Veintiocho

 

 

 

 

 

Alex se deslizaba tan deprisa que temió chocar con la siguiente torre y salir volando, pero el cable se aflojó en mitad de las dos torres y frenó el descenso. Siguió bajando a una velocidad manejable, y pudo mantenerse agarrada al barrote.

Sin soltar la cuerda, puso los pies sobre las clavijas de la segunda torre, que, cubiertas de nieve soplada por el viento, estaban resbaladizas. Abrazó la torre y movió el gancho metálico para quitarlo del cable. El viento aullaba a su alrededor y le azotaba los oídos, y los copos se le pegaban a las pestañas convirtiéndose en hielo.

El ruido de un motor lejano atravesó el viento, y cerca del final de la vía del remonte vio unas luces parpadeantes.

Una luz brillante salió de entre los árboles que estaban a la derecha del remonte, y de repente una moto de nieve entró en la vía y subió la montaña a toda velocidad, cubriendo la distancia a un ritmo alarmante. Si la pillaba ahí arriba, colgada de la torre, estaba muerta.

Tirando de la cuerda, consiguió soltar el barrote del cable. Ahora venía lo difícil. Abrazando la torre, levantó la barra con ambas manos, una maniobra lenta y ardua. De nuevo, se valió de la pierna derecha para elevar el gancho los últimos centímetros.

La moto de nieve subió con gran estruendo por la montaña, dirigiéndose directamente hacia el lugar donde estaba ella. Alex se dio la vuelta despacio y puso un pie sobre el barrote de metal. Un reflector deslumbrante se encendió parpadeando y la localizó en la torre. El motorista se detuvo justo debajo de Alex, cogió el rifle que llevaba a la espalda y la apuntó. Expuesta y vulnerable, se apartó de la torre de un empujón, agarrándose a la gélida barra.

El restallido de un disparo cortó el aire. Alex bajaba a toda velocidad, apretando los ojos para protegerse del frío glacial. Sonó un segundo disparo y, agarrando la barra, se preparó para recibir un balazo, pero no llegó: ella bajaba demasiado deprisa, era un blanco demasiado difícil.

Cuando llegó en su improvisado transporte en forma de U a la parte media del cable, notó que empezaba a frenarse. No iba ni por asomo tan deprisa como antes, y mientras se acercaba a la siguiente torre pensó que no iba a conseguir llegar.

El motorista giró de forma brusca y, acelerando, empezó a seguirla. Alex se deslizó lentamente en la siguiente torre, colocando el pie sobre una de las clavijas. La moto de nieve estaba casi debajo de ella.

Agarró la torre y el barrote de metal, cogiendo fuerzas para levantar el gancho. De nuevo, la luz cegadora la localizó. Con el corazón desbocado, intentó levantar el barrote. Los brazos le temblaban de agotamiento.

Y de repente supo que era imposible que levantara la barra antes de que el tipo volviese a disparar. Aquel método de bajar la montaña habría sido buena idea si Gary no la hubiese visto. Seguro que había informado de su paradero. Alex iba a ser un blanco fácil, retenido en cada torre, durante el resto del camino.

Podía saltar, pero había siete metros de altura y, con el pistolero justo a sus pies, no le iban a ir mejor las cosas abajo que arriba por mucho que evitara romperse algún hueso. Incluso puede que le fueran peor.

Al ver que el tipo detenía la moto de nieve para coger el rifle, supo que solo disponía de un segundo antes de que disparase de nuevo. Y esta vez la mataría. Rebuscando en la mochila de los explosivos, sacó una carga con la esperanza de que todavía sirviera. Gracias al foco, vio dónde estaba el hombre. Alex apretó los dientes, tiró del detonador y lanzó al aire el cartucho de TNT. Después, se dio la vuelta y se agarró a la torre.

Una explosión ensordecedora rasgó la noche. El reflector salió disparado, dibujando azarosas imágenes de luz en los árboles, y volvió a caer. Le zumbaron los oídos, y miró atrás.

Sobre la escena caía una columna de nieve en polvo. La moto de nieve estaba volcada, con el motor chisporroteando. El reflector había aterrizado a varios metros de distancia y estaba hundido en la nieve; el haz de luz, parcialmente tapado, proyectaba un inquietante fulgor. La moto de nieve era un retorcido y humeante estropicio. El motorista estaba tirado unos metros más allá, su sangre tiñendo la nieve de color carmesí. A su lado había otra forma, y por un segundo Alex pensó que era una larga herramienta que el hombre había llevado envuelta. Al verla rezumar algo rojo, hizo una mueca y comprendió que era su pierna, que había sido cercenada. La mitad de su cara era un amasijo de huesos expuestos y músculos relucientes. Se fijó en el entorno de su boca por si veía el aliento condensándose. Pero de sus labios entreabiertos no salía vaho, y el hombre no se movía.

Alex permaneció allí varios minutos más, a la espera de alguna señal de vida.

Aún tenía el rifle amarrado al pecho. En cuanto estuvo segura de que había muerto, enganchó la cuerda alrededor de la torre y bajó. Los pies se le hundieron en la nieve y empezó a temblar descontroladamente; no entendía por qué le castañeteaban tanto los dientes, cuando tampoco es que tuviera demasiado frío. Se acercó al hombre. No había duda de que no respiraba. Miró la parte intacta del rostro. Era el hombre del radiotransmisor al que había visto después de toparse con la gorila. Reconoció la poblada barba pelirroja y la nariz con los capilares reventados típica de los alcohólicos. Le pasmaba que un completo desconocido hubiera querido matarla. Todo era raro, un sinsentido.

Le quitó el rifle, después rebuscó en los bolsillos de la chaqueta, donde encontró una caja de municiones. A continuación, se fue a la moto de nieve. Era un humeante montón de chatarra. En la nieve, desperdigadas, chisporroteaban piezas de motor calientes.

Cruzó la espesa capa de nieve hasta llegar al reflector, que era de tipo portátil con empuñadura. Lo apagó y se quedó escuchando, rodeada de frío y de viento. No oyó más motores, tan solo el viento y el sonidito ligeramente musical de la nieve al caer.

El temblor se recrudeció mientras contemplaba los restos retorcidos del hombre. Lo había matado ella. Cierto que no había tenido alternativa, pero había matado a un hombre. Temblaba sin poder controlarse.

Una cosa era segura: el plan de llegar al camino de la torre de la radio se cancelaba. Joe la había traicionado. Estarían esperándola allí, tal vez también estarían apostados por el camino. A lo lejos, por distintas direcciones, oía ahora el zumbido de las motos de nieve. El ruido de los motores resonaba en los montes circundantes, impidiendo saber con precisión dónde estaban. ¡Ojalá la moto no se hubiera roto cuando lanzó la carga explosiva! Podría haberla usado para enfilar la autopista y salir en busca de un teléfono con el que llamar a la policía federal. Pero el único vehículo de la estación de esquí era la Willys Wagon, y, a no ser que se topase con otro asesino motorizado, no veía cómo iba a encontrar otro.

Y de repente se le ocurrió. La camioneta no era el único vehículo de la estación. Estaba aquella extraña avioneta de nieve que había visto junto a los establos. ¿Cuánto tiempo llevaría parada? No le había parecido que estuviera en muy mal estado. Ni una pizca de óxido. Si la habían adaptado para el invierno antes de aparcarla, si habían vaciado todo el combustible, tal vez pudiera ponerla otra vez en funcionamiento.

El biólogo había dejado bidones de gasolina en el barracón, junto al generador. Entornando los ojos contra el viento, miró la vía del remonte, que se perdía serpenteando entre la neblina. Si la utilizaba para llegar hasta la terminal de abajo, se quedaría a poco menos de kilómetro y medio del barracón. Podía hacerlo.

Para llegar al final del camino del remonte todavía tenía que pasar por dos torres más. Aun así, era el modo más rápido de bajar la montaña.

Se puso el fusil en bandolera y volvió a subir por la torre. Una vez arriba, desató la cuerda; le temblaban tanto las manos que le costaba forzar a los dedos a trabajar. Aspiró varias veces el frío aire de la montaña para calmarse. Después levantó el gancho y consiguió sujetarlo al otro lado.

Echando un último vistazo al hombre al que había matado, se lanzó.