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Siéntate conmigo, me sentiré mejor si me acompañas. Ahorita estoy descansando, pues he tenido un día muy largo. Revisé a muchos pacientes, puse algunas vacunas y les di medicina a dos niños que tenían calentura.

¿Cómo te llamas? Mucho gusto. Yo me llamo Matilde Montoya. ¿No has oído hablar de mí? ¡Qué penosa situación! Pues te cuento: nací el 14 de marzo de 1857 en la Ciudad de México. Quizá no lo recuerdes, pero en aquel entonces había una guerra que se llamaba de Reforma. Eran tiempos muy duros. No había dinero y no se conseguía comida fácilmente.

Desde que estaba más chiquita que tú quería ir a la escuela. Recuerdo que mi papá siempre me decía: “¿De qué le sirve a una niña leer libros y saber cosas de ciencia?”. Pero mi mamá lo convenció y empecé como todos, en primaria. Ahí me enseñaron a leer, escribir y contar. Terminé antes que los demás, a los 12 años. Luego luego hice mi examen para ser maestra de primaria y, ¿qué crees?, lo pasé con muy buena calificación. Pero nadie me contrató porque era una niña.

Siempre he creído que una debe trabajar en lo que quiere, hacer lo que le gusta, así que le dije muy convencida a mi mamá: “Voy a ser doctora”. Eso nunca había pasado en México: ninguna mujer había estudiado medicina. Yo sería la primera, ¿por qué no? ¿Qué me detenía?

Como no teníamos mucho dinero y mi papá había muerto, mi mamá y yo nos fuimos a Puebla. Ahí pude ingresar en el Establecimiento de Ciencias Médicas y a los 16 años me hice partera. Era tan buena ayudando a que nacieran los niños que me volví popular. Todos me saludaban en la calle y me pedían que los asistiera en los partos. Eso disgustó a varios médicos de la ciudad. Hablaban muy mal de mí, me decían palabras que no puedo repetir enfrente de ti. Yo estaba muy triste y nos fuimos unos meses a Veracruz, allá volví a decirle: “Voy a ser doctora”.

Al regresar a Puebla me inscribí en la Escuela de Medicina. Para empezar el año escolar hubo una ceremonia con orquesta y papelitos de colores, el gobernador dio un discurso muy bonito. Luego, todo cambió.

Sólo pude estudiar un año porque algunos médicos de Puebla hablaron mal de mí otra vez, y los maestros no me ayudaban. Mi mamá anunció: “Nos vamos a la Ciudad de México. Si quieres estudiar medicina, lo vas a conseguir; nadie te va a decir que no puedes hacer algo”.

Entré a estudiar en la Escuela Nacional de Medicina. Me costó un enorme trabajo porque muchos de mis compañeros no me querían ni me ayudaban en las clases. Lo que me hizo perseverar fue mi sueño: ser la primera mujer mexicana en estudiar medicina.

Al terminar la carrera tenía que pasar una última prueba, el examen profesional. Me sentía preparada. Había aprobado todas las materias, tenía buenas calificaciones y había estudiado mucho. ¿Por qué no tendría éxito? Pero no me dejaron hacer el examen. Dijeron que, según las reglas de la escuela, sólo los alumnos podían graduarse, no las alumnas. Sólo que no pensaba rendirme. Le escribí una carta al presidente Porfirio Díaz, quien decidió ayudarme. Como el rector de la universidad no quiso hacerle caso, Díaz simplemente solicitó a los diputados que cambiaran el reglamento. Y así lo hicieron.

Mi examen profesional fue el 24 de agosto de 1887. Ese día, el presidente en persona y su esposa me acompañaron. ¿Alguna vez has tenido miedo de un examen? Pues ya sabes cómo me sentía; me temblaban las piernas y pensaba muchas cosas, pero tenía que cumplir mi sueño.

Cuando terminaron de hacerme preguntas, hubo un silencio muy largo, hasta que el rector anunció que había aprobado. ¡Sería médica! Escuché un aplauso que llenó todo el salón. En ese momento me di cuenta de que no sólo mi mamá, el presidente y su esposa estaban ahí, sino que también habían ido damas de sociedad, reporteras, maestras, madres… Mujeres que celebraban mi triunfo. Por ellas había roto las reglas. Por ellas y por mí.

¿Te digo algo? Tú puedes. Yo lo logré aunque parecía inalcanzable.

¡Pero mira la hora que es! Tengo que atender a más enfermos. Disculpa que te deje, vuelve cuando quieras. Me ha gustado platicar contigo. Por cierto, olvidé preguntarte: ¿cuál es tu sueño?

MATILDE MONTOYA FUE LA PRIMERA MUJER MEXICANA QUE ESTUDIÓ MEDICINA. RECIBIÓ NUMEROSOS HOMENAJES Y RECONOCIMIENTOS POR SU LUCHA SIN TREGUA.

TODA SU VIDA DEMOSTRÓ SU VALOR PARA DEFENDER SUS SUEÑOS E IDEALES, CURAR A LOS ENFERMOS Y AYUDAR A QUIEN LO NECESITARA. INSPIRÓ A MUCHAS OTRAS MUJERES A ESTUDIAR MEDICINA.