Oh, eres muy amable al venir a verme después de todos estos años. Recibo pocas visitas estos días. El calor ha estado terrible, así que me quedo en la mecedora, agitando el abanico, y me acuerdo de hace muchos años, cuando vivía en Querétaro.
Sabrás mi nombre, por supuesto. Soy Josefa Ortiz de Domínguez, aunque la gente me recuerda como la Corregidora. La verdad es que el corregidor, o mejor dicho, el gobernante de la ciudad, era mi esposo Miguel, pero como yo siempre andaba ayudando a todos, me pusieron la Corregidora. No podía dejar que una abuelita perdiera su casa sólo porque no podía pagar los impuestos, o que a un niño le faltara el pan porque no tenía suficientes monedas en el bolsillo del pantalón. Ayudé siempre que pude.
Cuando era niña, todo México se llamaba Nueva España. Yo era criolla, es decir, mis padres eran españoles pero yo había nacido en el continente americano, y sólo por eso tenía menos derechos.
Conocí a muchos españoles que eran excelentes personas, pero algunos se sentían mejores sólo porque habían nacido en la península ibérica. Déjame hacerte una pregunta: ¿tú crees que una persona es mejor que otra sólo por el lugar donde nació? Por supuesto que no; todos somos seres humanos.
En 1808 pasó algo que cambió todo. Déjame contarte. Como sabes, Nueva España era parte de España. Sólo que Napoleón Bonaparte, el emperador francés, invadió el territorio español y nombró rey a su hermano. Nosotros los novohispanos no sabíamos qué hacer. Teníamos que soportar el mal trato que algunos españoles nos daban, y además, el gobierno estaba en juego. Este país necesitaba ser libre.
Encontré personas que pensaban como yo y que seguramente conoces bien: Miguel Hidalgo e Ignacio Allende, y otros hombres más. Aunque vivían en Guanajuato, nos reuníamos en Querétaro para pensar juntos cómo podíamos lograr nuestro objetivo. Podían arrestarnos si la policía se enteraba de lo que estábamos haciendo, por eso decíamos que celebrábamos tertulias donde discutíamos algunos libros.
En septiembre de 1810, uno de los hombres con los que nos reuníamos nos denunció a las autoridades. Antes de que la noticia se supiera en toda la ciudad, mi esposo me encerró en mi cuarto, en un segundo piso. Estaba asustada. ¿Qué podía hacer para escapar? ¿Qué pasaría con todos los planes que habíamos hecho por meses?
Entonces me di cuenta de algo horrible. Habían denunciado a Miguel Hidalgo y a Ignacio Allende, pero ellos no lo sabían. La noticia no había llegado a Guanajuato. ¡Tenía que avisarles!
Se me ocurrió una idea. Me puse unos zapatos de tacón muy grueso y di tres golpes en el piso. Lo hice una y otra vez para llamar la atención de uno de los criados que estaban en el primer piso de la casa. ¿Me oiría?
Por fin escuché que me llamaba del otro lado de la puerta. Le dije que nos habían descubierto, que debía informar a Miguel Hidalgo de que su vida estaba en peligro. Gracias a Dios, el criado me hizo caso; pudo encontrar a tiempo a Miguel Hidalgo, quien la madrugada del 16 de septiembre hizo sonar las campanas de Dolores, su pueblo, y así dio inicio a la Guerra de Independencia.
¿Qué sucedió conmigo? Una noche entraron al cuarto varios hombres con órdenes de arrestarme. Yo les pregunté: “¿Tantos soldados para arrestar a una pobre mujer?”.
Ellos no me respondieron porque sabían que yo era una mujer inteligente y capaz de todo.
Durante la Guerra de Independencia estuve encerrada en varios conventos. Por más que mi esposo les pidió que me perdonaran, los españoles no querían dejarme libre.
Cuando logramos la Independencia de México, no quise aceptar ningún pago por lo que había hecho.
JOSEFA ORTIZ DE DOMÍNGUEZ ES RECONOCIDA COMO UNA DE LAS INICIADORAS DE LA INDEPENDENCIA NACIONAL Y UNA DE LAS HEROÍNAS MÁS IMPORTANTES DEL PAÍS. NO QUISO FORMAR PARTE DE LA CORTE DEL PRIMER EMPERADOR DE MÉXICO, AGUSTÍN DE ITURBIDE, Y LUCHÓ INCANSABLEMENTE POR LA LIBERTAD. SE HAN ALZADO MUCHAS ESTATUAS EN SU HONOR, Y HAY ESCUELAS QUE LLEVAN SU NOMBRE. SE LE RECONOCIÓ COMO BENEMÉRITA DE LA PATRIA. MURIÓ EN LA CIUDAD DE MÉXICO EL 2 DE MARZO DE 1829.