RICHARD se puso de acuerdo con su amigo para recoger el cachorro de labrador en Nochebuena; había elegido un macho.
Louisa llamó a su puerta para decirle que la cena estaba lista y, cuando llegó al comedor, vio que todos lo esperaban para cenar.
–Debéis de estar hambrientos –dijo con una sonrisa.
–Sí. Toby y yo no merendamos porque estábamos durmiendo la siesta –dijo Elizabeth–. ¿Y tú, Molly?
Richard levantó las cejas y se quedó mirándola.
–Tomé una pequeña merienda. Richard estaba comiendo cuando bajé e insistió en que tomara algo con él.
–Bueno, qué amable de tu parte, hijo mío.
–Sí –respondió Richard–. Pero Molly no estaba…
–¡Muy hambrienta! –se apresuró a decir Molly antes de fulminarlo con la mirada.
¿Qué era lo que Molly quería ocultar ante su madre? ¿Que había salido? Su madre no se habría quejado. Richard decidió guardarle el secreto hasta que… deseara algo que ella se negara a darle…
No obstante, pronto desechó esas ideas.
–¿Vamos a decorar el árbol esta noche, tío Richard? –la pregunta de Toby lo sacó bruscamente de sus pensamientos.
Sí. Por supuesto. ¿Tienes ganas?
–¡Lo estoy deseando!
–Estupendo. Entonces necesitamos unos cuantos regalos para poner debajo.
–Sí. Molly… –Toby no pudo terminar la frase.
–Tiene que llevar a Toby de compras para que compre vuestros regalos –concluyó la joven.
Richard estaba seguro de que Molly tenía la mano sobre la pierna de Toby para impedirle hablar.
–¿Es eso lo que querías decir, Toby? –insistió Richard.
–Oh, sí. Tío Richard, ¿te gusta el fútbol?
–No he jugado en mucho tiempo, Toby.
–Pero jugaba al fútbol en el instituto –dijo Elizabeth.
–¿De verdad? ¿Me puedes enseñar a golpear el balón? Mi papá no sabía.
–Podría si tuviéramos un balón.
En ese momento Molly dio un salto en la silla.
–¿Estás bien, Molly? –le preguntó Richard.
–Sí. Toby me ha golpeado sin querer. No pasa nada.
Toby se había sonrojado. ¿Era posible que tuvieran secretos entre ellos?
–¿Quieres que Santa te traiga un balón, Toby? –preguntó Elizabeth.
–Eso sería genial, abuelita. ¿Me enseñarás a tirar el balón, tío Richard?
–Claro, colega.
–¿Hay algo más que quieras pedir, Toby? –insistió Elizabeth.
El niño miró a Molly y ella sacudió la cabeza.
–Bueno, me gustaría pedir, eh…, unos libros.
–¿Eso es todo? –le preguntó Richard.
–Eh, sí. ¿No te gustan los libros?
–Sí. Me encantan. Leería más si tuviera más tiempo libre –Molly lo estaba mirando fijamente–. ¿Qué pasa, Molly? ¿Me convierte eso en una mala persona?
–No. En absoluto. Es sólo que me da pena la gente que no lee por placer.
–A mí también –añadió él con una sonrisa sarcástica.
Molly apartó la mirada.
–A lo mejor Santa te trae un libro, Richard –dijo el niño entusiasmado.
Molly dio otro salto.
–¿Pasa algo, Molly? –dijo Richard.
–No. No pasa nada.
–Creo que Santa no trae regalos a los adultos, Toby –dijo su tío.
–Si crees en Santa, él vendrá a vernos.
–Entiendo. Entonces, seguro que creo en Santa, Toby, porque estoy seguro de que vendrá a visitarte.
–Y a ti también, tío Richard. Quiero que venga a vernos a todos para que seamos felices.
Richard y Molly se miraron y él pudo ver gratitud en los ojos de la chica.
–La abuela y yo hemos estado haciendo planes para esta Navidad –prosiguió Richard–. Podemos ir al centro comercial North Park y ver los adornos mientras compramos.
–¿Pero cómo os voy a comprar regalos si estáis conmigo todo el tiempo? –comentó Toby.
–Yo te llevaré a comprarles regalos –dijo Molly sin quitarle ojo a Richard.
–Podemos acompañarte por turnos, mientras los demás compran –Richard sonrió.
–Creo que deberíais ir los tres al centro comercial. Yo me cansaría demasiado –dijo Elizabeth–. Estoy segura de que podéis apañaros con un niño pequeño.
Richard miró a Molly.
–¿Te viene bien el lunes o el martes? –dijo él.
–Cualquier día, pero puedo arreglármelas con Toby si tienes otras cosas que hacer –respondió Molly.
A Richard le pareció sospechoso que Molly sonriera. ¿Acaso estaba intentando evitarlo?
En cualquier caso, iría con ellos.
–No. Estoy deseando ir de compras con vosotros.
–Estupendo –dijo ella, evitando su mirada.
–Será divertido ir al centro comercial con el tío Richard –dijo Toby mientras se metía en la cama.
–Eso creo, pero te daré algo de dinero antes. No gastes más de lo que te doy.
–No podría, ¿verdad?
–Tu tío te podría ofrecer dinero, pero dile que tienes suficiente.
–Vale.
–Bien. Ahora métete en la cama y te daré un beso.
Molly apagó la luz y se fue a su habitación para terminar de envolver los regalos. De pronto, llamaron a la puerta. Molly se apresuró a meter las bolsas debajo de la cama.
–Un momento. No encuentro la bata.
Al abrir la puerta, se encontró con Richard.
–Bonita bata –comentó mirándola de arriba abajo.
Se le había olvidado ponérsela.
–Oh, se me olvidó que estaba vestida.
Richard miró por encima del hombro de Molly.
–¿Qué estabas haciendo?
–Estaba leyendo.
–No veo ningún libro.
–Eh… acabo de terminarlo.
Richard apoyó una mano en el marco de la puerta y se inclinó hacia dentro de la habitación.
–Pareces muy nerviosa.
–¿Has venido a mi habitación por algún motivo, o es que me estás acosando, Richard?
Él levantó los brazos en signo de rendición.
–Sólo quería decirte que le dije a mi madre que tu madre vivía en Seattle. Se sintió muy decepcionada al descubrir que le habías mentido a ella y a Toby.
–Bien. Gracias por decírmelo.
–¿Qué pasó en la cena?
–¿De qué estás hablando? –dijo ella.
–Sé que lo sabes. Toby no hacía más que darte patadas y tú no dejabas de interrumpirme.
–No quería que les dijeras que había ido al centro comercial.
–¿Por qué?
–Toby no querría echarse la siesta si supiera que voy a salir sin él. Y a tu madre podría parecerle mal que saliera sin decírselo.
–Ésa es una buena respuesta, pero creo que no es la verdadera.
–Piensa lo que quieras, Richard. Estoy cansada y quiero irme a la cama.
De pronto vio algo rojo en el suelo.
–¿Qué es eso? –le preguntó a Molly.
Ella miró por encima del hombro y empezó a cerrar la puerta.
–Tengo que dormir.
Le cerró la puerta en la cara y Richard pensó en llamar hasta que le abriese, pero todos se despertarían. Siguió de largo por el pasillo y miró atrás más de una vez, pero la puerta permaneció cerrada. Al final se rindió y fue a su habitación, pues tenía mucho en que pensar. La enfermera se había puesto misteriosa y no sabía por qué.
Cuando Molly y Toby bajaron a desayunar la mañana siguiente, Richard y Elizabeth ya estaban sentados a la mesa.
–Buenos días, cielo –dijo Elizabeth–. Y para ti también, Molly. ¿Qué tal estás hoy?
–Estoy bien. Siento que hayamos llegado tarde.
–Delores, tienes a dos clientes hambrientos –dijo Richard.
–Traeré dos platos más –le respondió Delores.
–Gracias, Delores –dijo Molly.
–Oh, eso tiene una pinta estupenda –comentó Toby mientras miraba el plato de su abuela.
Elizabeth le ofreció un poco, pero Molly la detuvo.
–No, Elizabeth. No le des. Tiene que aprender a esperar la comida. O quizá debería aprender a prepararse su propio desayuno.
–Oh, no exageres, Molly. De ser así, yo también tendría que prepararme el mío –dijo Richard.
–Eso sería gracioso, ¿no, tío Richard?
–Desde luego que sí, y Delores nos mataría por poner su cocina patas arriba.
–¿De qué estáis hablando? ¿Quién va a poner patas arriba mi cocina? –exclamó Delores al entrar.
–Me preguntaba si podríamos hacer galletas una tarde, Delores –se apresuró a decir Molly–. Te prometo que limpiaríamos después.
–Oh, eres una chica maravillosa, Molly. Estoy segura de que a Toby le encantaría, ¿verdad?
–Sería divertido. Yo solía hacerlo con mi mamá.
–Os ayudaré a hacer las galletas y limpiaré después –concluyó Delores.
–Gracias –dijo Molly.
Delores les sirvió dos platos llenos de deliciosas tortitas.
–Cómetelas todas para que llegues a ser un chico tan grande como Richard –dijo la cocinera.
–Pero yo no quiero ser un chico grande, Delores. ¿Por qué me has puesto tantas? –preguntó Molly entre risas.
–Para que puedas seguirles el ritmo a los dos –Delores volvió a la cocina riéndose.
La joven se puso a comer aquellas deliciosas tortitas.
–Olvidamos decorar el árbol anoche –dijo Toby mirando a su abuela. Sabía que ella lo apoyaría.
–Lo sé, Toby. Me acordé cuando me acosté. ¿Te parece bien hacerlo esta mañana?
–Claro.
–Creo que primero debes terminarte el desayuno –dijo su tío.
–Oh. No creo que pueda terminármelas todas.
–Bueno, Molly tiene que acabarse las suyas si quiere seguirnos el ritmo –dijo Richard, y le lanzó una mirada pícara.
–Ten cuidado, Richard –le dijo su madre.
Él se había subido a una escalera para colocar el ángel en lo alto del árbol, y Molly y Toby contuvieron la respiración.
–Estoy bien, mamá. No te preocupes. ¿Está derecho, Albert?
–Sí, señor. Buen trabajo.
–Gracias. Me habría gustado que tú lo hubieras hecho en mi lugar, pero Toby insistió.
–Sí, señor. El soborno funcionó –Albert se rió.
–¿Qué es soborno, Molly? –preguntó Toby.
–Es una broma, cariño. Dice que te dio dinero para que Richard se subiera en su lugar.
–Pero yo no tengo dinero…
Molly le hizo callar rápidamente.
–Es sólo una broma, Toby.
–Pero…
La explicación no había funcionado, así que trató de distraerlo.
–¿Has elegido el primer adorno que quieres colgar?
El chico se volvió hacia la mesa donde estaban los adornos.
–Molly, podrías darme algunos adornos, antes de que me baje de la escalera –le dijo Richard.
–De acuerdo –agarró un puñado de bolas y se las dio.
–De uno en uno.
Como Elizabeth y Toby estaban decorando el resto del árbol, le tocó ayudar a Richard.
–Richard, ya hay bastantes bolas ahí arriba. Baja y deja que Molly ponga unas bolas también –dijo su madre.
–Lo siento, Molly, no lo había pensado. Pero puedes ponerte en mi lugar si quieres.
–No, gracias –se apresuró a decir Molly–. Tengo vértigo.
–¿De verdad?
–Sí, de verdad.
–Bueno, te daré los adornos. ¿Te parece?
–No es necesario, Richard. Toby es el que tiene que decorarlo.
Molly no quería que nadie supiera lo mucho que quería decorarlo. Durante años había pensado en comprar un árbol, pero no se lo podía permitir y al final había encontrado otras formas de celebrar la Navidad, pero ese año…
–Queremos que pases unas buenas Navidades. Después de todo, no vas a ir a casa –comentó Richard.
–Por favor, no digas eso delante de Toby –por suerte el chico estaba colgando un adorno al otro lado del árbol.
–Oh, lo siento, se me había olvidado. Ése es el problema de contar historias.
–¡La historia te la conté a ti! No quería contarte mi situación. Sabía que te burlarías de mí –dijo Molly enojada.
–No hablas en serio, ¿verdad?
–¡Por supuesto que sí!
–¡De acuerdo! ¡Cuelga más adornos en el árbol!
–Gracias. Lo haré –dijo Molly intentando reprimir las lágrimas.
Cuando terminaron, se quedaron contemplando el árbol durante unos segundos.
–Estará más bonito cuando encendamos las luces por la noche –dijo Elizabeth–. Parecerá mágico.
–Creo que ahora está precioso –añadió Toby.
–Yo también –dijo Molly.
En ese momento Richard supo que Molly le había mentido a él, no a Toby, y sintió un profundo deseo de abrazarla.
–Ahora puedes poner los otros adornos, Albert –dijo Elizabeth en un susurro.
–¿Qué adornos, mamá?
–Le dije a Albert que comprara unas luces para poner alrededor de la habitación. Parpadearán como las del árbol.
–¡Oh, eso será espectacular, Elizabeth! –exclamó Molly.
–¿Quiere que cuelgue esto también? –preguntó Albert señalando una planta.
Richard no tardó en darse cuenta de que era muérdago.
–¡Pero mamá! –exclamó.