Yo tenía 12 años cuando empezó una guerra. Y pronto entendí que una revolución no sólo servía para decirle a un presidente que ya no lo queríamos en el poder, sino también para cambiar lo que no nos gustaba del país, como el hecho de que las mujeres no pudieran tener cargos importantes en el gobierno: todos eran para los hombres. ¡Aquello me enojaba mucho!
Yo quería que las mujeres de mi país tuvieran las mismas oportunidades, derechos y obligaciones que los varones. Ellas me inspiraron.
El siglo XX fue maravilloso para las mujeres mexicanas. Como nunca antes, aparecieron periodistas, doctoras, escritoras, artistas, luchadoras y revolucionarias. Por primera vez hablábamos y el país nos escuchaba. Yo quería ser como ellas; por eso estudié para ser maestra y luego me inscribí en la Universidad Nacional de México, donde cursé la carrera de literatura.
Trabajé para el gobierno de la Ciudad de México. Me encargaba de difundir el arte. Para eso, organizaba funciones de teatro al aire libre, y mandé instalar unas carpas enormes, así la gente iba a ver las obras que montábamos sin preocuparse por el sol. Recuerdo que las funciones se llenaban y el público nos aplaudía.
Es más, también formé la primera Unión de Actores Teatrales Mexicanos. Era un grupo de personas que defendían los derechos de quienes hacían teatro en México.
Sin embargo, no olvidaba mi deseo de hacer algo en específico por las mujeres y rendir homenaje a nuestras revolucionarias. Así, en 1936 hice algo que no se consideraba apropiado para una mujer: me metí en la política.
Junto con unas amigas fundé un grupo llamado Comité Femenino Interamericano pro Democracia, cuya misión consistía en apoyar y divulgar los principios de las relaciones de México con otros países.
Luego me mandaron a la Comisión Interamericana de Mujeres, y más tarde directito hasta la Organización de Naciones Unidas… Cada vez me integraba a un grupo más alto, y me iba mejor. Tenía poder, y lo aprovechaba para levantar la voz por los derechos de la mujer.
En plena Segunda Guerra Mundial, participé en una conferencia importantísima sobre la igualdad de derechos de hombres y mujeres en todo el mundo. Además, mientras estuve en mi país presidí el Comité Coordinador Femenino para la Defensa de la Patria y fundé la Alianza de Mujeres de México. Sentía que poco a poco les iba haciendo justicia a las mujeres que participaron en la Revolución Mexicana.
En 1953 ayudé a que las mujeres consiguieran el derecho a votar por sus gobernantes y ser votadas para obtener un puesto de gobierno. Eso me llevó a convertirme en embajadora de México. A lo largo de los años anduve de un país a otro, principalmente en Europa: Suiza, Finlandia, Austria y Suecia.
Ahora que no soy tan joven, mi vida se ha detenido un poco. Colaboro con la Secretaría de Turismo en lo que puedo. Todavía me gusta difundir el teatro y el arte en general. Además, sigo luchando por los derechos de mis congéneres, para honrar a todas esas mujeres valientes que hicieron la Revolución Mexicana. Ellas deberían ser nuestra inspiración, ¿no crees?
AMALIA GONZÁLEZ CABALLERO FUE LA PRIMERA MUJER EMBAJADORA MEXICANA. REPRESENTÓ AL PAÍS EN SUECIA (1953), SUIZA (1957) Y FINLANDIA (1959), ASÍ COMO EN LAS NACIONES UNIDAS Y EN AUSTRIA (1965). SE RECONOCE SU LABOR POLÍTICA EN DIFERENTES SECRETARÍAS DE GOBIERNO Y SU EMPEÑO EN LOGRAR QUE LAS MUJERES MEXICANAS PUDIERAN VOTAR Y SER VOTADAS PARA DIFERENTES CARGOS.
MURIÓ EL 2 DE JUNIO DE 1986 EN LA CIUDAD DE MÉXICO. SUS RESTOS DESCANSAN EN LA ROTONDA DE LAS PERSONAS ILUSTRES.