Alex aceleró la avioneta al máximo y tuvo la sensación de alcanzar los cien por hora. Recordó que el camino que llevaba al rancho vecino estaba a unos ocho kilómetros al oeste de la entrada de la estación de esquí. Pasó por delante del buzón, sin encender los faros. El brillo difuso de la luna llena iluminaba de sobra el terreno, y ahora que estaba en la carretera principal ya no tenía que preocuparse por los troncos caídos o por las hondonadas que ocultaban riachuelos bajo la nieve.
Los copos se arremolinaban a su alrededor. Hasta donde le alcanzaba la vista, no había ni luces ni más vehículos en la carretera. Se sentía sola, pero sabía que no lo estaba: en el hotel había un tipo esperándola para matarla, y por los alrededores había otros.
Repasó para sus adentros la lista de hombres. Había matado al del remonte. En el recinto había visto a tres: Cliff, Gary y Tony. Tony no había vuelto a dar señales de vida. Cliff, con el brazo roto y la herida de la cabeza, no estaba precisamente en forma, pero aun en el caso de que hubiera conseguido continuar y Gary y él fueran los motoristas a los que acababa de sabotear, iban a estar un buen rato fuera de combate. Incluso puede que hubieran muerto. Quedaban el francotirador del hotel y el que estaba apostado al lado de su mochila. ¿Seguirían allí? Era posible que fueran ellos quienes habían conducido las motos en la zona de los establos. También era posible que Gary y Cliff estuvieran en estos momentos en el recinto, deshaciéndose de las pruebas.
Pero sabía que no eran los únicos miembros de la red de caza ilegal. Al día siguiente iban a llegar unas personas que esperaban salir de cacería. A este respecto, las condiciones meteorológicas jugaban a favor de Alex. Si las carreteras se cortaban a causa de la tormenta, seguramente retrasarían su llegada.
Al llegar a la entrada del recinto, detuvo la avioneta. Las rodadas de las motos de nieve salían de allí. Se metió por el camino de entrada, ciñéndose a las rodadas. Aún no se veían luces por ningún lado, ni siquiera en casas lejanas, y se preguntó si habría habido un apagón en la zona.
Continuó por el serpenteante camino de entrada, y cuando faltaban un par de kilómetros para llegar al recinto salió del camino y se metió en una densa arboleda. Encontró varias ramas grandes cubiertas de nieve, y las que todavía conservaban las agujas las echó sobre la avioneta. Cuando terminó de camuflarla, dio un paso atrás para contemplar su obra. Era difícil que alguien la viera en medio de la oscuridad, sobre todo si no la estaban buscando y, además, lo más probable era que atravesaran a toda prisa la zona en una moto de nieve.
Por último, cogió una de las ramas caídas y borró los surcos de la avioneta y las huellas de sus botas. De nuevo, se alegró de ver la facilidad con que la nieve cubría la zona. Siguió borrando sus huellas hasta que se apartó del camino. No era fácil: habían caído más de treinta centímetros de nieve, y como no llevaba raquetas se hundía con cada paso que daba.
Caminó sigilosamente entre los árboles y llegó al gran claro en el que se alzaba el recinto, un valle natural por el que discurría un arroyo. No había ninguna luz encendida.
Echó un vistazo a la nave de la taxidermia y después a la de las jaulas, pero no vio movimiento. ¿No había nadie, o era que se había cortado la luz? La hoguera ya no ardía. Rodeó el recinto sin salirse de la arboleda, sopesando las alternativas. Estaba sola, no llevaba nada más que un rifle y allí fuera había un montón de gente que se la tenía jurada.
Así, cuando entrase en escena Remar, si es que pensaba hacerlo, iba a tener que lidiar también con él.
Esperó y observó, pero no había ningún movimiento. Ni rastro de camiones ni remolques con animales en el recinto, tan solo una camioneta y un quad. Siguió dando vueltas y vio dos motos de nieve aparcadas junto al edificio del albergue. Ambas tenían una capa de nieve, por eso dedujo que debían de llevar allí un buen rato.
Salió de la arboleda y se dirigió al edificio de las jaulas. Quería echar un vistazo a los animales. El viento bramaba y le sacudía la capucha de la parka, impidiéndole oír bien. Se la bajó y sintió el frío azote de la nieve que se le metía en las orejas, pero aparte del viento no oyó nada más.
Cerca de la estructura, se paró en seco. Había huellas recientes que llevaban hasta la entrada, y alguien había quitado nieve de la base de la puerta para poder abrirla.
Respiró hondo, dispuesta a entrar. Entonces, de repente, la puerta se abrió, y Alex se pegó contra el muro para evitar ser vista. Esperando que salieran Tony o Gary, se quedó atónita al ver al sheriff Makepeace caminando fatigosamente por la nieve en dirección al albergue. No la vio.
Cuando el sheriff estaba cerca del albergue, Flint Cooper salió por la puerta principal, dando patadas en la nieve. Cruzada sobre el pecho llevaba una correa de la que colgaba un rifle. Makepeace solamente llevaba su pistola.
Aprovechando que se metían en el albergue, Alex se acercó sigilosamente al edificio de las jaulas, preparándose para lo peor. Sin embargo, descubrió aliviada que todos los animales estaban bien. Como no había ventanas, se atrevió a recorrer la estancia con la linterna para verlos a todos. Nada había cambiado desde su anterior visita, salvo, por supuesto, que habían sacado a Cliff de la jaula. Se preguntó si habrían bajado ya de la zona del remonte, y si habrían encontrado el cuerpo del hombre al que había matado en la pista.
Tenía que decidir el siguiente paso y se le ocurrió meterse en el armario de las herramientas para hacer un alto para pensar. Recordó que lo había registrado antes y había encontrado las pilas; estaba oscuro como boca de lobo. Encendió la linterna y alumbró los estantes en busca de algo que pudiera serle de utilidad, y esta vez, en el estante inferior, un objeto de aspecto familiar le llamó la atención. Era su cámara trampa, la que había desaparecido de la trampa destruida; al dorso llevaba la pegatina de la fundación territorial. La abrió y dio al botón de encendido. La batería seguía funcionando, y la pantallita de visualización se iluminó. Pulsó el botón para ver las imágenes: fotos de ramas que se movían, una marta, un oso negro que pasaba por delante y un rebaño de cabras montesas. Después llegó a la parte que iba buscando. Un inmenso oso polar llegó al lugar de la cámara trampa. Echó abajo el armazón de la trampa de pelo y después derribó la pata de ciervo; el tablón carril se astilló bajo su peso. Salía en varios fotogramas arrastrando el cebo.
A continuación, más imágenes de ramas que se movían. Varios fotogramas captaron la salida de la luna. Las imágenes del día siguiente volvían a sacar a la marta. Después aparecieron unos hombres. Uno se acercó a la cámara. Gary. La quitó del árbol. Había un primer plano de su rostro justo antes de apagarla, y después ya no había más fotos.
Volvió a dejar la cámara en el estante y de repente oyó que se abría la otra puerta, aquella por la que había entrado Cliff cuando tuvieron la pelea. Se asomó discretamente y vio entrar a Tony con una linterna frontal que sumió la habitación en una luz gris. Llevaba la parka cubierta de nieve y dio varios pisotones para quitarse la de las botas. Era obvio que acababa de llegar al recinto. Alex se preguntó si habría hablado ya con Makepeace y Cooper.
Tony llevaba un saco abultado y un recipiente con una etiqueta que no pudo leer a tanta distancia. Con movimientos rápidos, acercó un cubo vacío y metió el recipiente dentro, luego desapareció por la habitación donde estaba el teléfono destrozado. Salió otra vez y Alex vio, horrorizada, que se ponía una máscara de gas. Se dejó la parte delantera encima de la cabeza mientras seguía con los preparativos.
Después se levantó y se quedó mirando a los animales.
—Ya sé que esto no es muy caballeroso, pero viene la poli y no podemos esperar a trasladaros a otro sitio.
Se bajó la máscara de gas y se dirigió hacia el cubo. En el mismo instante en que fue a coger el saco, Alex salió del armario blandiendo el rifle. Tony llevaba una pistola al costado, pero levantó las manos sorprendido.
—Da marcha atrás —le dijo.
Miró el saco y vio que era cianuro de potasio. Dentro del cubo había un recipiente abierto de ácido sulfúrico, que, mezclado con el cianuro de potasio, habría liberado una fatal columna de gas de cianuro de hidrógeno que habría matado a todos los animales de la sala.
Tony retrocedió, observándola con los ojos entornados y una expresión cruel.
—Tú debes de ser la bióloga esa del Snowline. ¿Qué, has venido hasta aquí tú solita?
Echó un vistazo a su alrededor.
Alex no respondió. La jaula en la que había metido a Cliff estaba cerrada, y, sin la llave, sabía que no podría encerrar al hombre en su interior. Señaló con la cabeza las pocas jaulas que estaban vacías.
—¿Tienes las llaves?
—Claro. Las llevo en el bolsillo, déjame cogerlas.
Empezó a bajar la mano hacia la pistola, y Alex gritó:
—¡No te muevas!
Tony volvió a subir la mano.
—Me das asco —dijo ella entre dientes—. No me obligues a dispararte.
Tony se quedó un poco desconcertado; parecía menos arrogante.
Entonces la puerta se abrió de golpe, y todo sucedió tan deprisa que Alex apenas tuvo tiempo de reaccionar. Makepeace apareció en el umbral con la pistola desenfundada.
—¿Qué demonios hace aquí? —bramó, mirando a Alex.
En los segundos de confusión que siguieron a sus palabras, Tony agarró su pistola y apuntó a Alex. Makepeace disparó y le dio en el pecho, y Tony cayó de rodillas y se desplomó. La sangre empezó a brotar poco a poco y bajó serpenteando hacia el sumidero que había en el centro de la habitación.
Sin dejar de apuntar al cuerpo inmóvil, Makepeace se acercó y apartó la pistola de Tony con la punta de una bota cubierta de nieve. Después, con expresión adusta, le tomó el pulso. Por último, se levantó y metió la pistola en la funda.
—¡Ha cometido una estupidez al volver aquí! —le escupió—. Su mensaje de radio a Joe…
Alex le interrumpió.
—Y ¿qué hace usted aquí?
Makepeace se acercó y la miró de arriba abajo.
—¿Está herida?
Alex negó con la cabeza.
—Estoy esperando a que me responda.
—Oí lo que le contaba a Remar por radio. Ha estado haciendo cosas raras, desapareciendo a ratos durante su turno de noche, así que le he estado vigilando. Cuando la oí contarle lo que había encontrado, yo mismo llamé a la policía. Pero dijeron que no podían venir hasta que mejorase el tiempo. Me imaginé que usted vendría aquí. Maldita cabezota. Tenía que asegurarme de que no le pasaba nada. No quiero que me pese otro asesinato más sobre la conciencia. —Señaló la cámara frigorífica con el pulgar—. He encontrado a su colega ahí dentro.
Parecía que tenía ganas de vomitar.
La puerta del fondo volvió a abrirse de golpe. Esta vez apareció Flint Cooper en el umbral, jadeando y agarrando el rifle.
—¡He oído un disparo! ¿Está usted bien? —le preguntó a Makepeace.
El sheriff asintió con la cabeza.
—¿Qué hace ella aquí? —preguntó Cooper, mirando a Alex como si fuese algo desagradable que acababa de encontrarse en la suela del zapato.
—Muy buenas a usted también —dijo ella con asco.
—Volvió para echar un vistazo a los animales —dijo Makepeace—. Una locura. —A continuación añadió más suavemente—: Eso sí, hace falta tener agallas.
Parecía como si acabase de descubrir en su fuero interno que llegaría el día en el que Alex simplemente solo le caería un poco mal.
—Lo que hace falta es ser estúpida. Podría haber muerto.
—Caballeros, les recuerdo que estoy aquí. ¿Qué demonios está haciendo él aquí? —le preguntó a Makepeace, señalando al ranchero con un gesto.
—Estábamos jugando al póquer cuando entró su llamada. El bobo este quería venir. Se cree que es Wyatt Earp o qué se yo.
—Tengo mucha mejor puntería que tú, Bill —dijo Cooper, y a continuación se dirigió a ella por primera vez—: Puede que yo no comulgue con la fundación territorial, pero no quiero que maten a personas inocentes.
—Qué noble por su parte —dijo Alex, casi sinceramente.
—Mencionó usted por radio que había más hombres aparte de este tipo, ¿no? —dijo Makepeace, girándose para mirar el cuerpo de Tony.
Alex asintió con la cabeza, y después se acordó de Remar.
—Lamento tener que decirlo, sheriff, pero creo que sus sospechas sobre Joe no iban desencaminadas. Después de hablar conmigo, les dijo dónde podían encontrarme.
Convencida de que el sheriff se indignaría, Alex se sorprendió al ver que se limitaba a relajar los hombros con aire de resignación.
—Llevaba tiempo preocupado por que se estuviese dejando sobornar, por que se hubiera metido en algún asunto ilegal.
Alex se acordó de que Makepeace había hecho la vista gorda mientras las vacas de Cooper pastaban en tierras de la reserva, pero decidió que no era el momento de sacarlo a colación. Mejor que se encargasen los de la fundación territorial.
Makepeace prosiguió.
—Maldita sea. Debería haber hecho caso a mi instinto. Lamento que para encajar todas las piezas del puzle tuviera usted que arriesgarse a que le pegasen un tiro. Por no hablar de ese pobre capullo que está en la cámara frigorífica. Me sorprende que Joe se prestase a esto. Tal vez le pusieron contra las cuerdas de alguna manera. —Miró a su alrededor, volcando el peso sobre la otra pierna—. Bueno, y ¿dónde están los demás?
Cooper escuchaba en silencio, observándola con una expresión altiva y chulesca. Comprobó el estado de su rifle, escudriñando la recámara. Alex veía que se lo estaba pasando en grande.
Le habló a Makepeace de su enfrentamiento en el restaurante, del hombre que le había disparado en el remonte y de los dos motoristas a los que había saboteado.
Cooper señaló el cuerpo de Tony con la cabeza.
—No oí su moto.
—Seguramente la aparcó lejos y vino andando —especuló Makepeace.
—Puede que en estos momentos haya más tipos ahí fuera —dijo Cooper, dirigiéndose a la puerta.
Después de que saliera Cooper, Makepeace miró el cuerpo de Tony.
—Maldita sea. Es la segunda vez que he tenido que matar a un hombre —dijo en voz baja.
Alex percibió su pesar.
—Lo siento, sheriff.
Oyeron un estallido de rifle, procedente de lejos.
—¡Bill! —gritó Cooper—. ¡Vuelven! —A continuación, Alex oyó el ensordecedor estallido de su rifle justo al otro lado de la puerta.