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Lo has intentado de verdad

Londres, Inglaterra

Tyler

La única parte de palacio que estaba vedada tanto a los turistas como a la prensa era la antigua biblioteca de mi madre.

Era donde yo guardaba todas y cada una de las cartas que me había escrito, además de un catálogo de todos nuestros momentos compartidos en vídeo.

Como la prensa ya había informado una vez sobre la copia que tenía de A sangre fría bajo los titulares «El príncipe Carrington quiere que maten a su familia» y «El príncipe Carrington está obsesionado con los asesinatos», también guardaba toda mi colección de libros en esa estancia.

Además, era el lugar perfecto para terminar de redactar mi carta de «despedida a toda esta mierda», pero hasta la fecha solo había escrito cuatro frases.

Cada vez que me sentaba a terminarla, mi padre me llamaba para hacer algún posado, o, lo que era peor, para alguna cita «sorpresa» con Victoria. En presencia de la prensa, claro estaba.

La había visto dos veces esa semana, y cada una de las visitas no hacía más que confirmar que ella y yo vivíamos en dos planetas completamente distintos.

Lo único en lo que podía centrarme en realidad era en el tiempo que había pasado con Chloe.

No era solo el recuerdo de sus gritos mientras la devoraba entre las sábanas, las marcas que me había dejado en la piel cuando me metía en ella, o que fuese el mejor polvo que había echado. Fue toda la noche, su total sinceridad y su sarcasmo, unidos a su sonrisa sexy.

Había achacado que me echara de su piso por la mañana a un desafortunado brote psicótico, porque sabía, por la expresión de sus ojos, que quería repetir tanto como yo.

Sin embargo, todavía no me había llamado.

Ni siquiera una vez.

Saqué otro juego completo de bolígrafos para tratar de añadir una frase nueva a la carta.

—Buenas tardes, señor. —Dillon entró en la estancia con paso tranquilo.

¿Señor?

—Hoy tengo que portarme contigo con una formalidad de cojones. —Me fulminó con la mirada—. Anoche me apuñalaste por la espalda.

—Te dije que no iba a asistir a la cena en honor de mi padre —dije—. Lo dejé muy claro.

—Media hora después de que llegara a recogerte, de que toda tu familia te estuviera esperando y de que tu maldito padre estuviese dando su discurso. La prensa rosa está celebrando una Navidad por adelantado, y están rajando de lo lindo. Te están dando bien.

—Siempre me ha gustado que me den bien.

—Voy muy en serio, Tyler.

—¿Se han colado ya las noticias de mi visita a Seattle en los blogs de cotilleos de los Estados Unidos? —Cambié de tema—. ¿Y qué hay de los medios de aquí?

—La respuesta es la misma que ayer.

—Ya se me ha olvidado.

—No, Tyler. Nadie influyente sabe nada de tu viaje a excepción de mí, por desgracia.

—¿Crees que es posible que Chloe no pueda hacer llamadas a larga distancia?

—Pensaba que era una psicópata…

—Y lo es. —Sonreí—. ¿Crees que no me ha llamado por la distancia?

—¿Teniendo móviles? Lo dudo mucho.

—¿Crees que habrá vendido mi reloj?

—Por enésima vez, Tyler, lo sabré en cuanto llegue a las manos de un joyero o a una casa de empeños; si lo hace —respondió—. Si no, te garantizo que lo recuperaré en el plazo de una semana después de que llegues.

—Puedo hacerlo yo mismo si es ese el caso —dije—. ¿Recuerdas la dirección?

—Vale, ya basta. —Negó con la cabeza—. Las dos últimas semanas te has portado de manera más ridícula que nunca. Aunque a veces muestras tu verdadera cara, estás accediendo a asistir a eventos con la princesa danesa porque estás obsesionado con una mujer cualquiera que, evidentemente, no te quiere. Una mujer que está en un país distinto.

—Un país en el que viviré pronto.

—No, si no entras en razón. ¿Por qué es tan importante para ti tener una segunda ronda con esa chica?

—Sería nuestra sexta o séptima ronda, ya que te pones a contar —dije—. Puede que la quinta, si no cuentas la vez en que…

—No estoy contando —me interrumpió.

—Al menos podría haber enviado un mensaje, ¿no crees?

—Si quieres saber lo que opino, te diré en qué deberías centrarte, en vez de en esa extraña.

—A lo mejor ha perdido el post-it en alguna parte —continué—. Eso tendría sentido, dadas las condiciones en las que estaba su apartamento.

—Céntrate en el borrador de tu discurso de despedida. Eso es mucho más importante, sobre todo porque tienes intención de publicarlo pronto.

—Casi he terminado con él. Solo te pregunto por esa mujer porque…

Me golpeó la cabeza con una almohada, interrumpiéndome a mitad de la frase. Después, cogió el mando a distancia, encendió la televisión y subió el volumen al máximo.

En la pantalla apareció una imagen de Victoria en un jardín, agarrada de la mano con mi padre y mi madrastra.

Nuestras fuentes nos han dicho que es solo cuestión de tiempo que el príncipe Carrington haga oficial lo suyo con Victoria —anunció una periodista—. Si lo recuerdan, hace años, Carrington llevó a la futura mujer de su segundo hijo a dar el mismo paseo antes de la pedida de mano. También lo hizo con su difunta esposa, Joanna, y es evidente que quieren mantener la tradición.

—Dame mi portátil, Dillon. —Rechiné los dientes—. No me dejes salir de aquí hasta que haya acabado.