RICHARD estaba hablando con Toby mientras esperaba a Molly. Era Nochevieja e iba a llevarla al cotillón que había mencionado en Navidad.
De pronto un ruido le hizo mirar a lo alto de las escaleras y allí estaba ella. Richard se sintió como el afortunado príncipe de Cenicienta.
Molly empezó a descender por la escalinata en dirección hacia él. El vestido que le había regalado le quedaba mejor de lo que pensaba, pues le realzaba el verde de los ojos y la hacía más pelirroja. Estaba espléndida.
Llevaba el pelo recogido en un moño y se había puesto el collar y los pendientes que le había regalado Elizabeth. Se había comprado unas sandalias doradas y llevaba las uñas pintadas de rojo. Estaba perfecta.
Richard se encontró con ella en el rellano de la escalera.
–Estás preciosa –le susurró antes de besarla.
–¡No le estropees el pintalabios! –le dijo Elizabeth–. Pensé que te había enseñado bien.
–Lo siento, mamá. La dejaré que se retoque antes de salir del coche.
–¿No está espléndida?
–Desde luego –le contestó y la volvió a besar.
–¿Espléndida significa preciosa? –preguntó Toby–. Yo creo que está preciosa.
–Eso es, Toby –le dijo su tío y la besó una vez más.
–Bueno, basta de elogios o no le quedará pintalabios cuando llegue a la fiesta –dijo Elizabeth–. Marchaos ya y pasadlo bien.
Ya en el coche, Molly se envolvió bien en el abrigo de visón negro de Elizabeth.
–De verdad me siento como Cenicienta en el baile. ¿Tengo que estar de vuelta a medianoche?
–Probablemente, porque ésa es la única forma que tengo de tenerte toda para mí. Por cierto, se me olvidó decírtelo en Navidad, pero las joyas que mi madre te compró…
–Lo sé. Las llevo puestas.
–No creo que lo sepas, Molly. Son auténticas.
Molly se quedó mirándolo boquiabierta.
–Pero eso significa que… ¡Es un collar de diamantes! ¡No, Richard, no puede ser verdad!
–Lo es. Mamá quería que tuvieras un juego de collar y pendientes de diamantes. Le encanta la joyería.
–Pero no puedo ponerme diamantes reales. Podría perderlos.
–Si me dices eso, no te voy a dar el regalo de Año Nuevo.
Molly le miró confusa.
–¿Un regalo de Año Nuevo? Yo no te he comprado nada.
–Sí que lo has hecho, pero no te has dado cuenta.
Richard se echó a un lado de la carretera y paró el coche. Molly miró por la ventanilla.
–¿Hemos llegado?
–No, pero no puedo conducir y darte el regalo al mismo tiempo.
–Pero aún no es Año Nuevo.
–Quiero darte esto antes de entrar en la fiesta.
Molly lo miró fijamente mientras abría una pequeña cajita que se había sacado de un bolsillo.
–¿Estás segura de no poder llevar otro diamante más?
La joven se quedó mirando el anillo embelesada.
–¡Es enorme, Richard!
Él la colmó de besos.
–Ahora dime que sí.
–Sí –dijo ella sin vacilar.
Él le puso la sortija y le encajó perfectamente.
–¿Cómo sabías mi talla?
–Mamá la adivinó cuando hizo que te probaras sus anillos.
–No se me había ocurrido.
–¿Te pondrás el anillo esta noche?
Molly le sonrió.
–Por supuesto. No quiero que nadie piense que estás libre.
–Yo tampoco –bromeó él.
–Richard, ¿cuándo nos casaremos?
–Si pudiera elegir, sería mañana.
–¿El día de Año Nuevo? ¿No se supone que hay que pasar el día viendo el fútbol?
–Yo prefiero casarme contigo, pero estoy dispuesto a esperar hasta el primer fin de semana de febrero. Mamá dice que puede tenerlo todo arreglado para entonces. ¿Te parece bien?
–Suena perfecto.
–Dale a mamá los nombres de tus amigos de Florida y ella se ocupará de mandarles las invitaciones. Entonces llámalos y, si pueden venir, les mandaré el dinero para el billete de avión.
Molly lo rodeó con sus brazos.
–Richard, nunca dejas de sorprenderme. Eres el hombre más atento que he conocido.
–Eso es porque soy el hombre más afortunado que has conocido. Casarme contigo es algo por lo que siempre estaré agradecido.
–Te quiero tanto… –susurró ella mientras borraba el último rastro de pintalabios de su boca.
Mientras desayunaban el día de Año Nuevo, Molly les enseñó el anillo a Elizabeth y a Toby.
–Oh, es precioso –dijo la madre de Richard con una gran sonrisa.
–Gracias, Elizabeth –Molly le dio un beso en la mejilla.
En ese momento entraron Delores y Albert y felicitaron a la pareja.
–Tío Richard, ¿cómo es que Molly es la única que tuvo regalo en Año Nuevo?
–Bueno, no es porque sea Año Nuevo, sino porque nos hemos comprometido.
Toby se quedó en silencio durante unos segundos y lo miró con ojos enormes.
–¿Entonces vas a casarte con Molly y ella se va a quedar con nosotros?
–Eso es exactamente lo que quería decir –le explicó Richard sonriente–. Es genial, ¿verdad?
–¡Oh, sí! –Toby se levantó y abrazó a Molly–. Me alegro de que te quedes.
–¡Yo también! –Molly le devolvió el abrazo con más fuerza.
El chico se volvió a sentar y empezó a comerse los huevos, pero no tardó en volver a mirar a Richard.
–¿Entonces vais a tener niños?
–Eso espero, pero ya tenemos un niño al que criar.
Toby se quedó callado mientras pensaba, y de pronto levantó la vista hacia su tío.
–¿Te refieres a mí?
–Por supuesto, Toby. Sé que siempre querrás a tu mamá y a tu papá, pero ellos no están aquí, así que Molly y yo seremos tus nuevos padres.
–¿De verdad? ¿Y os puedo llamar mamá y papá cuando vaya al cole, como los otros chicos?
–Claro que sí, Toby –le prometió Molly mientras ella y Richard le daban un gran abrazo.
–¿No es genial, abuela?
–Ya lo creo, Toby. Somos muy afortunados por tener una familia como la nuestra. Nunca debemos olvidarlo.
–No lo haré –dijo el niño poniéndose serio.
–Ahora ve por el abrigo, hijo –dijo Richard–. Albert y yo vamos a jugar al fútbol contigo.
El rostro del chico se iluminó y salió corriendo de la habitación. Richard le dio un beso a Molly y agarró su abrigo.
–El desayuno estaba buenísimo, Delores. ¿Estás listo, Albert?
Toby volvió de inmediato y los tres salieron al patio trasero. Molly se inclinó hacia Elizabeth para decirle algo.
–La vida sigue, ¿verdad?
–Gracias a Dios, sí. Sigue y sigue adelante, como nuestra familia.