Un juego de manos
Seattle, Washington
Tyler
Podría quedarme mirando a esta mujer durante horas. Mejor dicho, durante días.
Chloe se paseó por el recibidor de mi suite, observando cómo ataba los globos de su cumpleaños en torno al cuello de un jarrón.
Era, oficialmente, la mujer más sexy que había conocido. Su vestido ajustado color rosa iba a quedarse grabado en mi memoria durante los meses venideros, y sus labios con forma de arco me tentaban con cada tenue suspiro que abandonaba su boca.
Estaba hablando consigo misma, murmurando con suavidad: «No te lo tires, Chloe… Estás soltera, pero no te lo tires», como si no pudiera escucharla, pero no me atreví a reconocer que sí podía.
Antes de que irrumpiera en mi baño, tenía pensado dar la noche por acabada, puesto que ninguna de las discotecas ni bares cumplía con las normas de Dillon. Me había marchado de Londres con tanta prisa que había pasado por alto que era sábado.
El día más ajetreado de la semana.
—¿Adónde vamos a ir primero, Chloe? —pregunté.
—Cena en la torre Space Needle —contestó—. Hay un restaurante en lo alto que se llama Loupe Lounge. Llevo años queriendo probarlo.
—¿Hay mucha gente a estas horas de la noche?
—No, es prácticamente un lugar fantasma, sobre todo porque…
—¿Porque qué?
—Porque es muy caro. —Evitó mirarme—. Puedo aportar cuatrocientos para la cuenta, cortesía de mis amigas.
—No te preocupes por eso. —Fui hacia la puerta, la mantuve abierta y le hice una seña para que saliera primero.
Sus tacones brillantes resonaban contra el suelo de mármol, y me los imaginé en torno a mi cintura al acabar la noche.
Mientras cerraba la suite, miré hacia abajo, por la escalera de caracol, donde estaban mis dos escoltas junto al ascensor. Nos daban la espalda, y parecían centrados en la nada que tenían delante.
¿Cómo ha conseguido pasarlos de largo?
—Debe de haber alguien muy importante alojándose al otro lado del pasillo de tu suite —murmuró—. Creo que esos tipos tienen que sentarse ahí y quedarse vigilando todo el día… Estaban dormidos cuando subí.
—Ah, claro que sí. —Sonreí—. Bueno, espero que no nos tropecemos con la persona a quien quiera que estén protegiendo. Cojamos el ascensor en la siguiente planta para que no nos molesten.
—Vale.
Le coloqué la mano en la parte baja de la espalda y la acompañé hacia la escalera de emergencias. Bajamos hasta el piso veinte —que Dillon también había despejado para mí— y entramos con rapidez en un ascensor libre.
—Planta P —dijo la voz automática cuando se cerraron las puertas—. Parking privado. Por favor, escanee la llave de su habitación para entrar.
Hice lo que me indicaba, y miré de reojo a Chloe.
Una pequeña parte de mí pensaba que era demasiado buena para ser verdad, que seguía haciendo el papel muy bien ensayado de «No tengo ni idea de quién eres», pero otra parte se sentía aliviada de que pareciera no conocer mi estatus ni tampoco estar interesada en absoluto en él.
Aun así, no pude evitar preguntar algo que me estaba inquietando.
—¿Por qué estás soltera, Chloe?
—No lo estoy. Tengo novio, vamos muy en serio.
—¿Cómo se llama?
—Tyler.
—¿Qué? —Sonreí—. ¿Cuánto tiempo llevas saliendo con él?
—Muchísimo. Años. Lo más seguro es que nos casemos pronto.
—¿Así que tu prometido no tiene problema con que entres en una suite de hotel de otro hombre con ese vestido puesto?
—Vale, guau. Aunque hubiese sabido que era tu habitación —dijo—, cosa que, evidentemente, no era así, está muy seguro de nuestra relación.
—Si vas a salir conmigo, no debería estarlo.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Exactamente lo que he dicho.
Las mejillas se le encendieron.
—Sabe que voy a volver con él a casa al acabar la noche.
Pulsé el botón de parada de emergencia y el ascensor se detuvo de inmediato.
—¿Es eso cierto?
—¿Qué estás haciendo?
—Preguntándote algo —contesté—. ¿De verdad tienes novio?
—¿Importa?
—Sí. —Me acerqué más a ella—. Porque si fuese así, deberíamos acabar la noche aquí y ahora.
—Bueno, si es eso lo que opinas, me bajaré ahora mismo.
No hizo ningún movimiento para volver a activar el ascensor.
Apoyé las palmas de las manos en la pared del fondo, atrapándola, para mirar directamente sus ojos de color verde claro.
—Deja que vuelva a preguntártelo —anuncié, dándome cuenta de que tenía un pequeño lunar sobre el labio superior, y su respiración se ralentizó con cada una de mis palabras—. Pienso de verdad que eres la mujer más guapa que he conocido nunca. Si sales con otro, puedo aceptarlo, pero no me torturaré quedándome a tu lado de manera voluntaria mientras sé que jamás podría tenerte. —Tomó aire con lentitud y nerviosismo—. ¿Estás pillada de verdad, Chloe?
—No… —Su voz sonó como un murmullo.
—Bien. —Le acaricié los rizos con los dedos, inhalando el suave aroma de su perfume a fresa y menta. Después, me obligué a detenerme antes de ceder a la tentación de probar sus labios.
Me separé, di un paso atrás y pulsé el botón de arranque.
Cuando las puertas se abrieron hacia el parking privado, Dillon estaba apoyado contra un coche negro. Nos miró al uno y luego al otro, con los ojos casi fuera de las órbitas.
—Buenas noches desde el Four Seasons —dijo, con su mejor acento americano—. ¿Puedo ayudarlos en algo a estas horas?
—En absoluto, señor. —Le sonreí—. Vamos a salir un rato.
—¿Un rato? ¿Sin la cobertura adecuada? —Entrecerró los ojos—. ¿Y sin haber avisado con antelación? —Chloe me lanzó una mirada de confusión, y Dillon soltó un suspiro—. Solo me preocupo porque está lloviznando, y ambos van muy bien vestidos —explicó—. No me gustaría que alguien los viera… empapados, ya saben.
Sacó mi gorra de su mochila y me dio su paraguas favorito.
—Este hotel piensa en todo —dijo Chloe.
—Sí. —No aparté la mirada de Dillon—. Es cierto.
—¿Van a algún lugar en particular? —Se negaba a ceder—. Tengo algunas recomendaciones que me encantaría darles.
—Vamos a cenar en la Space Needle —intervino Chloe—. No creo que necesitemos nada, la verdad.
—Está bien saberlo.
Pasé a su lado, empujando a Chloe con suavidad hacia un Audi negro con los cristales tintados.
—Pensaba que ibas a conducir tú —dijo.
—Y voy a hacerlo.
—Entonces, probablemente deberías acompañarme al otro lado del coche.
—Ah, es verdad. —Se me había olvidado lo de conducir a la derecha con mucha facilidad.
Me acerqué al lado del pasajero y la ayudé a tomar asiento antes de ponerme tras el volante.
Como le había prometido a Dillon, esperé a ver por el retrovisor que mis otros dos escoltas se metían en otro coche y me enviaban la señal de «Ya puedes salir».
Saqué el coche del garaje primero, y después me siguieron durante una manzana antes de adelantarme.
—¿Te importa encender la calefacción de los asientos? —pidió Chloe.
—En absoluto. —Pulsé el botón—. ¿Quieres que apague el aire acondicionado también?
Ella negó con la cabeza.
—No, solo necesito que se me sequen las bragas.
—¿Qué?
—Nada… —Las mejillas se le pusieron más coloradas que nunca en esa noche—. No has escuchado nada.
He escuchado muy bien cada una de tus palabras.
Conduje en silencio, siguiendo a mi equipo, y no pude evitar darme cuenta de que el vestido se le subía por los muslos cada vez que giraba una esquina, y que cruzaba, descruzaba y volvía a cruzar las piernas siempre que me miraba.