Actualidad de Flaubert

 

 

 

 

 

Los estudios sobre Flaubert y las reediciones de sus obras se multiplican en los últimos años. Eruditos universitarios dedican tesis voluminosas a esclarecer aspectos desconocidos de su vida, aparecen extractos de su correspondencia e incluso se ha hecho una edición popular de la casi desconocida primera versión de La educación sentimental, que escribió Flaubert a los veintidós años y nunca quiso publicar.

Prologando este libro, un joven escritor francés, François-Régis Bastide, afirmaba: «Ya lo sabíamos, pero ahora lo sabemos mejor: el verdadero Patrón es Flaubert».

 

 

UNA PIEDRA ANGULAR

 

Para todo el mundo resulta ahora una evidencia que Flaubert es la piedra angular de la novela moderna y que de él proceden cuando menos dos de los tres grandes pilares de la literatura contemporánea: Proust, Joyce y Kafka. Es curioso comprobar que Ezra Pound lo había observado ya, hace treinta años, cuando en ABC de la lectura aseguraba que a diferencia del poeta —obligado según él, para tener una formación suficiente, a leer, papel y lápiz a la mano, una copiosa lista de autores que se iniciaba en Homero— al novelista le bastaba comenzar con el autor de Salambó. En Francia, sin embargo, el reconocimiento de la importancia de Flaubert es relativamente reciente. Al parecer, la mayoría de sus novelas fueron recibidas con reservas y hostilidad por la crítica, y sólo los Tres cuentos alcanzaron una cierta difusión entre el público, pero nunca comparable, desde luego, a la extraordinaria popularidad que tuvieron las obras de sus seguidores y discípulos, como Zola y Maupassant. Con algunas excepciones, fue costumbre más tarde denigrar a Flaubert: Paul Léautaud habla de él despectivamente en su Diario, e incluso Sartre, en Situations II, lo abruma con acusaciones terribles (pero parece haber cambiado de idea, a juzgar por los fragmentos que se conocen de su libro inédito sobre Flaubert). Extrañamente lo que hoy se admira en el autor de Madame Bovary, y se destaca como aporte revolucionario suyo, es lo que ha servido de blanco a sus detractores desde hace mucho tiempo: su concepción de la literatura. Se le reprochaba su «pasión de la forma», su «manía descriptiva», su «objetividad» y su falta de «ternura hacia los personajes». Cuando la novela psicológica estuvo en su apogeo, Flaubert aparecía, no como narrador de las pasiones humanas, sino como un «cirujano de objetos». En la última posguerra, al ponerse de moda la literatura comprometida, los autores, convencidos de que las ficciones narrativas podían desempeñar una función social inmediata y cambiar el curso de la historia, detestaban el escepticismo de Flaubert, sus teorías sobre el Arte con mayúscula y su desdén por la actualidad. La figura de ese solitario, encerrado cuarenta años en su casa de Croisset, que pasaba sus días y sus noches batallando contra las palabras, les resultaba inmoral, antipática. Olvidando lo esencial, es decir, la obra de Flaubert, el resultado de ese aislamiento y esas luchas abstractas, se fabricó entonces una etiqueta que ha perdurado: Flaubert o el artista puro.

 

 

LAS REIVINDICACIONES

 

A los escritores «comprometidos» de la posguerra han sucedido los «objetivos» y todos ellos, desde Robbe-Grillet hasta Nathalie Sarraute, reivindican a Flaubert. Incluso podría decirse que uno de los pocos elementos comunes a todos los miembros de esta promoción tan heterogénea es el culto de Flaubert. Y lo que antes fue razón de vituperio es hoy en día motivo de alabanza. Geneviève Bollème, en un ensayo titulado La lección de Flaubert, manejando hábilmente sinnúmero de citas de la correspondencia, se empeña en demostrar que el antecedente directo de la «literatura descriptiva» de la nueva generación de escritores franceses es Flaubert; él habría sido el primero en crear los instrumentos capaces de trasladar a la literatura «la vida de las cosas», es decir, la materia con la que operan Robbe-Grillet y sus epígonos. Y Nathalie Sarraute, en un ensayo polémico que titula Flaubert, el precursor, afirma: «En este momento, el maestro de todos nosotros es Flaubert. En torno a su nombre, hay unanimidad; se trata del precursor de la novela actual». ¿Por qué el precursor? Porque para Flaubert lo que contaba «era la forma, la expresión y no el contenido». Y recuerda, en apoyo de esta afirmación, algunas frases de Flaubert, su ambición de «escribir un libro donde no haya sino palabras», «un libro sobre nada, no subordinado a nada exterior…». Después de «demostrar» que en Madame Bovary aparece descrita, por primera vez, y en su propio movimiento, «una sustancia psíquica nueva» (que se parece enormemente a los «tropismos» que ella representa en sus novelas con tanta tenacidad), Nathalie Sarraute resume la obra de Flaubert de esta increíble manera: «Libros sobre nada, casi sin tema, liberados de personajes, de intrigas y de todos los viejos accesorios, reducidos a un puro movimiento que los emparenta al arte abstracto».

¿Es Borges quien dice que cada autor crea sus precursores? Es una verdad flagrante en este caso. Los nuevos novelistas franceses están creando un Flaubert a su imagen y semejanza, y así como se ha vinculado ya Madame Bovary y La educación sentimental a los experimentos descriptivos de cosas de Robbe-Grillet, a los sutiles análisis psicológicos de Nathalie Sarraute, no es imposible que de un momento a otro aparezca un ensayo demostrando que Bouvard y Pécuchet prefiguran a los vagabundos metafísicos de Samuel Beckett.

 

 

LA RECONQUISTA

 

Felizmente, la obra de Flaubert se halla ya lo bastante divulgada, dentro y fuera de Francia, para que prevalezca el malentendido, y una corriente literaria pueda establecer un monopolio flaubertiano. Es muy sintomático que, mientras en París, los jóvenes artepuristas de la revista Tel Quel esgrimen a Flaubert como un ejemplo de escritor formalista y no comprometido, en Moscú, un miembro de la Academia de Ciencias de la URSS, partidario de las doctrinas estéticas de Zdhánov, A. F. Ivachtchenko, publique un vasto estudió destinado a probar que Flaubert es el ¡padre del realismo socialista! Borges, por su parte, se proclama también un heredero de Flaubert y aseguraba no hace mucho, en una conferencia, que la naturaleza profunda de toda la obra de Flaubert pertenecía al dominio de lo fantástico.

Es probable que estas diversas antagónicas tentativas de apropiación de la obra de Flaubert sean sólo el comienzo de un proceso, y que en los próximos años aparezcan nuevas interpretaciones «exclusivas» y polémicas. Las grandes obras literarias son aquellas que representan mejor a la realidad, y son cualitativamente tan vastas y tan inapresables como ella. Lo importante es la voracidad moderna por Flaubert, los apetitos contradictorios que suscita. Lenta, pero infaliblemente, este ermitaño, que se enclaustró para servir mejor a la literatura, está reconquistando el mundo gracias a ella.

 

París, febrero de 1965