Capítulo 8

 

 

 

 

 

OH, lo siento. No quería decirlo en alto! –exclamó Molly avergonzada–. Los dos me habéis tratado como si fuera de la familia, y no tengo motivos para…

Richard puso su mano sobre la de ella.

–No pasa nada, Molly. A mamá no se le pasó por la cabeza que no podrías permitirte comprar por aquí.

Elizabeth le sonrió.

–No te preocupes, Molly. Soy muy afortunada y a veces me olvido de que otros no viven como yo. Es bueno acordarse de vez en cuando. Y ahora dejemos el tema, querida. Toby ya quiere el helado y yo voy a elegir el pastel. ¿Cuál quieres tú?

–Me encanta el de manzana, sobre todo con una bola de helado encima –contestó Molly.

–Eh, yo no me ofrecí a pagarte el helado, señorita –bromeó Richard.

–¡Richard! –exclamó Elizabeth entre risas.

 

 

–Vamos, chicos. Llegaremos tarde a Antares –dijo Elizabeth.

Molly miró a Toby.

–Creo que me voy a quedar en casa, cariño.

–No, Molly. No quiero ir sin ti.

–Estarás bien. Richard estará allí.

–No. No voy si tú no vas.

Molly tragó con dificultad. Se había preparado para ir, pero en el último minuto se había arrepentido.

–Toby…

–Molly, Toby, vamos. Richard está esperando.

–Vamos, Molly –dijo Toby tirándole del brazo.

Molly se rindió y lo siguió hasta el vestíbulo.

–¡Oh, ahí estáis! Richard está en el coche –exclamó Elizabeth.

Los tres se montaron en el coche.

–Empezaba a creer que iría solo –comentó Richard al arrancar.

Molly, que estaba sentada en el asiento del copiloto, no dijo una palabra.

–El restaurante te encantará, Molly. Es parte del Hyatt Regency Hotel –dijo Elizabeth.

–¿Podemos ver nuestra casa desde allí? –preguntó Toby?

–No creo, porque hay muchos árboles, pero sí se ve Six flags over Texas –contestó Richard.

–¿Qué es Six flags over Texas?

–Un parque de atracciones, Toby –dijo su abuela.

–¡Toby, mira, allí es adonde vamos! –exclamó Richard señalando una enorme bola que flotaba en el aire sobre unos pilares de cemento.

–¿Tenemos que subir a pie, tío Richard?

–No, hay ascensor –paró el coche delante de la entrada–. Hemos llegado.

Molly salió de coche sin estar convencida. Richard los condujo por unas escaleras mecánicas que iban hacia abajo hasta llegar a los ascensores. Molly no quería abrir los ojos hasta que estuvieran arriba, pero Toby estaba muy animado.

–¡Mira, Molly! –exclamó de repente.

Molly se dio la vuelta rápidamente y, en lugar de toparse con la parte posterior del ascensor, descubrió un enorme cristal a través del cual vio alejarse el suelo. Las rodillas no tardaron en cederle, pero Richard la rodeó con sus brazos y ella apoyó el rostro en su pecho.

–No mires, Molly. Quédate así. Llegaremos en un minuto.

–Siento ser tan cobarde.

–No te preocupes. Es algo que no puedes controlar. Me sentaré junto a la ventana y estarás segura.

–Gracias, Richard.

Justo en ese momento llegaron a su destino y las puertas del ascensor se abrieron. Cuando bajaron el escalón que separaba el ascensor del suelo del restaurante, Molly se dio cuenta de que el suelo se movía y Richard la tuvo que sujetar con más fuerza.

–Tranquila –le susurró–. Estaremos en la mesa enseguida.

Richard se sentó en la parte de la ventana y apartó la silla de al lado para que Molly se sentara.

–Richard, deberías darle a Molly el asiento de fuera. Querrá verlo todo –dijo Elizabeth.

–Molly tiene miedo a las alturas. Está mejor en esa silla.

–Oh, Molly, ¿por qué no lo dijiste?

–No quería aguaros la fiesta.

–Es muy valiente, ¿verdad, Toby? –prosiguió Elizabeth.

–Sí, pero es culpa mía –dijo Toby con lágrimas en los ojos–. Le dije que no vendría si ella no venía.

–No pasa nada, Toby –respondió Molly acariciándole la mano.

–Tienes que pensar más en los demás, Toby –dijo Richard.

–Richard, por favor. Sólo es un niño pequeño –insistió Molly.

–Sí, pero no pensó en lo difícil que sería para ti –extendió el brazo por encima de la silla de Molly, tal y como había hecho la otra noche–. Tienes que aprender a pensar en los demás, Toby.

–Vale –respondió el chico.

–Bueno, tenemos que pedir –comentó Elizabeth.

El camarero llegó y, tras tomarles nota, les llevó las bebidas. Molly bebió un poco de refresco y se sintió mejor.

–Tío Richard, ¿se ve el parque de atracciones?

–Todavía no. Veamos, ahí está el río Trinity, así que estamos mirando al sur ahora. Cuando miremos hacia el oeste, lo verás.

–¿Cómo lo sabremos?

–Hay una señal en la pared que pone oeste.

–Vale. Esperaré.

Al ver que Toby estaba distraído, Molly se relajó un poco.

–¿Estás bien? –le preguntó Richard.

–Sí, pero no tenías que haber culpado a Toby.

–No voy a dejar que tú ni mi madre lo miméis. Tiene que aprender a ser responsable de sus actos.

–Estoy de acuerdo, pero acaba de perder a sus padres.

–Tan sólo le he hecho ver lo que había hecho mal. No creo que haya sido demasiado duro.

–Bueno, ¡yo sí!

–Pero tú no estás a cargo de él, sino mi madre y yo.

Molly bajó la vista. Richard sabía que a ella le importaba el chico, y no quería dejarlo con él.

–¿También es dura esa verdad? –preguntó él esperando una respuesta.

Molly asintió con la cabeza mientras intentaba contener las lágrimas. Se había implicado mucho con Toby, y también con Elizabeth y con Richard. Sobre todo con él.

Richard la hizo acercarse un poco, pero ella no se atrevió a apoyar el hombro en su pecho porque no tenía ese derecho.

–¡Tío Richard, ahí está! Estamos mirando al oeste.

Richard contestó, pero Molly no oyó sus palabras. Toby se estaba portando bien. ¿Acaso sería verdad lo que había dicho Richard? En cualquier caso, no iba a admitir que tenía razón.

La comida estuvo deliciosa y Molly disfrutó mucho del almuerzo en una de las principales atracciones turísticas de Dallas hasta que tuvo que volver a montarse en el ascensor.

–Ponte al fondo. Yo te guiaré –le dijo Richard tomándola de la mano.

–Gracias –respondió ella con frialdad.

Una vez estaban dentro del ascensor, Molly fijó la vista en las puertas, esperando a que se volvieran a abrir.

–¿Necesitas ayuda? –le dijo él.

–No, gracias. Estoy bien.

–Qué pena. Me encantó el paseo hacia arriba.

Cuando la puerta del ascensor se abrió, Molly suspiró de alivio. Richard la tomó de la mano y la llevó hasta las escaleras mecánicas. Ella intentó zafarse, pero no quería que Elizabeth y Toby se dieran cuenta, así que decidió esperar a que llegaran al vestíbulo del hotel. Él tendría que sacar el ticket del aparcamiento para que le llevaran el coche.

–Elizabeth, ¿quieres que me siente atrás con Toby? –preguntó Molly antes de entrar en el coche.

–¿Te importa, querida? Tengo un poco de sueño. Creo que he comido demasiado.

–Yo también estoy cansado –dijo Toby tomándola de la mano.

–Creo que los dos necesitáis descansar –prosiguió Molly–. Os acostasteis muy tarde el sábado.

–Sí. No me acuerdo del final de la película.

–Te quedaste dormido y Richard te llevó en brazos a la cama.

–No lo sabía. El tío Richard debe de ser muy fuerte –dijo Toby con admiración.

–Eso creo –Molly sí que sabía lo fuerte que era.

Él también la había estrechado entre sus brazos y ella aún recordaba la firmeza de su pecho, su calor, la seguridad que le daba, el aroma de su aftershave… Molly tuvo que ahuyentar aquellos pensamientos.

Unos minutos más tarde, sus traicioneros ojos se posaron en el espejo retrovisor y miró el reflejo de Richard. Tenía la mandíbula cuadrada y un elegante corte de pelo. Sus ojos azules estaban fijos en la carretera.

Molly no tuvo más remedio que admitir que era un hombre muy apuesto.

De pronto, pareció sentir que la observaban, y sus miradas se encontraron en el espejo retrovisor.

–¿Estáis bien ahí atrás? –dijo él.

–Eh… sí –respondió Molly con un ligero tartamudeo–. Estoy bien, pero Toby está un poco cansado.

–Llegaremos en unos minutos.

Cuando llegaron a la casa, Molly llevó a Toby a su habitación y Elizabeth se fue a su dormitorio. Unos minutos más tarde, la joven bajó sigilosamente y se dirigió a la cocina.

–Albert, ¿podrías llevarme de compras un ratito?

–Por supuesto. ¿Más compras navideñas?

–Sí. Es algo que no puedo comprar en el centro comercial mañana.

–No hay problema. ¿Estás lista?

–Sí. ¿Podemos ir sin decírselo a Richard?

–Claro. No creo que me necesite.

Una hora después, Molly regresó a casa y, al subir la escalinata, oyó el ruido de una puerta, pero no se detuvo a comprobar si Richard había salido de su oficina.

No quería saberlo.

 

 

Richard la vio subir la escalinata con un paquete y se dirigió a la cocina.

–Albert, ¿has llevado a Molly a algún sitio?

–Sí, señor. ¿Me necesitaba para algo?

–No. Es curiosidad. Vamos de compras mañana.

–Lo sé, pero tenía que comprar algo que no podía comprar en el centro comercial.

Richard se quedó pensativo.

–¿Quieres una taza de café, Richard? –le preguntó Delores.

–Sí, gracias.

Ella le sirvió el café pero, en lugar de irse, Richard se sentó al lado de Albert.

–¿Adónde la llevaste?

–A una tienda de cámaras de fotos.

–¿Quiere comprar una cámara?

–No lo sé. No entré con ella. Me dijo que no tardaría, y no lo hizo.

–Parece que tiene un montón de secretos.

Delores soltó una risotada.

–Por supuesto que sí. Es Navidad. ¿Acaso le dices a todo el mundo lo que haces en cada momento? –preguntó.

Delores tenía razón.

–Es una mujer muy agradable –continuó la cocinera–. Ojalá no se tuviera que ir.

–Toby piensa lo mismo, Delores.

–Entonces, ¿por qué no haces algo al respecto, Richard?

–¿Qué quieres que haga? ¿Contratar a una enfermera como niñera para Toby? No es tan pequeño.

–No lo sé. Sólo sé que la echaré de menos cuando se vaya.

–¿Cuándo se va? –preguntó Albert.

–A mediados de enero –murmuró Richard y le dio un sorbo al café.

Cuanto más tiempo pasaba, más temía el momento, pero no podía admitirlo delante de Delores y Albert.

–Es muy bonita –añadió Albert.

–¿Estás enamorado de ella? –bromeó Richard.

–Por supuesto que no. Podría ser mi hija, pero me gusta. Es muy amable con todo el mundo.

–Sí, lo es.

–Y no es nada estirada –concluyó Albert.

–De acuerdo. He captado la indirecta. Los dos queréis que Molly se quede, pero no está en mi mano. Todavía tengo mucho trabajo y sólo me doy un respiro cuando salgo con mamá, Molly y Toby.

–Es hora de que bajes el ritmo. No querrás ser como tu padre –dijo Delores.

–No, pero tengo una responsabilidad en el bufete. Mucha gente depende de nuestro éxito, por no hablar de vosotros dos. ¡Sería tremendo si mamá tuviera que empezar a cocinar!

–Bueno, tienes razón, pero podría ser bueno para ella. Además, tener a Toby la anima mucho.

–Lo sé. Estoy intentando que no lo mimen demasiado.

–Eso va a ser difícil –dijo Delores con una sonrisa irónica.

–Desde luego. Hoy Molly se enfadó conmigo. No me ha perdonado todavía, pero lo hará.

–¿Cómo lo sabes?

–Porque Molly no guarda rencor. Va en contra de su naturaleza. Sabéis que es así.

–Sí, pero no quiero que te aproveches de ella.

–¿Entonces quieres que mime a Toby?

–No. Es un niño muy dulce. Susan lo crió bien.

–Ya lo creo, pero sería muy fácil que terminaran mimándolo en esta casa.

–Supongo que sí, pero trata de no ofender a Molly. No quiero que se vaya.

–Lo sé, pero a nadie se le ha ocurrido cómo hacer que se quede.

–Yo sé cómo –dijo Delores–. ¡Cásate con ella!

–No seas… –Richard se calló al oír unos pasos y enseguida Molly entró en la cocina–. ¡Molly! –¿habría oído el comentario de Delores? La miró a la cara y le pareció que no–. ¿Qué te traes entre manos?

–Iba a ver si Delores necesitaba ayuda.

–No, gracias –la cocinera sonrió–. Te lo agradezco, pero Louisa estará aquí a las dos para ayudarme con la cena. Su hermana se casó ayer.

–Qué bien.

–Sí. ¿Te gustan las bodas?

–Desde luego. Sólo he ido a dos, pero siempre me llenan de optimismo. Las caras de los novios siempre están llenas de esperanza.

–La mitad de los matrimonios terminan en divorcio –dijo Richard.

–¿Entonces no deberían casarse? –preguntó Molly desafiante.

–No creo que haya que lanzarse a ello apresuradamente.

–Yo he oído que las parejas que tienen un largo noviazgo tienen más posibilidades de terminar divorciándose que las que se casan rápidamente –Molly se cruzó de brazos y esperó a que objetara algo.

–Yo también lo he leído, pero no me lo creo.

–Es hora de que te cases, Richard –insistió Delores–. Ya tienes treinta años. ¿Cuántos años tienes, Molly?

–A las mujeres no se les pregunta la edad –dijo Richard.

–Tengo veintisiete años, Delores.

–Perfecto –dijo la cocinera con una sonrisa.

Molly levantó las cejas.

–¿Qué hay de perfecto en tener veintisiete años?

Richard había entendido lo que quería decir, pero con una mirada la retó a darle una explicación a Molly.

Delores disimuló un poco.

–Creo que es una buena edad. Eres lo bastante mayor para saber lo que quieres, y lo bastante joven para poder elegir.

–Supongo que sí –dijo Molly y se levantó–. Voy a tomar café.

–¿Te apetece un pastel de chocolate para acompañar? –le preguntó Delores.

–¿Estás escondiendo los dulces de nuevo? –bromeó Albert–. ¿Qué tal si traes más para mí y para Richard?

Este último asintió con la cabeza. Le apetecía tomarse un dulce, pero lo que más deseaba era estar con Molly.