Una mancha de té
Londres, Inglaterra
Tyler
No debería haber venido…
—Tyler, ¿no quieres ponerte al día con la princesa Victoria mientras estás aquí? —Mi madrastra me acorraló en el salón de té superior—. Está preocupadísima por ti con todo este último escándalo.
—Por enésima vez, solo he venido porque le prometí a mi abuela que me dejaría ver —contesté—. No esperes nada más que eso.
—Vale. —Hizo una seña a los de seguridad y, de repente, la sala se vació y nos quedamos solos los dos.
Por Dios Santo.
—Mi vuelo sale dentro de unas pocas horas —dije—. Preferiría que me dejaras en paz. A no ser que seas la única persona de esta familia que tenga cáncer.
—¿Quién tiene cáncer de la familia, Tyler?
Negué con la cabeza.
—Nadie, evidentemente.
—¿Cuánto quiere esa chica?
—¿Quién?
Suspiró y bajó la voz.
—Esa a la que has dejado preñada. Esa feúcha de Chloe March.
—Chloe no tiene nada feúcho.
—Eso es subjetivo. —Se encogió de hombros—. ¿Cuánto crees que podemos pagarle para que se marche y diga que todo ha sido una estratagema?
—¿Disculpa?
—Hemos dejado de controlar el discurso público desde que saltó la noticia. Justo cuando volvíamos a estar en la cima, esa mujer disoluta va y nos derriba de una patada con sus jueguecitos.
Dejé mi copa y sentí que la sangre me hervía.
—Nunca has permanecido fiel a una sola mujer durante más de unas cuantas semanas seguidas, así que tampoco es que alguien vaya a encontrar imposible que no funcionara lo de vosotros dos. Sobre todo, si podemos tomar las riendas de esta historia antes de que se salga de madre.
—Define «salirse de madre».
—Ah, no sé. —Tuvo el descaro de sonreír—. Alguien podría pensar que se trata de una relación real y no de un error en una noche de borrachera por tu parte. Rumores de matrimonio y todo eso.
—Voy a pedirle que se case conmigo la semana que viene.
—Esa es una broma muy divertida.
—Ninguno de nosotros dos se está riendo.
—Solo quiero lo que es mejor para la familia —dijo—. Si estás aquí, cumpliendo con tus obligaciones en la vida pública londinense, tus acciones tienen consecuencias, y necesitamos librarnos de este problema lo antes posible.
—Vale.
—¿Vale, nos ayudarás a librarnos de ella?
—No. Algo así como: «Vale, me he equivocado al venir aquí, incluso aunque fuese por la abuela» —dije, mirándola directamente a los ojos—. Estoy harto de vosotros, de todos vosotros.
—Tyler…
—No me llames y no te pongas en contacto con nadie que esté conmigo en Estados Unidos. No recibirás respuesta. Nunca.
Se quedó pálida.
—Y ya que quieres escribir discursos, puedes decirle a todo el que quieras que nunca más volveré a este país. Ni siquiera en un maldito ataúd. Para mí, estáis todos muertos.
—Por favor, espera. No pretendía…
—Ahórratelo. —Pasé a su lado en dirección a la salida y fui directamente a mi coche.
Seattle era la única ciudad que podía considerar mi hogar.