Treinta y cinco

 

 

 

 

 

Con el teléfono vía satélite, Alex interrumpió el sueño de Kathleen. La operadora se puso en marcha inmediatamente y llamó a dos agentes que no estaban de servicio y a los paramédicos Bubba y Lisa. Se dividieron en dos grupos: un agente y Bubba atenderían a los dos motoristas a los que Alex había tendido una trampa mientras Lisa y el otro agente estabilizaban a Makepeace y al agente del Departamento de Justicia. Después, Lisa limpió y trató la rozadura de bala de Alex, asegurándole que no era grave. Bubba se encontró a los dos motoristas con vida, pero muy malheridos.

Una vez localizados todos los enemigos, Alex volvió con la avioneta al hotel. Entró renqueando, exhausta y llena de cardenales, el brazo dolorido. Se aseó y llamó a su padre. Aunque era temprano, sabía que ya estaría levantado, bebiendo café a sorbitos mientras contemplaba el amanecer y se imaginaba su siguiente cuadro.

—¡Tesoro! —dijo al oír su voz.

Tuvo que reprimir unas lágrimas de alivio al oír a su padre, su gran apoyo.

—Menuda nochecita, no te lo vas a creer.

—¿Qué ha pasado?

Le contó los acontecimientos de la víspera. Su padre se iba inquietando cada vez más a medida que avanzaba el relato, pero cuando llegó al clímax soltó un suspiro de alivio y hasta consiguió soltar unas risitas.

—Aquellos juegos de supervivencia tan demenciales a los que te obligaba a jugar tu madre… ¡Al final, puede que no estuviera tan chalada!

—¡Desde luego! Yo he pensado lo mismo.

—Supongo que las cosas suceden por algo. Estaría orgullosa.

—Gracias, papá.

—Entonces, ¿vas a quedarte allí el resto del invierno? Puedes volver conmigo a casa, ya lo sabes.

Alex lo consideró seriamente y después se quedó mirando por la ventana. La nieve caía en cascada, al este había un resplandor rosáceo. Suspiró. Llevaba las montañas en la sangre. Y no podía fallar a los carcayús.

—Creo que me voy a quedar.

—No esperaba otra cosa —dijo con cariño su padre—. ¿Estás bien?

Aunque seguía muy afectada, pensó en los animales que habían salvado y que pronto iban a salir de sus jaulas.

—Creo que sí. —Y añadió—: Te quiero, papá.

—Yo también te quiero, tesoro.

Estuvieron hablando un poco más y su padre se quedó tranquilo al ver que se encontraba bien y que policía federal estaba de camino. Después colgaron y Alex se tiró en la cama, demasiado cansada para quitarse siquiera la ropa.

 

 

Cuando mejoraron las condiciones meteorológicas, los agentes federales llegaron y arrestaron a los dos hombres a los que Alex había tendido una trampa en el camino del barracón. Se estaban recuperando en el hospital.

Después de pasar con éxito por el quirófano, Makepeace se empeñó en trabajar desde la cama del hospital y se dedicó a revisar el ordenador de Joe. Encontró amenazas de Cooper que se remontaban a varios meses atrás. Al parecer, Remar había empezado a llevar un micrófono porque necesitaban tener un infiltrado que hiciera desaparecer ciertas cosas. El año anterior, Remar había parado a uno de los camiones que transportaban animales y había descubierto lo que llevaban en la parte de atrás. Desde entonces, no le habían perdido de vista. Le amenazaron con matar a sus padres si mencionaba algo. Joe terminó haciéndoles todo tipo de favores e impidió que ningún tejemaneje sospechoso llegase a oídos del sheriff. La situación le había reconcomido.

Pero Remar había grabado todo. También había hecho copias de facturas y de entradas contables, sabía quiénes eran los proveedores. Gracias a las notas de Joe, habían descubierto cómo funcionaba la banda. Los clientes le decían a Cooper qué animales querían cazar y Cooper los localizaba a través de redes de contrabando. Cuando los animales llegaban, los cazadores se trasladaban en avión. A menudo, Cooper acumulaba animales y organizaba cacerías de grupo y, a veces, si se enteraba de que determinada especie estaba disponible, la traía de contrabando y tanteaba el terreno en busca de potenciales cazadores. La actividad tenía cada vez más demanda y necesitaban más ayuda. Fue entonces cuando Cliff y varios hombres más empezaron a trabajar para ellos, pero una noche Cliff había cometido una metedura de pata durante el transporte y una gorila y un oso polar se habían escapado mientras los metían en las jaulas.

Dalton Cuthbert estaba haciendo trabajo de campo en ese momento y había visto al oso polar y a los hombres que lo perseguían. Al verle, le habían pegado un tiro.

En el ordenador de Cooper, Makepeace encontró los nombres de los cazadores que habían cogido un vuelo para participar en la cacería. Habían salido con dos días de retraso por el mal tiempo, pero los agentes federales los arrestaron en cuanto el avión aterrizó en el aeropuerto.

En menos de una semana, un gran número de contrabandistas y de funcionarios de transportes corruptos habían sido detenidos.

Los servicios sociales se habían hecho cargo de los animales. Tanto la gorila como el oso polar habían sido capturados sin incidentes. Buena parte de los animales iban a ser devueltos a su hábitat natural gracias a la ayuda de la fundación territorial, y al resto se los llevarían a centros de rescate con instalaciones en las que podrían moverse a sus anchas. El oso polar, que había sido grabado hacía tiempo por unos investigadores de la parte occidental de la bahía de Hudson, fue devuelto a su hábitat natural en Manitoba.

La gorila se reencontró con sus compañeros humanos y gorilas de una reserva de investigación del gorila del estado de Washington, donde había aprendido a comunicarse por señas antes de que la secuestrasen hacía dos meses.

Jolene se había llevado una profunda desilusión al ver que, después de todo, no era un sasquatch. Y Alex se enteró de que Makepeace sí que se había pasado por casa de Jolene con una foto del agente desaparecido, al que Jolene no había reconocido. Aquel día Jerry no estaba en casa. Había salido a vender hierba, y cuando Alex se topó con él acababa de volver.

 

 

Ahora, Alex estaba sentada a una mesa del Rockies Café con Ben Hathaway. Fiel a su palabra, Ben había cogido un avión la mañana siguiente a la llamada de Alex para ver con sus propios ojos que se encontraba bien. Se había deshecho en disculpas, como si todo hubiera sido culpa suya. Alex le aseguró que estaba bien, solo un poco alterada. Horrorizado por lo que le había sucedido a Dalton, Ben dio por hecho que querría dejar el trabajo y le sorprendió que Alex le informase de que quería continuar. Era el tipo de trabajo en el que se sentía a gusto, insistió. Ahora que habían desarticulado la red de caza ilegal, tenía la esperanza de disfrutar de un invierno tranquilo, esquiando campo través y buscando carcayús.

Ben la miró.

—Bueno, y cuando termines el estudio de los carcayús, ¿qué vas a hacer?

—Aún no estoy segura.

Porque en la fundación territorial tenemos varios proyectos en puertas. —Al ver que no respondía, esbozó una sonrisa compungida—. Te juro que no todas nuestras evaluaciones de biólogos acaban en tiroteos.

Alex se rio.

—Solo la mitad… —añadió.

Habían pasado la última semana juntos, por su parte Alex había disfrutado mucho. Ben la había acompañado esquiando a todas las cámaras de fototrampeo y Alex había obtenido más fotos de carcayús. En total, había al menos cuatro carcayús haciendo uso del lugar, dos hembras y dos machos. Los pelos que le había enviado al voluntario que hacía los análisis de ADN decidirían qué parentesco había entre ellos. Incluso puede que en un par de años hubiera más cachorros. Esto superaba todas sus expectativas y se sentía muy agradecida porque los carcayús se pasearan por tierras protegidas.

¡Y qué gusto daba estar con una persona que también se alegraba por este tipo de cosas! Hablar con un alma gemela, con alguien que compartía su intenso amor por la fauna silvestre hasta el punto de desarrollar su carrera profesional en este ámbito, era un subidón que hasta ahora no había experimentado.

Además de que la idea de seguir trabajando con la fundación fuera emocionante y sintiera que podía contribuir a mejorar las cosas, tenía que reconocer que seguir viendo a Ben también era muy tentador.

Ben se recostó y bebió un trago de cerveza.

—Avísame cuando lo sepas. Cuando termines aquí, tendremos más ofertas para hacer trabajo de campo.

La miró a los ojos más tiempo del habitual, y Alex sintió mariposas en el estómago.

Ben carraspeó y apartó la mirada. Alex tenía la sensación de que, aunque intentaba ser tan profesional como ella, también se sentía atraído. Pero nunca se le había dado bien juzgar ese tipo de cosas.

Ben tenía que subirse a un avión después de comer, y le iba a echar de menos. Pero gracias a su visita había comprendido que disfrutar de la compañía de alguien y estar en plena naturaleza ayudando a la fauna salvaje no tenían por qué ser incompatibles.

Lo único que le desagradaba eran las circunstancias que habían traído a Ben hasta allí en esta ocasión.

Alex suspiró y se quedó mirando las montañas por la ventana. Estaba muy ilusionada con las próximas semanas: iba a dedicarlas a esquiar, investigar rastros de animales, tumbarse al sol de la montaña y buscar carcayús en las fotos.

—Esto te sienta bien, ¿no? —preguntó Ben.

Alex volvió la cabeza.

¿El qué?

—El trabajo de campo.

Alex sonrió.

—Desde luego que sí.

Terminaron de comer y se fueron andando hacia los coches. La tormenta había pasado y las quitanieves habían dejado enormes montones de nieve a los lados de los caminos.

—Me alegro de que estés bien —dijo Ben e hizo una pausa antes de subir al coche.

—¡Yo también! —exclamó Alex, riéndose.

Ben le dio un largo y cálido abrazo. Alex apoyó la barbilla en su hombro y respiró el sugerente aroma que desprendía.

—Gracias por venir.

Ben se apartó y sonrió.

—Ha sido un placer.

Después se subió al coche y arrancó. Alex esperó hasta que dejó de verle, y se fue a su coche sintiendo una punzadita de melancolía.

 

 

De vuelta al hotel, se detuvo delante del buzón y sacó varias cartas y una revista de sistemas de información geográfica. Debajo había un sobre acolchado, y lo cogió ilusionada pensando que sería de su padre. Pero no. Su nombre y su dirección estaban escritos con esmeradas mayúsculas y con la misma letra de las postales. Esta vez no había ninguna pegatina amarilla de reenvío. La dirección era la de su apartado de correos de Montana. No había remite, pero el matasellos era de Bitterroot.

Al abrir el sobre se encontró con un DVD grabable dentro de una funda. Ni una carta, ni una nota. El DVD no llevaba ninguna etiqueta ni nada escrito. Necesitaba el ordenador para saber qué tenía grabado.

Pensó en las postales de Berkeley y de Tucson, y en la caja enviada desde Cheyenne a casa de su padre. Todos eran lugares en los que había vivido o en los que había investigado. En la época en que había hecho estudios de impacto medioambiental para el municipio de la bahía de San Francisco, había trabajado en muchos proyectos con las mismas personas, pero nadie había estado con ella en todos los viajes. Y esta persona sabía, sin duda, dónde había estado. Tal vez tuviera acceso a su currículum, en el que figuraban todos los lugares en los que había llevado a cabo estudios. Hizo memoria para averiguar quién podría tenerlo: sus compañeros del trabajo posdoctoral de Boston, la fundación territorial, el profesor Brightwell… También Brad sabría en qué lugares había estado. Después pensó en el GPS desaparecido que le había sido devuelto a su padre.

Iba a tener que comparar la letra del sobre con la de las postales para cerciorarse, pero si estos mensajes eran de la misma persona que le había enviado el GPS a su padre, sin duda estaba informada de los escenarios donde se habían desarrollado sus estudios de campo.

Todo aquello la inquietaba. ¿Sería alguien que quería asustarla, o sería tan solo una persona que carecía por completo de aptitudes sociales?

De vuelta en el hotel, metió el DVD en el portátil. El reproductor se activó al instante y en la pantalla apareció un vídeo en el que se veía el familiar marco del nuevo parque de los humedales de Boston. Desfilaron secuencias de la entrevista que le habían hecho durante la ceremonia inaugural, en las que hablaba de las medidas que podía tomar la gente para ayudar a las aves.

Después se interrumpió para dar paso a otras imágenes, que parecían grabadas con una cámara de cuerpo. Se movía con la persona que la llevaba. En la pantalla, la gente bebía vino y se divertía. Alex seguía en la entrevista y parecía nerviosa. Y entonces, el pistolero se abrió paso entre la multitud. Horrorizada, vio cómo abatía a la periodista, y sintió como si se estuviese repitiendo todo. Se le cortó la respiración al ver desplomarse a la mujer. De repente le pareció que hacía frío en el hotel.

El pistolero se giró y disparó sobre la multitud, entonces el hombre que llevaba la cámara se dio la vuelta y salió corriendo hacia los árboles. Se acordaba de él, de su gorra negra, pero no le venía ninguna imagen de su cara ni de cómo iba vestido. La cinta mostraba planos inclinados y temblorosos del hombre corriendo hacia el amparo de los árboles; una vez allí, se giró y vio a Alex y a Christine tirándose al suelo debajo del escenario. El pistolero subió a la plataforma, y Alex lo vio arrimarse peligrosamente al borde antes de que Christine y ella salieran corriendo.

La persona que estaba filmando avanzaba entre los árboles al mismo ritmo que el pistolero, y en la pantalla vio que sacaba una pistola semiautomática. La pistola se metió en el marco de la cámara, apuntando al pistolero, quien cada vez estaba más cerca de Alex. Entonces disparó y dio una sacudida hacia arriba.

A la vista de todos, el pistolero se detuvo de repente, agarrándose el brazo. Después se inclinó, cogió su pistola con la mano izquierda y dio unos pasos.

Alex recordó la descarga de pánico que sintió al ver que la apuntaba con la pistola temblorosa. Pero entonces el hombre de la cámara volvió a disparar y le paró los pies para siempre. Recordó el espantoso orificio de salida en la cabeza del hombre, la sangre derramándose por el cenagal, y lo vio desplomarse en el barro.

En la pantalla, el hombre se enfundó el arma y se dio la vuelta, adentrándose a la carrera por la arboleda. Después apagó la cámara. La grabación dio paso a otra escena, nevada y oscura esta vez, y de nuevo tomada con una cámara de cuerpo. Le sorprendió verse a sí misma en el recinto de las naves, parada en medio de la nieve con Gary delante y Makepeace a su lado. A lo lejos vio el destello de la boca de un rifle y Makepeace cayó en la nieve. La persona de la cámara de cuerpo se arrodilló y apuntó cuidadosamente con un rifle. La boca del arma lanzó un destello y Cliff cayó. Se hizo un fundido en negro, y un texto escrito con letras blancas empezó a desplazarse de un lado a otro de la pantalla: «Perdona que llegase tarde a la fiesta. Pero no me pareció que necesitases demasiada ayuda. Impresionante ver lo que eres capaz de hacer en acción». La pantalla se volvió a oscurecer y apareció un último mensaje: «Alex, tú me cubriste las espaldas, y ahora te las voy a cubrir yo a ti».

Alex se reclinó en la silla, desconcertada. No tenía ni idea de quién era ni de por qué pensaba que le había cubierto las espaldas. Pero había una cosa que estaba clara. Había matado por ella. Había matado dos veces para protegerla.

Y Alex Carter iba a averiguar por qué.