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Sospechas

Embarazada de veintidós semanas y seis días

Seattle, Washington

Chloe

El reposo en cama es para las marmotas. No podía hacer demasiado desde casa, solo leer algunas cosas tumbada antes de que me entraran ganas de levantarme y caminar.

Por desgracia, Zoey vigilaba todos y cada uno de mis movimientos como un halcón y avisaba a Tyler siempre que intentaba dar algún paseo de más.

Hasta el momento, me había perdido casi todos los eventos publicitarios de lanzamiento, y el corazón me dolía con cada cesta de «Te hemos echado de menos» que mis compañeros me enviaban al día siguiente.

Hubo una convención de Young Adult, una cena especial de misterio y thrillers, y mi favorito, el día del discurso anual, y me quedaban poco más de dos semanas para perderme la ansiada gala para la que Tyler me había prometido que, con el fin de quitarme las penas, podíamos usar mis bocetos como inspiración para decorarla.

Me recordé que, en los años venideros, debería ir espaciando un poco este tipo de eventos, y que nadie más se viera obligado a perdérselos si se viera sujeto a reposo en cama.

Mientras estaba viendo la grabación de la convención de YA, Tyler cruzó la puerta de entrada.

—¿Y bien? —Me erguí en el sofá—. ¿Qué me he perdido del día del discurso anual? Por favor, no me hagas demasiado daño.

Él sonrió y se tomó su preciado tiempo para desabotonarse la chaqueta. Después se soltó la corbata.

—¿En serio? —Me crucé de brazos—. Dime qué discursos se han aceptado y cuáles se han rechazado, qué títulos vamos a dejar para la primavera y qué autores nuevos van a conseguir los grandes paquetes de lanzamiento.

—Hemos aplazado la reunión otro mes más.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Porque cierta persona tiene que estar presente, y es injusto que quien siente más entusiasmo no tenga un asiento en la mesa solo porque se encuentre indispuesta.

—Lo dices por decir.

—No. —Se acercó a mí y se sentó en el borde del sofá—. Todo el mundo ha estado de acuerdo. Menos Hazel, claro.

—Claro.

—Está empezando a sospechar que me gustas.

—¿Y está equivocada?

—Sí. —Me recorrió la boca con un dedo—. Es más que «gustarme», y lleva meses de retraso en haberlo sospechado.

—Define «más que gustar».

—Es otra palabra que empieza por «a» y que juré que nunca diría.

—¿Aborrecer?

—Casi.

—¿Ansiar?

—Eso lo sentí desde el primer día. —Sonrió—. ¿Es lo único que se te ocurre?

Me encogí de hombros, porque no me atrevía a pronunciar la otra.

—Amor, Chloe —dijo, mirándome a los ojos—. Finge que no lo has escuchado para que pueda hacer que suene mucho más dramático dentro de unas semanas.

—Yo también te quiero… —La voz se me quebró, y él me besó—. ¿Y qué hay de la gala, vas a aplazarla? —No pude evitar preguntarlo.

—De ninguna manera. —Negó con la cabeza—. Preferiría quitármela de encima, igual que los malditos viajes a Londres, para poder centrarme en la oficina. No debería haber accedido nunca a volver. No estoy listo para hacerlo.

—Estoy segura de que tu hermano y tu hermana se alegrarán de verte en su fiesta de cumpleaños —le dije.

—Si no lo hacen, en las fotos lo parecerá.

—Y, semanas más tarde, tu abuela también se alegrará de que asistas al aniversario.

—Se la ha declarado legalmente ciega y casi senil, así que lo dudo. —Yo le sonreí—. No le digas a nadie que te lo he contado.

—No lo haré.

Sin dejar de sonreír, cogió dos libros infantiles de la mesita de centro.

—¿Cuáles de estos dos quieres que les lea a los niños esta noche?

—El que leerías tú, sin tus molestos comentarios entre capítulos.

—Entonces, ¿ninguno?

—¿Podrías esperar al menos hasta el final del libro para compartir esos pensamientos?

—No. —Abrió un libro del Dr. Seuss—. Si un autor se atreve a inventarse palabras solo para que rimen, mis hijos tienen que saber de antemano la mierda que son.

Me reí y me recosté, y él me acarició la tripa mientras nos leía a los tres durante el resto de la noche.