INTRODUCCIÓN Recuerdos de familia

Mis hijas, Zulema y Ana, fueron desde pequeñas unas niñas muy comilonas. Sobre todo Zulema, que tenía un apetito voraz; Ana comía de manera más comedida. Por suerte, nunca tuvimos el problema de si las niñas comían o no… no hizo falta que les diéramos vitaminas; como decíamos entonces, las llevaban dentro. Y eso que se comía lo que había, gustara más o menos —nada de caprichos— , y lo hacían sin protestar porque creo que sentían placer por la comida.

En casa, la tradición por el buen comer viene de mi marido. Cuando nos casamos, sabía que le gustaba comer y, la verdad, yo no tenía mucha idea de cocinar, más bien al revés. Pero fui animándome y vi que sí, que me defendía y cada vez lo disfrutaba más. Fíjate que a mi madre no le gustaba nada cocinar, pero a mí sí; a lo mejor era por llevarle la contraria.

Casi siempre había invitados, así que tenía que preparar cenas, comidas… Recuerdo que me decían que la tortilla de patata era mi plato estrella.

De todas formas, me gustaba probar recetas de otros sitios. Nos encantaba la pasta, y cuando fui a Italia descubrí una cocina que aquí no era conocida. La pasta en España eran solo espaguetis con tomate, pero fui ampliando mis conocimientos sobre ella y la preparo de mil maneras diferentes. Según dice Joaquín, mi marido, ¡la hago casi, casi mejor que los italianos!

También me gusta la cocina francesa, pero me resulta algo pesada con tanta nata, leche evaporada, bechamel… Son platos para ocasiones especiales, pero para diario prefiero la italiana; la encuentro más ligera.

No puedo olvidarme de la familia de mi marido, a quien le debo mucho de mi amor por la cocina. Mi suegra era una excelente cocinera y aunque tenían una señora que les ayudaba, con catorce en la mesa cada día siempre había mucha tarea en los fogones. Mª José, una hermana de mi marido, cocina fenomenal, pero la que mejor lo hacía era mi cuñada Mirosi, la madre de Nacho Duato, el bailarín, que tenía unas recetas buenísimas y mucha mano. De hecho, mis hijas han heredado el gusto por la cocina, en buena parte de su familia paterna. Zulema conserva muchas recetas de su abuela y de sus tías, incluso algunas del libro están basadas en platos de ellas, como el pollo trufado.

A todos nos gusta comer bien, así que fue muy fácil inculcarles el cariño por la cocina. Porque claro, una niña que tiene problemas para comer, pues no le gusta cocinar. Pero este no fue su caso, nosotros hacíamos de la cena un momento especial, todos juntos alrededor de la mesa. ¡Nada de ver la tele mientras comíamos!

Con el paso de los años, como todo en la vida, he ido cogiendo experiencia y aprendiendo mucho sobre cocina porque me gusta. Si no aprecias el buen comer, nunca serás una buena cocinera. Cuando oigo «yo en mi casa no guiso», pienso, «pues no sé qué comerán, lo harán todo con microondas».

Seguimos haciendo platos tradicionales, esos que los jóvenes han dejado de lado, porque requieren tiempo, estar atento… un arroz caldosito, lentejas y, una vez a la semana, paella, que no por ser valencianos nos alimentamos solo de arroz.

Cuando mis hijas se marcharon de casa me di cuenta de que les habíamos inculcado el gusto por la comida. Y empecé a impartirles clases de cocina por teléfono, porque no se llevaron mucho aprendido de casa; todavía eran muy jóvenes. Aún hoy me siguen llamando para preguntarme cómo hacer este o aquel plato, sobre todo las chicas, que han salido más cocinillas que los chicos. Cuando me consultan algo, en especial Ana, Zulema menos…, procuro tener siempre una respuesta. Ana me dice que soy como un libro de cocina, pero de esos de toda la vida. Las dos alaban lo que hago, aseguran que todo me sale estupendo. Tan solo nos picamos un poco con la paella. Los hijos de Ana dicen que la de su madre es la mejor, pero Ana dice que es la mía; cada madre es insuperable a los ojos de sus hijos.

Mis nietos también han cogido el testigo de la cocina. Claudia, la hija de Zulema, que está fuera, dice que parece la cocinera de la casa en la que vive. Y es que, claro, es natural, lo ha visto hacer desde pequeña y no le cuesta. Y los hijos de Ana, sobre todo la pequeña María, que parece que apunta maneras… Y es que en casa todos somos unos disfrutones de la comida, aprendimos a valorarla y a quererla.