando con cuidado cada piedra antes de dar un paso. Algunas bailaban incluso antes de que las tanteara con el pie, haciendo que el corazón se me subiera a la garganta y me temblaran las rodillas. A lo mejor eso del TEPT no era más que una excusa.
Tardé lo mío en llegar a la cima, pero no me atrevía a ir más rápido. Seguía teniendo el hombro fracturado; no podía escalar y no podía agarrarme si me caía. Cada paso que daba sonaba como un F-18 estrellándose contra el suelo, y una vocecita dentro de mi cabeza me decía que no sobreviviría a un segundo desprendimiento. No obstante, por fin llegué a una plataforma natural a unas diez yardas por debajo de la cima.
Algunos de los peñascos de la plataforma se veían ennegrecidos y chamuscados, al igual que el saliente más pronunciado de la montaña. Por un momento me sentí confuso; ¿era un volcán? Entonces recordé las explosiones. Sin duda, el que hubiera estado barriendo la zona habría tomado muestras para analizar; y ahora que lo pensaba, probablemente esa fuera la razón de que no hubiera nadie por allí. Puede que hubieran encontrado todas las pruebas que necesitaban. Esperaba que no acabaran inculpándome a mí.
Me di la vuelta sin moverme del sitio, buscando otro sendero para subir hasta la cima de la montaña. Pero en lugar de eso, lo que vi fue un toque de color que se destacaba sobre el fondo marrón rojizo de las rocas, a medio enterrar junto a la pared de piedra.
Tuve que tirar, retorcer, y soltar unos cuantos improperios imaginativos, pero al final conseguí sacar la bandera que le había costado la vida a Jerzy.
No es que fuera un gran homenaje, pero me pareció muy apropiado. Jerzy había sido siempre muy entregado. Más de una vez le había oído decir que le debía la vida a InterMundo, y que la mejor manera de pagar esa deuda era dedicar esa vida a la causa. Me enfurecía que hubiera tenido que morir en una misión de entrenamiento. Un estúpido juego a ver quién captura primero la bandera. Desde esa perspectiva, quizá no fuera el tributo más adecuado. Igual era mejor dejarla allí y pensar en otra cosa que poner en el Muro.
Estaba mirando la bandera con resquemor, pensando en arrojarla por el precipicio y regresar a casa, cuando oí sobre mi hombro derecho un ruidito que me resultaba familiar. Tono se interpuso en mi campo visual, luciendo todavía la misma mezcla dual de colores que había adoptado en mi camarote.
—Eh, Tono. Tengo la bandera —le dije, y el tono burlón de mi voz me sorprendió. Tono se puso a girar lentamente sin moverse del sitio, y a continuación se balanceó de un lado a otro, intentando decirme algo.
No sabía muy bien qué intentaba decirme; mientras el fóvim se movía, un destello en el suelo me llamó la atención.
—Eh, espera, Tono… Vuelve a hacer eso.
El fóvim se paró y luego repitió el mismo movimiento más despacio. Localicé el origen de aquel destello: un trozo de algo que parecía plástico transparente, si bien con el polvo que cubría las piedras no había podido verlo hasta que Tono pasó por encima de él. Debía de haberse movido cuando saqué la bandera.
Se parecía a esos círculos de plástico transparente que vienen dentro de las cajas de CD vírgenes. O, para aquellos que hayáis estudiado en una academia militar multidimensional, parecía un disco escudo sin cargar.
—Ah.
Le di la vuelta entre las manos, comprobé la carga y el interruptor de emergencia. No funcionaba; o estaba sin batería o simplemente estaba roto. No lo sabría hasta que pudiera conectarlo a un cargador. Me pregunté cómo habría ido a parar allí; luego recordé que las heridas de Joaquim no habían sido graves porque tenía un disco escudo. Me sentí reivindicado; no era el único que había perdido un disco, aunque estaba claro que a Joaquim le había dado mejor resultado que a mí. A lo mejor podía ganar puntos con Jernan si lo devolvía.
De pronto, mis hombros se relajaron. Jerzy estaba muerto, ¿y yo estaba pensando en la manera de congraciarme con el intendente? Tenía que revisar mis prioridades.
Me volví hacia Tono.
—¿Listo para volver a casa?
Volvió a balancearse de un lado a otro, como antes. Se volvió de un color rojo tirando a gris que indicaba frustración, y a continuación volvió a la mezcla dual de antes: marrón rojizo en la parte inferior y multicolor en la superior. Esta vez me fijé bien.
Los colores me trajeron algo a la memoria: aquel polvo rojo y duro donde ni siquiera había podido cavar una tumba poco profunda, y la muerte de Jay bajo aquel cielo líquido y revuelto.
—¿Estabas allí? —Tono se iluminó y se volvió de color rosa— ¿Y qué hacías allí?
Su superficie se volvió reflectante, como cuando había reflejado a Acacia detrás de mí en el camarote. Ahora solo veía mi propia imagen, con mis pecas, mi ridículo pelo y todo lo demás, de pie como un tonto en la montaña con un brazo en cabestrillo y una bandera en la mano.
—No te entiendo —dije, intentando que mi tono no delatara la frustración que sentía, y Tono parpadeó un instante. Se puso intermitente, alternando entre un alegre color azul y el espejo, de modo que veía mi imagen solo un segundo de cada dos. Aquello tampoco me resultaba muy útil.
Al ver mi cara de perplejidad, Tono empezó a balancearse de nuevo y a flotar a mi lado, delante de mí, alternando entre la superficie reflectante y el azul según el sitio en el que se pusiera. Probé a decir lo primero que se me ocurrió.
—¿Estabas interactuando con alguien?
Se iluminó de tal forma que tuve que apartar la vista, pero me hizo reír. No esperaba acertar.
—¿Estabas hablando con alguien? —Se iluminó de nuevo—. ¿Quieres que yo vaya allí?
Parpadeó para indicar que sí, balanceándose encantado hacia adelante y hacia atrás.
Emocionado, enrollé la bandera y me la guardé en el bolsillo, intentando recordar las coordenadas del lugar donde había conocido a Tono. Sonriendo como un idiota, di un paso hacia el barranco y salí Caminando de la montaña.
Seguro que me estaba precipitando, lo sabía, pero prefería no pensarlo.
El planeta —o lugar, o lo que fuera— seguía estando igual que la última vez, incluso el cielo revuelto y las huellas que habíamos dejado Jay y yo. En aquel mundo no había viento, al parecer, y no se veían más huellas de pisadas, ni tampoco a ningún otro ser humano.
Acacia no estaba allí.
Me quedé un momento quieto, mirando las huellas de Jay, algo más grandes que las mías. Todavía podía recordar dónde habíamos aterrizado, por donde habíamos caminado, dónde nos habíamos sentado a charlar… y el punto en el que yo había echado a correr para rescatar a una criatura de la cual no sabía absolutamente nada, ni siquiera si era peligrosa. Aquello me había hecho perder a Jay; pero también me había servido para hacerme amigo de Tono, que después me había rescatado de las garras de los Maldecimales. Todavía no estaba seguro de si había sido un intercambio justo.
—¿Estamos seguros aquí? —le pregunté a Tono, que había sido capturado por una serpiente-dinosaurio-dragón-monstruo o lo que sea (un gyradon, según descubrí más tarde) la última vez que estuvo allí.
—Ni más ni menos que en cualquier otro sitio, todo es relativo —me contestó mi propia voz.
Miré a Tono, que se balanceaba y había adoptado el color que indicaba que estaba contento.
—¿Qué?
Una risa fue la respuesta, una que sonaba muy parecida a la mía.
—Oh, venga. Adivínalo, eres un chico listo.
Realmente parecía que la voz salía de Tono. Avancé unos pasos, miré a mi alrededor, miré al pequeño fóvim… nada. Entonces, di un paso hacia un lado y vi mi cara reflejada en mi globoso amigo.
No. No era mi cara.
Era la de Jay.
—¡Jay! —Me di la vuelta, no vi nada, miré detrás de Tono. Nada. Volví a oír la misma risa.
—Ya casi lo tienes. Tono, ayúdale, ¿quieres?
El fóvim se puso a dar vueltas a mi alrededor, con su parte delantera mirando hacia mí y la posterior orientada en la dirección de las huellas, y entonces volví a ver a Jay, como si Tono fuera una especie de lupa viviente que, más que hacer las cosas más grandes, permitía ver cosas que no estaban allí.
—Estoy mirando a través de él —dije en voz alta, y Jay sonrió y asintió.
—Sí.
—Pero tú… estás aquí de verdad.
—No, solo a medias. Estoy aquí, pero soy algo así como la mitad de mí… Es complicado. Básicamente, soy una impregnación psíquica. Morí aquí, de modo que parte de mi esencia se quedó.
—¿Cómo un fantasma?
—Si prefieres llamarlo así. Es algo muy parecido, en cualquier caso. No sé muy bien si es cosa de magia o algo científico —dijo, meneando la cabeza—. Pero ya está bien de hablar de mí. ¿Qué te ha traído hasta aquí?
—¿No has sido tú? Pensé que Tono había venido a buscarme…
—Si lo hizo, es cosa suya. —Tono parpadeó complacido, tapando momentáneamente la cara de Jay—. Él y yo estuvimos hablando hace algún tiempo. Se disculpó por lo sucedido y me dijo que hace todo lo que puede por mantenerte a salvo.
—¿En serio? —Intentaba mirar a Tono y a Jay alternativamente, pero la única forma de hacerlo era poniéndome bizco, y no quería que Jay se riera de mí otra vez.
—Bueno, no utilizó tantas palabras. Pero esa fue la impresión que me dio.
—Jay…
Me costaba asumir que estaba allí hablando con él. Ya en otra ocasión, mientras caía a través del Noquier, la voz de Jay me había aconsejado, pero no estoy muy seguro de si era él o yo. Ahora lo tenía justo delante de mis narices. Más o menos.
—¿Cómo van las cosas en el colegio? —Parecía una pregunta rara, la clase de pregunta que haría un hermano mayor para intentar romper el hielo.
Era exactamente lo que yo necesitaba. Una pregunta a la que podía responder con sinceridad, y alguien con quien podía hablar.
Se lo conté todo. Le conté lo de la misión en la Tierra FΔ986, y que Joaquim había perdido su disco escudo, le conté lo de los Caminantes mellizos y lo de la misión de entrenamiento, la muerte de Jerzy y todo lo demás; luego le hablé de Acacia. Jay se limitó a escuchar, hasta que le relaté mi excursión a la biblioteca y lo poco que había sacado en claro de ella. Las cejas de Jay se alzaron casi hasta tocar la raíz del pelo.
—¿Los Vigilantes del Tiempo? —silbó.
Mi corazón dio un vuelco.
—¿Sabes algo de los Vigilantes del Tiempo? ¿Qué puedes contarme de ellos?
Jay vaciló un momento, sopesando la cuestión.
—Los Vigilantes del Tiempo es básicamente lo mismo que InterMundo, pero… todavía no.
—Así que… ¿los Vigilantes del Tiempo es el origen de InterMundo?
—No exactamente. Mira, Joey, no estoy seguro de hasta dónde puedo contarte.
—Llámame Joe. Y por favor, no me ocultes información. Estoy cansado de que me mantengan en la ignorancia por mi propio bien. Moriste antes de que pudiera enterarme de qué va todo esto, Jerzy podría haber muerto porque alguien nos tendió una trampa, y yo estoy en libertad condicional mientras utilizan el TEPT como excusa. Tienes que contarme algo.
No estaba muy seguro de qué era lo que me había poseído para soltarle todo aquello, pero a medida que hablaba me iba dando cuenta de que tenía toda la razón del mundo. Estaban investigando la posibilidad de que alguien hubiera jugado sucio, y desde luego que alguien había jugado sucio. Las explosiones, las rocas chamuscadas… Me sacaba de quicio. Estaba cansado de que me trataran como a un niño, y más que dispuesto a conseguir unas cuantas respuestas le pesara a quien le pesase.
Jay me miraba como si estuviera viendo a una persona distinta. Parpadeó y entornó los ojos y, a continuación, para mi sorpresa, asintió con brusquedad.
—Sí, señor —dijo, con gran ironía—. No es que sean el origen de InterMundo, exactamente; son más bien una subsección de InterMundo que se ocupa del tiempo. Nosotros evitamos que los Maldecimales y los Binarios se apoderen de todos los mundos del Arco, y los Vigilantes del Tiempo evitan que se apoderen del curso del tiempo. Aunque tienen problemas más graves que los Binarios y los Maldecimales.
—¿Más graves? ¿Cómo por ejemplo?
Jay volvió a dudar, solo un segundo, como si hasta pronunciar sus nombres le costara.
—Los Tecmaturgos.
—¿Los…?
—Son los que pueblan las pesadillas de Lord Dogodaga y el Profesor. No son muchos, pero son tan poderosos que con una sola mirada podrían destruir un mundo. Han llegado a dominar la magia y la ciencia hasta tal punto que son prácticamente indestructibles. E increíblemente destructivos. No quieren gobernar para siempre, lo que quieren es eliminarlo todo para empezar desde cero.
—Pero si les resulta tan fácil destruir mundos, ¿por qué no han ganado ya?
—Por los Vigilantes del Tiempo. No sé exactamente cómo lo hacen, pero ellos son los que mantienen el orden.
—Y pueden viajar en el tiempo.
—Eso es.
—Así que… Acacia es…
—Una Agente del Tiempo. Lo que significa que tenéis por delante un camino pedregoso.
En realidad prefería no saberlo, pero aun así pregunté:
—¿Qué?
—Sé que acabáis de conoceros y todo eso, pero si te pareces a mí en algo, y sabes que sí, esa chica te interesa.
—Qué va —dije, pero Jay se echó a reír.
—Por favor. Estoy intentando hablarte como a un ser adulto, compórtate como tal. Te interesa, ¿y qué tiene eso de malo? Da la impresión de que tú también le interesas a ella, por la fijación que tiene contigo.
Mi cara estaba tan roja como la tierra que pisábamos, pero no dije nada.
—A los Agentes del Tiempo solo les preocupa una cosa: el futuro. Asegurarse de que suceda. Yo me andaría con cuidado, sinceramente. Si ella decide que podrías cambiar acontecimientos futuros, te eliminará, y nadie cuestionará su decisión. En lo que se refiere al tiempo, su autoridad es indiscutible. No importa cuáles sean tus intenciones, ni lo que ella sienta por ti…
—Lo pillo —dije, y tracé una línea sobre mi garganta con el dedo índice estirado—. Ggggjjj.
—Y eso si tienes suerte. Podría hacer algo mucho peor que matarte. Podría borrarte. Y lo hará, si cree que es necesario para preservar la continuidad. —Nunca había visto a Jay tan serio—. Para salvar el curso del tiempo, si lo cree necesario, se asegurará de que seas eliminado.
Me quedé mirando a Jay, debatiéndome entre la lógica y el sentimiento; aunque en realidad no sean mutuamente excluyentes.
—Yo… pero ¿cómo podría…? ¿Y qué pasaría con todas las cosas que he hecho? Si me borran, ¿qué pasará con las cosas que he cambiado?
—Ella rellenará los huecos, se encargará de arreglarlo. No serás tú el que hizo esas cosas, será ella o cualquier otra persona. Puede hacerlo —me aseguró al ver mi expresión de incredulidad—. Y, como te he dicho antes, si cree que es mejor para el futuro que tú no estuvieras en el pasado, lo hará.
Eso era algo que no podía discutir, pero me moría de ganas de hacerlo. Tras resistirme a aceptarlo unos instantes, decidí dejarlo a un lado y pasar a lo siguiente.
—¿Y ahora qué hago?
—Vuelve a casa. Vuelve a la Base. Siéntate y espera.
Me quedé mirándolo. Pasaron los segundos, hasta que Jay se echó a reír.
—Ya sabía yo que no estarías deseándolo. Pero deberías volver a casa, al menos el tiempo suficiente para saber si han averiguado algo.
—¿Y qué hay de Acacia?
—Es una Agente del Tiempo. Si está previsto que vuelvas a verla, la verás.
—Pero…
Era demasiado tarde; la conversación había terminado. No sé si había sido Tono el que había dejado de enfocar, o si había sido el propio Jay, pero su imagen lanzó un destello como si fuera una gota de aceite sobre agua, y desapareció.
De repente, necesitaba sentarme. Y eso hice, aunque más que sentarme casi me dejé caer en el suelo. Miré a mi alrededor, maravillándome una vez más de que todo siguiera exactamente igual que la última vez. Incluso las marcas que había dejado al arrastrar el ensangrentado cuerpo de Jay estaban todavía allí. Aquel recuerdo me hizo fruncir el ceño y aparté la vista.
Entonces noté algo raro y, aunque no quería hacerlo, volví a mirar las marcas. Todo estaba exactamente como lo recordaba, salvo una cosa.
No había sangre.
Recordé con toda claridad haber arrastrado a Jay, embutido en su mono plateado que lo cubría por completo, salvo por los enormes agujeros que habían dejado los afilados dientes del gyradon. La sangre había salido a borbotones, de forma violenta al principio, luego más despacio, gotas más pequeñas, pues su corazón se iba parando y sus arterias estaban prácticamente vacías. Había sangrado mucho, lo recordaba perfectamente, y había dejado una gran mancha de tierra oscurecida por la sangre, como un charco de viscoso lodo.
No quedaba ni rastro.
«El sol —pensé— debe de…»
Pero allí no había sol; solo aquel revoltijo de cielo que parecía sacado de un Van Gogh.
Me puse en pie de un salto. De pronto sentí la urgente necesidad de salir de allí. Tono flotaba nervioso delante de mí, cambiando continuamente de color como un caleidoscopio acelerado.
Sentí algo —una presencia— detrás de mí… como una brisa, ¿o era un aliento?, en mi nuca. Acudieron a mi mente imágenes de ojos rojos rasgados y unos dientes amarillos y brillantes. En todos mis viajes y misiones, todavía no había visto nada tan aterrador como el líder de los Maldecimales, y su imagen seguía apareciéndose en mis sueños o en situaciones como aquella, cuando sabía con seguridad que había algo detrás de mí…
Tan deprisa como pude, Caminé.
Puede que aquella conversación no hubiera resuelto todas mis dudas, pero me había proporcionado información suficiente como para empezar a hacerme una idea. Ahora, si el destino tenía a bien darse un poquito de prisa y dejarme ver de nuevo a Acacia, quizá pudiera enterarme de algo más.
Me gustaría poder decir que a continuación oí una voz conocida que me llamaba por mi nombre. Me gustaría contaros que la oí nada más pisar el Entremedias, que me giré y allí estaba Acacia. Me gustaría poder deciros eso, porque no solo significaría que conseguí ver a Acacia de inmediato, sino que además me habría ahorrado mucho dolor.
Pero lo que en realidad sucedió fue que me hirieron con una pistola láser.
Ya he mencionado el ruido que hay en el Entremedias, así que no os sorprenderá que no oyera disparar a aquella cosa. Es como cuando, sin mirar, rozas con la mano algo muy caliente; sientes una punzada de dolor y sabes que algo no va bien, pero por un momento ni siquiera sabes qué es lo que te ha provocado el dolor. Te duele tanto que al principio ni siquiera sabes dónde te duele.
Mi cerebro tardó unos instantes en procesarlo todo, pero incluso antes de eso, me tiré hacia la derecha, y me salí de la estrecha cornisa de arena a rayas donde me encontraba. Solo vi fugazmente una especie de humanoide antes de que el psicodélico caos del Entremedias me rodeara y cayera, en una caída más o menos controlada, sobre un trozo de césped del tamaño de un Volkswagen. El lado izquierdo de mi pecho y la parte interior del antebrazo estaban quemadas, y había un agujero que atravesaba limpiamente el cabestrillo que cubría mi hombro.
Adopté una posición defensiva, y me mantuve atento a lo que había encima de mí. El que me había disparado tenía que venir por ahí. La teletransportación básica no funcionaba en el Entremedias; era demasiado caótico, había demasiadas interferencias.
Esta vez sí que lo oí —una especie de zuipp—, pero venía de algún punto detrás de mí. Y justo antes del sonido, algo me vino a la cabeza, algo que reconocí de inmediato, un sentimiento que me resultaba tan familiar como el latido de mi propio corazón…
Alguien acababa de Caminar cerca de mí.
Tono se había puesto detrás, y cuando volvieron a disparar el láser, se transformó en una especie de goma gigante con la superficie reflectante. Reflejó el láser y lo desvió, antes de volver a su forma esférica habitual. Era como ver a alguien estirar mucho un balón, salvo que el balón no estallaba y volvía a recuperar su forma.
No obstante, cuando lo hizo pude ver a través de él. Pude ver a la persona que me había disparado, con el brazo extendido y la pistola en la mano. Y era la última persona a la que esperaba ver.
—¡¿Qué demonios estás haciendo?!
—Exterminar objetivo: Joey Harker —dijo J/O, y volvió a disparar.