¿Estás segura de que no eres una espía? En estos días ya no se puede confiar en nadie…
Me llamo María de la Soledad Leona Camila Vicario Fernández de San Salvador, pero para ti soy Leona Vicario. Al oír mi nombre, seguramente adivinarás por qué soy tan famosa. ¿No? Pues toma asiento, tienes que escuchar esta historia.
Ahora me ves como una señora regordeta con canas, pero alguna vez fui joven. Todas las heroínas de México fuimos niñas. Como yo era huérfana, vivía en casa de mi tío Agustín Pomposo… Ese era su nombre, no te rías.
Mi tío era un señor muy serio, parecía que siempre estaba enojado. Cuando empezó la Guerra de Independencia, él apoyaba a los españoles. Yo, en cambio, estaba del lado de la libertad, de Miguel Hidalgo, de José María Morelos y Pavón, y de Josefa Ortiz de Domínguez.
Como a mí nadie me decía qué hacer y yo era una joven muy valiente, me hice espía. Así como lo oyes. En ese entonces había un grupo secreto que se llamaba Los Guadalupes, quienes daban dinero y se infiltraban como espías en favor del ejército insurgente. Yo me uní, ¿por qué no iba a hacerlo? Estaba muy orgullosa de llevar una medalla de la Virgen de Guadalupe.
Me enamoré de Andrés Quintana Roo, un hombre que trabajaba para mi tío y que también pertenecía a Los Guadalupes.
Cuando mi tío se enteró de que yo estaba en contra de la corona española, me denunció. Me arrestaron y me llevaron a un tribunal, donde me hicieron un juicio. Me pidieron que revelara los nombres de los hombres y las mujeres que pertenecían a Los Guadalupes y que apoyaban al ejército insurgente. Yo sabía que, si hablaba, iba a poner a mis compañeros en gran peligro.
Los señores del tribunal me amenazaron muchas veces, pero nunca dije lo que querían escuchar. Yo, con mi silencio, fui más fuerte que ellos. Como no les gustó que me quedara callada en el juicio, decidieron encerrarme en un convento para que no pudiera ayudar más a los insurgentes.
Una noche, Andrés Quintana Roo se metió al convento y me sacó de ahí. Para que no nos reconocieran, me pinté todo el cuerpo de negro y escapamos escondidos en unos huacales. Tuvimos que refugiarnos en el bosque porque los españoles nos perseguían. Hasta tuve a mi primera hija en una cueva.
A mí nadie me detendría. Podía yo sola contra un ejército; pero no luchaba con un fusil, sino con un arma más poderosa: la pluma.
Mientras estaba escondida, escribí muchos artículos sobre la libertad y sobre cómo debería ser México cuando fuera independiente. Esos textos se publicaron en varios periódicos, como El Ilustrador Americano y el Semanario Patriótico Americano. Puedo presumir que conocí en persona a José María Morelos y Pavón, el Siervo de la Nación, quien me contó de su documento llamado “Sentimientos de la Nación”.
La lucha por la Independencia de México fue una etapa muy difícil. Resistí con valentía, sin dejarme vencer ni rendirme. Cuando terminó la guerra, comenzaron a llamarme la mujer fuerte de la Independencia, como prueba de que en México los grandes triunfos sólo se logran cuando hombres y mujeres trabajan de la mano. Por eso, cuando a un periodista se le ocurrió decir en público que yo no había luchado por el amor que le tenía a México, sino por seguir a mi esposo, Andrés Quintana Roo, le respondí con las siguientes palabras:
Sé decir que mis acciones y opiniones han sido siempre muy libres, nadie ha influido absolutamente en ellas, y en este punto he obrado con total independencia y sin atender las opiniones que han tenido las personas que he estimado.
Por eso te pregunto: ¿estás segura de que no eres una espía? Porque México necesita mujeres valientes como yo… y como tú.
LEONA VICARIO ES LA MUJER MÁS DESTACADA DE LA GUERRA DE INDEPENDENCIA. SE LE CONSIDERA UNA DE LAS PRIMERAS PERIODISTAS MEXICANAS Y UNA DE LAS PERSONAS QUE MÁS DINERO APORTÓ A LA CAUSA. DEBIDO A SU VALENTÍA, SU NOMBRE ESTÁ INSCRITO CON LETRAS DE ORO EN LA CÁMARA DE DIPUTADOS. AL MORIR, EL 21 DE AGOSTO DE 1842, SE LE NOMBRÓ MADRE DE LA PATRIA.