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Seguir intentándolo

Seattle, Washington

Tyler

—¿Señor Carrington? ¿Señor?

Levanté la mirada de mis notas y me di cuenta de que había cinco ejecutivos mirándome expectantes. No tenía ni idea de cuánto tiempo llevaban ahí ni tampoco de lo que yo estaba haciendo.

Nadie del exterior sabía que Chloe y yo ya no nos hablábamos, pero su ausencia en las últimas semanas había dejado un agujero enorme en ese edificio.

Todo el mundo lo sentía.

—¿Sí? —pregunté.

—Hemos acabado la agenda final para los bestsellers que vamos a enviar de gira el próximo trimestre —anunció la señorita Swan—. ¿Podemos marcharnos ya para disfrutar del fin de semana?

—Pues claro. —Me obligué a sonreír—. Pásenlo bien.

Salieron en fila de la estancia, pero la señorita Swan se quedó atrás.

—¿Puedo ayudarla en algo? —le pregunté.

—¿Me da permiso para hablar de manera extraoficial?

—No, a menos que quiera unirse al resto de empleados que he tenido que dejar marchar por hablar sobre mi vida privada.

—Creo que debería tomarse más tiempo libre. Es decir, se le da bien su trabajo, para sorpresa de todos, dado que viene de la realeza y… —No acabó la frase—. Es solo que parece deprimido.

Estoy deprimido, joder.

—En fin —continuó—. A grandes rasgos, me alegro de que sea nuestro director general. Ah, y sé que Chloe renunció por motivos personales, pero ¿puede darle este regalo de mi parte? Aunque, técnicamente, también es para usted.

—Así que ¿me está pidiendo que la despida?

—Me arriesgaré. —Dio un paso adelante y sacó una bolsita gris pequeña del bolso—. Es de parte de todo el mundo de nuestro departamento.

Me quedé mirándola.

—Que tenga un buen fin de semana, señor Carrington. —Salió de mi despacho, y yo esperé a que cerrara la puerta.

Saqué una cajita envuelta en seda y desaté la cinta de color verde claro.

Era un álbum de recuerdos en miniatura con una foto de Chloe y de mí en la portada. La foto se había tomado mucho antes de que nuestra relación saliera a la luz, antes de que lo supiera nadie en la oficina.

«O eso pensaba yo».

Estábamos sentados en el sofá azul de mi despacho, con Chloe reclinada sobre mí, sonriendo, y mi brazo rodeándole el hombro, a tan solo unos segundos de probar sus labios.

En la portada del álbum ponía «El príncipe y la princesa de Editorial Canalla».

Recorrí las mejillas de Chloe con el dedo y suspiré.

La puerta de mi despacho se abrió de repente, y me preparé para enfrentarme a otro ejecutivo.

Sin embargo, no fue ninguno de mis empleados quien atravesó la puerta.

Fue Hazel.

—Ah, yo… —Se aclaró la garganta—. No sabía que estarías aquí.

—No veo por qué no iba a estarlo. —Dejé el álbum encima de la mesa—. Hay un montón de puñeteros fuegos que apagar, y todo gracias a ti.

—Te debo una disculpa.

—Puedes guardártela.

—Actué por impulso —dijo—. No pensé que fuesen a llevar las cosas tan lejos.

—No, sabías que iba a ser así. —Apreté la mandíbula—. Querías hacerle daño, y se lo hiciste. Querías destruirla a ella sola, pero, en su lugar, acabaste con todo.

—Pensaba que yo te gustaba.

—Te toleraba —confesé—. Como codirectora y compañera «casi presente».

—Puedo emitir otro comunicado si quieres. Puedo arreglarlo.

—Has hecho más que suficiente. No te olvides de recoger todo lo que necesites de tu despacho antes de salir.

—Espera. —Se había puesto pálida—. ¿Decías en serio lo de que dejar mi trabajo en la empresa que ha triunfado gracias a mí?

—No, Chloe la ha hecho triunfar —dije—. Tú la estuviste utilizando todo el tiempo. Pero eso no viene al caso. Tienes hasta esta tarde para firmar la carta de renuncia que he redactado para ti. —La fulminé con la mirada—. O te vas a enterar.

—¿O me voy a enterar de qué?

—Le daré a la prensa un buen motivo para acosarte, para que pruebes un poco de tu propia medicina, esa que has usado para joder a Chloe.

—Vale. —Inspiró hondo y cogió una carpeta—. Si es así como debe ser…

—Lo es.

Se marchó sin decir nada más y, de todas formas, empecé a enviarle cartas a la prensa sobre Hazel.

No le debía nada.

Se lo debía a Chloe.