ESTABAN tomándose el café de la tarde cuando Toby entró.
–¿Molly? He ido a despertar a la abuela, pero no quiere levantarse.
–Voy a ver si se encuentra bien.
–Seguro que sólo está cansada –dijo Richard–. ¿Por qué querías verla?
–Porque me dijo que me leería un cuento después de la siesta.
–Oh, es verdad, Richard –dijo Molly–. Tu madre encontró un libro que solía leerte a ti –le acarició el pelo al chico y sonrió–. Voy a ver cómo está –dijo antes de salir.
–¿Está mala la abuela? –preguntó Toby.
–Si es así, Molly la curará. Es enfermera, ¿no?
–Eso espero –dijo el chico.
Molly colgó el teléfono al entrar Louisa.
–¿Se encuentra bien? –susurró la doncella.
–Oh, Louisa, estás aquí.
–Sí, acabo de llegar. ¿Cómo está?
–Creo que tiene gripe. He hablado con el médico y le ha recetado una medicina. ¿Sabes dónde hay una farmacia?
–¿Le digo a Albert que vaya a buscarla?
–Sí, por favor. ¿Tenéis Tylenol? Le duele la cabeza y le está subiendo la fiebre.
–Sí, enseguida lo traigo.
Tras tomar la medicina, Elizabeth abrió los ojos.
–¿Dónde está Toby?
–Está abajo. No te preocupes por él. ¿Por qué no dijiste que te sentías mal?
–Pensé que se me quitaría con la siesta.
–Bueno, es mejor que duermas un poco. Luego volveré a verte.
Al salir de la habitación, Molly estuvo a punto de chocar contra Richard, pero sus poderosos brazos la sujetaron.
–¿Cómo está mi madre?
–Le he dado Tylenol y ahora está dormida.
¿Cuándo tenía pensado soltarla?, se preguntó Molly.
–Gracias por llamar al médico.
–De nada –Molly retrocedió y él la soltó–. Estará bien en unos días. Ella quería comprar algunas cosas y yo puedo traerle lo que quiera, pero seguro que tú podrías serle de más ayuda.
–De acuerdo. Hablaré con ella cuando se despierte.
Molly asintió con la cabeza y pasó de largo.
–¿Adónde vas?
–Voy a hacer una lista con todo lo que necesito para Elizabeth.
–Si Albert ya se ha ido, iré a buscar lo que necesites –bajó las escaleras tras ella–. Tengo papel y lápiz en mi despacho –le abrió la puerta de su oficina–. Ven conmigo.
Molly se encogió de hombros y entró tras él. Richard sacó papel de un cajón y tomó un bolígrafo del escritorio. La joven se puso un poco nerviosa cuando él se sentó a su lado, pero logró hacer la lista.
–Bien, creo que esto es todo –le entregó la lista a Richard–. Puedo ir contigo si Albert ya se ha marchado. Sólo déjame echarle un vistazo a Toby antes.
Encontró a Toby en la cocina, comiéndose un pastel de chocolate, y Albert no estaba por ninguna parte.
Richard le dijo a Delores que iban a la tienda.
–¿Quieres venir, Toby? –preguntó Richard.
–¿Puedo, Molly?
–¿Estás seguro de que quieres que venga? –dijo Molly mirando a Richard.
–Así estará entretenido.
–Me gustaría ir con vosotros –insistió el chico.
–Entonces, vamos –concluyó Richard, y lo tomó de la mano–. Los hombres estamos listos.
–¿Los hombres? –Molly esbozó una sonrisa.
Richard la tomó de la mano también.
–Vamos, señorita, o la dejaremos atrás.
A pesar del motivo de la salida, los tres se lo pasaron muy bien. Además de lo necesario para Elizabeth, Richard compró algunos puzzles y películas para Toby.
Estaba a punto de añadir un juego cuando Molly le tiró de la manga.
–Santa –susurró ella.
Richard supo lo que quería decir puso el juego de nuevo en su sitio.
–Además, no queremos consentirle demasiado –añadió Molly con una pícara sonrisa.
Se estaba desquitando por lo que le había dicho él en la cocina.
El dependiente que los estaba atendiendo miró a Toby.
–Los padres siempre se preocupan por eso –le dijo con una divertida mueca.
–Pero ellos no… –empezó a decir Toby.
–No estamos preocupados –Richard terminó la frase–. Sólo tratamos de hacer lo correcto. ¿Verdad, cariño? –le levantó un ceja a Molly.
–Sí, es verdad, querido. ¿Nos vamos, Toby?
–Pero no me has comprado el libro que me prometiste.
–¿La telaraña de Carlota? –preguntó Molly.
–Sí, ése.
–A lo mejor Santa Claus te lo trae, así que deberíamos esperar.
–Vale.
Toby se adelantó un poco y Richard la agarró de la mano.
–Parece que Santa ha estado ocupado últimamente. No sabía que mi madre ya había hecho las compras.
–Nunca se sabe –Molly alcanzó a Toby y dejó a Richard atrás.
Richard se quedó mirándola. Había algo que no le quería decir, pero no sabía el qué.
Cuando llegaron a la casa, Molly le pidió que subiera el humidificador a la habitación de su madre.
–¿Crees que querrá comer algo? –le preguntó Richard a Delores.
–No lo creo. Ha tomado un poco de caldo, y le estoy preparando sopa de pollo para más tarde –dijo Delores.
Richard asintió con la cabeza.
–Voy a decirle que ya se la vas a llevar, así se sentirá mejor.
Antes de salir de la cocina, Molly le recordó que se pusiera una de las máscaras que habían comprado para evitar contagios.
–¿Y tú? –le preguntó él.
–Yo ya he estado en la habitación. No pasa nada.
Él se tragó sus argumentos y la siguió hasta el piso superior. En cuanto pusieron en marcha el humidificador, Elizabeth empezó a respirar mejor.
–¿Seguro que estará bien? –le preguntó Richard a Molly.
–Estará bien. El humidificador ya la está ayudando a respirar.
–Sí. Nunca se me habría ocurrido.
–Me alegro de poder ayudar. Después de todo, os estoy muy agradecida por haberme recibido tan bien.
Richard querría haberle dicho que era como de la familia, que ya era parte de ella, pero no pudo.
Cuando bajaron, Toby los esperaba impaciente.
–Toby, tu abuela está bien. La gripe la hacer dormir mucho, pero ya está mejor –le dijo Molly al abrazarlo.
–Me alegro. No quiero que la abuelita esté enferma.
–Ya lo sé. ¿Por qué no vamos a ver una de las películas que Richard te ha comprado?
Toby eligió Mary Poppins y ambos se fueron a la sala de estar.
–Iré a verla con vosotros –dijo Richard.
Llevaban una hora viendo la película cuando Delores les llevó la cena, y todos disfrutaron de la sopa y los sándwiches de pavo. Tras cenar, Toby terminó acurrucándose entre los dos.
–Ha estado genial –murmuró adormilado al término de la película.
–Sí, cariño.
–¿Quieres llevarlo a la cama? –sugirió Richard–. Yo llevaré los platos a la cocina antes de subir.
–Claro –dijo Molly–. Ven, Toby. Es hora de irse a la cama.
Richard se quedó mirándolos mientras subían las escaleras.
Toby le había cambiado la vida. Después de Navidad, seguiría pasando tiempo con él y dejaría de trabajar quince horas al día. Además, echaría mucho de menos a Molly.
Recogió una de las bandejas de la cena y se fue a la cocina. No quería pensar en la marcha de Molly. No esa noche.
–Si queréis café y pudín, os lo llevaré a la sala de estar –le dijo Delores.
–Mmm, a lo mejor te tomo la palabra.
Richard se apresuró hacia la habitación de Toby y lo encontró listo para acostarse.
–Eh, ¿dónde has conseguido ese pijama? –le preguntó–. Nunca te lo había visto.
–Molly me lo compró.
–Qué precavida, ¿eh?
–Sí. A mí me gusta mucho.
Toby les dio sendos abrazos antes de acostarse y ambos salieron de la habitación. Molly echó a andar por el pasillo y Richard la alcanzó rápidamente, pero ella pasó de largo ante las escaleras.
–¿Adónde vas?
–Voy a ver a tu madre.
Mientras Richard esperaba delante de la puerta, se dio cuenta de lo agradecido que le estaba por cuidar de su madre.
Al salir, Molly se sorprendió al verlo allí.
–¿Necesitas algo?
–Sí. Necesito que vengas conmigo a tomar el postre.
–¿Postre? Oh, no creo que… ¿Qué es?
–El pudín de Delores. No he probado uno mejor –le tendió una mano–. ¿Vamos?
–Bueno, pero no debería tomar postre cada noche. Tendré que empezar a ir al gimnasio, como tú.
–Puedes venir conmigo cuando quieras. Suelo ir a las siete.
–No creo que pueda mientras tu madre esté mal. Toby se sentiría solo al levantarse.
–Tienes razón. Te preocupas por todos, Molly.
–Gracias. Al menos lo intento.
–Por cierto, ¿le pediste dinero a mi madre para comprar los pijamas?
–No.
¿Por qué era tan testaruda?, se preguntó Richard.
–¿Por qué no? Ahora somos responsables de Toby.
–Yo decidí comprarle los pijamas. No era algo imprescindible.
–Yo creo que sí. De ahora en adelante, tienes que pedirnos el dinero si le vas a comprar algo.
Molly se puso tensa.
–Cómo gasto mi dinero es asunto mío.
¿Por qué estaba molesta? Él sólo estaba intentando ser atento.
–Toby es asunto mío y lo vas a convertir en un niño consentido si le sigues comprando cosas –repuso Richard.
Los ojos de Molly echaron chispas.
–¡No creo que unos pijamas de franela lo vuelvan un niño mimado!
–¡Quizá no, pero no hay razón para que los pagues tú!
–Creo que tú…
Molly se detuvo al oír a Delores.
–¿Qué está pasando ahí? –gritó la cocinera desde el vestíbulo.