SIGNIFICA eso que te vas a quedar, Molly? –preguntó Toby ilusionado.
Ella negó con la cabeza.
–Ya te lo explicaré más tarde, Toby –se apresuró a decir Richard.
Molly también quería oír aquella explicación. ¿Por qué la había besado bajo el muérdago? ¿Había sido sólo por la tradición o tal vez porque… sentía algo por ella?
Después de cenar, Richard entabló una conversación de hombre a hombre con Toby, y Molly no pudo escuchar ni palabra. Debió de explicarse muy bien porque el chico no hizo más preguntas, ni Elizabeth tampoco.
De hecho, ella ni siquiera intentó sentarlos juntos al día siguiente en la iglesia, pues Molly y Richard terminaron uno al lado del otro por casualidad.
–Me encanta venir a la iglesia en Navidad –dijo Molly mientras almorzaban en un restaurante después de ir a misa–. Me han gustado los villancicos. La iglesia tiene un coro muy bueno, Elizabeth.
–Ya lo creo. Y los adornos estaban preciosos. Sobre todo el belén.
Elizabeth se refería al belén viviente con animales de verdad.
–A mí me gustó el burro –dijo Toby–. Se estaba comiendo todo el heno.
–Seguro que traen más –dijo su tío–. Creo que te gustó porque parecía un perro grande.
–¡Sí! –admitió Toby con una sonrisa–. El profesor de la escuela dominical nos contó una historia sobre un perro que era muy limpio.
–Yo también lo he pasado muy bien en la escuela dominical esta mañana –dijo Richard mirando a Molly. Habían asistido juntos a la clase de solteros.
–¿Qué te pareció, Molly? –preguntó Elizabeth.
–La pobre se vio rodeada de perros hambrientos –dijo Richard bromeando.
–¿Había perros en tu clase? –preguntó Toby.
–No, cariño –se apresuró a decir Molly–. Richard se refería a algunos señores un poquito pesados.
–Sí –dijo Richard–. Todos querían pedirle salir a Molly.
Toby no entendió nada, pero la comida no tardó en llegar y captó toda su atención.
Sin embargo, Molly vio la expresión divertida que tenía Elizabeth.
A decir verdad, se había alegrado de que Richard se tomara tanto interés en protegerla de las intenciones de esos hombres y no volvería a asistir sin él.
Más tarde quedaron en la sala de estar para ver Qué bello es vivir, pues habían pasado todo el almuerzo hablando de la película y le habían prometido a Toby que se la pondrían. Le encantó la escena en que Clarence se ponía las alas y decía que sus padres también se habían convertido en ángeles.
Después de cenar, fueron al jardín interior y Richard encendió las luces del árbol.
–¡Es maravilloso! –dijo Toby con un suspiro.
–¿Quieres decir las luces y el árbol? –preguntó Molly y Toby asintió–. Sí. Es el más bonito que he visto en toda mi vida.
–Yo pienso lo mismo –dijo el niño.
Richard y Elizabeth también estuvieron de acuerdo. Esta última les recordó que Toby había elegido todos los adornos y que por eso debería estar orgulloso.
Finalmente, Molly le dijo a Toby que era hora de irse a la cama, para que Santa los visitara de madrugada. Toby dio sendos abrazos a su tío y abuela antes de subir al cuarto.
Ya en su habitación, se puso el pijama de franela y dijo sus oraciones arrodillado delante de la cama. Molly se sentó a esperar en el borde de la cama, pero el chico permaneció en silencio.
–¿Qué te pasa, Toby?
Toby bajó la cabeza.
–¿Crees que mamá y papá están molestos porque estoy feliz, Molly?
A Molly se le hizo un nudo en la garganta y tuvo que reprimir las lágrimas. Entonces, levantó al niño y lo sentó sobre su regazo.
–No, cielo. Yo creo que son felices al verte feliz. Eso es lo que quieren. Eso es lo que cualquier papá y cualquier mamá querrían para sus hijos.
–He estado preocupado por eso. Me encanta vivir aquí contigo, y con el tío y la abuela, pero quisiera que ellos estuvieran también aquí.
–Claro que sí. Ellos saben que no los has olvidado. Te dije que estaban en tu corazón, y por eso saben lo que piensas y sientes. No pasa nada por ser feliz.
Toby le dio un gran abrazo.
–Gracias. Sabía que lo entenderías.
Le dio un beso en la mejilla y se metió en la cama.
–Te quiero, Molly.
–Yo también a ti, Toby.
Lo arropó bien y salió de puntillas. Al bajar las escaleras, se topó con Elizabeth.
–¿Te vas a acostar? –le preguntó Molly.
–Sí. Mañana nos levantaremos temprano. Richard me pidió que te dijera que no bajéis hasta las siete. Entonces bajaremos todos juntos.
–Sí. Así nadie se perderá la reacción de Toby.
–Bien. Bueno, que descanses, Molly.
–Tú también, Elizabeth.
La mujer sonrió y prosiguió hacia su habitación.
Cuando Molly bajó para poner los regalos en el árbol, no encontró a Richard por ningún lado, así que fue a la cocina a ver si estaba allí.
–Tenía que salir –dijo Delores–. Albert y yo nos íbamos a tomar una taza de café. ¿Te apetece?
–Sí, por favor. ¿Podemos tomar unas galletas también?
–Creía que ya os habíais cansado de ellas.
–Imposible. Están deliciosas –dijo Molly entre risas.
Estaban disfrutando del café cuando se abrió la puerta lateral.
–¿Será Richard? –preguntó Molly.
–Iré a ver –Albert saltó de la silla y salió de la habitación rápidamente.
Molly se quedó en silencio durante unos minutos.
–¿No te ha parecido extraño, Delores?
–Sí. Me pregunto qué se traerán entre manos esos dos.
Un rato más tarde, Richard asomó la cabeza por la puerta.
–Me voy a la cama. Nos tenemos que levantar temprano. Buenas noches.
Albert volvió un momento después.
–¿Todo va bien? –le preguntó Delores.
–Uh, sí, todo va bien.
Un ratito después, Molly subió a buscar los regalos y, al ponerlos bajo el árbol, se dio cuenta de que los paquetes habían aumentado mucho.
Se quedó allí de pie, contemplando el enorme árbol con todos los regalos, deseando poder recordar esos momentos en el futuro. ¿Volvería alguna vez a tener una Navidad como ésa?
Richard se levantó mucho antes de las siete, pues su compañero de habitación llevaba despierto desde las cinco y media. Por lo menos el cachorrito había hecho pis en la alfombrilla que había puesto al lado de la cama.
–Muchas gracias, pequeño demonio. Me alegraré mucho cuando te pongan nombre, para poder echarte la bronca como te mereces.
No podía negar que ya le había tomado cariño al animalito. Había pensado ponerlo en una caja en un rincón, pero tras oírlo llorar durante más de una hora, se lo había llevado a la cama.
Se quedó jugando con el perro hasta las siete y entonces bajó. Había envuelto una caja en papel de Navidad y le había hecho agujeros para que pudiera respirar, pero no quería meterlo hasta el último momento.
Mientras tanto, escribió una carta de Santa para Toby y la puso sobre la bolsa de comida para perro que había puesto delante del árbol. Al oír ruidos en la planta superior, metió el perro en la caja, le puso la tapa y fue hasta el rellano de la escalera.
Molly estaba en lo alto de la escalera y sostenía la mano de Toby. Sus sedosos rizos le caían por encima de los hombros, y llevaba unos vaqueros y un suéter. Su madre también estaba allí, espléndida con una cómoda bata.
–Bajé a encender las luces –dijo Richard desde abajo–. ¿Estáis listos para averiguar si Santa ha venido a vernos?
Toby no le dejó terminar y llegó abajo antes de que Molly y Elizabeth empezaran a bajar.
–Tranquilo, Toby. Tenemos que esperar a las damas, ¿sabes?
–Pero tú has visto el árbol. ¿Ha venido Santa?
–¿Sabes? Creo que sí, pero sólo le he echado un vistazo al árbol. No quería estropearos la sorpresa.
Cuando llegaron las damas, Toby volvió a tomar a Molly de la mano y Richard acompañó a su madre. Elizabeth se sentó en una silla y le dejó el camino libre a su nieto. Lo primero que el chico vio fue la carta de Santa.
–¿Santa me ha dejado una carta? –preguntó y tomó la carta sin darse cuenta de lo que contenía el paquete.
Molly sí se dio cuenta y abrió los ojos sorprendida.
Toby leyó la nota.
–Creo que Santa se ha confundido. Cree que tengo un perro.
En ese momento, todos oyeron el lloriqueo del cachorrito.
Para adelantar el descubrimiento, Richard intervino.
–Creo que esa caja está haciendo ruido. A lo mejor deberías abrirla rápido, Toby.
El niño miró a Molly y después a su tío. Lentamente se puso de rodillas y levantó la tapa con dedos temblorosos. En cuanto retiró la tapa, el perrito se levantó sobre las patas traseras y empezó a menear la colita, en un intento por salir de la caja.
–¡Molly, mira, es un perrito! ¡Es un perrito de verdad!
El chico agarró al cachorrito y lo apretó contra su pecho, pero no pudo contener las ganas de llorar, y a Molly también se le saltaron las lágrimas.
–¿Puedo quedármelo, tío Richard? ¿Es mío de verdad?
–Así es, Toby. Tienes que ponerle nombre –mientras hablaba, Richard se fue al lado de Molly y la rodeó con sus brazos. Sabía que estaba feliz por Toby, pero no esperaba que se pusiera a llorar. Ella apoyó la cabeza sobre su hombro, y él se sacó un pañuelo del bolsillo para secarle las lágrimas.
–Molly, ¿qué nombre le pongo?
–El que quieras. Creo que es un labrador de color chocolate.
–¿Chocolate? Oh, ¡ya sé! Le llamaré Cacao, como la bebida.
–Es un nombre muy bonito, Toby –dijo Richard–. Y mira, tiene puesta la correa, así que puedes sacarlo cuando sea necesario.
–¿Y cómo sabré cuando es necesario?
–Aprenderás en cuanto hayas tenido que limpiar lo que haya ensuciado unas cuantas veces.
–¿Crees que tiene que salir ahora?
–No, estoy seguro de que Santa se encargó de eso antes de dejarlo.
–Tío Richard, gracias por el perrito –dijo Toby y se lanzó a abrazar a su tío.
Richard tuvo que inclinarse hacia delante, pero se incorporó de inmediato, pues temía que Molly se fuera de su lado. Después Toby corrió hacia su abuela.
–¡Gracias, abuela! Por un momento pensé que mamá y papá se lo habían dicho a Santa, pero entonces me acordé de que Santa no es real.
–Es real en nuestros corazones, cielo –dijo su abuela.
–Eso es lo que me dijo Molly. Ella me dijo que mis padres vivían en mi corazón.
–Es verdad –dijo Elizabeth suavemente, y tuvo que pestañear para ahuyentar las lágrimas.
–¿Qué tal si abrimos algunos regalos? –propuso Richard–. Voy a ver si Delores y Albert están listos para bajar.
Antes de irse, le dio un beso en los labios a Molly.
Cuando entraron los empleados, Toby corrió a enseñarles a Cacao y le preguntó a Albert cómo podía saber si el perrito tenía que salir a hacer sus necesidades.
Richard tomó el regalo de Albert y le dijo a Toby que se lo entregara. El niño dejó al perro con Molly y le llevó un regalo a Albert y otro a su abuela. Molly se entretuvo jugando con el animalito y Richard se inclinó hacia ella.
–¿Tengo que comprarte un perrito a ti también? –susurró.
–¡Oh, no! Es muy bonito, pero tengo que trabajar y estaría solo todo el tiempo.
–¡Una bici! –gritó Toby de pronto.
Estaba escondida en la parte de atrás del árbol.
–¿Es para mí? –preguntó vacilante.
–No sé. Es un poco pequeña para mí, pero podría valerle a Molly –dijo Richard.
Toby le llevó la bicicleta a Molly con la cara seria.
–¿Crees que es para ti, Molly?
–No, cariño. Tu tío te está tomando el pelo. Es para ti.
–¡Genial! Me gusta casi tanto como Cacao.
–Pero sólo puedes montarla en el patio de atrás cuando haya alguien contigo, Toby. Tienes que prometerme que lo recordarás –Richard le lanzó una mirada seria.
–Lo prometo. En el patio Cacao puede correr a mi lado.
–Es verdad –Richard sonrió–. Creo que voy a repartir el resto de regalos. Toby ya está bastante ocupado con esos dos.
Como Toby estaba echando un vistazo a la bici, Molly aún tenía a Cacao en brazos y, al mirar a Elizabeth, se dio cuenta de que estaba abriendo el regalo que ella le había comprado. Contuvo la respiración, con la esperanza de haber elegido bien.
De repente, Elizabeth se echó a llorar.
–Lo siento, Elizabeth. Pensé que…
Elizabeth apretó el regalo contra su pecho.
–¡No, me encanta! Pero no estaba preparada. ¡Es maravilloso!
–¿Qué es, mamá? –preguntó Richard mientras se arrodillaba al lado de su madre.
Elizabeth sacó un hermoso marco con una foto de Susan.
–¡Ésa es mamá! –exclamó Toby.
–Lo sé, cariño –Elizabeth se secó las lágrimas–. Las fotos que tengo de ella son de cuando era pequeña. Su padre no me dejaba tener fotos de ella de mayor.
Richard besó a su madre en la mejilla y a Molly en los labios, tomándola por sorpresa.
–Eso ha sido todo un gesto de tu parte, Molly.
–Gracias pero… Gracias. Yo, eh, yo tomé prestado el retrato de Toby con sus padres y en la tienda separaron su foto del resto.
–¿Cortaste mi foto? –dijo Toby extrañado.
–No, cariño, yo nunca haría eso. Pueden hacer otra foto sin cortar la tuya.
Richard abrió el libro que le había comprado Molly.
–Quería leer este libro. He decidido tomarme las cosas con más calma y disfrutar de la vida. Esto me ayudará a hacerlo.
A Albert le encantó la navaja que Molly le había comprado.
–Perdí la mía y llevaba tiempo queriendo comprar otra. Ésta es perfecta.
Delores suspiró cuando vio la caja de bombones.
–Estoy deseando comérmelos –le dijo a Molly–. Gracias.
Toby recibió un montón de regalos, algunos de Molly y otros de Santa. Entre los muchos libros y juegos, el chico encontró La telaraña de Carlota.
–Mira, Molly, ahora podemos leer un capítulo cada noche.
–Sí, cariño.
También encontró una foto ampliada y enmarcada de él con sus padres.
–¡Gracias, Molly!
La joven recibió un agradable perfume por parte de Toby, y Elizabeth le regaló un juego de pendientes y collar. Eran de circonitas con forma de cubo, pero brillaban como si tuvieran diamantes auténticos.
Entonces Richard le dio un enorme paquete que la tenía intrigada. No podía imaginar qué era aquello.
Cuando abrió el regalo, se quedó mirando el contenido con ojos de sorpresa. Se trataba de un top de color verde oscuro adornado con pedrería de colores y una cinta dorada, y una falda larga a juego. Molly no podía quitarle ojo a aquel traje, pues la hacía pensar en Cenicienta. Sin embargo, ella no tenía ningún baile al que asistir.
Al levantar la vista se encontró con la sonrisa de Richard.
–¿Me lo has comprado tú? –le preguntó sorprendida.
–En realidad es otro regalo de mamá, pero yo lo escogí.
–¿De verdad? Es precioso… increíble. Pero no suelo ir a sitios en los que pueda llevarlo, Elizabeth, así que tal vez deberías devolverlo.
Elizabeth miró a su hijo.
–Deberías explicarte, Richard.
–Tengo que ir a un cotillón y me gustaría que fueras conmigo –dijo él.
–¡Oh, no! No, no podría. Seguro que se lo puedes pedir a otra persona, Richard.
–No, no puedo. Podría pedírselo a otra, pero no sería la mujer que amo.
Molly lo miró fijamente y se quedó sin palabras. ¿Qué estaba diciendo?
–Deberíais iros a otra habitación, Richard, para que habléis en privado –dijo Elizabeth.
Molly no tenía ni idea de lo que estaba pasando, y no tenía tiempo para intentar averiguarlo. Richard la tomó de la mano y ella se levantó.
Cuando llegaron a la sala de estar, Richard no la dejó sentarse, sino que la estrechó entre sus brazos.
–¿Acaso es una sorpresa para ti, Molly?
¿Qué era una sorpresa? Molly no entendía nada. O quizá le hubiera sido concedido su deseo de Navidad. Miró aquellos ojos azules, iluminados por el sol de la mañana, y no se atrevió a esperar nada más.
Entonces él le sonrió y ella lo supo: Richard la amaba.
–Pero, Richard, soy enfermera y trabajo hasta tarde, en Florida.
–Espero que no tenga que ser así. Por lo menos en lo que a Florida se refiere. Puedes conseguir un trabajo aquí si quieres, pero no hasta que te cases conmigo. Y creo que deberíamos tener niños para que mi madre y tú no acabéis consintiendo a Toby.
–¿Tú… tú quieres casarte conmigo?
–Sé que no empezamos bien, pero cuando llegué a conocerte bien, no pude resistirme, Molly. No podía encontrar la manera de cambiar nuestra relación excepto besándote, aunque tú parecías rechazarme.
Ojalá hubiera sabido cuánto había deseado ella sus besos…
–No podía resistirme mucho, porque tú no dejabas de besarme.
–Oh, apenas he empezado a besarte, futura señora Anderson. ¿Te casarás conmigo?
Molly se moría por acceder, pero la asediaban las dudas.
–¿Estás seguro de que somos compatibles?
Él le dio un lago y dulce beso.
–Somos compatibles. ¿No crees?
–Eso… eso creo. ¿Seguro que no estás haciendo esto porque Toby quiere que me quede?
Richard dejó escapar una carcajada.
–Quiero mucho a Toby, pero no le pediría a una mujer que se casara conmigo sólo para complacerlo.
–Creo que le agrado a tu madre, también.
–Eso está muy bien, ya que vas a ser su nuera.
–¡No había pensado en eso! Oh, Richard, soy muy afortunada.
–Pues entonces estoy celoso de mi madre.
–No tienes por qué. Tú eres con quien quiero pasar el resto de mi vida. Pero tu madre y Toby hacen que sea aún mejor –las lágrimas brillaron en sus ojos mientras lo miraba–. Siempre he estado sola. No quería irme porque os iba a echar mucho de menos.
–Y yo no podría soportar la idea de que te fueras.
–Ahora ya no me tendré que ir.
–Y siempre pasarás unas Navidades maravillosas.
–Pero sobre todo, te tendré a ti –dijo suavemente antes de besarlo.
Por primera vez se rindió por completo al roce de sus labios y aquél fue el mejor beso que jamás le habían dado.