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No puedo dejarte marchar*

Embarazada de treinta y tres semanas y cuatro días

Seattle, Washington

Chloe

La suite del ático de Kristin estaba llena de cajas con preciosos envoltorios, de cupcakes esponjosos con crema y de elegantes globos azules. Ella y Madison habían trabajado con Dillon para llevarme hasta allí sin que la prensa se diera cuenta, y yo estuve reprimiendo las lágrimas todo el rato.

No estaba segura de si era culpa de las hormonas revolucionadas que ya no podía controlar o del agujero que sentía en mi corazón, cortesía de Tyler.

Había demasiadas noches en las que no quería hacer nada más que girarme en la cama y apoyar la cabeza en su pecho, escucharle contarme a qué cosas «extrañas» se estaba acostumbrando en Estados Unidos o sentir que me hacía el amor hasta altas horas de la madrugada.

—No pasa nada, Chloe. —Kristin me acarició la espalda—. No tenemos por qué hacer esto hoy. Podemos dejarlo todo tal cual, y puedes volver y abrir los regalos cuando estés lista.

—Estoy bien —conseguí decir—. Pásame el primero.

Ella dudó, pero cogió uno pequeño de seda del alféizar de la ventana.

Desaté el lazo a juego con lentitud, y suspiré cuando la tela cayó.

Era una fotografía de Tyler y de mí caminando bajo la lluvia de Seattle unas semanas antes. Con una nota de su hermana.

«Lo siento mucho, Chloe. Os deseo a Tyler y a ti todo lo mejor, y me encantaría poder disculparme contigo en persona y darte la enhorabuena como nuevo miembro de la familia Carrington».

—Puaj. —Kristin me la quitó—. ¡Pensaba que te habías deshecho de todos los regalos de la familia real, Madison!

—¡Y lo hice! —contestó desde el pasillo—. ¡A lo mejor se ha colado uno!

—Lo siento. —Kristin me entregó otra caja—. Este es de mi madre.

Me quedé mirando la cajita de color blanco y crema.

—¿La familia de Tyler me ha enviado regalos?

—No. Céntrate en el que tienes delante de ti.

—¿Eran todos de su hermana?

—Me parece que se trata de una mantita personalizada. —Kristin me ignoró—. Rompe las solapas y lo verás.

—Contéstame, Kristin —insistí—. Quiero saberlo.

Se me quedó mirando con rostro inexpresivo y sin decir ni una palabra.

—No fue solo su hermana. —Madison entró en la sala—. También su hermano, su padre, su madrastra y más familia… Han enviado cientos de regalos.

El timbre de la puerta sonó antes de que pudiera pedirles que me los enseñaran.

—Seguramente sea el catering —dijo Kristin—. No te muevas.

Se acercó hasta la puerta, la abrió e inspiró con fuerza.

—¿Qué demonios estás haciendo aquí?

—Necesito hablar con Chloe. —La voz de Tyler era inconfundible—. Ahora mismo.

—Está ocupada —respondió, con frialdad—. No quiere hablar contigo.

—Deberías preguntarle a ella primero.

—No tengo por qué hacerlo.

Me agarré al reposabrazos del sofá y me levanté despacio para acudir junto a Kristin.

Tyler me miró, y el corazón me latió como loco en el pecho solo con verle los ojos.

—Ciérrale la puerta en la cara cuando termine —murmuró Kristin antes de marcharse.

Tyler me miró de arriba abajo, observando mi vestido azul vaporoso, con los labios un poco abiertos.

—Eres una puñetera preciosidad. ¿Cómo estás?

No respondí.

No podía.

—¿Chloe? —Se acercó a mí, enterró sus dedos en mi pelo y volvió a introducirme en su órbita con toda facilidad—. ¿Cómo estás?

—No estás invitado a esta fiesta. —La voz se me quebró—. Se supone que no debes estar aquí.

—Por desgracia, lo sé —contestó—. ¿Tenías pensado al menos enviarme fotos al acabar?

—A través de Dillon, sí.

Él asintió y soltó un suspiro.

—¿Me atrevo a preguntar cuántos minutos me vas a dar?

—Tres, pero ya has perdido uno solo mirándome.

—En ese caso, diré lo que debería haberte dicho la noche en que nos conocimos.

—Es un poco demasiado tarde para disculparte por no llevar suficientes condones.

—Es bueno comprobar que no has perdido tu sarcasmo desde la última vez que te vi.

—Y ahora se me da incluso mejor cerrar de un portazo.

Sonrió con lentitud, y mi corazón traicionó a mi mente latiendo a otro ritmo alocado. Un ritmo que le pertenecía solo a él.

—Que yo recuerde, todas las mujeres a las que he conocido siempre tenían una intención oculta o querían algo de mí —dijo Tyler—. Todas las mujeres, menos tú.

—Eso es porque…

—Espera. —Me colocó un dedo sobre los labios—. No he terminado.

Yo asentí, y él apartó la mano.

—No voy a marcharme de aquí hasta que me dejes acabar. —Me miró a los ojos—. Y deberías dejar de contar los minutos, porque te quiero y me merezco la oportunidad de quitarme este peso de encima.

Me quedé pegada en mi sitio, y pude sentir a Madison y a Kristin merodeando cerca. Los ojos se me volvieron a llenar de lágrimas, y supe que no tenía sentido luchar contra lo que era inevitable: que se derramaran.

—Me gustaste la primera noche en que nos vimos, antes del sexo. —Sonrió—. Y para ser completamente sincero, después de él, me gustaste muchísimo, casi rozando el amor por ti.

Las mejillas se me pusieron coloradas.

—Pero, claro, eso me duró solo cinco minutos, que fue cuando me echaste de una patada como una psicópata, pero seguías gustándome. Seguía deseándote. —Se detuvo un momento antes de proseguir—. Ya le había dicho a Dillon que te encontrara en cuanto volviésemos a Seattle, así que me cogió bastante desprevenido comprobar que trabajabas a mis órdenes. Aunque ahora sé que, probablemente, nunca deberíamos trabajar juntos, jamás, pero no entiendo por qué no podemos estar juntos.

Yo negué con la cabeza, y él me enjugó unas cuantas lágrimas.

—Siento mucho que mi familia y la prensa te hayan complicado tanto la vida durante estas últimas semanas. Sé que esa experiencia ha sido nueva para ti, y estoy seguro de que ha sido horrible.

—Se ha parecido más a un infierno en la tierra.

—Vale. Un infierno en la tierra —confirmó—. Te prometo que me pasaré toda la vida intentando compensarte, y me esforzaré al máximo por mantenerlos alejados de ti, para que no tengas que vivir así. Dicho esto, tengo que hacerte saber que no puedo compartir la tutela contigo.

Me prometiste que no lucharías por la custodia total…

—Debería habértelo pedido antes de que ocurriera todo esto, pero no puedo fingir que alguna vez vaya a cumplir con la agenda que acordamos ni que me conforme con verte a dosis —continuó—. No estoy interesado en la tutela compartida porque quiero casarme contigo.

—Tyler…

—Eres lo mejor que me ha pasado en la vida. —Sacó una cajita de terciopelo del bolsillo, la abrió y me mostró un precioso anillo con un diamante rosa—. No puedo pasar otra noche sin ti a mi lado. Chloe March, ¿quieres casarte conmigo?

—Yo…

—¿Quieres que me arrodille? —preguntó—. ¿Será mejor así?

Se apoyó sobre una rodilla, me agarró una mano y me ofreció la cajita del anillo con la otra.

—¿Chloe?

Era incapaz de pronunciar palabra.

—Chloe, por favor, di algo. Cualquier cosa.

—Creo que acabo de romper aguas…