Capítulo Seis

–Espero que sea algo realmente importante, Aliyah –le advirtió Shaheen, furioso, mientras cerraba la puerta.

Deseaba correr tras Johara pero en lugar de hacerlo se volvió hacia su hermana. Nunca había estado tan enfadado con ella en toda su vida. Y no lo estaba ahora porque hubiera interrumpido su encuentro con Johara sino porque su intrusión la había disgustado profundamente, dándole otra razón para apartarse de él.

Evidentemente, Johara entendía la gravedad de su situación y no quería comprometerlo. Pero debía estar sufriendo tanto como él y pensar que había un testigo de su relación le parecía un pecado imperdonable.

Además de tener que pelearse con el mundo para estar con ella, ahora tenía que luchar también contra sus escrúpulos…

Pero lo único importante era estar con ella.

Aún no sabía cómo iba a hacerlo pero ahora que sabía que nunca lo había dejado, que nunca lo había olvidado, renegaría de su compromiso con su padre y con su reino. Se enfrentaría con cualquier cosa para estar con ella.

–En realidad, es un problema muy serio –empezó a decir Aliyah.

Y, a pesar de su enfado, el corazón de Shaheen se encogió de cariño y admiración por ella.

Aliyah había tenido una vida muy dura y había salvado obstáculos imposibles. Shaheen aún no podía creer que hubiera superado una adicción a los fármacos que el mal diagnóstico de un médico y la obsesión de sus padres por la salud le habían provocado. Aliyah había tomado la decisión de enfrentarse con su adicción a los dieciséis años, sola. Lo alegraba infinito verla tan sana y tan feliz con Kamal, siendo una de las reinas más queridas del mundo.

Llevaba un vestido de color chocolate, el color de sus ojos, y era tan alta como Johara. Cuando se detuvo frente a él, su angustia era evidente.

–¿Ves algo extraño? –le preguntó.

–¿Estamos hablando de ti? –replicó Shaheen, tomándola por los hombros–. ¿Estás…? ¿Estás bien?

Aliyah puso una mano sobre su pecho.

–No, no es sobre mí. Es sobre esto.

La mirada de Shaheen siguió la dirección de su mano. Estaba señalando el magnífico collar de diamantes que colgaba de su cuello. Los pendientes a juego llegaban casi hasta sus hombros y tenía, además, una elaborada pulsera.

–¿Qué ocurre? Aparte de que son unas joyas preciosas…

–Atef me las ha dado para que las luciera esta noche. Son El Orgullo de Zohayd.

–Lo sé.

–Se supone que debía devolverlas a la cámara acorazada en cuanto me las quitase pero…

–¿Qué ocurre? Las llevas puestas y yo no veo nada raro.

Aunque tuviesen algún desperfecto, Berj Nazaryan las arreglaría y no se enteraría nadie. Porque si alguien se enteraba, la situación sería muy grave.

–He descubierto que son falsas. Falsas.

Shaheen miró las joyas con el ceño fruncido.

–¿Cómo lo sabes? A mí me parecen las mismas de siempre.

–Pero son falsas. Una falsificación increíble.

–Tú no eres una experta en joyería, Aliyah. Y probablemente no las has llevado nunca hasta hoy.

–Sí las he llevado. ¿Recuerdas que estuve enferma cuando era adolescente?

–Sí, claro.

–Mi psicólogo me recomendó que buscase una afición, algo creativo como parte de mi terapia. Yo quería pintar, pero lo único que quería pintar eran las joyas de Zohayd y madre Bahiyah me llevó a menudo a la cámara acorazada del palacio para que las pintase.

De modo que conocía las joyas perfectamente…

–Pero han pasado muchos años desde la última vez que las viste, ¿no?

–El tiempo no importa. Tengo memoria fotográfica y me di cuenta de las diferencias enseguida. Aunque nadie más parece haberlo hecho.

Shaheen sintió que su frente se cubría de sudor. Él había visto pruebas de su infalible memoria. Como la consumada artista que era, Aliyah la usaba para pintar cuadros con increíbles detalles.

Y si decía que las joyas eran falsas, eran falsas.

De modo que dejó caer los hombros, angustiado.

Aliyah suspiró, apartando un mechón de pelo de su cara.

–He intentado hablar por teléfono con Harres pero no logro localizarlo. Luego pensé en Amjad, pero me di cuenta de que antes debería hablar contigo. Por ahora.

Él parpadeó, sorprendido.

–¿Qué quieres decir?

–Había notado el interés especial que mostrabas por Johara, pero luego he subido aquí y… he descubierto que lo que hay entre vosotros es algo más que una simple atracción. Sois amantes, ¿verdad?

–Aliyah… –Shaheen sacudió la cabeza, sin saber qué decir–. ¿Crees que Johara tiene algo que ver con todo esto?

–No lo sé, no sé qué pensar. Berj Nazaryan y Johara son dos de las pocas personas que tienen acceso a la cámara acorazada. Y la repentina aparición de Johara en el palacio después de tantos años…

El estupor de Shaheen se evaporó ante el deseo feroz de defender a su amada.

–Ha vuelto por mí.

–¿Eso es lo que te ha dicho?

–No le he preguntado pero sé que ha vuelto por mí.

Aliyah negó con la cabeza.

–Volvió hace tres semanas. Yo estaba aquí, visitando a madre Bahiyah, y la vi. Me dijo que había venido a ver a su padre… que ha renunciado a su puesto como joyero de la casa real justo antes de la recepción.

Esta vez, Shaheen se quedó en silencio. Y cuando el silencio se volvió sofocante, Aliyah suspiró.

–No puedo creer que uno de ellos haya hecho algo así, ¿pero quién sabe qué le pasa a Berj? Bahiyah me ha dicho esta noche que no le sorprendía que hubiera renunciado a su puesto, porque últimamente no era el mismo de siempre. Que se había vuelto raro y silencioso después del infarto.

–¿Berj ha sufrido un infarto?

–Hace tres meses.

–¿Por qué nadie me lo había dicho?

Berj Nazaryan, el paciente, amable e increíblemente creativo joyero real, siempre había sido una de las personas más queridas del palacio. Shaheen lo quería más que a alguno de sus parientes.

–Según Bahiyah, le hizo prometer a nuestro padre que no diría nada –le aseguró Aliyah–. Pero tal vez sabía que no podría seguir trabajando durante mucho más tiempo. Tal vez nuestros enemigos han conseguido ofrecerle algo…

–¿Qué, seguridad económica? –la interrumpió Shaheen–. ¿Crees que mi padre no lo recompensa adecuadamente después de veinte años? Aunque su trabajo aquí nunca ha tenido nada que ver con el dinero, ahora puede vivir retirado cómodamente. Y si no quiere hacer eso, siempre puede abrir su propio negocio. No depende de nadie y no tiene que mantener a nadie, sus hijos son independientes.

–Puede que tenga algún problema económico. No lo sé, tal vez sea adicto al juego –Aliyah se encogió de hombros–. Estoy tan desconcertada como tú. Y luego Johara, que ha cambiado hasta el punto de estar irreconocible por fuera… ¿y si también hubiera cambiado por dentro?

–No, eso no es verdad. Sigue siendo Johara, mi Johara.

Aliyah lo miró con la misma precaución con la que miraría a un tigre enfurecido.

–Aunque nunca la conocí bien, siempre tuve la impresión de que era una buena persona. Pero aunque no la veo como una manipuladora, tengo la sensación de que esconde algo. Algo importante.

–Es su relación conmigo.

–No, lo he sentido ahora también… cuando no había nada que esconder.

Shaheen la fulminó con la mirada.

–Estás intentado que dude de ella.

–Sólo te estoy diciendo lo que pienso. No me gusta pensar mal de nadie y menos algo tan horrible, pero ahora mismo no se me ocurre otra explicación.

–Tiene que haber otra explicación –insistió Shaheen–. Todo lo que has dicho son pruebas circunstanciales, nada más.

–Cierto, pero no podemos permitirnos el lujo de pasarlas por alto. Esto es muy grave. El destino de la casa real, de todo el reino, depende de ello. ¿Qué vamos a hacer?

–Tú devolverás las joyas como si no hubieras notado nada y no le dirás nada a nadie. Empezando por Amjad y Harres. Dame un par de días para intentar averiguar qué está pasando aquí.

–¿Estás seguro, Shaheen?

Él respondió sin vacilar:

–Completamente.

Aliyah se mordió los labios, preocupada.

–Quería darte la oportunidad de que intentases averiguarlo, pero eso fue antes de verte con Johara. Estás enamorado de ella, ¿verdad?

Shaheen asintió con la cabeza. Lo estaba, de manera irrevocable.

–¿Seguro que puedes hacerlo? –le preguntó ella–. ¿Crees que puedes ser objetivo?

–Por supuesto. Pero debes darme tu palabra de que me dejarás solucionar este asunto sin reclutar a Harras o Amjad.

–Vas a buscar pruebas de que Johara y Berj no tienen nada que ver, ¿verdad?

–Claro.

–¿Y si no encontrases ninguna? ¿Y si no tenemos tiempo?

–Tenemos tiempo.

–¿Cómo lo sabes?

–Piénsalo, Aliyah. Los ladrones probablemente han falsificado toda la colección o se habrían asegurado de que te dieran piezas auténticas esta noche. Pero como nadie parece saber nada, los ladrones deben estar esperando el mejor momento para provocar un escándalo.

Aliyah lo miró horrorizada.

–¡La ceremonia de la exposición!

Él asintió con la cabeza.

–Exactamente. Pero aún faltan meses para eso, de modo que tenemos tiempo. Y yo lo aprovecharé, te lo aseguro. Dame tu palabra de que lo tendré, Aliyah.

Ella lo miró, como intentando decidir lo que debía hacer, y por fin asintió con la cabeza.

–Muy bien, de acuerdo, te doy mi palabra. Y también tienes la de Kamal.

–¿Se lo has contado a tu marido?

–Se lo cuento todo –Aliyah lo abrazó–. Si quieres a Johara como yo quiero a Kamal, deseo con todo mi corazón que demuestres su inocencia y que puedas casarte con ella.

Shaheen le dio un beso en la frente antes de despedirse y luego, una vez solo, se dejó caer sobre una silla, desolado.

Aquello era increíble.

Tener que buscar una esposa que no deseaba, la presencia de Johara en Zohayd y ahora el descubrimiento de Aliyah. Pero lo más importante…

Johara no había ido a Zohayd por él, había ido a ver a su padre.

Sin embargo, no le dolía. Ella pensaba que no tenía sitio en su vida. No había pensado que pudiera volver con él. De hecho, debía haber sido una tortura tener que acudir a la recepción esa noche. No sólo saber que iba a casarse con otra mujer sino verlo elegir esposa…

Pero Berj había elegido esa noche precisamente para presentar su renuncia.

No. No podía dudar de Berj. Y nunca dudaría de Johara. Tenía que haber otra explicación.

Pero hasta que la encontrase aquello era una catástrofe.

Las joyas de Zohayd eran algo más que un tesoro económico. La leyenda decía que cada pieza abría puertas donde no las había, conseguía cosas que parecían imposibles, encontraba el favor de monarcas, compraba amor verdadero, conseguía gloria y fama e incluso era capaz de engañar a la muerte.

Quinientos años antes, cuando Zohayd estaba dividido por continuas luchas tribales, Ezzat ben Qassem Aal Shalaan supo que necesitaría más que sabiduría, poder y triunfos militares para terminar con los conflictos y unir a las tribus bajo su mando.

Y, para horror de su padre, cuando sólo tenía dieciocho años decidió partir en busca de las joyas por todo el continente asiático.

Tardó doce años en hacerlo pero a su regreso se convirtió en el primer rey del país. Y las joyas se habían convertido en lo que llamaban El Orgullo de Zohayd, un símbolo del derecho al trono de la familia real.

Y la leyenda decía que no podían estar en manos de alguien que no mereciese ese privilegio.

Cada año, durante los últimos cinco siglos, los monarcas de la familia Aal Shalaan organizaban una semana de festividades para renovar su derecho al trono, culminando en una gran ceremonia en la que se exhibían las joyas ante los representantes del pueblo de Zohayd como prueba de que los Aal Shalaan seguían siendo los indiscutibles soberanos del país.

Y sólo había una razón para que las joyas hubieran sido robadas y reemplazadas por falsificaciones: una insidiosa trama para destronar a su familia.

Durante lo que le parecieron horas, Shaheen le dio vueltas a la cabeza, intentando imaginar quién podría haber urdido esa trama…

Cuando por fin se levantó de la silla se sentía agotado pero tenía un plan, el único que podría funcionar.

Pero para ponerlo en marcha tenía que irse del palacio.

Y sacar de allí a Johara.

Tenía que irse de allí.

Eso era lo único que pensaba Johara desde que se alejó de Shaheen.

Mientras recorría el palacio para ir a la zona de los empleados intentaba caminar con naturalidad para no levantar sospechas pero, cuando llegó a su habitación, apenas pude permanecer en pie y se apoyó en la puerta, con los ojos cerrados.

Quería correr de nuevo hacia Shaheen y echarse en sus brazos pasara lo que pasara…

Pero no podía hacerlo. Nunca más.

Y no sólo estaría alejada de él para siempre. Si su padre seguía necesitándola para entonces, tendría que ser testigo de su boda.

–Lo he hecho.

El corazón de Johara dio un vuelco al ver a su padre saliendo de la cocina. Parecía como si hubiera envejecido diez años.

–¿Qué has hecho, papá?

–He presentando mi renuncia al rey.

De modo que por fin lo había hecho. Había acudido a la recepción con ella, había estado a su lado durante casi todo el tiempo y no le había dicho una palabra.

La desolación en su voz hizo que Johara lo abrazase, compasiva.

Pero su padre se apartó enseguida con una sonrisa triste, el cariño que sentía por ella brillaba en sus ojos.

–Tú siempre sabes qué hacer o qué decir, hija. Y sobre todo, qué no decir. No creo que hubiera podido soportar tonterías como que es lo mejor o que es hora de empezar una nueva vida…

Ella esbozó una sonrisa triste.

–Aunque sea verdad.

Su padre le dio un pellizco en la mejilla.

–Especialmente siendo verdad.

Johara llevaba mucho tiempo pidiéndole que dejase de trabajar pero Berj había tardado años en tomar la decisión.

–Este sitio, esta gente, son mucho más que un trabajo para mí –dijo su padre, dejándose caer en el sofá.

–Mamá siempre dice que son tan dueños de tu corazón como nosotras. Pero yo sé que tu trabajo es importante para el país, que en cierto modo es responsable de mantener la paz y la prosperidad.

–Tu madre me dijo una vez que me engañaba a mí mismo considerándome un caballero que había jurado lealtad eterna al rey de Zohayd, pero no es un engaño, lo soy –su padre la miró entonces–. La única razón por la que he decidido renunciar a mi puesto es porque ya no tengo fuerzas. Incluso después de perder a mi familia, primero a tu madre, luego a ti, luego a Aram… aún podía funcionar. Pero últimamente he perdido la concentración, las ganas de trabajar.

–Nunca nos has perdido. Nosotros te queremos, papá.

–Pero ya no estáis conmigo. ¿Sabes que le he suplicado a tu madre que volviera conmigo y que te convenciera a ti para que volvieses también?

Eso era nuevo para ella. De hecho, la relación de sus padres siempre había sido un misterio para Johara.

–Lo intenté de nuevo cuando Aram se marchó a Estados Unidos, hace seis años. Pero ella siempre se ha negado a volver, así que yo iba a veros más a menudo. Y el rey Atef se ha portado muy bien… cuando se dio cuenta de mi necesidad de estar con vosotros, me dijo que podía tomarme los días libres que quisiera, cuando quisiera.

Johara se había preguntado cómo era posible que pudiera ir a visitarlas y quedarse en Francia tanto tiempo. Además, cada visita dejaba a su madre angustiada.

–Tu madre nunca ha dejado de quererme, ¿lo sabes?

Ella lo miró, sin saber qué decir. Aparentemente, su padre había decidido responder a todas las preguntas que se había hecho desde que era pequeña.

Siempre había sido imposible entender a Jacqueline en lo que se refería a su marido. Hablaba de él con ira, con mucha intensidad, pero nunca había pedido el divorcio ni había tenido otro amante.

Johara lo vio sonriendo para sí mismo; la sonrisa de un hombre recordando a la mujer a la que amaba…

–Seguimos siendo amantes.

Ella contuvo el aliento. Eso era algo que tampoco sabía. Eran muy astutas escondiéndose de los demás, pensó. Dudaba que Shaheen y ella pudieran esconder la naturaleza de su relación tan bien. Y por eso no debía volver a verlo.

–¿Por qué no quiere volver mamá?

Eso le habría ahorrado tener que volver ella misma y ver a Shaheen de nuevo.

–Porque está enfadado conmigo. Ha estado enfadada más de una década –respondió su padre–. Hubo un tiempo en el que pensé que volvería pero tú te fuiste con ella a Francia y desde entonces se ha negado a volver a Zohayd, incluso para una simple visita.

–Por eso no me dijiste que habías sufrido un infarto. O que estabas pasando por una depresión.

Su padre asintió con la cabeza.

–No quiero presionarla, Johara. Y no quiero que me tenga compasión. Yo elegí mi trabajo por encima de mi familia… lo he estropeado todo y no es así como voy a recuperarla. Pero pienso hacerlo o morir en el intento.

–¿Qué dices, papá?

–No me hagas caso –Berj suspiró, levantándose–. Me estoy compadeciendo de mí mismo, pero ya se me pasará. Y pronto, porque tú estás aquí. Nunca me había sentido tan frágil y es tu presencia lo que me ha dado fuerzas para hacer lo que hecho. ¿Te importaría quedarte unos días más, Johara?

Su padre nunca le había pedido nada hasta que le rogó que estuviera a su lado para renunciar a su puesto. Entonces no había podido decirle que no y tampoco podía hacerlo ahora. De modo que asintió, abrazándolo de nuevo con el corazón encogido.

Estaba atrapada. Había sobrevivido con Shaheen fuera del país, pero ahora…

Incluso después de la noche mágica que habían compartido no había creído que reaccionara así cuando volviese a verla. Durante las últimas ocho semanas se había atormentado a sí misma pensando que cuando volviese a verla la trataría como a una desconocida.

Pero no era así. Y había sido tan increíble como aquella noche en Nueva York. Ejercía el mismo efecto en él que entonces, haciendo que se olvidase del protocolo, de la precaución, de la razón.

Pero no podía dejar que lo hiciera.

Hasta que pudiera irse de Zohayd, esta vez para siempre, tenía que hacer todo lo posible para evitar que Shaheen destrozase su credibilidad y la de su familia, debilitando así su poder.

Y, sobre todo, tenía que mantener intacto su secreto.

Un secreto que, si fuera descubierto, podría costarle el trono a los Aal Shalaan.