6

Demasiadas cosas, demasiado pronto

Seattle, Washington

Chloe

¡Plas! ¡Plas! ¡Plas!

Los limpiaparabrisas luchaban contra la lluvia mientras el coche surcaba las calles mojadas de Seattle. Yo estaba más que agradecida por su distracción, por ayudarme a evitar que me agachara y oliera la colonia embriagadora de William. O, lo que era peor, que le desabotonara los botones restantes de la camisa negra que marcaba todos sus músculos.

Sentí que me observaba en muchas ocasiones, y me esforcé al máximo por no rendirme y mirarlo yo también demasiadas veces.

Aparcó justo debajo de la entrada de la torre Space Needle, y me di cuenta de que el aparcamiento estaba vacío por completo.

Qué raro…

—¿Crees que les importará si aparcamos aquí? —preguntó.

—No, no creo. —Estiré el cuello en busca de los empleados que solían vigilar el edificio por la noche, pero no había ni rastro de ellos.

—En ese caso, quédate aquí —ordenó—. Te ayudaré a bajar.

Salió a la lluvia y abrió un paraguas antes de caminar hasta mi puerta. Me agarró de la mano, me colocó a su lado y me acompañó hasta la entrada.

—Buenas noches —saludó un empleado al abrir la puerta, cuando nos acercamos—. El ascensor a Loupe Lounge está al final del vestíbulo, a su izquierda. Espero que disfruten de su cena.

—Espera —susurré—. No nos han pedido que paguemos el pase nocturno especial.

—En ese caso, finjamos que las normas usuales no se nos aplican esta noche.

Yo asentí. La idea me parecía perfecta.

—¿Qué tal si subes en el ascensor primero? —dije—. Me parece que no necesitamos subir juntos, dado tu historial reciente.

—Me comportaré. —Se rio, pero me mantuvo a su lado mientras subíamos.

Durante el trayecto, me acarició con suavidad la parte baja de la espalda. Me mordí el labio para evitar emitir ningún sonido.

Cuando las puertas se abrieron, una mujer con un traje rojo apareció delante de nosotros.

—Bienvenidos a… —Miró a William y la mandíbula se le desencajó tanto que casi le llegó al suelo—. Eh… Um… —Se sonrojó, pero se recuperó con rapidez—. Bienvenidos a Loupe Lounge. Permítanme acompañarlos a nuestra mejor mesa junto a la ventana.

¿Y ya está?

En las ocasiones en que había hecho reservas para Hazel, esa gente me había pedido de todo, menos una muestra de sangre, para poder tener acceso a una mesa. Y, aun así, te hacían esperar durante semanas.

La seguimos a lo largo de un salón vacío y nos detuvimos ante una mesa en los ventanales del centro, con vistas perfectas al canal Puget.

—Esta noche tenemos varias opciones de cinco platos, pero pueden pedir lo que deseen a la… —se quedó mirando a William mientras este me ofrecía una silla— a la carta. El chef Bryce estará con ustedes en unos momentos.

Murmuró algo por lo bajo, algo que a mí me pareció «No puede ser él…», antes de marcharse.

—¿Por qué no le has preguntado a ella si quería una foto tuya? —inquirí—. Me parece que estaría encantada, la verdad.

—Lo pensaré cuando nos marchemos.

—Por favor, dime que estás de broma.

—Lo estoy, pero solo porque creo que la vendería.

—¿De verdad crees que eres tan guapo?

—No lo sé. —Sonrió con arrogancia, confirmándolo—. Dímelo tú.

—Estás un pelín por encima de la media —respondí, y su sonrisa se amplió todavía más—. He visto hombres mucho más sexys.

—¿Dónde?

No respondí, y él se rio. Después, me hizo un gesto para que cogiera la carta, pero la selección de platos me hizo dudar.

Dieciocho dólares por un acompañamiento de patatas fritas era escandaloso, y tuve ganas de sugerir que fuésemos a McDonald’s.

—Te prometí que lo pagaría todo. —De alguna manera, me había leído la mente—. Lo digo en serio.

—¿Qué selección de cinco platos tendré el placer de prepararles esta noche? —Un chef apareció delante de nosotros y nos sirvió dos copas grandes de vino.

—Yo tomaré lo que tome ella —dijo William.

—¿Y qué va a ser, señorita?

—La opción Coastal Perfect.

—Excelente elección, señorita. —Miró a William—. Es todo un placer poder servirle, señor. Gracias.

—No, gracias a usted.

Se marchó, y William me colocó la mano en el muslo desnudo. Ese mínimo contacto me puso todos los nervios a flor de piel.

Cogí mi copa y casi me la bebí de un trago.

—¿A qué te dedicas? —preguntó, acariciándome la piel con suavidad.

—Se supone que trabajo en proyectos de marketing para autores de romántica —respondí—. Aunque me paso más tiempo haciendo el trabajo de mi jefa y atendiendo sus recados. ¿Qué hay de ti?

—Estoy entre un proyecto y otro.

—¿Y el nuevo es más prometedor que el anterior?

—Un millón de veces más.

—¿Es aquí o en Inglaterra?

—Aquí. —Sonrió—. ¿Qué te hace pensar que soy de Inglaterra?

—El acento, evidentemente. Aunque, claro… —señalé su gemelo—, la bandera del país es un claro indicio también.

—Un pequeño descuido —contestó—. Dejando a un lado la confusión, ¿dónde se suponía que debías ir en realidad a por la pista de tu búsqueda del tesoro?

—A un bar exclusivo que se llama Festival Suns. Tenía tequila gratis esperándome.

—Me alegro de que no hayas llegado —anunció—. Por si sirve de algo, no tenía pensado pedirte que te marcharas de mi suite.

Me sonrojé. No tenía ni idea de cómo responder a aquello.

—¿Cuánto tiempo vas a quedarte en la ciudad? —Cambié de tema.

—Solo esta noche y un poco de mañana —respondió—. Hasta que me mude aquí de manera permanente dentro de unas semanas, es decir. Si pudiera quedarme más, lo haría.

—Si pudiera escapar de mi vida aquí e irme a otro país para pasar una noche, yo tampoco me perdería esa oportunidad.

—¿Y por qué?

—Porque me siento atrapada aquí —admití—. Mi trabajo ocupa la mayor parte de mi vida, pero no puedo dejarlo porque es todo lo que tengo y… Es estúpido y difícil de explicar. Lo siento.

—No lo sientas. —Parecía sincero—. Lo entiendo a la perfección. ¿Tienes otras vías de escape?

—Dos —afirmé—. La primera es leer siempre una novela para escaparme hacia el mundo de otra persona durante un rato.

—Yo también hago lo mismo. —Sonrió—. ¿Y la segunda?

—Abro Tinder e invito a alguien para que se acueste conmigo.

Arqueó una ceja.

—No me pareces de las que practican sexo sin ataduras, Chloe.

—Bueno, pues te equivocas, porque sí. Practico un montón de sexo, todo el tiempo. —No estaba segura de por qué necesitaba mentir—. Hasta he oído que mis habilidades son alucinantes.

Se llevó una copa de vino a los labios con la mano que tenía libre y le dio un sorbo lento.

—¿Así que tienes un montón de experiencia en el dormitorio?

—¿Me estás juzgando?

—Nunca lo haría —afirmó—. Solo me estoy imaginando cosas.

—Bueno, sí. Tengo mazo de experiencia.

—Entonces, a lo mejor puedes enseñarme algunas cosas.

—¿Cómo? ¿Es que eres virgen?

—¿Acaso lo parezco? —La expresión de su cara me confirmó que distaba mucho de serlo.

Por suerte, un camarero apareció para rellenarme la copa de vino y, segundos más tarde, nos trajeron el primer plato.

William relajó su presión en mi muslo y devoramos la comida en un silencio cómodo (y por «cómodo» me refiero a «terriblemente difícil», porque estaba casi segura de que se lamía los labios de una manera especial, entre sorbitos, a propósito).

—¿Ocurre algo? —preguntó a mitad del tercer plato.

—Sí. —Me levanté y acerqué mi silla a la mesa—. Necesito salir antes de que sirvan el siguiente plato.

—¿Ahora?

Corrí al exterior sin darle una respuesta.