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No puedes escapar de lo que estás huyendo

Más tarde, esa misma noche

Seattle, Washington

Tyler

«Deja que esta americana te dé un viaje»

«Seré tu princesa»

«Lo que Londres no quiere me lo quedo yo»

Esta noche no voy a llegar a casa sin que me pillen…

—Pensé que dijiste que las americanas estaban un poco menos desquiciadas. —Me quedé mirando los carteles improvisados que había en las ventanas del aparcamiento de mi oficina y les envié un mensaje a mis escoltas para que buscaran una ruta alternativa a casa—. Habría jurado que no estaban al día de la familia real.

—Les gusta la vida de los famosos. —Dillon estaba tumbado cuan largo era en mi sofá, mirando al techo—. Toda su cultura está obsesionada con la fama, y tú eres un exmiembro de la familia real muy guapo, con abdominales, hoyuelos y, al parecer, una cara que merece que se sienten sobre ella. Es la receta perfecta para una sed eterna, vayas donde vayas. ¿Quieres que invite a subir a algunas para sacarlas de la calle?

—La verdad es que no. —Entrecerré los ojos para mirar un cartel brillante, de color rosa fluorescente, que rezaba «Ven a meter tu P coronada en este CC».

—¿Qué es un «CC», Dillon?

—Coño Chorreante —respondió.

—Ya veo. —Sonreí—. Puede que debiésemos haber escogido una isla pequeña para comenzar mi nueva vida en vez de este lugar.

—No intentes seguir mi consejo ahora —se mofó—. Ese barco zarpó hace mucho. Por cierto, has elegido pésimamente, pero pésimamente, a esa Chloe.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Lo que el diccionario haya descrito como «pésimamente» —contestó, sentándose—. Una chica muy lista, muy ambiciosa, muy «debería haber conseguido más en la vida», pero…

—Pero ¿qué?

—Más te vale rezar para que nadie descubra la relación que hay entre los dos —advirtió—. La cosa se pondrá más fea de lo que nunca hayas experimentado.

—¿Acaso fue un demonio en su vida anterior?

—Peor. —Sacó una carpeta de debajo de un cojín—. Una romántica empedernida que ha salido con un montón de chicos y nunca ha podido conservar un novio durante más de unos pocos meses seguidos.

—Eso no tiene nada de preocupante.

—Ah, sí, claro. —Se encogió de hombros—. Solo que cada vez que rompía con uno, cambiaba su estado en Facebook y se hacía viral. Son todo un entretenimiento.

Arqueé una ceja.

—Los he copiado y pegado todos para que los veas. Ah, y te va a encantar este. Una de sus mejores amigas dirige un podcast con millones de seguidoras en el que una vez invitó a Chloe. ¿Quieres saber cuál fue el tema de conversación?

—Estoy seguro de que estás a punto de contármelo.

—El arte de hacer unas mamadas inolvidables, «tan buenas que se correrán en tu boca en tan solo unos minutos», dicen. —Puso los ojos en blanco—. Muy elegante.

—Interesante. —Sonreí—. ¿Cómo se llama el podcast de su amiga?

—Esa parte puedes averiguarla tú mismo. —Me arrojó la carpeta.

—Has hecho todo el trabajo mientras te asegurabas de que quedara fuera del punto de mira, ¿verdad?

—Pues claro —respondió, asintiendo—. Siempre y cuando se trate de una tutela compartida sin sentimientos, sexo ni citas entre los dos, creo que irá bien. No habrá sexo, ¿no es así?

Evité la pregunta.

—¿Has encontrado la dirección de su casa?

—Sí.

—¿Me la das?

—¿Para qué?

—Me gustaría enviarle algunas flores.

—¿Para qué?

—Quiero que empecemos de nuevo —dije—. Que estemos en la misma página.

—Dime el tipo de flores y qué quieres que diga la nota. Yo me ocuparé de ello.

—Esperaba darle un toque más personal.

—Eso no va a suceder. —Sacó su móvil—.Tu hermano y tu hermana han llamado unas cuantas veces. Pasa la noche hablando con ellos en vez de preocuparte por la señorita March.

—¿No vas a darme nunca la dirección de su casa?

—Nunca.

En torno a la medianoche, traté de mantener una expresión estoica mientras mis hermanos gemelos menores «lloraban» en la pantalla de Skype.

—Es que no te entiendo, hermano —dijo Priscilla—. Nos has dejado atrás sin más, sin previo aviso. Ha sido egoísta y cruel.

—Eres un capullo y un idiota —añadió Charlie—. Hay mucha gente que mataría por esta vida, y tú la tiras como si no significase nada. ¿Y para qué? ¿Por libros?

—Aquí también tenemos libros. Has demostrado ya que se te dan bien. Puedes volver y hacer lo mismo aquí.

Hasta hablan con la misma cadencia que nuestro padre…

—Victoria ha estado llorando a mares. —Priscilla se secó los ojos con un pañuelo de papel—. Has hecho quedar como una idiota a esa pobrecita. Te quería.

Se quería a sí misma, pensé, haciendo un gesto de exasperación.

—La prensa continuará siguiendo todos y cada uno de tus movimientos allí —continuó Charlie—. No has escapado de nada. Solo te has llevado todos tus problemas contigo al otro lado del charco. Y dicho esto, si vuelves y te disculpas en el plazo de noventa días, seré el primero que te perdone públicamente.

—Puedes guardarte la disculpa —le contesté—. Ya os he dicho que volvería para vuestra fiesta de cumpleaños conjunta, y para la celebración anual de nuestra abuela, que es semanas después. Es lo único que puedo prometeros, y no he tomado esta decisión con la esperanza de que ninguno de los dos la entendierais.

—¡Eres mucho más egoísta de lo que pensaba! —gritó Priscilla—. Eres…

Silencié el micrófono y puse un vídeo en bucle para aparentar que seguía estando presente.

Me acerqué a mis ventanales y observé Seattle desde lo alto, esperando echar de menos las vistas de Londres, pero eso no sucedió.

Mientras contemplaba cómo The Great Wheel daba vueltas con sus luces moradas y azules, una llamada hizo vibrar mi teléfono.

Era un número desconocido.

Dudé durante unos segundos antes de responder.

—¿Diga?

—Hola —sonó la voz rasgada y distintiva de Chloe desde el otro lado de la línea—. Soy yo, la señorita March.

—Ya lo sé, Chloe.

—Sí, bueno… —Se aclaró la garganta—. ¿Tienes unos minutos?

—Depende. ¿Es una llamada sobre trabajo?

—Es el único motivo por el que te llamaría alguna vez.

—Pues claro. —Sonreí—. ¿Qué ocurre?

—Se suponía que Hazel iba a enviarme algunos archivos importantes de Peter Truss antes de mi viaje, pero creo que te los ha enviado a ti. ¿Puedes comprobarlo y reenviármelos?

Puse el altavoz y comprobé mi buzón de entrada. Era cierto, Hazel me los había enviado a mí una hora antes, dirigidos a Chloe.

Abrí un segundo correo que me había enviado a mí directamente.

Asunto: Vida de codirectores

Señor Carrington:

Sé que acaba de empezar aquí, pero quiero que todos le respeten tanto como me respetan a mí, así que voy a enviarle unos cuantos recordatorios desde el cariño.

No se quede hasta tarde trabajando con los empleados y no pase demasiado tiempo hablando en la sala de descanso. No está al mismo nivel, y ellos deben mantenerse en su sitio. Usted está a mi nivel, y tenemos que seguir juntos.

¿Vale? ¡Vale!

¡Ah! Y me parece que no es pobre (¿verdad? ¿Sigue teniendo dinero?), ¿quiere acompañarme a ir de compras durante la comida el lunes? Tengo que conseguir un bolso de Versace para la próxima gala antes de que lo compre nadie más.

Hazel Swift

Codirectora

Editorial Canalla

Lo borré, ahogando un gemido.

—Voy a reenviarte el correo —le dije a Chloe—. ¿Algo más?

—No, gracias.

Se hizo un silencio.

—Ya puedes colgar, a menos que no tengas a nadie más con quien hablar esta noche.

—Tengo a mis dos mejores amigas a las que puedo llamar siempre que quiero —dijo—. Son como hermanas.

—Pero no están disponibles ahora mismo, ¿verdad?

No respondió, y yo me reí.

—¿Sigues en la oficina?

—No, estoy en… en el Whimstery Café —admitió, en tono un poco más suave de lo habitual—. Me gusta trabajar aquí cuando termino en la empresa porque te rellenan la taza todo el rato y el personal es agradable.

Me senté en una silla y tamborileé con los dedos sobre el reposabrazos.

—¿Y cómo es?

—Es muy bonito —admitió—. Tienen un montón de espacio de trabajo, mejor café que la mayoría del resto de cafeterías, y…

—No, eso no —la interrumpí—. ¿Qué tal es trabajar en una cafetería sin que nadie moleste? ¿Sin que nadie se acerque corriendo hacia ti cada pocos segundos?

—Ah. —Se quedó en silencio durante unos instantes—. Es muy tranquilo.

—¿Saben los camareros a qué te dedicas?

—No, y no les importa. —Se notaba que estaba sonriendo—. Pero son muy simpáticos. Tienen una sala privada abajo, por si algún día quieres reservarla para ti.

—Tendré que pensarlo algún día. —Pulsé en mi pantalla unas cuantas veces—. ¿Cuánto tiempo vas a estar allí?

—Hasta que tenga que recoger mi coche de alquiler por la mañana. ¿Tienes pensado aparecer y discutir conmigo?

—Esta noche no. —Terminé de juguetear con la pantalla—. Pero dime una cosa: ¿cómo consiguió Hazel el puesto de directora general, antes que tú o cualquier otro?

—¿Te refieres a por qué le compró su papá multimillonario una empresa solo porque un día pasara por delante y dijera «¡Ay! ¡Canalla! Rima con “Balenciaga”, ¿me la compras, papi?»? ¿Es eso lo que querías saber?

—Por favor, dime que acabas de inventártelo.

—Es la triste realidad —dijo—. Es su primer trabajo y, por eso, su padre cree que es ella quien está llevando muy bien la empresa.

—Y tú no has dicho nada sobre este problema porque…

—Porque algunos de nosotros, las «personas pobres», no podemos permitirnos agitar las aguas si nadie va a creernos —añadió en voz baja—. No tengo un salvavidas al que agarrarme.

—Probablemente debamos hablar sobre darte un cargo nuevo y otro salario muy pronto.

—Eso estaría bien…

—Aunque todavía no he decidido si dependerá de lo que decidas sobre volver a considerar el tema del sexo conmigo —añadí—. Tengo que pensarlo en profundidad.

—Voy a colgar ya.

—Era una broma, Chloe.

—¿Lo era?, ¿en serio?

—No. —Sonreí, esperando que colgara, pero su risa ligera me llegó desde el otro lado de la línea.

—¿Qué nombre me has puesto en tu teléfono?

—Tyler.

—Lo dudo.

No habló durante unos segundos.

—El-padre-de-mi-bebé-a-quien-odio.

—Qué pegadizo.

—Lo es. —Se rio—. Ah, espera. Alguien quiere hablar conmigo. Un momento.

Me acerqué al portátil y vi que Charlie y Priscilla seguían parloteando, así que reinicié el vídeo en bucle.

—¿Son tuyas? —preguntó Chloe, en voz baja.

—¿El qué?

—Son rosas blancas y rosas de diseño.

—Estoy seguro de que van con una nota.

Se quedó callada un momento y después inspiró con fuerza.

—¿En serio?

—Tenía pensado dártelo la mañana de después de la noche que nunca ocurrió si me hubieses dado otro día más, claro, pero ya sabes cómo acabó la cosa.

—Vale, ahora sí que voy a colgar.

—Al menos podrías leérmela para que pueda decidir si quiero usar esa compañía otra vez.

—Te enviaré una foto. —Al fin colgó y mi teléfono vibró, avisando de que tenía un mensaje.

La nota de la foto estaba escrita tal y como yo lo había pedido.

«Feliz cumpleaños, Chloe.

Sé que acabamos de conocernos, pero he decidido hacerte un regalo de cumpleaños.

No estoy seguro de qué es lo que te gusta, aunque como tienes un coño tan apretado y seguramente seguiré pensando en él durante un tiempo, aquí tienes cincuenta rosas blancas y rosas bien apretaditas.

Deberías llamarme cuando las pongas en un jarrón.

Estoy dispuesto a pagarte un vuelo para que vengas a verme y podamos acabar lo que empezamos.

Esta vez, no pararemos en la séptima ronda.

Tyler».