¿Todavía no has escuchado las buenas noticias? ¡Todas las mexicanas deberíamos estar de fiesta hoy! Cuando era niña nunca me imaginé que podría ayudar a cambiar a México, pero lo hice.
Soy de Yucatán y, figúrate nada más, allá nos fue muy mal con el gobierno a principios de siglo XX. Uy, las cosas se pusieron feas. Los dueños de las haciendas de henequén (una planta que se usa para hacer cuerdas y costales) tenían muchísimas tierras. Se las habían quitado a los habitantes de los pueblos, quienes se veían obligados a pedir trabajo a esos mismos hacendados que les habían arrebatado su territorio.
De verdad, todo se volvió color de hormiga para 1910: los propietarios de las haciendas henequeneras pagaban muy poco a sus trabajadores, al grado de que apenas les alcanzaba para comer. Además, cuando algo disgustaba a los hacendados, mandaban golpear a sus peones como castigo. Por eso, muchos yucatecos estábamos en contra del gobierno, pues el presidente había permitido que eso pasara.
Ese era el tipo de injusticias por las que protestaba la gente, hasta que estalló la Revolución, y por supuesto en Mérida también nos levantamos en armas; yo tenía 19 años. Luchamos y marchamos. No ganamos en mi estado, pero aprendí algo: el valor de pelear por lo que uno quiere.
Mi siguiente idea fue muy clara: había que combatir la reelección, pues una de las razones por las que se detonan las revoluciones en el mundo es que los presidentes se queden en el poder durante años y años haciendo su santa voluntad y no lo que conviene al pueblo. No es justo.
También peleé por los derechos de la mujer. Cuando se discutía la Constitución de 1917, emprendí un viaje larguísimo hasta la Ciudad de México para pedir que se debatiera el voto de la mujer, pero no lo logré. No lo incluyeron.
Regresé a Yucatán muy triste. Sin embargo, no iba a rendirme así tan fácilmente. Organicé grupos de mujeres que pensaban como yo, y comenzamos a protestar. No nos concedieron el voto, pero permitieron que fuéramos candidatas.
En 1924 me hice diputada. Con el paso de los años tuve varios cargos en el gobierno, tanto en Yucatán como en la Ciudad de México. En muchas ocasiones escribí a la Cámara de Diputados para que cambiaran la ley con el fin de que las mujeres pudieran votar.
No me hicieron caso. Creo que ni siquiera leían mis cartas. Lo más que pude lograr fue que Lázaro Cárdenas reconociera que las mujeres mexicanas somos ciudadanas y tenemos los mismos derechos que los hombres. La ley quedó así:
Son ciudadanos de la República todos los hombres
y las mujeres que, teniendo la calidad de mexicanos,
reúnan además los siguientes requisitos:
I. Haber cumplido 18 años siendo casados y 21 si no lo son,
y II. Tener un modo honesto de vivir.
No he tenido mucha actividad política en los últimos tiempos, es verdad. Ya han pasado muchos años desde que se inició la Revolución, pero nunca pensé que llegaríamos hasta aquí.
¡Te dije que había buenas noticias! ¡Al fin modificaron la Constitución! El próximo 3 de julio de 1955, las mujeres mexicanas votarán por primera vez.
ELVIA CARRILLO PUERTO FUE CONOCIDA COMO “LA MONJA ROJA DEL MAYAB” POR SU ACTIVISMO EN FAVOR DE LA MUJER. FUE UNA DE LAS PRIMERAS DIPUTADAS MEXICANAS. TAMBIÉN FUE UNA DE LAS PRINCIPALES PROMOTORAS DEL VOTO FEMENINO.
EN 1952, LA CÁMARA DE DIPUTADOS LA RECONOCIÓ COMO “VETERANA DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA” Y SE LE OTORGÓ LA MEDALLA DE HONOR AL MÉRITO REVOLUCIONARIO. MURIÓ EN LA CIUDAD DE MÉXICO EL 15 DE ABRIL DE 1968.