Capítulo Siete

Después de tomar una decisión, Shaheen tendió una emboscada a su padre, que se preparaba para irse a dormir.

Le dijo que había cambiado de opinión, que iba a relevarlo de su carga de elegir una esposa para él… pero quería más posibilidades. Una razón más para elegir a una candidata por encima de las otras. Nadie podía pensar que un bonito vestido o un buen maquillaje iban a convencerlo.

Al fin y al cabo, no era sólo el hijo del rey sino un poderoso hombre de negocios reconocido en todo el mundo. Después de todo, estaban negociando con su vida y quería que mereciese la pena.

Su padre se había limitado a salir de la habitación sin mirarlo siquiera.

Shaheen cerró los ojos. No quería aumentar su angustia pero no podía incluirlo en el plan. Aún no.

Y el plan era muy sencillo: despertar controversia y crear desacuerdos entre los jefes de las tribus. Y ganar tiempo.

Gracias a su fama de ser totalmente incorruptible, las tribus coexistirían pacíficamente durante un tiempo mientras enviaban a las posibles candidatas. Y Shaheen se tomaría su tiempo para elegir.

Pero haciendo eso ya no estaba actuando sólo como el obediente hijo del rey; estaba dejando claro que iban a tener que pelear para conseguir esa boda.

Las reacciones dejarían bien claro quién entre los llamados aliados estaba planeando un golpe.

Había lanzado una bomba y se disponía a observar el resultado. Allí, en una villa frente al mar de Arabia, sería inaccesible y, sin embargo, estaría al tanto de todo. Pero, sobre todo, vería a Johara lejos del palacio, a solas.

Estaba esperándola en aquel momento.

El corazón se le hinchó dentro del pecho al pensar en ella. Había tenido que amenazarla para conseguir que aceptara ir con él.

Johara no había opuesto resistencia porque se sintiera dolida o porque le molestase que quisiera seguir adelante con sus planes de matrimonio.

Lo había hecho porque no quería causar problemas.

Pero, aunque hacer que todo el mundo creyera que seguía en el juego era lo más importante para el éxito de su plan, nada le importaba más que ella.

Johara había aceptado ir con él sólo cuando le advirtió que la buscaría públicamente, delante de todo el mundo, si no lo hacía. Y ella, creyendo que estaba lo bastante desesperado como para hacerlo, había insistido en ir sola. Según Johara, a nadie le extrañaría que saliera del palacio en su coche, pero si iba en un coche con chófer, probablemente saldría en las noticias en una hora. Incluso le pidió que despidiese a su séquito mientras ella estaba allí.

Y como no había nada que Shaheen deseara más que estar a solas con ella, obedeció de inmediato.

Ahora estaba en el porche de la segunda planta, esperando su llegada. Miraba impaciente las tranquilas aguas de color esmeralda.

El mar brillaba como si estuviera hecho de diamantes bajo los últimos rayos del sol, las densas palmeras que abrazaban la villa en el lado este y norte se movían con la brisa de otoño en un baile elegante y armónico.

Una nube de polvo a lo lejos le dijo que Johara se acercaba…

–Johara.

Shaheen susurró su nombre una y otra vez mientras bajaba las escaleras para recibirla.

En unos minutos, Johara detuvo el coche frente a la casa, a unos metros de él. Shaheen recorrió la distancia que los separaba a grandes zancadas, poniendo las manos sobre el capó del Mercedes mientras intentaba controlarse. Entonces vio que ella murmuraba su nombre y, sin poder esperar más, abrió la puerta y la tomó en brazos para llevarla al interior de la casa.

Johara susurraba su nombre y Shaheen el suyo entre besos urgentes. Sólo se apartaron cuando él la depositó sobre su cama, mirándola a los ojos, esperando que ella se lo pidiera.

Y Johara lo hizo, de todas las maneras posibles. Con los labios hinchados y los ojos nublados, temblando mientras pronunciaba su nombre, suplicándole…

Shaheen se había prometido que hablaría con ella antes de nada, pero aunque podría haberse negado el placer a sí mismo, no podía negárselo a ella.

De modo que la dejó sobre el edredón de seda marrón que había elegido para ese encuentro, el color que mejor contrastaba con el rubio de su pelo. Y Johara se arqueó hacia él sinuosamente…

Shaheen temblaba por el esfuerzo de no arrancarle la ropa y enterrarse en ella mientras le quitaba el discreto traje beis.

–No tienes ni idea, Gemma… –murmuró, besando sus interminables piernas satinadas y enterrando luego la boca en su cuello–. Ni idea de lo que he sufrido cuando desapareciste. He estado a punto de volverme loco al pensar que no me querías.

–No –susurró ella, acariciando su pelo y mirándolo con expresión solemne–. Nunca he querido a nadie más que a ti, Shaheen.

–Yo no sabía lo que era querer hasta que te conocí. Los ojos de Johara se llenaron de lágrimas.

–Demuéstrame cuánto me deseas, ya galbi.

El deseo que había en sus ojos hizo que Shaheen no pudiera dominarse y empezó a quitarle la ropa a toda velocidad, esperando que su ferocidad no la alarmase.

Pero no era así. Al contrario, Johara suspiró, aliviada, y eso lo inflamó aún más.

Pero no fueron sus caricias ni sus besos, ni siquiera cuando, sobreponiéndose a su natural timidez, acarició su miembro, lo que hizo que perdiese la cabeza. Sus palabras fueron el último afrodisíaco.

–Siempre he pensado que eras el ser más hermoso del mundo, Shaheen. Y te deseo dentro de mí.

–Deja que te dé placer, ya galbi.

Shaheen tomó un pezón entre los labios para tirar de él, los gritos de placer de Johara se expandieron. Cuando creía que no podría soportarlo más, él separó sus piernas con las rodillas y abrió sus femeninos labios para deslizar los dedos por el río de lava…

Tomando un pezón en la boca, con la otra mano Shaheen hacía círculos sobre el capullo escondido entre los rizos.

Johara se revolvió debajo de él, pidiendo más. Y él le dio más, entrando y saliendo de su cueva con los dedos en un ritmo frenético, hasta que Johara se dejó ir.

Aih, ya galbi, muéstrame cuánto te gusta lo que te hago –musitó, disfrutando al verla gozar sin inhibiciones, cada convulsión interna transmitiéndose a su erección.

Esperó a que ella recuperase el aliento antes de volver a estimularla, pero Johara apartó su mano con un gemido de impaciencia y envolvió las piernas en su cintura, intentando que se colocase sobre ella.

–Muéstrame lo que deseas, dime lo que quieres.

–Quiero que me hagas el amor, Shaheen. No te atrevas a contenerte, dámelo todo –Johara clavó los dedos en sus hombros.

Antes de obedecer, Shaheen alargó una mano hacia el cajón de la mesilla. Esta vez tenía protección. Pero, de repente, Johara le sujetó la mano, negando con la cabeza. Estaba diciéndole que era seguro hacer el amor sin protección, pensó.

Shaheen, sin aliento, levantó sus nalgas.

Khodini kolli… tómalo todo, ya joharati –murmuró, antes de penetrarla.

Se enterró hasta el fondo, casi tocando su útero, seguro de que estaba preparada. Y ella lo envolvió como un guante, consumiéndolo en su aterciopelado infierno.

Shaheen apoyó la frente en la de ella mientras Johara se arqueaba hacia él hasta que sintió que lo tomaba del todo, el brillo de sus ojos diciéndole que lo había tomado en su corazón.

Con la promesa de que nunca la dejaría ir, Shaheen se apartó un poco antes de volver a empujar, tan fuerte como ella le exigía. El silencio hacía eco de sus gritos hasta que dejó caer la cabeza sobre la almohada.

Un segundo después, Shaheen se dejó ir también, derramando su esencia. El tiempo dejó de importar mientras caía sobre ella, jadeando.

Luego se tumbó de espaldas y la colocó sobre su torso, una manta de satisfacción, todo lo que más deseaba estaba en sus brazos de nuevo.

Ahebbek, ya joharti. Enti hayati kollaha.

Johara dio un respingo antes de empujarlo febrilmente para que se apartase.

–¿Qué ocurre? –preguntó Shaheen, mirándola con el ceño fruncido.

–No me digas… esas cosas –murmuró ella, apartando las lágrimas de un manotazo–. Sé que me deseas como nunca has deseado a otra mujer pero no digas algo que no puedes sentir.

Él se sentó en la cama y tomó su cara entre las manos.

–Eso es lo que siento. Y más.

–¿Cómo puedes sentirlo? –le preguntó ella–. ¿Cómo puedes amarme y pensar que lo soy todo para ti? Antes de hoy, sólo habíamos estado juntos una noche.

–Estuvimos ocho años, ¿recuerdas? Y todos los años que hemos estado separados. Yo te he querido durante todo ese tiempo…

Johara negó con la cabeza, un sollozo escapó de su garganta.

–¿Por qué no me crees? Tú me has amado durante todo ese tiempo.

–Yo nunca he dicho que te amase.

–Porque intentas no comprometerme, ya lo sé. Por eso quieres mantener esto al nivel de los sentidos y no del corazón.

Johara se mordió los labios.

–¿Por qué piensas eso?

–Porque te conozco. Te conozco muy bien desde que tenías seis años. Entonces no sólo lo compartías todo conmigo, compartías también tus pensamientos. Puedo predecir todo lo que pasa por tu cabeza y tu magnánimo y sacrificado corazón, Johara. Por eso te quiero tanto y sé que tú me quieres a mí de la misma forma –Shaheen suspiró–. Lo he sentido desde el primer momento. Puede que no te conociera conscientemente, pero algo en mí sabía que eras tú y sabía que siempre te había amado.

Johara volvió a sollozar.

–Oh, Shaheen… jamás soñé que tú pudieras sentir lo mismo. De haberlo sabido no habría intentado volver a verte. No quiero complicarte la vida.

–Como te dije anoche, tú haces que mi vida merezca la pena. En el pasado, estar contigo era lo mejor de mi vida… hasta que Aram me hizo sentir como si fuera un viejo verde. Luego, desde la noche que volvimos a vernos…

–¿Por qué Aram te hizo sentir mal?

–Eso ya da igual…

–Cuéntamelo, por favor.

¿Cómo iba a resistirse cuando lo miraba con esos ojos? Además, no quería que hubiera secretos entre ellos. Nunca más.

–¿Recuerdas que solía pasar todo el tiempo posible contigo y con Aram?

–Sí, claro.

–Pues un día, después de un partido de squash, le conté algo muy gracioso que tú me habías contado el día anterior y Aram se enfadó muchísimo. Me dijo que era un príncipe cruel y malcriado y me acusó de animar sentimientos que yo no podría corresponder. Y luego me amenazó.

–¿Mi hermano te amenazó?

–No era una amenaza de muerte, no te preocupes. Pero el tono en que lo dijo fue… era como si me odiase desde siempre –Shaheen sacudió la cabeza–. Hubiera preferido que me diese una paliza. Esas heridas habrían curado pero nunca he podido recuperarme después de perder su amistad.

–¿Qué te dijo, Shaheen?

–Que si volvía a hablar contigo haría que mi padre me ordenase que no volviera a acercarme a ti nunca más.

–¡Por eso te apartaste de nosotros!

Él asintió con la cabeza.

–Al principio intenté defenderme diciendo que tú eras la hermana pequeña que nunca había tenido, y le pregunté cómo se atrevía a insinuar que yo te animaba a sentir algo por mí.

–¿Entonces, nunca pensaste en mí de ese modo?

–No –le confesó Shaheen–. Yo tenía veintidós años entonces y tú eras una niña de catorce, por supuesto que no te veía como una mujer. Pero eras mi chica, la única que me entendía. Te quería de todas las maneras posibles… salvo en el aspecto carnal. Pero ahora sí te quiero de todas las maneras posibles.

–¿Y qué pasó después? –le preguntó Johara.

Shaheen suspiró de nuevo.

–Aram me dijo que le importaba un bledo lo que yo sintiera. Sólo le importaba que te hiciese daño y me di cuenta de que estaba intentando protegerte, por eso nunca me enfadé de verdad con él. Tal vez, inconscientemente, estaba esperando que crecieras para sentir eso por ti. Así que, mortificado, juré no volver a hablar contigo o con él. Le dije que ninguno de los dos tendría que soportar al cruel y malcriado príncipe nunca más. Por eso me aparté, en un absurdo esfuerzo por cumplir mi palabra. Y entonces tú te fuiste de Zohayd y tu padre anunció que no volverías… mi último recuerdo de ti fue tu rostro triste mientras te marchabas del palacio. Sentí que había traicionado nuestra amistad y me marché de Zohayd poco después para volver esporádicamente hasta que Aram se marchó del país unos años más tarde. Pensé que no tenía derecho a intentar recuperar nuestra amistad.

Con el corazón encogido, Johara se echó en sus brazos.

–Ah, ya habibi, lo siento tanto. Aram estaba equivocado.

–No, yo creo que tenía razón.

–No, entonces no la tenía. Eso es lo que importa. Tú nunca hiciste nada malo. No querías seducirme, no querías hacerme daño. Y le debo mucho de lo que soy ahora mismo a nuestra amistad de entonces.

–Tú eres la perfección personificada, por dentro y por fuera.

–¿Lo ves? Aram estaba absolutamente equivocado. ¡Me dijo que habías dejado de hablarnos porque éramos hijos de un empleado!

–¿Qué? ¿Eso te dijo?

–Ya verás cuando hable con él. Voy a decirle cuatro cosas.

–Espero que no lo creyeras.

Johara acarició su cara.

–¿Tú qué crees?

–No, alhamdulel’lah, gracias a Dios –murmuró Shaheen, acariciando su espalda–. Tú eres todo lo que quiero. Lo único que deseo es estar contigo.

Ella hizo una mueca.

–Querer y poder son dos cosas distintas. Shaheen enredó los dedos en su pelo.

–Las cosas son complicadas ahora mismo, pero sé que todo se resolverá…

–No, por favor, no hagas promesas que no puedes cumplir. No quiero que te sientas culpable cuando tengas que elegir esposa. Yo acepto la situación y siempre me sentiré feliz de haberte amado y de que tú me ames a mí.

Antes de que pudiera protestar, Johara tiró de él, ahogándolo de pasión una vez más.

Y luego se quedó dormida entre sus brazos. Pero Shaheen permaneció despierto, mirándola.

Y supo que no podía contárselo. No podía hablarle de las joyas robadas ni de su plan. No podía llevar la fealdad del mundo al refugio de sus brazos. No la ensuciaría con esos problemas.

Dependía de él que Johara fuera absolutamente feliz.

Durante las siguientes dos semanas, Johara pasaba varias horas cada mañana ayudando a su padre a guardar sus cosas en cajas, resolver asuntos burocráticos y entrenar a su sustituto antes de ir a la villa de Shaheen para echarse en sus brazos.

Él le decía una y otra vez que no debía preocuparse, que estaba buscando la manera de que pudieran estar juntos.

Pero Johara creía que iba a fracasar, que sus días con él estaban contados. Otra vez. Y cuando el tiempo terminase, a los dos se les rompería el corazón.

Pero no podía pensar en eso. Quería llenar cada segundo con la felicidad y el placer que experimentaba para poder soportar la desolación de una vida sin él.

Abrió la puerta de la villa sabiendo que la encontraría vacía. Shaheen no estaba allí. Había recibido un mensaje unos minutos antes diciéndole que llegaría un poco más tarde… y que la adoraba.

Johara suspiró, admirando la masculina elegancia de la villa; el suelo de mármol pulido de color arena, las paredes blancas, los muebles de madera oscura, el mismo color de los troncos de las palmeras que parecían formar una fortaleza natural alrededor de la casa…

–Me lo habían dicho pero no podía creerlo.

Johara se dio la vuelta, alarmada. Porque no era la voz de Shaheen sino la de Amjad, su hermano mayor. El príncipe heredero al trono de Zohayd.

El hombre más temido de la región.

Se quedó atónita mientras veía que se acercaba con el paso lánguido y majestuoso de un tigre.

Amjad era como un ángel caído de imposible belleza. Su aura de poder y sus ojos de color esmeralda eran únicos en la familia Aal Shalaan en cinco siglos, heredados directamente de Ezzat Aal Shallan, el fundador de la dinastía.

Algunos incluso decían que Amjad era una réplica, con el mismo físico impresionante, la misma inteligencia y abrumador carisma. Algunos creían que era el propio Ezzat reencarnado.

También se decía que sus vidas seguían el mismo patrón. Y, en parte, era cierto. La primera mujer de Ezzat también había intentado asesinarlo, pero ahí era donde sus destinos divergían. Ezzat había encontrado el verdadero amor sólo un año después de descubrir el complot para asesinarlo y había vivido feliz hasta su muerte desde que se casó con su segunda mujer.

Amjad había sido traicionado por su esposa ocho años antes y no había vuelto a encontrar el amor. De hecho, por lo que había oído, parecía decidido a no amar a nadie, ni siquiera a su familia.

–Ahora veo que todo lo que yo creía una exageración era verdad. Te has convertido en una diosa, Johara.

Ella parpadeó, sorprendida.

La sonrisa de Amjad seguramente produciría desmayos en las mujeres de Zohayd, pero la sorprendió ver esa sensualidad predadora en el rostro del hombre al que siempre había considerado como un hermano mayor.

–Me alegro de verte, Amjad. Él la miró fijamente.

–¿De verdad?

Johara tragó saliva, sintiéndose como un ratón en las garras de un gato.

–Sí, por supuesto. Han pasado muchos años pero estás… muy bien.

–¿Sólo muy bien? –Amjad hizo un puchero–. Normalmente recibo una respuesta más entusiasta por parte de las mujeres.

Ella se aclaró la garganta.

–Tú sabes el aspecto que tienes, Amjad. Un hombre de tu calibre no necesita que nadie le dore la píldora.

–Ah, vaya –él hizo una mueca–. Pero que una mujer como tú hiciera eso sería muy deseable. Cualquier cosa que tú pudieras ofrecerle a un hombre sería muy deseable…

Johara dio un paso atrás cuando Amjad dio un paso adelante. También ella creía que las historias que había escuchado sobre él eran una exageración, pero no era cierto.

Era como si su magnífico cuerpo y su familiar rostro fuesen una cáscara tras la que se escondía un desconocido. Antes era cariñoso, simpático, un hombre apasionado y comprometido. La mujer que intentó envenenarlo no había conseguido acabar con su vida pero había envenenado su alma para siempre.

Y sintió pena por él.

De repente, el vello de su cuerpo se erizó cuando Amjad deslizó una mano por su cintura, tirando de ella para aplastarla contra su torso.

Johara se quedó inmóvil, incapaz de respirar.

–Amjad, por favor, no…

–¿No qué, ya joharti?

Escuchar esa expresión en boca de Amjad, pronunciada con tan insolente familiaridad, la turbó.

No sentía asco. Era imposible que le asquease el hermano de Shaheen, aunque estuviera comportándose como lo estaba haciendo.

–No me llames así. Yo no soy nada tuyo –le dijo, intentando apartarse.

En lugar de apartarse, Amjad la estrechó un poco más contra él.

–No, aún no. Pero podrías serlo. Puedo dártelo todo, Johara. Nómbralo y es tuyo.

Mortificada, ella sacudió la cabeza.

–Por favor, no hagas esto.

Amjad había puesto las manos de Johara sobre sus hombros, sujetándolas con una mano mientras se inclinaba para besarla en el cuello… cuando escucharon una voz airada:

B’haggej’jaheem… ¿qué estás haciendo?