56

Una reunión indeseada

Seattle, Washington

Tyler

Chloe: Tus bebés son igual de grandes que una calabaza ya. Miden entre cuarenta y tres y cuarenta y cinco centímetros, pesan dos kilos trescientos. Enhorabuena por haber terminado otra semana.

Yo: ¿Es Chloe de verdad quien me envía el mensaje? ¿O es Kristin?

Chloe: Kristin.

Tiré el teléfono al sofá.

Incapaz de aguantar ver mi casa sin Chloe en ella, cogí mi chaqueta y me monté en el ascensor para bajar al garaje.

Cuando las puertas se abrieron, vi a mis escoltas discutiendo con alguien cerca de la salida. Estaba a punto de ignorarlo, pero el tono de aquella persona era inconfundible.

¿Papá?

—El señor Carrington ha dejado más que claro que no es bienvenido aquí, señor —dijo uno de ellos.

—Es mi puñetero hijo.

—Eso no importa. No tenemos permiso para dejarle pasar.

—Podéis dejarlo por esta vez —intervine yo—. De todas formas, voy a salir.

Se apartaron y lo dejaron entrar.

—¿Cómo sabías dónde vivo? —pregunté.

—No es difícil de encontrar cuando hay furgonetas de las noticias por todas partes…

—Ah, sí. —Puse los ojos en blanco—. Qué privilegio.

—Tu madrastra ha dicho que mencionaste algo sobre estar muerto pronto.

—Le dije que estaba muerto para ti y para toda la familia —contesté—. Pero, claro, puede que deba encontrar la manera de fingir mi muerte. Como estás empeñado en planificar otro evento real, estoy seguro de que podrás hacer maravillas con mi funeral.

—Estoy seguro de que tú querrías uno privado, ¿verdad?

—¿Has venido aquí a jugar a las palabras conmigo? —inquirí—. Si es así, vuélvete a Londres.

—Tenía pensado llamar antes de venir.

—Te habrías ahorrado tiempo. —Saqué las llaves del coche del bolsillo—. Ahora, deberías marcharte.

—Tu madrastra ha estado fuera de sí durante semanas, Tyler. —Tenía los ojos hinchados y rojos—. Se siente muy mal por lo que te dijo, por el distanciamiento que ha creado entre nosotros.

—El distanciamiento entre nosotros existe desde hace años. Ella solo dejó más claro que nunca podría repararse.

—¿Sabes qué? —Se acercó más, con la mandíbula encajada—. Eso es lo único que siempre he odiado de ti, hijo.

—¿Lo único?

—Hay varias cosas, pero esta es la principal de mi lista.

—¿Necesitas que te imprima las instrucciones para llegar a la salida? Es, literalmente, por el mismo camino por el que has entrado, así que…

—Eres igualito que tu madre —dijo—. Lo bastante tonto como para creer que tu vida te pertenece a ti, y lo bastante estúpido como para intentar hacer algo al respecto.

Parpadeé varias veces, y me pregunté si de verdad escuchaba las tonterías que estaba diciendo.

—Ella siempre me decía que se sentía atrapada todo el tiempo —continuó—. Que no le gustaba que la gente le hiciera fotos todo el rato, que escribiera sobre su vida como si ella fuera un objeto, pero… —Se detuvo durante unos segundos—. A mí me encanta, y me sigue encantando todo eso.

No respondí nada.

—Seguí intentando convencerla de que deliraba si creía que formar parte de la realeza era horrible. —Me miró a los ojos—. Era una desagradecida. Lo cierto es que fue culpa mía que estuviera deprimida; ni siquiera intenté hacer ningún cambio por ella… Pero debería haberlos hecho por ti hace mucho tiempo.

Me crucé de brazos. Nunca le había escuchado disculparse por nada en la vida, y me negaba a creer que iba dirigido a esa conclusión ni de cerca.

—No puedo retirar las cosas que he hecho o dicho, y solo porque siempre haya sido feliz con mi posición dentro de la casa real no significa que tú tuvieses que estarlo con la tuya. Entiendo por qué te marchaste, pero, dejando a un lado nuestro distanciamiento, no quiero perderte. El resto de la familia tampoco lo quiere. Lo siento.

Me quedé mirándolo, listo para decir «Disculpa no aceptada», pero sacó una cajita del bolsillo interior de la chaqueta y me la dio.

—Esto es lo que le di de verdad a tu madre cuando le pedí matrimonio —dijo—. Se puso uno distinto para la prensa porque quería guardarse algo para sí misma, puede que su propio resquicio de intimidad.

Abrí la cajita y vi un diamante enorme de talla princesa con otros diamantes pequeñitos en tono rosa alrededor del aro. Me quedé mirándolo, asimilando lo parecido que era al que le había comprado a Chloe unas semanas antes.

—Estoy seguro de que Priscilla o Charlie sabrán valorarlo.

—No es para ellos —contestó—. Tu madre me hizo prometer que te lo daría cuando estuvieses listo para casarte. Insistió mucho en ello.

Pasé el dedo por la circunferencia varias veces antes de cerrar la cajita.

—Después de todo lo que he hecho, no tienes motivos para quererme en tu vida, pero yo sí los tengo para luchar por que seas parte de la mía —prosiguió—. Haré todo lo que pueda para demostrarte que lo digo en serio, y encontraré la manera de compensarte por todo. El resto de la familia también.

—¿El resto de la familia?

—Están aquí, en el avión, pero no quieren bajar a menos que estés dispuesto a hablar con ellos.

—Solo hay una persona con la que quiero hablar ahora mismo.

—¿Chloe?

—Evidentemente.

—Puedo decirte dónde estará mañana a mediodía —declaró.

—¿Por un golpe de suerte?

—Por una antigua invitación…