Amo la naturaleza, el verde de los bosques y los animales que habitan en ellos, así como el ruido que hace el agua de los ríos… Con decirte que fui scout de niña. Pero lo que más disfruto son las montañas. Son parte de mi vida. Siempre las vi como un reto, mi gran aventura.
Empecé subiendo cerros y pequeños montes; siguieron los volcanes. El Popocatépetl, el Iztaccíhuatl y el Citlaltépetl… Cada vez más alto… Cada vez más lejos… Y siempre que subo a una montaña, enfrento un nuevo desafío. Es una oportunidad de decir:
Sí, tengo miedo, pero no voy a dejar que me venza;
voy a escalar esta montaña
sin importar lo que me cueste. Yo voy a ganar.
Al escalar montañas aprendí que la fuerza de un alpinista no está en sus músculos (yo no los tengo tan grandes). Más bien está en la capacidad que tiene para adaptarse, de resistir cada día un poquito más, abrigarse bien, romper el propio récord y decir: “Hoy llegué hasta aquí, pero mañana voy a llegar un poquito más lejos”.
No hay altitud ni profundidad que una mujer no pueda alcanzar.
Cuando empecé a escalar montañas, algunos amigos me dijeron: “Estás loca”, “¿Para qué te subes ahí?”, “Eso déjalo para los hombres fuertes”, “¿Qué ganas con subirte a esa montaña?”. Pero algo dentro de mí me decía otra cosa: “Eres tú quien decide qué tan alto quieres llegar. Es tu vida. Es tu decisión”. Y me lancé a la aventura.
Para mí, cada sueño, cada proyecto, cada meta es una montaña… Y subí cada vez más y más alto. Mira, para que te des una idea: en 1993 escalé el Aconcagua, que está en la Cordillera de los Andes. Luego, en 1999 llegué a la punta del monte Everest; me tomó ocho años y dos intentos, pero lo logré. Más tarde, en 2000, alcancé la cima del monte McKinley, el más alto de Norteamérica. Y hace poco, en 2010, fui líder de la primera expedición de latinoamericanos en la Antártida.
¿Te confieso algo? La montaña me enseñó a apreciar cada momento. Mira, a veces voy muy feliz, disfrutando todo lo que veo, y tomo muchas fotos para que las vean mis hijas, pues allá arriba hay muchísima belleza de la naturaleza. Hay otros momentos en los que siento el peligro y voy muy despacito, cuidando cada paso, fijándome en dónde puedo pisar y dónde me puedo caer. Siento que el corazón me late muy rápido y tengo que prestar atención para seguir ascendiendo.
Ah, pero cuando llego a la cumbre… ¡no sabes lo feliz que me siento! Es cuando sé que gané, que alcancé mi objetivo.
Luego, como bien sabes, hay que bajar de la montaña, y esa es otra gran aventura que tienes que vivir con mucho cuidado para volver a casa sana y salva.
No sabes lo cansada que termino después de cada ascenso. Duermo mucho, como poco y me preparo muy bien… Pero sé que el final de un gran reto es el inicio de otro y, en cuanto regreso a casa, comienzo a planear cuál será la siguiente montaña que habré de conquistar. La sensación es maravillosa. ¡Qué emocionante!, ¿verdad?
KARLA WHEELOCK ES LA PRIMERA MUJER EN HISPANOAMÉRICA EN ESCALAR LAS SIETE MONTAÑAS MÁS ALTAS DEL MUNDO. SU GRAN PASIÓN POR EL ALPINISMO LA HA LLEVADO A DAR CONFERENCIAS EN MUCHOS PAÍSES; EN ELLAS NARRA SUS EXPERIENCIAS PERSONALES. TAMBIÉN HABLA DE MATERNIDAD, DE LIDERAZGO, DE LA MUJER EN MÉXICO Y DE EDUCACIÓN.
KARLA HA SIDO NOMINADA AL PREMIO NACIONAL DEL DEPORTE EN DOS OCASIONES. EN 2005 ESTABLECIÓ LA FUNDACIÓN KARLA WHEELOCK, CUYO OBJETIVO ES INTEGRAR A LOS JÓVENES A LA NATURALEZA Y ENSEÑARLES A SER LÍDERES. UNA DE SUS FRASES FAVORITAS ES: “SI QUIERES HACER UN BIEN A UN NIÑO PARA SIEMPRE, EDÚCALO; SI LO QUIERES EDUCAR, RÉTALO; SI LO QUIERES RETAR, CONDÚCELO INTENCIONALMENTE HACIA LA AVENTURA”.