Un huésped indeseado
Embarazada de veinticinco semanas
Seattle, Washington
Chloe
El avión de Tyler voló por encima de Washington horas después de habernos marchado de la cabaña, justo cuando la niebla reptaba por la costa.
—¿Vas a ir a trabajar hoy? —pregunté.
—Un poco.
—¿Y vas a volver a Londres para la fiesta de la reina?
—Volveré en el mismo día. —Me besó en la frente.
—¿Qué tienes pensado hacer con Hazel? —volví a preguntar.
—No puedo trabajar con alguien que le ha hecho daño a la mujer a la que quiero. —Me acarició el cuello con un dedo—. Le he dicho que tiene que renunciar. Con efecto inmediato.
—¿Y qué hay de mi trabajo?
—Puedes quedártelo, pero, personalmente, creo que te iría mejor trabajando en tu arte que con gente que utilizará tus momentos más cotidianos para cotillear.
—¿Y si los ignoro sin más y me centro solo en mi trabajo?
—Ojalá fuese tan fácil. —Me lanzó una mirada de compasión—. A estas alturas, se trata de confianza, y no puedes tratar con gente que no piensa en lo que es mejor para ti. —Hizo una pausa antes de continuar—. Y Sandra no lo hace, por cierto.
—Me he dado cuenta… ¿No crees que merece la pena explicar alguna vez mi punto de vista?
—En absoluto. —Me levantó la barbilla y me besó en los labios—. No se trata de la verdad, Chloe. Se trata de lo que vende…
—¿Y qué hay de entrevistas personales, cara a cara? —pregunté—. ¿Esas funcionan?
—No. —Volvió a besarme—. La gente solo escucha lo que quiere escuchar.
Me apoyé en su pecho y él me acarició hasta que aterrizamos.
Cuando Tyler volvió a subirse a un avión con destino a Londres, monté un estudio de arte en su salón. Había siete caballetes nuevos observándome, listos para nuevas aventuras.
Mientras limpiaba los pinceles, un guarda de seguridad llamó a la puerta.
—¿Sí? —pregunté.
—Tiene visita —respondió.
Me di la vuelta y vi a una mujer con un vestido morado precioso. Una mujer que me era terriblemente familiar.
—Soy la hermana pequeña de Tyler, Priscilla. —Me tendió la mano—. Hola, Chloe.
—Encantada de conocerte —dije—. ¿No vas a asistir a la fiesta de la reina con Tyler?
—No —contestó—. Los he convencido a todos de que no me encontraba bien y he hecho algunos arreglos para poder venir a pasar un tiempo con mi hermano cuando vuelva, pero… ¿Vives aquí con él? ¿De manera permanente?
Yo asentí.
—¿Quieres algo de beber?
—No, estoy bien. —Se quitó los guantes y los pasó con lentitud por encima de los muebles.
—Voy a celebrar pronto un baby shower —le conté, cogiendo una de las invitaciones adornadas y tendiéndosela—. Por ahora, va a ser en el ático de alquiler de mi mejor amiga, Kristin, pero la fecha y la ubicación oficial aparecerán en la aplicación cuando tenga un plan para la prensa. Sé que tu familia y tú tenéis una agenda muy apretada, pero he supuesto que agradeceríais la invitación.
—Un plan para la prensa, ¿eh? —Sonrió y se guardó la invitación en el bolsillo—. Mira, voy a confesarte algo. He venido a darte las gracias.
—¿Por qué?
—Por avergonzar a toda nuestra familia. —Le cambió el semblante—. Por desviar las miradas de mi otro hermano y de mí y de lo que teníamos planeado, y por haber hecho que no se pueda hablar de otra cosa que de los escandalosos vástagos que llevas en tu barriguita de zorra.
—Vale. Devuélveme la puñetera invitación.
—Nunca te aceptaremos en nuestra familia, así que no hace falta que te molestes en mostrarte cordial con nosotros. No sabes lo que significa la palabra «cordialidad», y que Tyler te deje vivir con él y que aparezcáis juntos en público es una afrenta para todos nosotros.
—Deberías marcharte ahora mismo. Si no, puede que me olvide de que eres familia de Tyler y te dé una buena paliza. Embarazada y todo.
—Adónde crees que te llevará todo esto cuando se haya dicho y hecho todo, ¿eh? —Su sonrisa odiosa me estaba poniendo de los nervios—. ¿A decirte que quiere estar contigo toda la vida?
—Eso ya me lo ha dicho. Llegas tarde. —Fui a quitarle la invitación que tenía en el bolsillo, pero se apartó.
—Bueno, al menos le gustas a un miembro de esta familia, pero quedas avisada. —Bajó la voz—. Estoy decidida a convertir tu vida en un infierno en la tierra con los medios de comunicación, tanto en casa como en Estados Unidos, hasta sacarte de nuestras vidas, hasta que no seas más que una anécdota borrosa y olvidada de la que todo el mundo se ría.
Me rozó el hombro de camino hacia la puerta, y después me miró por encima del suyo.
—Al menos podrías haberlo mantenido todo en secreto y haber conseguido unos cuantos millones. ¿En qué estabas pensando?