Tan cabezota como siempre
El fin de semana siguiente
Seattle, Washington
Tyler
«¡Enhorabuena, Tyler y Chloe!
¡Es un chico! ¡Por partida doble!».
Pasé los dedos por encima de la foto en la que salíamos Chloe y yo, el fin de semana, cuando sus amigas la llevaron hasta la heladería para celebrar la fiesta privada de revelación del sexo de los bebés.
Solo estábamos los cuatro, y tuve un asiento en primera fila para observar lo estrecha que era su amistad, cómo podían pasarse horas riendo y hablando de nada en particular. Cómo protegían con ferocidad a Chloe y cómo me amenazaban, no tan en broma, con asesinarme si alguna vez le hacía daño.
Ella derramó lágrimas de alegría durante la mayor parte de la fiesta y puso la cara contra mi pecho cada vez que hablábamos de los bebés.
Guardé la foto en la cartera, cogí el teléfono que había sobre mi escritorio y llamé a la línea privada de mi apartamento.
—¿Sí, señor Carrington? —respondió Zoey al primer tono.
—Dígale a Chloe que esta noche llegaré a casa más tarde —anuncié—. Pregúntele qué quiere para cenar, y avíseme si es de algún restaurante.
—Lo haré en cuanto la vea, señor.
—¿Qué quiere decir con «en cuanto la veas»? —pregunté—. ¿No está en casa?
—No, señor —contestó—. La he llamado al móvil varias veces, pero no responde. Estoy segura de que sigue en el trabajo, o algo así.
—Tomo nota. Gracias.
Colgué, y me di cuenta de que no había leído mis mensajes desde después del mediodía. Tampoco me había enviado sus pantallazos habituales de la aplicación Qué esperar.
Confundido, fui a su despacho, pero las luces estaban apagadas y todos los empleados se habían marchado de la oficina. Fui a comprobar si estaba en la barra de la cafetería, en las salas de reuniones y en la sala de manuscritos que había en el sótano.
Cuando estaba revisando el departamento de publicidad, la vi tirada en una silla, junto a la ventana.
Joder.
—Chloe, ¿puedes oírme?
—Estoy bien —murmuró—. Solo estoy echando una siestecita.
Le levanté la cara con las yemas de los dedos. Tenía los ojos hinchados y rojos, y parecía estar a tan solo unos segundos de desmayarse sobre el suelo.
—¿Por qué no me has llamado?
—Tengo que entregar este encargo de Hazel esta noche. No puedo marcharme hasta haber acabado. No puedo creerme que no lo hubiese entregado hace meses. Es como si estuviese decidida a joderlo todo, ¿sabes?
—Creo que el otro director puede encargarse de eso por ti. —La miré, furioso—. Vas a irte a casa.
—Solo son náuseas, Tyler. De todas formas, casi he acabado.
—¿Puedes dejar de ser tan cabezota, por una vez, y dejar que te ayude?
Una sonrisa lenta apareció en sus labios.
—No puedo evitarlo. Lo siento.
—Disculpa no aceptada. —La agarré de las manos y la levanté despacio. Después, la sostuve junto a mi cuerpo y la llevé hasta el ascensor—. Finjamos que esta oficina no existe durante unos cuantos días.
—¿Vas a traerte el trabajo a casa?
—Shhh. —Le di un beso en la frente—. Hablaremos de eso más tarde.