MOLLY apretó los labios. Había hecho todo lo posible por proteger a Elizabeth y si Richard creía que interesarse por su nieto le haría daño, estaba equivocado.
En ese momento supo que si quería salir bien parada de aquel trabajo lo único que podía hacer era evitarlo, pero la decisión sólo le duró hasta ver que Elizabeth le había dejado el asiento del copiloto, junto a Richard.
Elizabeth debió de notar la confusión en su rostro.
–Voy a ir atrás para poder hablar con Toby sobre el árbol que quiere comprar.
Richard miró a Molly de reojo.
–Ven conmigo, Molly, por favor –dijo con sarcasmo.
Estaba claro que había notado su reticencia.
–Gracias –masculló antes de dirigirse al asiento del acompañante.
Molly mantuvo la vista al frente. Después del incidente de la noche anterior, quería mantener las distancias más que nunca.
–¿Qué tipo de árbol quieres que compremos? –preguntó Richard a su madre.
–Uno que le guste a Toby.
–¿Prefieres alguno en particular, Molly? –dijo él.
–No en lo que a árboles se refiere –con suerte ése sería el final de la conversación.
–¿Solías decorar el árbol en Florida? –insistió él.
–Uno pequeño –no quería hablarle de su vida. Probablemente sentiría pena por ella.
–¿Por qué?
Con esa pregunta Richard consiguió captar la atención de Molly.
–Porque me gusta la Navidad. ¿Por qué si no? ¿A ti no te gusta?
–No mucho.
–¿Te apellidas Scrooge? –bromeó Molly.
Los labios de Richard dibujaron una mueca.
–No precisamente –contestó.
–Bueno, espero que hagas un esfuerzo por Toby.
–No me hará falta. Mi madre se me ha adelantado. Seguro que contrata a alguien para que haga de Santa. Quiere que estas Navidades sean especiales.
–Bien por ella.
–¿Qué quieres que te traiga Santa?
Aquello no tenía sentido. A Richard no le gustaba la Navidad pero le estaba preguntando qué quería de regalo. Molly se encogió de hombros.
–Nada.
–¡Ajá! Entonces tampoco te gusta la Navidad.
Molly frunció el ceño molesta.
–¡A mí me gusta la Navidad! Pero eso no significa que crea en Santa Claus.
–Entonces, ¿por qué te gusta la Navidad si no esperas obtener algo especial?
Molly se volvió para mirarlo a los ojos.
–No se trata de recibir algo. La Navidad es para dar. Ése es el verdadero significado de la Navidad.
¿Acaso no podía un rico y apuesto hombre de éxito como Richard Anderson entender eso?
Richard condujo en silencio durante el resto del viaje. La enfermera lo había puesto en su lugar, y a lo mejor se lo merecía. Hacía años que había perdido la emoción por la Navidad… y tal vez por la vida.
En cualquier caso, no quería declararle la guerra a Molly. Estaba bien armada y a él no le gustaba perder.
–Hemos llegado. Mamá, ¿estás bien abrigada? Diciembre está siendo muy frío este año. Toby, ¿te has puesto el abrigo?
–Sí –dijo el chico desde el asiento de atrás.
Tomó a su abuela de la mano y juntos salieron del coche. A solas con Molly, Richard no supo qué decir.
–Creo que deberíamos ir a buscar el árbol.
Molly asintió y salió detrás del niño.
–Éste es muy bonito –la oyó decir Richard mientras se acercaba a ellos.
–Oh, no. Es demasiado corto –dijo Elizabeth–. Necesitamos uno más grande porque el techo está muy alto. ¿Qué tal éste, Toby?
–Es un poquito flaco. ¿No crees, abuela?
–Tienes toda la razón. Vamos a ver ése de ahí.
Los dos se alejaron en dirección al árbol deseado, pero Molly se quedó atrás. Richard se dio cuenta de que estaba tiritando.
–¿Tienes frío?
–No. Sólo tengo que acostumbrarme al cambio de clima.
Richard asintió y permaneció en silencio durante unos minutos.
–¿No quieres ir a ver otros árboles? –dijo él finalmente.
–El que ellos elijan estará bien.
Tras otro profundo silencio, Richard empezó a impacientarse.
–Mi madre, Toby y tú tenéis que elegir uno. Hace demasiado frío para estar fuera mucho tiempo.
Le lanzó una mirada a Molly, esperando encontrar desaprobación, pero ella siguió impasible.
–Estás helada, Molly.
–No. Es… estoy bi… bien.
–¿Por qué no me dijiste que tenías frío? –preguntó Richard muy irritado.
La agarró del brazo y la llevó hacia el coche.
–¿Qué haces?
–Voy a calentarte un poco.
La expresión de horror que puso le hizo tener unos interesantes pensamientos, pero no tardó en ahuyentarlos.
–Voy a arrancar el coche y a encender la calefacción –le explicó con una sonrisa.
–Oh.
Tras abrirle la puerta del asiento del acompañante, entró en el coche y arrancó.
–Dame las manos.
–¿Por qué? –preguntó Molly.
–Voy a cubrirte las manos con las mías. Deberías haber comprado unos buenos guantes.
–No pensé que estaría fuera tanto tiempo –murmuró.
Finalmente extendió las manos hacia él. Richard se quitó los guantes y ella sintió todo el calor de su piel. Estar en aquel espacio reducido con un hombre que hasta entonces le había desagradado era una experiencia extraordinariamente íntima. Demasiado íntima.
Molly apartó las manos.
–Creo que ya están calientes. Gracias.
–¿Estás segura? –dijo Richard, mirándola fijamente.
Con las mejillas encendidas, Molly supo que tenía que poner algo de distancia.
–Sí, gracias –insistió mirando por encima del hombro–. ¿Cómo irá lo del árbol?
–Voy a ver. Ahora vengo –dijo Richard antes de salir del coche.
No tardó mucho en encontrarlos.
–Molly está congelada. Tenéis que decidir.
–Ya hemos decidido, Richard. Hemos elegido éste –dijo su madre.
–Bien, id al coche. Yo lo compraré.
–Tenemos que quedarnos hasta que el hombre te haga caso. Podrías comprar el árbol equivocado –Richard miró a su madre. ¿Qué había sido de la mujer frágil e indecisa con la que había vivido durante el último año?
–De acuerdo, mamá. Enseguida vuelvo.
Richard fue a la oficina donde estaban los dependientes y les indicó el árbol que querían comprar.
–Bueno, han elegido uno muy bonito –dijo el hombre con entusiasmo y Richard supo que habían elegido uno muy caro.
–Mamá, llévate a Toby al coche para que no pille una gripe.
Le dio la tarjeta de crédito al empleado y diez minutos después ya tenía el árbol bien sujeto a la baca. Se pusieron en camino, pero Toby no lo dejaba en paz haciendo todo tipo de preguntas.
–¿Has visto al árbol? ¿No es genial?
–Has escogido uno muy bonito –respondió su tío.
–¿Está bien atado?
–Créeme, está bien atado.
–¿Podremos bajarlo?
–Albert me ayudará –Richard no podía parar de sonreír ante el entusiasmo de su sobrino. Para variar, hizo él una pregunta.
–¿Habéis comprado suficientes adornos para un árbol tan grande?
–Hemos comprado un montón. La abuela me dijo que necesitaríamos muchos.
–Quería estar preparada –dijo Elizabeth.
–Bien hecho. No querría ir a comprar más ahora. Tengo hambre.
–¡Yo también! –exclamó Toby–. Hoy no he merendado.
–Lo siento. Se lo diré a Delores –dijo su tío.
–No hay necesidad de decírselo a Delores. Es culpa mía –dijo Molly.
–¿Por qué? –preguntó Richard.
–Se me olvidó pedírselo.
–Entiendo.
Richard le dedicó una sonrisa sarcástica y ella desvió la mirada.
Al llegar a casa, Richard descargó el árbol con la ayuda de Albert y lo colocaron en el jardín interior. Cuando entró en el comedor, todos lo esperaban para cenar.
–Siento haberos hecho esperar.
–Nos hemos tomado una taza de chocolate caliente mientras esperábamos –dijo la señora Anderson.
De primero les sirvieron sopa de tortilla, pero a Toby no le hizo mucha gracia, así que Molly tuvo que convencerlo para que la probase.
–Está buena –dijo el chico encogiéndose de hombros.
–Te hará entrar en calor más que la sopa de ayer porque es más picante –dijo su tío.
–Está deliciosa, Toby –Molly sonrió.
–¿Habías comido sopa de tortilla antes, Molly? –preguntó Richard.
–Claro que sí. En Florida hay muchos restaurantes mexicanos.
–Oh, ¿de verdad? Yo esperaba muchos restaurantes cubanos, no mexicanos.
–Hay de los dos –Molly siguió tomando la sopa.
–¿Cómo es el árbol? –preguntó Toby.
–Muy alto. Casi llega al techo –le respondió su tío.
–¿Tienes una escalera? Tendremos que poner el ángel en la copa.
–Sí, pero puede que no llegue tan alto –añadió con un suspiro.
–¡Richard! –protestó Elizabeth.
–No pasa nada. Eso es trabajo de papá –dijo el chico con tranquilidad.
Richard le lanzó una sonrisa.
–¿Sabes, Toby? Creo que tienes que hacer una lista con todos los trabajos de papá. Me parece que no los conozco todos.
–No pasa nada, tío Richard. Yo te ayudaré.
Tío Richard. No pudo contener la sonrisa que iluminó su rostro. Era la primera vez que lo llamaba así.
–No tienes que hacer una lista –dijo Molly–. Te está tomando el pelo.
–No, Molly. Como no he sido papá, no sé qué trabajos he de hacer.
Desde luego no los había aprendido de su padre. James Anderson no pasaba mucho tiempo con su familia.
Molly lo miró fugazmente y centró su atención en la sopa.
–Richard, ¿crees que podemos decorar el árbol esta noche? –preguntó Elizabeth.
–No, mamá. Ya son las ocho y Toby tiene que irse a la cama después de cenar. Además, las ramas estarán mejor por la mañana.
–De acuerdo. Esperaremos a mañana. Pero tienes que ayudarnos.
–Mañana es el último día antes de de las vacaciones de Navidad. Cerramos a medio día.
–Oh, es verdad. Estupendo.
Molly se quedó mirándolo.
–¿Cerráis mañana por Navidad?
–Es una costumbre en Dallas –dijo Elizabeth–. Muchos negocios cierran dos semanas en Navidad porque hay poco trabajo. No hay más que fiestas.
–Entiendo. Pero aún queda una semana y media para Navidad.
–Decidí cerrar mañana porque es viernes. El trabajo ya está disminuyendo, y todo el mundo está deseando irse de compras y de fiesta.
–Ah, así que no vas a tomarte estas vacaciones por pura generosidad –dijo Molly.
–No es así, Molly –Elizabeth salió en defensa de su hijo–. Su padre nunca dio vacaciones a sus empleados. Trabajaban durante todas las fiestas, exceptuando el día de Navidad y Año Nuevo.
Molly le sonrió a Elizabeth.
–Por supuesto, Elizabeth. Richard es muy generoso.
Cuando terminaron de cenar, Molly se llevó a Toby a la cama y Elizabeth se puso a hablar con su hijo tan pronto como se fueron.
–¿Qué le dijiste a Molly sobre la Navidad? –preguntó.
–¿Qué quieres decir?
–Vi que estabais hablando de camino a la tienda de árboles. Ella se enfadó, y creo que eso dio lugar a ese comentario sobre tu generosidad.
–Le dije que no me gustaba la Navidad.
–Eso me temía. ¿Crees que tiene algo que ver con la muerte de tu padre y la de Susan?
–No lo sé. Hay muchas fiestas y ajetreo, pero yo me siento vacío.
–No tengo intención de ir a muchas fiestas, y te recomiendo que tampoco vayas. Siento que tengo una segunda oportunidad de darle a Toby una vida nueva. Sé que fracasé contigo y con Susan porque no fui lo bastante fuerte para hacer frente a tu padre, pero ahora Toby me necesita y a ti también.
–Lo sé. Soy lo más parecido a un padre que tendrá a partir de ahora –hizo una pausa–. ¿Crees que a Toby le gustaría ir a ver Cuento de Navidad? A lo mejor se asusta con Scrooge –no podía imaginar qué diría Molly al conocer su sugerencia.
–Creo que le encantará. ¿Están poniéndolo en el Centro de Teatro? –dijo su madre.
–Sí.
–¡Espera! Voy a buscar papel y lápiz para hacer una lista. Mañana miraré los horarios y compraré las entradas.
Elizabeth se alejó entusiasmada y a Richard le sorprendió encontrar algo de emoción en su interior. Su madre le había contagiado la alegría. Cuando Elizabeth regresó a la mesa, apuntó todas las sugerencias de Richard y él añadió algunas más.
–Esto está muy bien, Richard. Toby se lo va a pasar muy bien. Es un niño maravilloso. Me recuerda tanto a Susan…
–Sí. Así es. Ella también quería siempre el árbol más grande.
–Sí –dijo su madre antes de dejar escapar un suspiro.
–Pero mamá, no estás acostumbrada a tanta actividad. Tienes que cuidarte.
–Lo haré. Molly me cuida muy bien. Toby necesita dormir la siesta todos los días para recuperarse y ella me manda a dormir también.
–Estupendo. Me parece muy bien.
–Es una joven encantadora –prosiguió Elizabeth–. Sé que el médico nos dijo que no tenía familia en Florida pero, ¿tiene familia en alguna otra parte?
–No lo sé. No le he preguntado.
–Yo le preguntaré. No puede estar tan sola en el mundo.
–Mucha gente lo está, mamá, y sobreviven.
–Lo sé, pero Molly se merece algo mejor.
Richard le dio la razón con su silencio.
–¿Te gusta nuestro árbol, Molly? –le preguntó Toby en el desayuno.
–Mucho, Toby. Es precioso.
–¿Tenías árboles tan grandes cuando eras pequeña?
–No tanto.
–¿Tienes hermanos, Molly? –le preguntó Elizabeth.
–No. Soy hija única, como Toby.
–¿Están vivos tus padres?
–No –Molly sonrió. Apreciaba su interés, pero no quería contarles la historia.
–Los padres de Molly murieron cuando tenía siete años –intervino Toby.
–Oh, lo siento mucho –dijo Elizabeth.
–Fue hace mucho tiempo, Elizabeth. Estoy bien.
–¿Fuiste a vivir con algún familiar?
–No. Ella vivía en un… ¿qué, Molly?
–Una casa de acogida –Molly suspiró y se arrepintió de haberle dicho todo eso a Toby.
–He oído que las casas de acogida son horribles. ¿Fue duro para ti?
–No, Elizabeth. Pero no fue tan agradable como tener una familia.
–Bueno, estas Navidades, ¡vamos a ser tu familia! –exclamó Elizabeth con una sonrisa.
Molly se imaginó que Richard pensaría que ella le había metido eso en la cabeza a su madre.
–Elizabeth, de verdad, eso no es necesario. Y por favor, no me compres regalos. No podría permitirme corresponderos.
–El dinero no es problema, Molly. Hemos pensado en muchas formas de celebrar la Navidad. Voy a comprobar los horarios y fechas de todas las actividades que se le han ocurrido a Richard. Ha tenido una idea muy buena.
–Qué bien. ¿Qué ha sugerido?
Elizabeth la puso al tanto de todos los planes.
–Y para terminar, vamos a llevaros a ver a Scrooge. ¿Te gustaría, Toby?
–No sé qué es eso, abuela.
–Oh, claro que no, cielo. Pero te gustará. Es la historia de un hombre que tuvo una segunda oportunidad para ser bueno en Navidad, como yo.
–Tú eres muy buena, abuela.
–Gracias, corazón –respondió Elizabeth con una gran sonrisa–. ¿Tienes un traje?
–No. Mi padre tenía trajes, pero mi madre me dijo que yo no podía tener uno porque enseguida se me quedaba pequeño.
–Bueno, creo que deberíamos conseguirte uno para Navidad. Podemos comprarte otro cuando se te quede pequeño. ¿Te parece bien?
–Sí. Eso creo –dijo el chico sin estar muy seguro.
–Ése no será el único regalo. Lo prometo.
–¿Quieres decir que aún puedo tener mi perrito?
–No, Toby. No creo que eso sea lo que tu abuela quería decir –Molly se apresuró a decir.
–Oh.
–Toby, tu abuela está siendo muy buena contigo.
El chico le respondió poniéndose derecho y sonriéndole a su abuela.
–Oh, Toby, eres un niño muy bueno –afirmó Elizabeth.
–Tú también, abuela.
Molly esperó a que terminara de desayunar y lo mandó a lavarse la cara y las manos.
–Ya sé qué comprarle a Toby para Navidad. ¡Un perrito! –dijo Elizabeth tan pronto como el chico se hubo marchado.