Veinticuatro

 

 

 

 

 

Inmediatamente se puso a buscar otro teléfono. Revolvió en cajones y estanterías, pero no encontró nada. Después amplió la búsqueda a los otros tres edificios. Al salir, se fijó los cables que había visto en el exterior, y se le cayó el alma a los pies al comprobar que el único edificio que tenía línea telefónica era el de las jaulas. El resto eran cables de electricidad. Pero a lo mejor encontraba una radio o un teléfono vía satélite. Las llaves de Cliff le dieron acceso a los otros edificios. La casa se asemejaba más a un hotelito con una elegante decoración alpina. Había una inmensa chimenea de piedra y dormitorios privados, cada uno con su propio cuarto de baño, y una sala de juegos con mesa de billar y estanterías repletas de juegos de mesa y libros. ¿Sería aquí donde se iban a alojar «ellos»?

Pero no había ni radios ni teléfonos vía satélite.

En el siguiente edificio estuvo un rato probando las llaves en la oscuridad, agarrando torpemente la linterna. Por fin encontró la buena. Al entrar, olió una extraña mezcla de putrefacción, serrín y productos químicos. Conteniendo la respiración, alumbró el recinto con la linterna.

Por todas partes había pieles de animales exóticos puestas a secar sobre rejillas. Reconoció una piel de guepardo y otra de oso pardo, seguramente del oso que había encontrado en la cámara frigorífica. Varias mesas de trabajo estaban abarrotadas de útiles de taxidermia: mandíbulas, ojos de cristal, recipientes con agentes químicos para el encurtido. Apoyado en una pared había un rollo de papel medidor de pH. La cabeza montada de un antílope saiga parecía casi terminada. Una cabeza de gacela dama estaba lista para colgarse de una placa de madera. El estómago se le encogió al ver un elefante entero ya completado que ocupaba todo el fondo del edificio. Lo habían colocado en posición de ataque.

Revolvió los cajones en busca de un teléfono vía satélite o una radio. Nada. El olor a productos químicos y el espectáculo de tantos animales amenazados la mareaban, y salió a toda prisa con sensación de náusea.

El último edificio del terreno era un cobertizo de mantenimiento. Lo exploró, pero no encontró más que estanterías llenas de gasolina y un generador portátil.

Volvió a la nave de las jaulas. Sin saber cuánto tiempo le quedaba antes de que regresaran los hombres de los quads, comprobó las puertas de las jaulas y vio que estaban todas cerradas con llave. Probó a abrir con todas las del llavero de Cliff, pero ninguna servía. Abrió la manguera y echó agua en el bol de cada animal. Se pusieron a beber inmediatamente, y cuando terminaron volvió a llenarlos. Miró con furia a Cliff, que seguía inconsciente en la jaula, y quiso dejarle allí muerto de hambre o de sed como hacían ellos con los animales. Tenía que buscar ayuda. Tenía que hallar el modo de dejarlos en libertad.

Encontró una vieja botella de plástico, la enjuagó y la llenó de agua. Después de beberse dos botellas enteras, la volvió a llenar y se la metió en el bolsillo de la chaqueta.

Después, trazó un mapa mental del terreno circundante. El lugar más cercano para conseguir comunicarse con alguien era el Snowline, pero no podía correr el riesgo de encontrarse allí con un francotirador. Y ahora no solo tenía que pensar en ella, sino también en todos aquellos animales cuyos destinos estaban en sus manos. El siguiente medio más cercano para comunicarse era la radio del restaurante del remonte. Iba a tener que subir rodeada de oscuridad. Al menos ahora tenía la linterna, aunque tendría que tener cuidado para evitar que se le estropeasen las pilas con el frío y que el foco de luz delatase su presencia.

Volvió al cuarto en el que estaba colgada toda la ropa y cogió un gorro, guantes y una chaqueta y un pantalón impermeables para ponerse encima de su ropa y del parka robado.

Estaba registrando los estantes de un armario de herramientas, llenándose los bolsillos de pilas de repuesto, cuando oyó los quads retumbando a lo lejos, cada vez más cerca. Los hombres estaban volviendo.