LOS TRES se quedaron mirando fijamente a Toby.
–¿Qué? –preguntó Molly, creyendo haber oído mal.
–¡Oh, no! –exclamó Elizabeth.
Richard respiró hondo.
–Toby, no creo que eso fuera posible. Los perritos no pueden vivir encerrados en una caja.
Una vez más los ojos del niño se llenaron de lágrimas.
–¡Pero mamá me prometió un perrito para Navidad!
Molly lo rodeó con sus brazos.
–Richard no está diciendo que tu mamá no te prometiera un perrito. Sólo dice que no estaba envuelto. Quizá lo preparó todo para que pudierais recoger el perrito en Noche Buena.
–Entonces, ¿tendré mi perrito?
Molly miró a Richard.
–Oh, no. No lo creo. No sabemos dónde compró el perro –concluyó él.
Toby se echó hacia atrás con gran tristeza en la mirada.
–Sé bueno y termínate la cena, Toby –dijo Molly acariciándole el hombro.
El chico se puso derecho y miró a Molly en busca de aprobación. Ella forzó una sonrisa.
–Estoy segura de que Santa te traerá regalos estupendos, Toby –añadió Elizabeth.
El niño sonrió y su abuela tocó la campanilla del servicio.
–Puedes traer el postre, Louisa –dijo la señora.
Richard la miró sorprendido.
–¿De verdad?
–Sí. Toby ha terminado la cena y el postre lo hará sentirse mejor –ignorando el plato medio lleno de su hijo, Elizabeth le sonrió a su nieto.
Con un suspiro, Richard renunció a su plato.
–Espero que el postre esté muy bueno, Toby. No solemos tomar postre.
–Yo tampoco, pero me gustan –respondió el chico.
Molly tuvo que hacer un esfuerzo por reprimir la sonrisa al ver la cara de Richard al quedarse sin cena. De postre tomaron tortitas con helado de chocolate, el favorito de Toby.
Tras la cena, Molly le dijo al niño que se despidiera de su abuela y su tío, pues era hora de irse a la cama, y ellos parecieron tomarse bien los besos y abrazos de Toby.
–Hoy lo has hecho muy bien –dijo Molly mientras le preparaba el baño.
–¿Qué quieres decir? –preguntó Toby un poco extrañado.
–Bueno, tuviste muy buenos modales y te comportaste bien cuando te dijeron que no podías tener un perro para Navidad.
–Sí. Quiero tener un perro, pero esta casa es demasiado grande y podría perderse.
–Sí, podría. Después del baño, te leeré un cuento. No sé que libros he traído. ¿Cuál te gustaría que leyera?
–Cualquiera de los libros de los Osos Berenstain. Son muy divertidos y puedo leerlos yo mismo –contestó Toby.
–Ah, estupendo. Entonces dejaré que me leas uno esta noche. Y a lo mejor compro un ejemplar de La telaraña de Carlota. ¿Lo has leído?
–No, pero mamá me lo iba a leer si Santa me lo traía.
–Muy bien. Anda, ahora ve a bañarte. Voy a ver si tu tío me deja una camiseta para ti.
–¿Crees que le molestará? –preguntó Toby.
–¿Por qué lo preguntas? –Molly temía haberle contagiado su actitud hacia Richard.
–Él… él me asusta un poquito.
–Creo que es porque no lo conoces bien todavía. Ahora vuelvo.
Molly bajó las escaleras, pero Richard no estaba en el comedor, así que fue a la cocina y le preguntó a Louisa.
–Se fue a su dormitorio, señorita.
La sirvienta le indicó dónde estaba la habitación de Richard y Molly volvió a la planta superior. El dormitorio de él estaba situado frente al de su madre. Molly llamó a la puerta suavemente y esperó, pero no pudo evitar sentirse como Daniel a punto de entrar en la cueva del león.
Richard se sentó junto a la chimenea. Tenía que ponerse al día con unos documentos legales, pero su mente estaba ocupada por la agradable velada que había pasado. La llegada de Toby lo había cambiado todo y estaba empezando a cuestionarse la idea de dejar al chico completamente a cargo de la enfermera. Al fin y al cabo, acababa de terminar la reestructuración del bufete de su padre y pensaba que por fin podría volver a la vida tranquila que siempre había llevado. Se había ocupado de su madre y del bufete durante un año y medio y, si bien no había estado de acuerdo con su padre en muchas cosas, sí que había sentido su muerte profundamente.
Su madre parecía haber rejuvenecido esa noche, gracias al chico, y Richard se preguntó si Molly se habría dado cuenta. Sería bueno que hablara con ella acerca de su madre. Después de todo, era enfermera.
No obstante, no debería estar pensando en Molly como amiga, pues era su empleada. En alguna ocasión le había pedido consejo a Delores, pero ella llevaba más de veinte años con ellos. Además, Molly no se parecía en nada a ella.
Rápidamente, Richard trató de borrar esos pensamientos, pero no lo consiguió. Aquella chica le impedía concentrarse en otras cosas y no lograba olvidar el brillo de su cabello a la luz de la lámpara durante la cena. Sus ojos verdes no pudieron esconder la preocupación que sintió cuando Toby mencionó el perro, y a él se le habían quitado las ganas de reírse al ver la reacción de ella.
Una vez más intentó deshacerse de aquellos pensamientos. Aunque fuese hermosa, no había lugar en su vida para ella. Antes de la muerte de su padre, él disfrutaba de una agradable vida social, pero después no tuvo más remedio que dedicarse al cuidado de su madre y del bufete. Ése era el problema. Estaba pensando en Molly porque echaba de menos tener a una mujer en su vida.
Cuando por fin logró concentrarse en la lectura, llamaron a la puerta. Delores y Albert deberían de tener algún problema porque nunca lo molestaban antes de irse a la cama.
–¿Molly? –dijo al abrir la puerta y encontrarse con el objeto de sus pensamientos.
–Siento molestarte, Richard, pero tengo que pedirte un favor.
–No creo que pueda concederte ese favor. No sería lo correcto con mi madre al otro lado del pasillo.
La joven se quedó perpleja, y él se dio cuenta de que había cometido un error.
–¿Qué quieres? –prosiguió Richard, con la esperanza de que olvidara lo que él acababa de insinuar.
–Quería que me prestases una camiseta para Toby. Le compraré un par mañana, pero las suyas no le caben encima de la escayola.
Por su expresión seria Richard supo que no había olvidado el comienzo de la conversación.
–Sí, por supuesto. Te traeré una.
Mientras buscaba la prenda trató de encontrar la forma de disculparse sin admitir lo que había pensado.
–Siento… haber reaccionado así –dijo finalmente, como si se tratara de un adolescente dirigiéndose al profesor.
–Puedes estar seguro de que no te molestaré más por la noche, Richard.
Sus palabras sonaron frías y distantes. La disculpa no había servido de mucho.
–Me alegro de poder ayudar, Molly.
Molly agarró la camiseta y se marchó tras darle las gracias entre dientes. Richard se quedó mirándola hasta que entró en el dormitorio de Toby. Sabía que se había comportado como un completo idiota, y tendría que arreglarlo como fuera al día siguiente. Pero, ¿cómo?…
Richard se fue al trabajo antes de que Molly y Toby bajaran a desayunar, y Elizabeth bajó unos minutos después. Los tres disfrutaron del desayuno en una acogedora habitación al lado de la cocina y Molly y Toby pudieron relajarse un poco.
–Señora Anderson, ¿podría…? –Molly no pudo terminar la frase.
–Por favor, llámame Elizabeth.
–Gracias, Elizabeth. Quería preguntarte si Albert podría llevarnos a comprar unos abrigos y adornos para el árbol.
–Por supuesto que sí. Iré con vosotros. Richard me dijo que pagase todas vuestras compras.
–Oh, no todas. Yo pagaré mi abrigo, y todo lo que compre para mí.
–Richard lo dejó muy claro –insistió Elizabeth.
–Bueno, ya veremos. Como nunca me he comprado un abrigo, no sé lo que cuestan.
–¿Estás pensando en comprar un abrigo de piel?
–Oh, no. De ninguna manera.
–Pero un abrigo de piel dura más que uno de tela. Mi marido me compró un visón hace treinta años, y se conserva muy bien.
–Pero pronto regresaré a Florida –Molly sonrió–. No tendría ocasión de ponerme un abrigo de piel, y tampoco me lo podría permitir. Podríamos ir a Target y buscar un abrigo barato.
–Yo suelo ir a Neiman’s para comprar ropa.
–No creo que Neiman’s tenga lo que necesitamos, pero no tienes por qué acompañarnos, Elizabeth. Estaremos bien.
–Oh, pero yo quiero ir con vosotros. Será divertido. Richard dejó una nota donde te explica todo. La puse en el bolsillo de mi bata para no olvidarla. Aquí está.
Molly abrió la nota. Richard seguía insistiendo en pagar todo lo que compraran, y también le pedía que no dejara que su madre se cansara. Desde luego, haría caso a la segunda petición, pero no debía dejarle pagar las compras si eran para ella.
–Bueno, si vas a venir con nosotros, creo que deberíamos salir a las diez. ¿No abren a esa hora las tiendas?
–Sí. Tenemos una hora para prepararnos.
Molly asintió con una sonrisa.
Pasada una hora, se encontraron en el vestíbulo de la planta baja.
–Albert me prometió que encendería la calefacción del coche para que no os congelarais –dijo Elizabeth.
–Entonces tengo que darle las gracias –Molly se volvió hacia el garaje.
Elizabeth le indicó que saliera por la puerta principal.
–Albert ha aparcado delante.
Como bien había dicho Elizabeth, el coche estaba caliente, y no sintieron el viento polar que congelaba el aire.
Cuando llegaron a Target, Albert los ayudó a salir y les dijo que esperaría en el aparcamiento.
–Esto facilita las compras, ¿no? –comentó Molly.
–Ya lo creo. Albert es un encanto –Elizabeth tomó a Toby de la mano–. Tienes que agarrarme la mano, Toby, para que no nos perdamos.
–Sí, abuela. No dejaré que te pierdas.
Fueron a la sección infantil y compraron una chaqueta para Toby, a la que Elizabeth añadió algunos jerséis y polos. Entonces fueron a la sección de caballero y compraron algunas camisetas grandes. Molly le explicó a Elizabeth que había tenido que pedirle una a Richard la noche anterior.
–Entonces deberíamos comprar por lo menos cuatro –dijo Elizabeth.
Llegaron a la sección femenina y Elizabeth insistió en que Molly comprara un abrigo de lana duradero. Molly no volvió a mencionar su regreso a Florida; por el contrario, se quedó encantada con su abrigo de lana azul marino, y añadió un par de suéteres a la cesta.
–Bueno, ¿buscamos los adornos de Navidad? –preguntó finalmente.
–Oh, aquí no. Conozco una tienda de Navidad preciosa. Tienen toda clase de adornos. Vayamos allí –insistió Elizabeth.
Molly asintió y logró convencer a Elizabeth de que le dejara pagar sus propias compras.
En aquella tienda navideña, todo brillaba y resplandecía, y Toby saltó de alegría cuando su abuela le dijo que podía elegir todos los adornos que quisiera.
–Me recuerda tanto a Susan… –dijo Elizabeth observando a su nieto.
–Es un niño maravilloso, pero no debes consentirlo demasiado –le advirtió Molly–. Susan le enseñó muy buenos modales.
–Tienes razón, querida. Pero estoy segura de que tú lo mantendrás en cintura –Elizabeth esbozó una gran sonrisa.
Regresaron a casa a la hora de comer. Molly sugirió que durmieran una pequeña siesta antes de lanzarse a buscar el árbol de Navidad. Mientras Elizabeth y Toby dormían, Molly quitó las etiquetas a las compras y llevó los adornos al jardín interior. Lo había pasado muy bien esa mañana. Como ella no tenía familia, la única decoración navideña que había tenido hasta entonces había sido un pequeño árbol sobre la mesa, y esos adornos le habían dado una ilusión que no sentía desde que era una niña.
Sus padres habían muerto en un accidente de coche pero, a diferencia de Toby, ella no tenía parientes cercanos, así que había pasado el resto de su infancia en casas de acogida, y en ninguna de ellas celebraban la Navidad como ella y sus padres solían hacer.
Por ello, siempre intentó alegrar las Navidades a los que estaban a su alrededor. Ya les había comprado regalos a los niños del hospital y se lo había dejado todo a una enfermera antes de irse con Toby.
También solía prepararles pasteles, pero no sabía si Delores le dejaría invadir su cocina para hacer galletas con Toby.
Cuando el chico se levantó, Molly lo entretuvo jugando a las cartas. A las cinco, Louisa llamó a la puerta. Richard había llamado y estaría allí en media hora para acompañarlos a comprar el árbol.
–Esteremos listos para entonces, Louisa. ¿Podrías avisar a la señora?
–Sí, señorita. Dijo que estaría lista también.
Toby apenas podía contener la emoción y Molly lo llevó al jardín interior. El chico finalmente decidió poner el árbol en una esquina, pero Molly le advirtió de que Richard y Elizabeth podrían no estar de acuerdo.
–Sí, pero creo que la abuela estará de acuerdo conmigo.
–Eso crees, ¿no? –preguntó Molly con una sonrisa.
–Es muy simpática, ¿verdad?
–Sí, lo es. Eres un niño muy afortunado.
Los ojos azules de Toby se nublaron.
–No soy afortunado porque mi mamá y mi papá han muerto.
Molly lo abrazó.
–Lo sé, cariño, pero a mí me pasó lo mismo, y yo no tenía una abuelita que cuidara de mí.
–¿Tus padres murieron también? –Toby la rodeó con sus brazos–. Lo siento.
–Gracias, Toby, pero pasó hace mucho tiempo. Te lo he dicho para que estés agradecido por tener una abuelita y un tío que cuidan de ti. Eso te hace muy afortunado.
–¿Tuviste que vivir sola?
Molly se rió.
–No, fui a una casa de acogida.
–¿Qué es eso?
–Es una familia a la que pagan por cuidar de ti –dijo la joven con un suspiro–. Normalmente tienen a muchos niños en casa y no tienen tiempo para hacerte sentir especial, como hace tu abuelita –prosiguió Molly.
A ella ni siquiera le habían hecho sentir querida. En las dos casas en las que había estado, sus padres de acogida le habían asignado unas tareas que hacer, pero no habían mostrado afecto alguno, ni aprobación.
–Debiste de sentirte muy triste –dijo el chico.
–Sí. Pero yo… –el ruido de un coche no le dejó terminar.
Toby salió de la habitación.
–¡Creo que es Richard! –exclamó.
Molly suspiró y lo siguió con lentitud. Lo último que quería mostrar era entusiasmo ante la llegada de Richard. Cuando llegó al vestíbulo, Elizabeth estaba bajando las escaleras.
–¿Es Richard? –preguntó.
–Creo que sí. Toby ha ido a ver. Está muy ilusionado con lo del árbol.
–Yo también, por primera vez en muchos años. Dejamos de decorar el árbol cuando los chicos se fueron a la universidad. No merecía la pena si no había niños que disfrutaran de él.
Molly sonrió.
–Pero tienen un árbol en el salón. Es precioso.
–Sí, pero no es lo mismo. Ahora, con Toby, siento que me han dado una segunda oportunidad –Elizabeth le devolvió la sonrisa y la tomó de la mano–. Vamos a ver si es Richard.
Las dos salieron a la entrada. Toby estaba contándole a su tío todo lo que habían comprado.
–¡Debéis de haber pasado todo el día comprando! –exclamó su tío.
–No exactamente –dijo Elizabeth.
Richard miró a su madre.
–Parece que fuiste con ellos. ¿Estás muy cansada para salir ahora?
–¡Claro que no!
Richard frunció el ceño y Toby y Elizabeth entraron en el coche.
–Te había dicho que no la dejaras pasarse –dijo bruscamente dirigiéndose a Molly.
Ella se quedó anonadada. ¿Cómo se atrevía a acusarla de no estar haciendo su trabajo? Había hecho lo que le había pedido, a pesar de no ser parte de sus obligaciones. Se quedaron de pie el uno frente al otro, tan cerca que Molly podía sentir el frío que emanaba de su abrigo. Lo miró directamente a los ojos y levantó la barbilla.
–¿Acaso te parece cansada?
Richard le sostuvo la mirada durante unos segundos y salió rápidamente.
–Serás la responsable si sufre una recaída.