La pequeña procesión que salió de la suite aumentó cuando empezaron a recorrer los pasillos del palacio.
Cada vez que miraba tras ella, más mujeres se habían unido al séquito y pronto había dos docenas de chicas sonriendo de oreja a oreja.
Todas iban vestidas en tonos crema y beis y cuando volvió a mirar atrás, antes de llegar al primer piso, la gama de los colores, del más claro al más oscuro, dejaba claro que era el séquito de una novia.
–Madre mía, me siento como un pavo real –murmuró Laylah.
Johara miró su vestido, en tonos rojo y naranja.
–Y yo me siento como un dragón de Komodo –dijo Aliyah–. Alguien debería habernos dicho que las demás irían más discretas.
–Y nos referimos a tu novio, que lo ha decidido todo.
–Dentro de unos años, tus hijos miraban el álbum de la boda y te preguntarán por qué sus tías parecían loros a tu lado.
–No, eso no es verdad –Johara soltó una carcajada–. Vosotros dais la nota de color. A mí no me quedan bien los colores tan fuertes y Shaheen lo sabe. Pero a vosotras os quedan de maravilla… y es una opinión profesional. No os preocupéis, yo os haré unos vestidos de cine en París.
Laylah y Aliyah la abrazaron.
–Siempre me has caído bien, pero creo que ahora te quiero –dijo Laylah.
Aliyah asintió con la cabeza.
–Yo también. Casi tanto como tú quieres a Shaheen.
Johara miró el palacio en el que había crecido de niña. Innumerable cantidad de artistas y artesanos habían trabajado durante cientos de años para crear aquella maravilla y la historia parecía resonar en sus muros, con los triunfos y tribulaciones de todos los que habían vivido allí; un testamento a la grandeza de Zohayd y a la prosperidad que había llevado la familia reinante.
Pero todo sería inútil si no encontraban las joyas. Si no podían descubrir quién las había robado…
–¡Ya hemos llegado! –anunció Aliyah.
Estaban frente a las puertas del salón de ceremonias. De niña, nunca había podido acudir a las ceremonias que tenían lugar allí pero, por las noches, cuando no había nadie, Shaheen la había llevado más de una vez y ella había admirado cada detalle, cada cuadro, cada alfombra, cada pared cubierta de teselas.
A unos metros de ella estaba la puerta doble claveteada, que cuatro criados vestidos de negro y oro abrieron con gran ceremonia.
Johara se detuvo, con el corazón encogido.
Había creído que la boda se organizaba simplemente para evitar males mayores; casi un asunto secreto, pero aquello…
No había esperado aquello. Era como entrar en una escena de Las mil y una noches.
Había quemadores de incienso por todas partes y un cuarteto de músicos en una esquina tocando exóticos instrumentos. El mármol del suelo brillaba como la cámara acorazada del rey Midas y había cientos de invitados, todos vestidos para la ocasión. Aparte del rey Atef y el rey Kamal, sentados en la plataforma del trono, estaban la reina Sondoss y los hermanastros de Shaheen, Haidar y Jalal, junto a todos los parientes de la familia Aal Shalaan. Pero también había políticos, diplomáticos y caras conocidas, incluso estrellas de cine.
Al único que no podía ver era a Shaheen.
Shaheen había organizado aquella ceremonia para ella. ¿Pero cuándo? ¿Cómo? ¿Y dónde estaba?
–¡Johara, respira! –le dijo Aliyah.
Su paso era un poco más firme cuando entró en el salón. Y entonces vio a su padre entre la gente. Estaba en el centro, sobre una plataforma. Iba a ser su padrino, el que le pondría la mano en la mano de Shaheen. Ella había pensado que todo terminaría en unos minutos pero parecía que su papel incluía llevarla hasta el novio con toda ceremonia.
Lo había visto unos minutos por la noche, junto con Shaheen y el rey, para explicarle la situación. Decir que se había quedado sorprendido sería poco.
Ahora la esperaba, con una trémula sonrisa en los labios, su delgada figura acentuada por la túnica de color bronce y las medallas que llevaba sobre el pecho; distinciones que había recibido años atrás por sus servicios a la familia real. Cuando subió los dos peldaños que llevaban a la plataforma, su padre le tomó la mano y le dijo al oído:
–Siento mucho haber estado demasiado absorto con mis propios problemas como para ver lo que estaba pasando, hija. ¿No me lo contaste porque pensabas que no te entendería?
Ella lo miró, mortificada.
–No, no es eso. Si se trata de mí, siempre te lo contaré todo, papá.
–Pero también se trata de Shaheen y estabas protegiéndolo, ¿verdad?
–Sí.
–¿Estás enamorada de él?
–Mucho.
–Entonces, esto es lo mejor que podría pasarme. No se me ocurre un hombre mejor para ti, cariño. Creo que Shaheen es el mejor de los príncipes y tú sabes cómo los aprecio a todos.
–¿Incluso a mí, Berj? –intervino Amjad, siempre dispuesto a causar problemas–. ¿También piensas bien de mí?
–Príncipe Amjad… –su padre lo miró, desconcertado–. No he querido ofenderlo…
–No te disculpes, papá –Johara fulminó a Amjad con la mirada.
–Mi futura cuñada ha hablado. Espero que reconsideres tu opinión, Berj. No queremos que nadie piense bien de mí, ¿verdad?
Mientras su padre sonreía, sin entender, Amjad miró el fabuloso collar de diamantes que cubría su escote.
–¿Cuál es en tu opinión el verdadero orgullo de Zohayd, Berj? ¿Tu hija o ese collar?
Johara estaba a punto de decir que renunciaría al acuerdo de mantener el robo en secreto si seguía molestando a su padre.
Todos se volvieron hacia la puerta para ver al hombre que acababa de hacer su entrada, Shaheen. Pero estaba rodeado de gente y Johara no podía verlo.
–Que lo pases bien –murmuró Amjad–. Pero no olvides lo que es esto.
–Y tú no olvides que puedo echarte del país. Mis fuerzas especiales están al otro lado de la puerta.
Harres, que se había materializado a su lado, empujó suavemente a Amjad para que se apartase, haciéndole un gesto a Berj y ella para que empezaran el desfile.
En cuanto bajaron por el otro lado de la plataforma el salón quedó casi a oscuras, con un foco concentrado en ella. Johara no podía ver nada más que los escalones y su enloquecido corazón le decía que estaba acercándose a Shaheen. Sentía sus ojos clavados en ella, acariciándola, amándola.
Y aunque no podía verlo, le abrió su corazón, dejándole ver lo que sentía: gratitud por haber organizado aquella ceremonia. Aunque estuviera muriéndose de vergüenza, y hubiera preferido algo más íntimo y menos extravagante, sabía que aquella era su manera de decirle al mundo lo orgulloso que se sentía de ella.
Y sabía también que ya estaba provocando problemas.
Johara notó la ausencia de los jefes de las tribus con las que estaban negociando y eso sólo podía significar una cosa.
Pero, por el momento, decidió dejarse llevar por aquel milagro, aquella ceremonia que guardaría en su memoria para siempre.
Y entonces lo vio.
Era la primera vez que veía a Shaheen con la vestimenta típica de Zohayd y pensó que parecía un dios del desierto. Y sus ojos le decían que sólo deseaba una cosa: ser suyo.
Las vigorosas ondas de su pelo, que rozaban el cuello de la camisa, brillaban como la caoba bajo las lámparas. Su rostro nunca le había parecido más noble, más hermoso. Iba vestido con un traje de tres piezas, un jamawar de seda en marrón y oro, a juego con su vestido, un fajín en seda color bronce y brillantes botas negras.
Pero era la capa que llevaba lo que la hizo sentir como si hubiera vuelto atrás en el tiempo.
Del color de la tierra y bordada en oro, caía desde sus hombros hasta sus pies y Johara deseó que la envolviera en ella para transportarla fuera de allí, para alejarla de tanta pompa y atención.
Pero sabía que estaba haciendo aquello por ella, para honrarla, para demostrarle lo que sentía. Y antes de que pudiera echarse en sus brazos, una mujer rubia con un vestido estilo sari y un hombre tan alto como Shaheen, de pelo negro como la noche, aparecieron frente a ella.
Johara estuvo a punto de atragantarse.
Había lamentado que aquello se hiciera con tanta prisa, que no fuera una boda de verdad, pero…
Shaheen había llevado a su madre y a su hermano.
No había visto a Aram en un año y lo echaba tanto de menos que se emocionó al verlo. Con el pelo largo parecía un pirata. Físicamente, eran totalmente opuestos. Aram había heredado los ojos de color turquesa de su madre y el pelo negro y la complexión morena de su padre.
Emocionada, Johara los besó y apretó la mano de Shaheen para darle las agracias.
La música se volvió más solemne entonces, marcando el siguiente paso en la ceremonia.
–Ma chérie –le dijo su madre al oído–. Jamás pensé que llegaría este día. Estaba tan preocupada por ti.
–¿Lo sabías?
–Siempre lo he sabido. Por eso no quería que volvieras a Zohayd. No quería que sufrieras y pensé que tu amor por Shaheen te haría daño. No puedo decirte lo aliviada que me siento de estar equivocada.
Johara la abrazó de nuevo. Aparentemente, era incapaz de guardar un secreto. Todo el mundo salvo su padre podía leerla como si fuera un libro abierto.
Y eso le recordaba…
–Por cierto, Aram, estabas equivocado –le dijo a su hermano.
Él supo de inmediato a qué se refería.
–Si esto no demuestra que siempre estuvo en lo cierto…
–Entonces te equivocaste y quiero que pidas disculpas.
–No voy a disculparme por intentar protegerte.
–¿Cómo pudiste acusar a Shaheen de no hablar con nosotros porque éramos hijos de un empleado? Tú eras su amigo.
–No vais a tener una pelea de hermanos ahora, ¿verdad? –intervino Harres–. Ya tenemos suficiente con Amjad.
–Pues yo diría que es el mejor momento –replicó el príncipe, siempre tan irónico–. Vamos, chicos.
Aram frunció el ceño.
–No sabes cuánto te echaba de menos.
–¿Y yo debería decir que te he echado de menos también?
El padre de Johara se aclaró la garganta.
–No entiendo nada de lo que está pasando pero, por favor, compadeceos de mí. No me hagáis sentir como si fuera un extraño.
Mientras Johara y Aram se disculpaban, Shaheen se acercó al grupo.
–No habrá más peleas –anunció–. Ahora, debemos dejar que el ma’zoon nos case.
El padre de Johara puso su mano en la mano de Shaheen y él la atrajo hacia sí, llevándola hacia el kousha, donde el ma’zoon esperaba, y donde se sentaron para dar comienzo a la ceremonia.
Sentada en la alfombra de seda, entre Shaheen y su padre, Johara miró a su futuro marido con una mirada llena de amor y complicidad.
Y luego comenzó el ritual.
Tres horas de festividades más tarde, Johara estaba en el dormitorio de Shaheen, quitándose las joyas.
Él había querido llevarla a la villa o marcharse de Zohayd para pasar la noche de bodas a bordo de su jet, pero estaba prohibido que las joyas salieran del palacio.
Y a Johara le parecía bien porque se había imaginado a sí misma con él en aquella habitación desde que Aliyah los interrumpió la primera noche.
–Quítate el dupatta, ya joharti.
Ella se dio la vuelta y, sin decir nada, levantó las manos para quitarse el velo.
–Ahora, la lehenga.
Johara obedeció de nuevo, deseando quitarse la ropa para ser suya de nuevo.
Shaheen se acercó, quitándose la capa mientras ella quedaba sólo con las sandalias de tacón.
–Esto no es justo –protestó–. Tú siempre llevas más ropa.
Él rió, mirándola de arriba abajo con fuego en los ojos.
–No hay nada más maravilloso que disfrutar de tu desnudez.
–Lo de hoy ha sido mucho más de lo que hubiera podido imaginar nunca, Shaheen. Y quiero darte las gracias, ya habibi. No tengo palabras para decir lo agradecida que estoy, lo que ha significado para mí, lo que tú significas para mí.
–Lo mismo que tú significas para mí.
–Siempre lo has sido todo y ahora… no, no hay palabras. Sólo espero que me dejes mostrarte cuánto te quiero.
Johara temblaba con la magnitud de su amor. Lo había amado con todo su ser desde el primer día y lo amaba aún más ahora que llevaba a su hijo en el vientre. Y era su marido. Su marido…
Johara se puso de rodillas delante de él, acariciando su miembro por encima de los pantalones. Y Shaheen la ayudó, desabrochando la cremallera para liberarse, duro y ardiente, oscuro y palpitante.
Apenas lo había tomado en su boca para lamer el adictivo sabor de su deseo cuando tiro de ella para levantarla. Johara murmuró una protesta, pero Shaheen se limitó a acariciar sus pezones con los labios.
–Siempre dices que es un castigo, no una recompensa, darte placer sin que tú me lo des a mí –murmuró–. Pero esta noche recibirás primero la recompensa y luego el castigo.
Shaheen la empujó contra la pared forrada de tela y Johara escuchó un sonido metálico. Intentó girar la cabeza para investigar pero los ojos de Shaheen la tenían prisionera y todo lo demás dejó de existir.
–Quiero invadirte, morir dentro de ti.
–Entonces hazlo…
Shaheen entró en ella, poniendo todo su poder y todo su amor en esa embestida, moviéndose rápidamente atrás y adelante como ella quería.
Casi demasiado pronto Johara empezó a estremecerse, arqueándose contra él al borde del paroxismo. Y entonces el mundo desapareció.
Intentó echarle los brazos al cuello, pero no podía levantarlos y cuando miró hacia abajo vio que su mano y la de Shaheen estaban sujetas por unas esposas doradas.
Que hubiera hecho aquello, atarla a él para mostrarle que eran inseparables, era tan perverso y tan tierno a la vez…
–Te dije que quería tenerte atada a mi muñeca, ¿no? –murmuró Shaheen mientras seguía embistiéndola. Y un segundo después, su cuerpo explotó en el clímax más poderoso que había sentido nunca.
Johara gritó su nombre, sintiendo que él sucumbía también al orgasmo, y se olvidó de todo lo demás. Lo único que sentía era a Shaheen dentro de ella.
Abrió los ojos, que parecían pesarle una tonelada, y lo vio sobre ella, de rodillas, acariciando sus pechos, sus hombros, su estómago.
Lo vio mirarla mientras la acariciaba, totalmente rendido, enterrado en ella en el más íntimo de los besos.
–¿Te ha gustado tu recompensa?
–Tenías razón… he sentido como si cada célula de mi cuerpo explotase.
Shaheen empujó un poco más, un centímetro más.
–Ahora que te he dado tu recompensa puedo seguir con el castigo.
Y durante el resto de la noche, entre recompensas, la castigó con gran inventiva para gozo de Johara.
Johara dio un respingo cuando algo cayó sobre sus piernas y, al bajar la mirada, comprobó que eran las esposas.
–Buenos días, querida Gemma –la saludó Shaheen.
Ella sonrió. Había abierto las esposas dos horas antes, cuando saltó de la cama. No quería despertarlo pero estaba deseando examinar las joyas. Y lo había hecho.
–Veo que has llenado un cuaderno entero de notas.
–He estado estudiándolas –asintió ella–. Y ahora sé exactamente quién ha falsificado las joyas.