Un anarquista entre gentlemen (Norman Mailer en Londres)

 

 

 

 

Con motivo de la aparición en Londres de la última novela de Norman Mailer, An American Dream, el editor André Deutsch invitó a Gran Bretaña a este revoltoso escritor norteamericano que se hizo célebre hace veinte años con un libro que ha dado la vuelta al mundo: Los desnudos y los muertos (desgraciadamente esa excelente novela ha sido menos leída que vista, en la siniestra adaptación cinematográfica que hizo Hollywood). Mailer ha publicado otras dos novelas (Barbary Shore y The Deer Park)y dos volúmenes donde reúne artículos, ensayos, reportajes, prólogos, fragmentos de relatos, polémicas. Sólo conozco uno de ellos, Advertencias a mí mismo, libro irritante y apasionante a la vez, confuso y subversivo, de una franqueza despiadada y que constituye un retrato vivo de la personalidad singular de este autor. Entiendo que luego de endiosarlo y dedicarle las mayores alabanzas por su primer libro, los críticos norteamericanos le atacaron sin misericordia por todos los otros; en las Advertenciashay una página masoquista que reproduce los terribles insultos con que fue recibido en Nueva York The Deer Park. Pero esto no ha mermado la popularidad de Mailer ni la difusión de sus libros. Según confesión propia, la edición de An American Dream en Estados Unidos le ha significado hasta ahora cerca de medio millón de dólares de derechos. Probablemente, esta vasta audiencia no se deba tanto a las virtudes literarias de la obra de Mailer como a sus tomas de posición violentas sobre toda clase de asuntos, a los escándalos políticos, sexuales y sociales en que se ha visto mezclado (una vez declaró en la televisión «I think President Eisenhower is a bit of a woman»), que han hecho de él una estrella de la prensa sensacionalista y, según The Times, «un ídolo de la juventud norteamericana».

Entre las múltiples actividades organizadas en Londres durante la estancia de Mailer, figuraba una conferencia, sin tema fijo. La idea, parece, era que Mailer expusiera algunas de sus convicciones sobre los grandes temas que lo obseden —el sexo, la violencia, el problema negro, el porvenir político de su país, etcétera— y que luego, estimulado con este aperitivo, interviniera el público y se abriera un debate. Se pensaba, tal vez, que las afirmaciones osadas o inusitadas de Mailer irritarían a los oyentes y surgirían vivos diálogos, acusaciones, reproches y que entonces comenzaría lo bueno: parece que, al igual que ciertos toros de lidia y algunos boxeadores, Mailer se crece (es bajito, delgado y de voz tímida) en el castigo y embiste mejor cuando lo atacan. Pero todas estas previsiones se frustraron por culpa de un público compuesto de seres capaces de «creer en Dios por cortesía», como diría Quevedo.

Reconozcamos que Mailer hizo lo que pudo. ¿Cuál es el drama capital de Estados Unidos? Que la mujer norteamericana sea frígida: esto ha propagado un sentimiento de impotencia entre los hombres, y por complejo de frustración son algunos racistas, otros belicistas, otros morfinómanos y otros delincuentes. El ciclo vital de la mujer en Estados Unidos consta de cuatro fases: noviazgo, matrimonio, maternidad, divorcio; las más dotadas repiten este proceso dos o más veces. El sexo no sólo tiene una importancia social preponderante en la actualidad; también, una significación literaria mayor porque es el único reducto inconquistado, el único tema que no agotaron los novelistas del siglo pasado y de comienzos del actual. ¿Un novelista debe escribir para comer o comer para escribir? Si el novelista es serio, hace ambas cosas. Si come sólo para escribir, no es más que un poeta, un diletante o un pobre crítico enjaulado hasta que su editor le permita salir a devorar un nuevo libro. ¿Cuál es mi posición política? La de un marxista-anarquista: es posible que haya alguna contradicción entre estos dos términos, pero se trata de una contradicción provechosa para hacer algo original en el dominio del pensamiento. En nuestra sociedad, el artista debe consagrar toda su energía y su coraje a ser rebelde, aventurero y lúcido.

Silencioso, inmóvil, sumamente atento, el público que atestaba la sala no daba muestras de entusiasmo ni de fastidio; algunas personas tomaban notas en pequeños cuadernos, otras pestañeaban con discreción y, cuando las pausas del conferencista se prolongaban más allá de lo usual, se escuchaban incluso unos aplausos muy moderados y corteses que parecían decir: «Siga, no tema, es muy interesante». Heroicamente, Mailer seguía: los críticos que se indignan porque el héroe de An American Dream sienta placer después de asesinar a su mujer, no han comprendido la novela. «A mí no me interesan las consecuencias que esta clase de afirmaciones puedan tener en el dominio social; todo lo que sé es que un hombre se siente satisfecho después de cometer un crimen, es decir, inmediatamente después. ¿Conocen ustedes algún soldado que regrese de la guerra con sentimientos de culpa? No, regresan felices de haber matado. Si hubiera escrito otra cosa, habría mentido». Pero tampoco esta vez el auditorio pareció extrañado ni turbado, y cuando Mailer pasó a explicar la política del presidente Lyndon Johnson como una tentativa para fabricar un «mito nacional», y los bombardeos de Vietnam del Norte como una maniobra de distracción para debilitar el movimiento por la igualdad racial en Estados Unidos, los oyentes siguieron impasibles, fríamente correctos, sin reflejos. Había llegado la hora de las preguntas. ¿Alguien quería alguna aclaración? No, nadie. ¿Alguien quería impugnar parcial o totalmente las tesis del orador? No, nadie. Desmoralizado y casi balbuciente, Mailer agradeció al auditorio su amable atención y añadió que, en realidad, no había que tomar al pie de la letra lo que había dicho; en realidad, sobre muchos puntos, tenía dudas y tal vez se equivocaba. Lo aplaudieron de nuevo, sin alegría y dos viejecitas con sombreros coronados de flores le pidieron autógrafos.

Al día siguiente aparecieron los primeros comentarios de prensa británicos a An American Dream. John Coleman, en The Observer, recordaba que «hubo una vez un interesante y logrado novelista llamado Norman Mailer» y, después de esbozar rápidamente la trayectoria literaria del autor de Los desnudos y los muertos, calificaba el nuevo libro de esta manera: «No sólo es malo; es absolutamente horrible, pésimo y una de las más lastimosas cosas que uno puede ver impresas». Menos brutal, pero igualmente severo, Cyril Connolly, el crítico del Times, confesaba que las primeras páginas de la novela de Mailer lo habían entusiasmado; luego, descomponía el libro así: legible hasta la página cien, casi ilegible hasta la ciento sesenta y cinco, imposible de leer en adelante. Pero, lleno de benevolencia, reconocía las ambiciones del autor, le recordaba que muchos han fracasado antes de encontrar el éxito y terminaba así: «Inténtelo de nuevo».

 

Londres, abril de 1965