Capítulo Ocho

A Johara se le detuvo el corazón en cuanto escuchó la voz de Shaheen.

Pero no fue sólo el corazón. Se quedó paralizada entera. Mientras Amjad se daba la vuelta muy despacio, sin prisa por enfrentarse con su hermano, ella sólo podía mirar cómo apartaba la fría boca de su cuello; esa boca que parecía estar robándole la vida. Pero entonces miró a Shaheen y su corazón se convirtió en piedra al ver su expresión.

Amjad seguía sujetando las dos manos de Johara sobre sus hombros…

Para cualquiera que mirase, para Shaheen, parecería que estaba abrazándolo por decisión propia. Johara se habría puesto a llorar si no se hubiera quedado muda. Jamás hubiera imaginado que Shaheen la miraría de ese modo. Casi daba miedo.

–Has llegado a casa temprano –dijo Amjad, imperturbable–. Johara y yo estábamos… saludándonos.

Por dentro, ella estaba gritando: no lo creas. Por fuera, sólo podía observar su reacción con el corazón encogido.

Pero tal vez era lo mejor para Shaheen. Si creía a Amjad se sentiría herido, traicionado. Pero por fin se habría librado de ella. Y Johara deseaba eso para él, la paz y la libertad.

Shaheen se colocó entre los dos, sin mirarla, clavó los ojos en Amjad.

Y luego miró que sujetaba las muñecas de Johara.

–Quítale las manos de encima o te romperé todos los huesos.

Por fin, Amjad la soltó y levantó las dos manos en un gesto de rendición.

–Y yo pensando que serías un caballero y no harías que esta situación fuera más incómoda. Bueno, hermanito, ¿es ésta tu manera de reclamar a Johara? ¿Amenazando a los demás hombres? ¿Temes que si la dejaras elegir no te elegiría a ti? Entonces es lo que Johara me ha dicho: no ha tenido más remedio que sucumbir a… tus atenciones.

–Una palabra más y te parto la boca.

–Debería haberte creído cuando me dijiste que era un neandertal –dijo Amjad, dirigiéndose a Johara.

Shaheen agarró a su hermano por la pechera y ella sólo pudo observar, inmóvil, mientras aquellos dos hombres formidables se peleaban.

Eran iguales en todos los sentidos, y sin embargo, tan diferentes…

Después de un momento de tensión, Shaheen empujó a Amjad tan fuerte que trastabilló.

–No mereces la pena –le dijo.

–Muy bien, conviérteme en el villano, pero ha sido Johara quien ha dado el primer paso.

Shaheen le mostró los dientes.

–Cállate de una vez.

–¿O qué? –lo retó Amjad–. Ya has decidido no ensuciarte las manos con mi sangre –añadió, arreglándose la ropa–. Tienes que ser objetivo, Shaheen. Una mujer tiene derecho a mirar por sus intereses. Johara debe buscar al hombre que más le convenga y, seamos francos, con tus problemas, ése hombre no eres tú.

Shaheen hizo una mueca.

–Ahórrate el veneno, Amjad, aunque tengas suministro ilimitado. Si has pensado por un momento que yo iba a tragarme esa farsa es que eres menos inteligente de lo que yo creía.

Amjad lo fulminó con la mirada.

–¿Crees que ha sido una farsa, algo que yo he inventado? ¿No la has visto abrazándome?

–Conociéndote, la habrás obligado a hacerlo. Conociéndola a ella, Johara es demasiado considerada como para ponerte en tu sitio o para decirte a la cara lo que te mereces –replicó Shaheen antes de darse la vuelta, como si ya se hubiera olvidado de su hermano–. Lo siento mucho, ya joharet galbi. Siento mucho haberte expuesto a tal indignidad.

Abrumada, ella susurró:

–Tú no has hecho nada…

–Es por mi culpa que Amjad te ha insultado intentando plantar la semilla de la duda en mi mente.

–Pero tú sabías… tú confiabas en mí.

Olvidando su deseo de dejarlo por su propio bien, Johara le echó los brazos al cuello, sin aliento.

–Siempre he sabido lo que hay en tu corazón porque tú eres mi corazón –murmuró Shaheen.

–Vaya, vaya… esto tiene que ser un nuevo récord mundial de patetismo –el sarcasmo de Amjad interrumpió ese momento de comunión–. Piensa, hermanito, ¿por qué ha vuelto ahora precisamente? Ella sabe que tarde o temprano descubriríamos lo que hay entre vosotros.

Shaheen se volvió hacia Amjad, sin soltarla.

–¿Te refieres a nuestro padre?

Su hermano se encogió de hombros.

–No, él tiene otras preocupaciones. Pero si yo intuí lo que pasaba cuando la vi regresar ayer al palacio, seguro que otros también sabrán sumar dos y dos.

Shaheen sacudió la cabeza, asombrado.

–Cuéntamelo entonces, Amjad. ¿Cuál es el plan de Johara?

Su hermano suspiró, indulgente, como si tuviera que explicárselo a un niño.

–Busca dinero. Por eso yo estaba fingiendo ofrecerme a mí mismo a cambio de que apartara sus garras de ti cuando nos has interrumpido.

Shaheen apretó su cintura, como para hacerla olvidar la ridícula acusación de Amjad.

–Pero yo no he interrumpido nada. Tú has hecho que te siguiera y has montado esa escenita para que os pillara juntos. Pensabas que la acusaría de engañarme… qué poco me conoces, Amjad.

–Una pena, habría estado bien –dijo su hermano, irónico–. Debería haber hecho lo que hago mejor, ser malvado. Y lo haré a partir de ahora.

–Tú no harás nada. Si Johara quisiera dinero por dejarme en paz, ¿por qué crees que habría insistido en que nadie supiera nada de nuestra relación?

Amjad lo miró con cara de pena.

–Porque diciéndote adiós cuando creyeras que puede caminar sobre el agua conseguiría una recompensa mejor. Y veo que ha funcionado, yo estaba dispuesto a pagar lo que hiciera falta.

Shaheen soltó una carcajada.

–¿Qué tendría que ofrecerte para que me dejaras, ya joharti?

–Tú lo sabes.

Él inclinó la cabeza para besarla antes de mirar de nuevo a Amjad.

–Sólo yo puedo hacer que me deje, Amjad. Y no voy a hacerlo. ¿Por qué no te arrodillas y le suplicas que te perdone antes de irte de aquí?

–Veo que te tiene comiendo en la palma de su mano. Muy bien. Cada hombre tiene derecho a envenenarse como quiera. ¿Pero arriesgarse a una guerra por ella?

–Si tanto te preocupa la guerra, ¿por qué no haces algo al respecto? Rompe tu patético juramento de no volver a casarte nunca y acepta a una de esas esposas con las que intentan casarme a mí.

–Ya lo he roto, cuando te vi llorando y pataleando –replicó su hermano–. Pensé que, como príncipe heredero, se mostrarían contentos pero, por lo visto, ninguna de ellas desea casarse conmigo. Parecen creer que voy a ponerme en plan Otelo –Amjad hizo una mueca desdeñosa–. Aunque sus familias estuvieran dispuestas a sacrificarlas en el altar de mi locura, las dulces vírgenes creen que sería capaz de matar a mi propio hermano.

Shaheen soltó un bufido.

–No sé por qué te sorprende. Llevas años poniendo el país en peligro con tus locuras.

–Todas mis locuras están premeditadas. Y tal vez no sea tan irracional como tú quieres creer –Amjad miró a Johara de nuevo–. Ella, por ejemplo. Aunque ahora no puedas pensar con la cabeza, Johara te ha hechizado.

–Eres tú quien está hechizado de odio. Una vez tú también conocías y querías a Johara pero ya no quieres recordarla por la paranoia en la que estás atrapado desde Salmah. Nunca entenderás que yo le confiaría mi vida y mucho más.

Amjad fingió quitarse una pelusa de la manga.

–A mí no me vengas con esas tonterías románticas.

–Tú no puedes entenderlo.

–Muy bien, sigue adelante, cree esas bobadas mientras yo…

Amjad no terminó la frase. A lo lejos se escuchaba un ruido…

Un helicóptero.

–Parece que han llegado refuerzos. Saben lo que estás haciendo y han venido a salvarte de tu blando corazón y tu mente enfermiza.

Mirándolo con gesto de impaciencia, Shaheen tomó la mano de Johara para salir al porche, donde, en unos segundos, el helicóptero aterrizó y, cuando las hélices dejaron de moverse, un hombre muy alto e imponente bajó del aparato y corrió para abrir la puerta a una mujer…

Johara supo quién era la mujer al ver al piloto, Kamal Aal Masood, el rey de Judar.

Un segundo después apareció Aliyah y, por su agitada expresión, Johara supo que aquella visita tenía que ver con la razón por la que los interrumpió la otra noche en el palacio. Y estaba segura de que esa razón tenía que ver con ella.

La pareja real subió los escalones de la villa y Shaheen los recibió con un abrazo. Cuando le presentó a Kamal, el rey de Judar besó galantemente su mano y Aliyah le dio los acostumbrados tres besos. Johara estaba asustada.

Después de besar a Aliyah y estrecharle la mano a Kamal, Amjad fue directo al grano, sin preámbulos, rompiendo la cordial escena.

–¿Qué trae al rey de Judar a nuestro territorio y en una visita clandestina, además?

Kamal sonrió, con la misma sonrisa de Amjad, la de un hombre acostumbrado a conseguir todo lo que quería.

–¿Qué parte de «clandestina» no entiendes, Amjad?

–¿No tienes que ir a algún sitio? –le preguntó Aliyah.

Amjad se llevó una mano al corazón, como si le hubieran disparado.

–Vaya, a mi prima convertida en hermana le han salido colmillos. Especialmente cuando va del brazo de su marido.

–Si crees que te enseña los colmillos porque yo estoy aquí es que no la conoces. Soy yo quien la controla cuando quiere despedazarte. Le recuerdas demasiado a mí… antes de que ella me domesticase.

–Sí, ya veo que te ha domesticado.

–Ojala tú tengas la suerte de encontrar a alguien que te domestique, Amjad –dijo Aliyah.

–Tal vez en mi próxima reencarnación.

–¿Qué tal si yo te doméstico de un puñetazo? Llevo tiempo queriendo hacerlo –lo amenazó Kamal.

–Ah, ya veo, ¿buscas pelea para conseguir su aprobación? Shaheen acaba de hacer lo mismo.

Aliyah se puso entre los dos.

–Bueno, ya está bien. No digas más tonterías.

–Sólo porque tú me lo pides, ya rohi. Pero la próxima vez que quieras despedazarlo, tienes mi permiso –dijo Kamal.

–Muy bien, aparte de airear las fantasías de pegarme que todos parecéis albergar, ¿puedo espera que estéis aquí en una misión para salvar a Shaheen de su estupidez?

Kamal hizo una mueca.

–Tal vez estoy aquí para mostrar mi solidaridad fraternal quitando de en medio a hermanos molestos.

–¿Te refieres a Farooq y Shebab? ¿Esos blandos que te dejaron el trono para estar con sus enamoradas? Yo creo que es mi obligación enseñarles a ponerte las cosas difíciles.

Aliyah le dio un codazo en las costillas y Amjad dio un paso atrás.

–Muy bien, muy bien, os dejo con vuestros secretos. Por ahora –advirtió, mirando a Johara–. Te estaré vigilando.

En cuanto Amjad desapareció, Kamal dejó escapar un largo suspiro.

–Hemos venido para saber los progresos de tu plan y para darte un consejo: sé que Amjad es insoportable pero también es muy poderoso, por no decir que se juega mucho con esto. Aunque es importante mantener el secreto, creo que Harres y él deberían saberlo. Los necesitamos.

Shaheen lo miró, alarmado.

–Necesito más tiempo. Mi plan está funcionando, estoy reuniendo información.

Kamal negó con la cabeza.

–No está funcionando lo bastante rápido y lo sabes.

–¿Qué plan? –preguntó Johara–. ¿Qué está pasando, Shaheen?

–Nada que deba preocuparte, ya habitati.

Aliyah le puso la mano en el brazo.

–No, Shaheen. Ahora creo que Johara no tiene nada que ver. Y como no tiene nada que ver, debe saberlo. Esto también le concierne a ella, tanto o más que a nosotros.

El corazón de Johara latía desbocado. ¿De qué estaban hablando? ¿Y qué tenía que ver con ella?

–Muy bien, de acuerdo –asintió Shaheen–. Voy a buscar a Amjad.

Unos segundos después volvía con su hermano y, antes de que dijera nada, Shaheen empezó a hablar.

Johara lo miraba, perpleja, mientras revelaba una sorpresa detrás de otra: las joyas, El Orgullo de Zohayd, robadas y reemplazadas por falsificaciones.

Cuando terminó de hablar, todos se quedaron en silencio. Incluso Amjad parecía estar sin palabras.

Fue ella, que había estado prácticamente muda desde que Shaheen volvió, quien habló por fin.

–¿Por qué no me lo habías contado?

Él le acarició la mejilla.

–No quería cargarte con algo así antes de descubrir a los culpables.

–¡Por favor! –exclamó Amjad–. ¡Podría perdonarte por estar ciego cuando tus actos pueden provocar una crisis interna pero no una guerra civil! ¿Puedes imaginar la inestabilidad que traería a la región un golpe de Estado y una nueva dinastía en Zohayd? ¿Estás loco? ¿Qué culpables intentas descubrir? Uno está delante de ti, el único que ha tenido la oportunidad y los medios de hacer algo así. ¿Qué más pruebas necesitas? ¿Una confesión firmada después de que nos haya destruido a todos?

–Te juro que te doy una paliza si sigues por ahí –le advirtió Shaheen, con los dientes apretados.

–Inténtalo –lo retó Amjad–. Pensé que Johara había vuelto para conseguir dinero pero esto es mucho peor. Está claro cómo ha ocurrido todo…

–¿Ah, sí? ¿Y por qué no nos lo cuentas?

–Berj la ha llamado para que viniera a ayudarlo y fingió su infarto para tener una razón plausible. Habría funcionado de maravilla si Aliyah no hubiera descubierto el robo.

Shaheen tomó a su hermano por los hombros.

–Tú ves traiciones por todas partes, Amjad. Estás enfermo, envenenado, y no te das cuenta de cómo te contradices. ¿Tú crees que Berj y Johara son tan tontos como para hacer algo así cuando ellos serían los primeros en ser señalados con el dedo? Eres tú quien está ciego… ¿no te das cuenta de que quien haya sido ha querido culparlos a ellos? Es una trampa.

–Eso tiene más sentido –intervino Aliyah–. Alguien ha pensado que Berj y Johara serían los chivos expiatorios perfectos.

–Si el instinto de Aliyah y Shaheen les dice que tu padre y tú sois inocentes –empezó a decir Kamal– ésa es la prueba de que lo sois. Y te doy mi palabra de que haré todo lo que esté en mi mano para descubrir quién ha intentado inculparos y castigarlo por ello.

Amjad levantó las manos.

–Como no queréis escuchar la voz de la razón, haré algo que ninguno de vosotros está dispuesto a hacer: acepto que podría estar equivocado. Pero en caso de que no sea así, considerad las consecuencias. Mientras buscáis a unos supuestos culpables estáis dejando que escapen los verdaderos ladrones. Con las joyas, el trono y la estabilidad de la región.

–Tomamos nota de tu preocupación –murmuró Shaheen–. Ahora danos tu palabra de que no intentarás atacar a Johara o a su padre en modo alguno.

Amjad miró a su hermano a los ojos durante unos segundos antes de encogerse de hombros.

–Sólo puedo prometer esto: cuando Harres haya sido informado de este acuerdo, yo cerraré la boca.

–Muy bien –asintió Shaheen.

–Bueno, ahora que no estamos peleándonos –empezó a decir Aliyah– creo que debemos tener mucho cuidado. Debemos hacer creer a los ladrones que no sabemos nada de las joyas falsificadas. Eso nos ayudará a descubrirlos y a recuperar las joyas antes de la exposición.

Después de eso, decidieron las medidas que debían tomar para comenzar la investigación, con Kamal como parte neutral elegido para informar a Harres.

Mientras el helicóptero se alejaba por el cielo y el coche de Amjad se perdía en la distancia, Johara suspiró estupefacta.

Creía que ya había imaginado lo peor que podía pasar pero, evidentemente, no sabía nada…

–Ven, vamos dentro, ya galbi. Tú tienes que sentarte y yo necesito digerir todo esto.

Cuando iban a darse la vuelta oyeron ruido a lo lejos y, un minuto después, una procesión de limusinas, todas con la bandera de Zohayd en el capó, se detenía frente a la casa.

–Justo lo que necesito para terminar el día, mi padre –murmuró Shaheen–. Por favor, espera en nuestra habitación. Veré lo que quiere e intentaré librarme de él lo antes posible.

Johara asintió con la cabeza antes de subir por la escalera. Un minuto después estaba sentada al borde de la cama, tensa como la cuerda de un violín.

Aguzando el oído le pareció escuchar pasos por la escalera acercándose al dormitorio…

La puerta de la habitación se abrió.

Shaheen estaba detrás de su padre, a punto de apartarlo de un empujón. El rey Atef, con la túnica típica del país, dio un paso adelante, sin hacer caso de las protestas de su hijo.

Johara se levantó, sintiendo que iba a recibir el último golpe.

–¿Es cierto lo que me han contado, Johara? ¿Estás esperando un hijo de Shaheen?