Johara no sabía qué esperar cuando le dijo que sí a Shaheen.
Desde luego, nada de lo que ocurrió en las siguientes dos horas.
Después de obtener su capitulación incondicional, Shaheen tomó su mano para llevarla hacia la limusina que esperaba en la puerta del restaurante. En árabe, le dio al chófer la orden de dar un largo rodeo antes de ir a su casa y luego se sentó a su lado, charlando sobre mil cosas.
Durante el viaje hasta su ático no la besó, no la abrazó. Sólo tocaba su mano. No la soltó en ningún momento.
Le mostró fotografías familiares en su iPhone, muchas de su padre y sus hermanos, que tenían el mismo aspecto que ella recordaba, pero mayores y más serios. Y también había fotos de su tía Bahiyah, de su hermanastra, Aliyad, y de su prima Laylah, las únicas chicas de la familia en cinco generaciones.
Shaheen decía que eran las únicas a las que merecía la pena fotografiar, las más simpáticas y bellas de su familia entre un montón de hombres.
A Aliyah, que era tres años mayor que Johara y a quien apenas había visto en los ocho años que vivió en el palacio, la habían hecho pasar por sobrina del rey Atef. Sólo dos años antes se había descubierto que la princesa Bahiyah la había adoptado y hecho pasar por hija suya cuando era en realidad la hija del rey, fruto de una historia de amor extramarital con una mujer estadounidense.
En lugar de provocar un escándalo, el descubrimiento había abortado una guerra en la región cuando Aliyah se casó con el nuevo rey de Judar, Kamal Aal Masood.
Aliyah no parecía la chica frívola que recordaba, pensó Johara, mirando su fotografía. De hecho, era el paradigma de la feminidad y la elegancia. Y la alegría. Estaba claro que era una mujer feliz y que su matrimonio con Kamal había sido un matrimonio por amor. Como el futuro matrimonio de Shaheen lo sería también. ¿Qué mujer no lo adoraría?
Johara parpadeó para contener las lágrimas, concentrándose en la fotografía de Laylah. La chica de doce años que era cuando vivía en el palacio se había convertido en una belleza espectacular. No había tenido oportunidad de conocerla bien porque la madre de Laylah, la hermana de la reina Sondoss, nunca la había dejado mezclarse con los hijos de los empleados de palacio.
Shaheen decía que Laylah era una de las dos razones por las que perdonaba a su madrastra por existir; las otras dos eran sus hermanastros, Haidar y Jalal. También decía que las mujeres de su familia daban a los As Shalaan, especialmente a Shaheen y a sus hermanos, una visión de la vida diferente, una que no se sometía a sus deseos. Y por eso, junto con muchas otras cosas que compartían con Johara, estaba seguro de que se llevarían de maravilla.
Todo lo que decía parecía dejar claro que pensaba que no iban a separarse, que aquello continuaría. Pero debía saber que eso era imposible.
Parecía creer en lo que estaba diciendo, como si hubiera olvidado el matrimonio de Estado que había anunciado cuatro días antes.
Johara se había dado cuenta de que ese matrimonio pesaba como una losa sobre él. Tenía que cumplir con su deber pero desde que habían vuelto a verse, todo eso parecía olvidado.
Y ella no iba a recordárselo. Los dos recordarían la dura realidad muy pronto y tendrían que vivir con ella durante el resto de sus vidas.
Pero esa noche era suya.
De modo que allí estaba, en medio del vestíbulo, viéndolo quitarse la chaqueta con tranquilos y precisos movimientos.
Johara no sabía qué esperar, pero había tenido una visión de Shaheen tomándola en brazos para sacarla de la limusina, ahogándola a besos mientras la llevaba a su casa, apretándola contra la puerta en cuanto entrasen para demostrar cuánto la deseaba.
¿Habría recordado sus deberes y decidido enfriar las cosas?
Tal vez debería marcharse, pensó. O no debería haber ido con él. No debería haber ido a la fiesta, no debería haberle dicho que sí…
Johara cerró los ojos, momentáneamente cegada. Shaheen le había hecho una fotografía con el móvil y ahora se acercaba a ella, gloriosamente masculino e imponente. Pero era su expresión lo que hacía que su corazón latiera como un péndulo.
La ligereza de su paso había desaparecido, reemplazada por una ardiente sensualidad que iluminaba sus ojos. Luego se detuvo a un metro de ella y tomó esa mano de la que parecía enamorado.
–Estás tan… pensativa. Y, si es posible, aún más bella que antes. Esta foto es algo que los viejos maestros hubieran suplicado retratar –Shaheen se llevó su mano a los labios para besar uno a uno sus nudillos–. ¿Has decidido echarte atrás?
–No –el monosílabo salió de su boca sin pensar siquiera–. ¿Y tú?
Shaheen rió.
–Lo único que quiero en este momento es adorarte. Te aseguro que debo contenerme para no tragarte entera.
Por eso estaba conteniéndose, temía ser demasiado agresivo. Y ella se mostraba insegura otra vez…
Pero era lógico. Durante todos esos años, mientras lo adoraba en secreto, su amor por él había sido espiritual. Jamás hubiera podido imaginar que Shaheen podría desearla como mujer, y cuando fantaseaba con él, lo único que hacía era besarla.
Y, sin embargo, estaba deseando experimentar su amor por completo.
Se acercó un poco más, su corazón latiendo como las alas de un colibrí dentro del pecho por la enormidad de lo que estaba sintiendo, por lo que estaba punto de descubrir.
–Empieza por cualquier sitio, Shaheen –le dijo–. Y no pares. No quiero que pares.
Cuando se quedó callada, un poco avergonzada, Shaheen levantó las manos para acariciar su rostro.
–Entonces empezaré por aquí –le dijo–. Tu piel es increíble, como todo en ti. Es porcelana, alabastro. Tus ojos brillan como ónices pulidos, inundándome con una avalancha de emociones, cada una más embriagadora que la otra. Y tus labios tiemblan… cada temblor sacudiéndome hasta que no soy nada más que una masa de ansia incontenible.
Johara tragó saliva.
–Yo tenía razón. Eres un poeta.
Shaheen esbozó una sonrisa mientras ponía un dedo sobre sus labios.
–Parece que no has oído con claridad mis últimas palabras.
Johara cerró los ojos, saboreando esa sensación largamente soñada. Pero sus sueños no la habían preparado para la realidad y, sin darse cuenta, dejó escapar un gemido de placer; un placer que emanaba de su aliento, de su proximidad, de su roce. Y entonces sus labios hicieron lo que habían anhelado hacer toda la vida, acariciar la piel de Shaheen en un beso tembloroso.
Al notar que contenía el aliento perdió parte de sus inhibiciones y abrió los labios para chupar su dedo, el sabor salado de su piel hacía que su cuerpo se convirtiera en un río de lava.
Sabía que Shaheen podía notarlo y sintió un mareo al saber que podían compartir aquello.
Sintiéndose más atrevida, volvió a chuparlo, con los ojos cerrados, centrando toda su existencia en ese dedo.
–Esto es extremadamente peligroso –su voz era tan ronca que Johara abrió los ojos. Los de Shaheen ardían mientras introducía el dedo en su boca y ella lo chupaba con abandono–. Me deseas tan ardientemente como yo a ti.
Ella asintió con la cabeza, el aliento escapando de su cuerpo. Sentía que se desintegraba de deseo.
Shaheen apartó el dedo para apoyar su frente en la de ella.
–Esto no puede compararse con nada. Es agónico pero sublime a la vez.
–Sí –susurró ella.
Aunque no tenía experiencia para apoyar esa afirmación, sabía que el ansia que provocaban sus caricias era más satisfactorio que una frenética copula.
Shaheen pasó las mano por su espalda hasta tocar la cremallera de su vestido, que bajó con tortuosa lentitud sin dejar de mirarla a los ojos. Ella gimió cuando desabrochó el sujetador y se quedó sin aliento cuando Shaheen se puso de rodillas, mirándola de arriba abajo como si de verdad pudiera tragársela.
–Quiero adorarte.
Johara habría caído hacia delante si el hombro de Shaheen no la hubiera sujetado. Y tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para mantenerse en pie al notar el roce de su legua en el ombligo, el roce de sus dientes en el pecho, sus gemidos aumentando de volumen cuando mordió suavemente sus pezones.
–Shaheen, por favor…
Como respuesta, él enganchó las braguitas con los pulgares para tirar hacia abajo. Y entonces, de repente, Johara quedó desnuda ante sus ojos.
Con los zapatos y la ropa a sus pies, sintió que el mundo se detenía. Aquello no tenía precedentes. No podía compararlo con nada.
Estaba con Shaheen, delante de él, desnuda. Estaba a punto de ser suya en carne y hueso, como lo era de cualquier otra manera.
Lo miró mientras él acariciaba sus piernas, de la pantorrilla al muslo, su cerebro a punto de apagarse como una bombilla. Escuchó su magnífica voz diciendo cosas en el idioma que mejor entendían en ese momento, el idioma del deseo.
Johara se había convertido en un charco de deseo cuando Shaheen se incorporó. Y habría caído a sus pies si él no la hubiera sujetado.
–Abrázame, Gemma. Envuélveme en tus brazos.
Al fin, pudo moverse. Quería hacerlo; sólo deseaba, como había deseado siempre, darle lo que quería.
Johara le echó los brazos al cuello, las piernas alrededor de su cintura. Y sentir el poder de su erección fue indescriptible. Se sentiría vacía, a la deriva, cuando ya no pudiera abrazarlo.
Apoyó la cabeza en su hombro mientras atravesaba el ático con ella en brazos. Tenía los ojos abiertos, pero sólo registraba pinceladas del ático, impregnado del carácter de Shaheen, en aquel espacio austero, más impresionante por ser poco pretencioso. Y enseguida llegaron al dormitorio… el dormitorio de Shaheen.
Terminar en su cama era lo último que había esperado cuando se embarcó en su misión de volver a verlo por última vez.
Pero quería estar allí más de lo que había deseado ninguna otra cosa en su vida.
Sus sentidos despertaron entonces de aquella especie de estupor. Allí era donde Shaheen dormía, donde despertaba, donde leía, se duchaba y se afeitaba, donde se vestía cada mañana y se desnudaba cada noche. Donde se daba placer a sí mismo y donde, con toda seguridad, daba placer a otra mujeres.
Aquel era su sancta sanctorum en Nueva York. Y estaba ofreciéndole el exclusivo privilegio de estar allí. Sería sólo una vez, pensó. Y tenía que aprovecharla.
La habitación, de techo altísimo, estaba iluminada sólo por una lamparita en la mesilla y su mirada, ávida de secretos, acababa de registrar la decoración en tonos grises y verdes con acentos en madera del color de sus ojos.
Shaheen la dejó en el suelo y la apretó contra la puerta, como había esperado en un principio, sosteniéndola allí con su cuerpo.
Johara temblaba, sintiendo la puerta de madera en su espalda desnuda, el ardiente cuerpo masculino apretado contra ella, la presión de su erección contra la íntima carne, sin nada entre ellos más que la ropa de Shaheen.
Unos minutos antes había sido demasiado tímida como para explorar su deseo. Incluso ahora no se atrevía a pasar de imaginarlo a verlo con sus propios ojos. La idea de tenerlo dentro de ella era abrumadora y ni siquiera la había besado en los labios…
Shaheen levantó la cabeza.
–Quiero darte placer, ya galbi.
Que la llamase «mi corazón» hizo que de la garganta de Johara escapara un sollozo.
–Gemma, si quieres que pare, lo haré. Si no estás segura del todo…
Johara tomó su cara entre las manos para robarle el beso que había anhelado toda su vida y él se quedó inmóvil, dejando que lo besara durante unos segundos antes de apartarse para tumbarla sobre la cama; la luz de la lámpara permitiéndolo mirarla a placer.
–¿Qué ocurre, Gemma…? ¡Estás llorando!
Johara puso las manos sobre sus hombros, intentando tirar de él.
–No, yo… te deseo tanto. No puedo esperar más. Por favor, Shaheen, hazme tuya.
La preocupación de su rostro se disipó, reemplazada por un deseo feroz.
–Deseo tomarte, invadirte hasta que llores de placer, pero no puedo. Necesito prepararte primero. No quiero hacerte daño.
–No vas a hacerme daño –dijo ella–. Estoy lista…
–Galbi, deja que yo marque el ritmo. Necesito que esto sea perfecto para ti.
–Será perfecto. Cualquier cosa contigo sería perfecta…
–Si no quieres tener un lunático encima de ti, no digas una palabra más, Gemma –la interrumpió él–. Jamás imaginé que pudiera perder el control de este modo, pero lo he perdido contigo.
–Si ahora has perdido el control, no querría estar contigo si algún día fueras capaz de dominarte. Seguramente me matarías de frustración…
Esa vez fueron sus labios los que la interrumpieron, con ese beso que había imaginado desde que tenía edad para soñar con besos. Pero estaba equivocada.
Nunca había imaginado la tierna ferocidad con la que la devoraba; sus posesivos labios abrumándola de sensaciones, enterrándola en olas de placer.
Shaheen levantó sus brazos sobre su cabeza con una mano y acarició sus pechos con la otra.
–Sólo puedes gemir para pedir más y llorar de placer. Eso será suficiente para que pierda la cabeza.
–Deja que te vea –murmuró Johara.
–Aún no. Y ya te estás saltando las reglas.
–Has dicho que podía gemir pidiendo más. Y quiero más de ti.
–Tendrás todo, y como tú quieras. Pero no ahora mismo.
–No estás siendo justo –protestó Johara.
–Eres tú quien está siendo injusta. Nada debería ser tan maravilloso.
Johara intentó liberar sus manos porque necesitaba tocarlo sin la barrera de la ropa.
Lo oyó lanzar un gemido ronco mientras la tumbaba sobre la cama de nuevo para seguir atormentándola con besos. Pero sólo cuando se deslizó hasta el borde de la cama para clavar las rodillas en el suelo de nuevo se dio cuenta de sus intenciones. Y su corazón se detuvo durante una décima de segundo.
Era estúpido sentirse avergonzada por tener la boca de Shaheen sobre su parte más íntima cuando estaba suplicándole más, pero así era. Johara intentó cerrar las piernas pero él las separó con las manos.
–Ábrete para mí, deja que te prepare.
–Estoy preparada –insistió ella.
–No quiero que te contengas cuando te posea y sólo un par de orgasmos te prepararán para eso.
–¿Un par de…? –Johara no terminó la frase, incrédula.
¿Qué iba a hacerle?
Cualquier cosa. Aceptaría cualquier cosa de Shaheen.
Se abrió para él y esos largos y perfectos dedos acariciaron sus femeninos labios, abriéndose paso entre el río de lava de su deseo. Johara se estremeció, experimentando sensaciones que eran casi insoportables. Y eso fue antes de que introdujera un dedo en su húmeda cueva.
Johara se dio cuenta entonces de que se sentía vacía y sólo tenerlo dentro podría llenar ese vacío.
Intentó tirar de él con las piernas, pero Shaheen no cejaba en su empeño; la magnífica cabeza masculina entre sus muslos, invadiendo su feminidad con los labios y la lengua. Verlo haciendo eso era casi más abrumador que las sensaciones físicas que experimentaba.
En medio del delirio, lo vio beberla, devorarla, disfrutar de su esencia. Y pareció saber cuándo no podía soportarlo más.
–Ahora, ya roh galbi, deja que vea y oiga el placer que te doy –murmuró Shaheen, antes de rozarla con su lengua de nuevo.
Fue una reacción en cadena de convulsiones y éxtasis mientras Johara sostenía su mirada, dejando que viera lo que le estaba haciendo.
Quería suplicarle que la hiciera suya pero él seguía variando el método, renovando su desesperación, acelerando su rendición.
Había perdido la cuenta de los orgasmos hasta que en un momento, cuando estaba a punto de experimentar otro, Shaheen se colocó a horcajadas sobre ella.
–Nunca he visto o saboreado nada más hermoso –murmuró, besando sus pechos.
Con manos temblorosas, Johara intentó quitarle el cinturón.
–Quiero verte desnudo… te quiero dentro de mí.
Shaheen se apartó para quitarse la ropa con movimientos bruscos pero contenidos. Y, aunque se moría por él, aquella era la única oportunidad de verlo desnudo, de modo que Johara se puso de rodillas sobre la cama para admirar el fabuloso torso bronceado, su masculinidad acentuada por el vello oscuro que lo cubría.
–Shaheen… –murmuró– eres más bello de lo que había imaginado. Quiero besar cada centímetro de tu piel.
–Más tarde, ya hayati, nos adoraremos el uno al otro centímetro a centímetro. Ahora quiero hacerte mía y que tú me hagas tuyo.
–Sí –Johara cayó sobre la cama, abriendo los brazos para él, y cuando Shaheen la cubrió dejó escapar un grito ahogado…
Era perfecto. No, sublime, como él había dicho.
Shaheen la miraba a los ojos, solícito y tempestuoso a la vez, mientras se enterraba en ella con un poderoso envite.
Johara había estado segura de que no iba a dolerle, de que estaba preparada.
Pero no estaba preparada para aquello, para él. Y no era sólo que no tuviera experiencia. Estaba segura de que la experiencia no la habría ayudado a soportar su primera invasión.
Fue en el segundo envite cuando él pareció darse cuenta. Pareció entender por qué se había encontrado con cierta resistencia, por qué la oyó gemir de dolor, por qué su cuerpo estaba tan tenso, por qué temblaba…
Y se quedó inmóvil, atónito.
–¿Eres virgen?
–No pasa nada… por favor, no pares. Por favor, Shaheen, no pares.
–B’Ellahi! –exclamó él, intentando apartarse.
Johara enredó las piernas en su cintura para evitar que se apartase.
–¡Para, Gemma! –exclamó él–. Te estoy haciendo año.
–El dolor no es nada comparado con lo que siento cuando te tengo dentro de mí. Siento que soy tuya…por favor, has dicho que no ibas a controlarte.
–Eso fue antes de saber que… –Shaheen sacudió la cabeza, incrédulo–. Ya ullah. Soy el primero.
–¿Y eso te decepciona?
–¿Decepcionarme? No, al contrario, estoy abrumado, emocionado.
–Debería habértelo dicho, ya lo sé. No ha sido una decisión consciente… todo ha sido tan rápido…–empezó a decir, tragando saliva–. Está bien, me iré y nunca más volveremos a…
Pero Shaheen no permitió que se moviera. Al contrario, se movió dentro de ella, despacio, sin dejar de mirarla.
–¿Crees que lamento ser el primero? –le preguntó, con voz ronca–. Yo sabía que eras el mejor regalo que había recibido nunca pero ahora que me has dado esto, el regalo es aún mayor. Ojala pudiera ofrecerte algo de la misma magnitud.
–Tú me estás dando un regalo también –dijo ella, levantando las caderas–. Si de verdad quieres hacerme un regalo, no te contengas. Dámelo todo.
–No querrás un lunático enloquecido, ¿verdad?
–Sí, por favor.
–Dices que sí y todo dentro de mí se rompe –musitó él, sujetando sus caderas con las dos manos antes de empujar hasta el fondo.
Era abrumador y cuando Shaheen se apartó, Johara lo urgió de nuevo. Él se resistió a sus ruegos por un momento… antes de volver a enterrarse en ella.
Johara gritó y Shaheen se contuvo, ralentizando sus embestidas, esperando que el placer la hiciese olvidar el dolor antes de dárselo todo de verdad.
–Gloriosa, ya galbi, literal y figuradamente. «Todo en ti, toda tú».
Sintió que lo apretaba con fuerza y siguió empujando, llevándola a los límites del placer, haciéndola gritar.
Sólo entonces se dejó ir, un momento que Johara guardaría en su memoria para siempre. Experimentó un nuevo orgasmo al verlo rendido al éxtasis de su unión, echando la cabeza hacia atrás y dejando escapar un rugido de placer mientras la llenaba con el calor de su semilla.
Unos segundos después, Shaheen se tumbó de lado, llevándola con él, saciado como nunca hubiera imaginado, en perfecta paz por primera vez en su vida.
–Esto ha sido lo mejor que me ha pasado nunca. Tú eres lo mejor que me ha pasado nunca.
Y Johara lo creyó.
Shaheen no era libre para decir eso, pero aún tenían el resto de la noche.
Temblando, se concentró en aquel milagro, acariciando su espalda.
–Tus sentimientos son el reflejo de los míos.
Shaheen se apartó para mirarla con una sonrisa en los labios.
–Entonces, depende de mí demostrar lo auténticos que son mis sentimientos.
Y durante el resto de la noche, eso fue lo que hizo. Sin dejar ninguna duda.
Johara miraba a Shaheen, en silencio.
Tumbado de espaldas, con la sábana de color verde oscuro sobre un muslo y el resto de su cuerpo desnudo al descubierto, apoyaba un musculoso brazo sobre la cabeza y el otro sobre el corazón.
Parecía como si estuviera guardando el beso que Johara le había dado antes de saltar de la cama, cuando le dijo que iba al baño y que volvería enseguida.
Con el corazón encogido, murmuró un juramento:
–Te amaré siempre, ya habibi.
Él suspiró, en sueños, con una sonrisa en los labios.
Y, aunque estaba al otro lado de la habitación, Johara creyó haber oído:
–Yo también a ti, mi Gemma.
Con lágrimas rodando por su rostro, Johara cerró la puerta y salió de la habitación, fuera de su ático. Fuera de su vida.
Sintiendo como si la suya hubiera terminado.